Cristal Geopolítico

Más terrorismo y simulación

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Es acertado calificar de acto terrorista contra la comunidad méxico-norteamericana y nacionales mexicanos, el ataque de Patrick Crucius del 3 de agosto que causó 22 muertos –de los cuales ocho eran mexicanos–. También lo es, participar en las pesquisas para saber si el multihomicida actuó sólo o en red, cuál es el origen de sus finanzas y del rifle AK47 que usó para “matar tantos mexicanos como fuera posible”. Lo que inquieta es que se crea que cambiará la naturaleza de la superpotencia, que basa su hegemonía en el uso de la violencia. También indigna que Donald John Trump, en su afán por eclipsar el impacto de su retórica violenta, se disculpase por lo ocurrido en Texas y Ohio, pero lanzara razzias en Mississippi que separaban de sus familias a 680 trabajadores migrantes.

Algo es evidente: la violencia racial supremacista anglosajona es delincuencia organizada. Y no, no sólo es un problema de control de armas, ni de la Asociación Nacional del Rifle, ni de que gobernadores y legisladores republicanos apoyen iniciativas demócratas en ese sentido. En su actual lógica reeleccionista, Trump aceptó lo que algún asesor le dijo al oído y bajó el incendiario tono de su discurso antiinmigrante. Pero es obvio que el magnate no reducirá la influencia en su gobierno del Complejo Industrial Militar, gran beneficiario del terrorismo interno y de la agresiva política exterior de la superpotencia.

Marcha anti trump.
Fotografía: Resumen Latinoamericano.

El objetivo del odio, discriminación, violencia y xenofobia ultranacionalista en Estados Unidos, son los 57 millones de latinos. Y de ellos, los casi 36 millones de origen mexicano (casi 20 millones distribuidos en California y Texas), de los que 700 mil son veteranos de guerra y 1 millón 700 mil tienen grado universitario y posgrado, todos ellos determinarán en el futuro próximo el crecimiento del PIB en aquel país, según la Universidad de Georgia.

Claro que extremistas y racistas –ignorantes y fácilmente manipulables– ignoran esos datos y clasifican a los latinos como seres desechables. ¿Qué estrategia han seguido los demócratas y republicanos contra ese terrorismo doméstico? Si comparamos, la Guerra Antiterrorista en Afganistán e Irak costó a los contribuyentes, de 2001 a 2018, entre 2.4 billones de dólares y 7 billones de dólares (según expertos de la Universidad Brown). En contraste, se ha desatendido el combate contra violentos grupos de odio y extremistas xenófobos.

El análisis “Confrontando la supremacía anglosajona”, revela la estrategia de la Agencia Federal de Investigaciones (FBI) y alerta que esos extremistas sociales son actores cada vez más radicalizados que recurren a la violencia y aumentan significativamente; “buscan influir en la política gubernamental, desafían las leyes internas y tienden a intimidar o a coaccionar a la población civil. Para distribuir propaganda, reclutar, elegir objetivos e incitar a la violencia, usan medios sociales; el FBI se toma en serio la amenaza de ese terrorismo doméstico.”

Preparatoria.

La agencia concluye que el terrorismo doméstico y crímenes de odio son amenazas serias y destinaba la prevención de ‘incidentes’ individuales o colectivos a sus Divisiones de Contraterrorismo y de Investigación Criminal. Sin embargo, las tragedias en El Paso (Texas) y Dayton (Ohio) confirman que no es suficiente.

El índice de tiroteos en escuelas, iglesias, conciertos y plazas públicas, escala de forma alarmante en aquel país y lo coloca encima del índice de violencia de otros países desarrollados. La superpotencia tiene una tasa de 4.88 muertos por cada 100 mil habitantes –superior a Austria y Holanda– señala Naciones Unidas. Esa violencia no proviene de ‘locos’ sino que exhibe a una sociedad con serios problemas psicológicos y un enorme resentimiento social, advertía desde 2018 el analista cubano Sergio A. Gómez.

La convicción de que sus miembros están bajo ataque y que un amplio rango de enemigos –políticos liberales, musulmanes, mujeres, judíos, refugiados, negros, inmigrantes, mexicanos–, está en el epicentro de la ideología anglosajona nacionalista. Por décadas, las teorías de la conspiración, aderezadas con dramáticas estadísticas, los llevan a exigir al Estado “compromisos de seguridad” o salvaguarda. Cuando desde el poder del Estado se oxigena esa paranoia, el resultado es Crucius en Walmart de El Paso y Betts en el centro de Dayton.

N.F.A.

Aunque en abril de 2018 el FBI creó la Célula de Atención al Terrorismo Doméstico-Crímenes de Odio para rastrear, contener y llevar a juicio a los extremistas sociales y este año fiscal se asignaron a inteligencia 59.9 mil millones de dólares (más 21.2 mil millones adicionales para Inteligencia militar), según la Asociación de Científicos Estadounidenses, el terrorismo interno aumenta y no se ve estrategia de combate. Tal vez tenga que ver el hecho de que hoy, como nunca antes, la xenofobia se promueve desde la Casa Blanca.

En su análisis geopolítico, el experto Jacob L. Shapiro afirma:

“La verdad es que Estados Unidos, como ningún otro país, monopoliza la violencia en su vida cotidiana. Basta ver cómo ha despojado del territorio a sus pueblos originarios y cómo sometió a la esclavitud de cientos de miles de africanos.”

Geopolítica de una huella en la Luna

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La conquista de la Luna culminaría uno de los más implacables juegos políticos entre Estados Unidos y la Unión Soviética (URSS) en plena Guerra Fría. Esa hazaña se consumaba a las 20:17 horas del 20 de julio de 1969 cuando un ser humano, Neil Armstrong, dejaba la nave Apolo 11 de apenas 6.5 metros cúbicos que compartía con otros dos astronautas: Buzz Aldrin y Michael Collins, para pisar el único satélite de la Tierra tras un viaje que duraría ocho horas –ida y vuelta–.

Esa hazaña, cuya fuerza simbólica es imposible de subestimar, es la proeza científico-tecnológica de una nación capitalista que así se anotaba una victoria sobre su rival ideológico-político –la URSS–, que apenas ocho años antes había puesto en órbita el primer satélite y logrado lanzar a Yuri Gagarin, el primer hombre en el espacio.

Para el historiador del espacio, Roger Launius, tal hecho era “La culminación de la historia de un éxito clásico estadounidense”. En contraste, para el coordinador del Centro de Investigación de Astrofísica de Québec, Robert Lamontagne, detrás de ese acto está “La irresistible fuerza simbólica del primer paso sobre un astro fuera de la Tierra; un gesto que cambiaría la vida de millones de personas”. En los siguientes 50 años, apenas doce hombres caminarían y explorarían al satélite.

Esa “conquista de la Luna” estimularía la visión espacial de la geopolítica. Desde entonces, Estados y científicos corporativos de todo el mundo coincidían en la urgencia de explorar y extraer los recursos del satélite. Para el historiador estadounidense Roger Launius, tal avidez por explotar la Luna semeja las sucesivas incursiones de exploración a nuestro satélite, tras 1969, con la conquista de América del siglo XVI y cuyas riquezas expoliaron naciones europeas.Misión Apollo.

Al medio siglo de la llegada del ser humano a la Luna, viene a la mente la reflexión del máximo astrónomo real británico Martin Rees: “Ya han nacido los primeros humanos que viajarán a Marte, pero serán aventureros que colaboren con empresas privadas”. Esa privatización del espacio trastocaría el Acuerdo que rige las actividades de los Estados en la Luna y otros cuerpos terrestres, emitido en 1979 por Naciones Unidas.

En su crítica a la visión empresarial de ese ámbito, Rees alerta enérgico: “Ésta es la primera vez en los 4,500 millones de años de vida de la Tierra que una especie, la nuestra, tiene el futuro del planeta en sus manos: si lo hacemos mal podemos provocar una extinción masiva”.

Pese a esa advertencia, la búsqueda de combustibles como el helio, titanio, uranio y tierras raras, básicas para fabricar electrónicos y crear energía verde –muy escasos en la Tierra y abundantes en el Sol y la Luna–, está en el horizonte cercano del capitalismo corporativo. Por tanto, es claro que en el corto plazo las expediciones hacia ese satélite procuren menos la “grandeza de la humanidad” y más el acceso a esos recursos estratégicos.

Tener unidades de fabricación y distribución en el espacio de esos recursos y minerales, es el objetivo capital de los programas espaciales de las agencias privadas y públicas de Estados Unidos, Rusia, China y la Unión Europea. Hay apremio en la búsqueda de carburantes para proseguir la investigación espacial, y de cuerpos de agua que abastezcan la vida terrestre. Y la firma japonesa Shimizu Corporation pretende cubrir el ecuador de la Luna con un anillo de paneles solares por cientos de kilómetros para alimentar de energía a la Tierra.

El geólogo y último astronauta en la Luna, Jack Smith, ha presentado ambiciosos proyectos de extracción minera sobre el plateado satélite. Con esa aspiración, el laboratorio Swamp Works de la NASA, en Florida, ya avanza proyectos, advertía hace un par de días el analista Namrata Goswami. ¿Imaginan minas sobre la Luna? ¿Qué empresas realizarán esa explotación y qué entidad supranacional emitirá esas autorizaciones?

Roca Lunar.

Paralela a esa sucesión de proyectos de explotación lunar, persiste la carrera entre las potencias espaciales por usar el satélite como plataforma para lanzar sus misiones hasta el cosmos profundo. El pasado 3 de enero, China relanzaba la carrera por el control de la Luna al anunciar el alunizaje de su sonda Chang’e 4 (diosa china de la Luna) en la cuenca Aitken del polo sur en el lado oculto de la Luna.

Más allá del logro técnico, con esa primicia China marcaba definitivamente el fin del dominio estadounidense en la exploración espacial. Y pese al hermetismo mediático en Occidente, los planes de Pekín son ambiciosos: extraer minerales lunares y de asteroides, así como construir una central solar en órbita geosincrónica –en el mismo sentido y velocidad que la Tierra– para 2050.

Tras esa irrupción china en la Luna, el investigador de asuntos estratégicos, Pim Verschuuren, preguntaba: “¿será que en el futuro cercano la exploración del cosmos tendrá una visión multipolar?”. Y es que si desde 1960 las potencias dominaron el ámbito espacial, hoy surgen nuevos actores como India, Japón, Corea del Sur, Brasil, Irán, Argentina y hasta Bolivia. Cada uno con políticas espaciales distintas y con una visión distinta de la vida extraterrestre.

Evocar el significado de la huella de Armstrong en la Luna hace pensar en la frase de Rees: “Quizá haya vida inteligente ahí fuera, pero no sabemos identificarla, igual que un mono no entiende la teoría cuántica”.

Piratería, ganancias y paranoia geopolítica

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El escenario es el Golfo de Omán, cruce estratégico de Medio Oriente donde transitan cientos de buques cisterna con crudo y sus derivados hacia su destino en todo el planeta. La trama aborda ataques contra esos navíos y los actores son: Estados Unidos (con su V Flota anclada en Bahréin), Japón –que opera los barcos agredidos‒ y los Estados ribereños (Emiratos Árabes Unidos, Omán, Pakistán e Irán). Y mientras la Casa Blanca apuntaba al Estado persa, que repudiaba tal afirmación, el crudo Brent subía 3,22 por ciento para cotizar a 62,64 dólares el barril.

La pregunta estratégica es: ¿Por qué Teherán se haría el harakiri? Esa crisis sucede en un contexto difícil pues no prosperó la idea del presidente estadounidense, Donald John Trump, para que el primer ministro de Japón, Shinzō Abe, explorara con Irán posibilidades de alcanzar la distensión. En cambio, y sospechosamente, detonaba esta crisis a más de 7,605 kilómetros de distancia entre Tokio y Ormuz que atiza la paranoia colectiva.

El 13 de junio el buque-tanque Kokuka Courageous, con rumbo a Tailandia y Singapur cargado con 25 mil toneladas de metanol, recibía un impacto de “algún tipo de bomba” a babor. Cuando su tripulación intentaba apagar el fuego en la sala de máquinas, recibía otro impacto y el capitán ordenaba abandonar el buque de la firma Kokuka Sangyo.

Golfo iraní.

Hay dos versiones: los 21 tripulantes, todos filipinos, eran rescatados por el USS Bainbridge de la V Flota estadounidense, mientras el avión de vigilancia P8 Navy oteaba la escena. No obstante, la agencia iraní IRNA aseguraba que su buque de rescate Naji10 había salvado a 44 tripulantes de dos embarcaciones y los dejaba en la zona de Jask. El buque Front Altair, con bandera de Bahamas también era alcanzado por la explosión, cuyos 23 tripulantes escapaban ilesos.

Exacerbados los ánimos, medios occidentales difudían un video del Comando Central de Estados Unidos (CENTCOM) que muestra a la que sería la tripulación de una patrullera iraní “retirando un objeto del casco de un buque que se parece al petrolero japonés Kokuka Courageous”. Esa narrativa repetida por MSN y EFE crea la percepción no del salvamento, sino de una acción sospechosa desde la embarcación iraní. Pero “eso no es tan sencillo de responder como parece” advierte el corresponsal de CNN, Nick Paton Walsh.

Los presuntos ataques piratas de estas semanas han reforzado la presencia militar estadounidense en Medio Oriente y aumentado las ventas de armas de ese país. En mayo de 2017, Trump adelantaba contratos con Arabia Saudita por hasta 110 mil millones de dólares (misiles anti-tanque, helicópteros y repuestos para tanques). Así pues, el crudo sube de precio y el complejo industrial militar obtienen ganancias con estas crisis.

El estrecho de Ormuz atrae la expectación porque es la vía más estratégica del planeta. Situada entre las costas de Irán y Omán, disfruta hasta ahora del libre tránsito y el 27 de julio de 2018 el presidente iraní, Hasan Rohani, advertía a su homólogo estadounidense: “Señor Trump, somos el pueblo digno que ha garantizado la seguridad del canal de salida de la región a lo largo de la historia”.

Incidente de Tonkin.

Y si de piratería hablamos, ¿qué decir de los ataques somalíes a navíos europeos en el Índico? “¡No son piratas, sino grupos de liberación nacional; en represalia por la invasión de sus bancos de pesca!”, clamaban algunos analistas. Y mientras Hollywood nos daba “Captain Phillips”, el informe del International Maritime Bureau 2014 sobre piratería y atracos, revelaba que de 79 incidentes cerca de África en 2013, sólo 15 eran atribuibles a somalíes. Entretanto, la Organización del Tratado del Atlántico Norte, China y Rusia escoltaban a buques para evitar ataques “de piratas”.

La historia abunda en incidentes navales que detonaron guerras. El 31 de julio de 1964, en el Golfo de Tonkin, Vietnam, agencias de inteligencia estadounidenses organizaban una operación de falsa bandera para simular un falso ataque de fuerzas norvietnamitas contra navíos de la Armada de Estados Unidos. Con ese supuesto, el ex presidente Lyndon B. Johnson (LBJ) solicitaba al Congreso ampliar sus tropas: de 60 mil a 500 mil para iniciar la intervención en Vietnam.

Documentos desclasificados indican que Hanói nunca hizo tal ataque. En el documental “The Fog of War” el ex secretario de Defensa, Robert McNamara, admitía que fue un pretexto para iniciar la ofensiva en Vietnam. Y la analista de la CIA, Gene Poteat, quien investigó los informes de radar del incidente, diría a The Guardian en abril de 1999, que ni siquiera podía confirmar si hubo o no tal ataque. Entonces la Biblioteca LBJ divulgaba las transcripciones telefónicas entre Johnson y McNamara, que ocultaban esas operaciones secretas al Congreso.

Moraleja: antes de que cunda la paranoia, confirmemos quién gana en una crisis.

Conflictos, votos y “Juego de Tronos”

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“«No sé si tengo voto», expresa Ser Davos Seaworth –conocido como el Caballero de la Cebolla– al final de la serie ‘Juego de Tronos’, en la arena El Hueco del Dragón ante el grupo que intenta decidir quién será el líder de los Siete Reinos de Westeros”. Así inicia la crónica de Amy Davidson Sorkin en el The New Yorker en la que uno se pregunta: ¿qué podríamos aprender en “Juego de Tronos” acerca de la política electoral?

En principio, aunque esa saga se sitúa en pleno medievo, representa situaciones verosímiles en nuestro muy occidentalizado mundo real. Por ejemplo, los pasados comicios para renovar la Eurocámara, estuvieron permeados por el desencanto ciudadano con los políticos conservadores y la izquierda tradicional. Ahí, el resultado del masivo voto de unos 400 millones de europeos se tradujo en apoyo a grupos ecologistas y alternativos, con el objetivo de frenar el Caballo de Troya del populismo y los extremismos.

Es paradójico que hoy, para analizar causas y hacer prospectiva de conflictos mundiales, los politólogos gocen del inédito beneficio de recurrir a herramientas multidisciplinarias como escudriñar los sesgos y giros políticos de las series de ficción televisivas. Sería el geopolitólogo francés Dominique Moïsi, con su Geopolítica de las series o el triunfo global del miedo, quien vincularía esos aparentes programas de entretenimiento con su obvio sentido geopolítico.

Juego de Tronos

Y es que la geopolítica no se contenta con invadir la realidad de nuestras vidas cotidianas: penetra nuestros imaginarios, en un viaje de ida y vuelta irresistible y, sin duda peligroso, explica. ¿Por qué entrar en un argumentario complejo, cuando es posible impactar, mediante una fórmula de choque, en el imaginario de aquellos a quienes se quiere convencer o seducir?, describe Moïsi quien cita que la serie “House of Cards” goza de gran popularidad en China y agrega que apenas hay diferencias de fondo entre el sistema político estadounidense y el chino. “La lucha por el poder es la misma en todas partes. Al menos, los chinos no son hipócritas” afirma.

Y si bien ya es costumbre que gran parte de las series se desarrollen en ambientes oscuros o semi-iluminados, las occidentales se unen por su cultura del miedo en un discurso opuesto al de la Ilustración. Lo que triunfa no es el bien, sino el relativismo, el cinismo cuando no el hiperrealismo, describe el también autor de Geopolítica de las Emociones.

Para confirmar esa premisa, bastaría ver la cronología de la llamada “guerra comercial” desatada por el huésped de la Casa Blanca, Donald John Trump contra China, ¡al tiempo que sostiene negociaciones con ese coloso asiático!

Un aporte de seriales como “Juego de Tronos” es que muestra las distintas formas de concebir el poder, las diferentes estrategias políticas para alcanzarlo, ejercerlo y conservarlo, apunta a su vez el politólogo Miguel Candelas. Y es que desde Platón a Rousseau, pasando por Sun Tzu, Maquiavelo, Hobbes, Marx, Weber o Foucault, la mayor parte del pensamiento político y estratégico se concentra “en este magistral manual de ciencia política para todos los públicos”, sintetiza el profesor de comunicación política de la Universidad de Alcalá.

house of cards

Y precisamente, la serie creada por David Benioff y D. B. Weiss, es una de las tramas contemporáneas que mejor muestra las relaciones de mando y obediencia, las muy diversas formas de dominio y la lucha por desequilibrar el balance de fuerzas. Es así que las audiencias descubren que “el poder es un proceso fundamental de la sociedad y, a la vez, un juego infinito” sentencia Candelas. En México, pionera en ese análisis, ha sido la internacionalista María Cristina Rosas, autora de Los Simpson: sátira, cultura popular y poder suave.

Tampoco es casual que los capítulos de las ocho temporadas de la historia tejida por George R. R. Martin, se rodaran en varios países, acercando a su audiencia a inéditos escenarios europeos y mediterráneos en su mayoría, sólo conocidos hace décadas por sus propios conflictos. Croacia, Escocia, Irlanda del Norte y Marruecos son algunos países donde la competencia ficticia por controlar el Trono de Hierro ha tenido dramáticos antecedentes en la vida real.

En 1991, Croacia y Eslovenia eran las zonas más industrializadas de la República Federativa de Yugoslavia, en el corazón de los Balcanes. Al independizarse, Croacia sería escenario de una guerra fratricida que duró cuatro años; hoy ese país detenta uno de los más altos índices de desarrollo humano. Otras sedes de la filmación son Escocia e Irlanda del Norte, dos actores a los que indudablemente afecta el Brexit, mientras que Marruecos, rivaliza con España e Islandia con sus bellezas naturales a las que la serie “Juego de Tronos” hace gran promoción. Como colofón todo apunta a que los seriales de distintas nacionalidades han llegado al mundo político y académico para quedarse. Ahí están, como ejemplo: “Borgen”, “The West Wing”, “Hombres en sombras”, “Occupied”, “Balance of Power” y “Homeland”.

¿De verdad sirven las Cumbres de alto nivel?

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El contacto personal entre gobernantes de Estados influyentes y poderosos en el tablero global, ha sido necesario en momentos clave de las relaciones internacionales, y aunque ha sido poco frecuente, siempre genera expectativas geopolíticas internacionales. Mirarse a los ojos, expresar sin intermediarios ultimátums, planes o ¿por qué no?, estrechar la mano del adversario, contribuye a resolver conflictos o profundizar diferencias. Esos encuentros son la diplomacia personal de Jefes de Estado y de gobierno que, así como impresiona a sus conciudadanos, muchas veces cautiva al público del exterior. ¡Vamos, es de buen ver dejarse ver!

Hace unas horas, los representantes de la política exterior de Estados Unidos y Rusia han dialogado en otra semi-Cumbre en Sochi. Han abordado prácticamente toda la agenda global: control de armas, conflicto en Siria, política hacia Irán, Venezuela y guerra comercial con China. Al salir de la cita, el canciller ruso Serguéi Lavrov mostraba su gran capacidad por lograr restablecer los canales de diálogo entre su gobierno y el de Estados Unidos.

Es obvio que en esas “reuniones de alto nivel” de antemano se afinan propuestas y compromisos. En ese contacto directo, los dirigentes políticos avanzan nuevas ideas y ¡claro! envían mensajes a terceros Estados. Y aunque en las Cumbres se presume de la buena marcha en la relación de los protagonistas, la cobertura de los miles de periodistas no logra traspasar la barrera del secreto formal de las mismas.

Cumbre EU y Rusia
Mike Pompeo (izaquierda) y Serguéi Lavrov (derecha) en la Cumbre de Sochi, 2019.

¿Cuál fue la primera Cumbre? Pienso en el encuentro de León I ‘el Magno’ con Atila ‘el Huno’ en el año 452. Tras ese diálogo, secreto hasta ahora, el Papa lograba que los hunos se retiraran del río Mincio, próximo a Mantua, y desactivaba la inmiente acometida de esas huestes, ya dueñas del norte italiano, contra Roma de donde había huído el emperador Valentiniano. Ése sería el primer tratado de paz del Imperio Romano y consolidaría el poder de la Iglesia. ¡Visión geopolítica del toscano León I!

Versalles, en 1919, sería la primera cumbre según George F. Will; otros, atribuyen al primer ministro británico, Winston Churchill, la autoría del término y lo refieren a la Cumbre de Yalta, en febrero de 1945.  Los tres grandes jugadores globales de entonces: Iósif Stalin, presidente de la Rusia Soviética, Franklin D. Roosevelt, de Estados Unidos, y el propio Churchill, modelarían al mundo de la posguerra en general y la forma que asumiría Europa en particular.

Desde entonces, las Cumbres se asociarían con el diálogo Washington-Moscú; aunque la pionera no fue feliz. En 1961 John F. Kennedy y el primer ministro soviético Nikita Jrushchov dialogaban en Viena; definían quiénes controlarían Berlín. El estadounidense consideró “hostil” el encuentro y se sintió superado por su interlocutor: “fue lo peor de mi vida. Me atacó salvajemente”, declaraba a The New York Times.

Richard Nixon pensó que le iría mejor con Leonid Brézhnev en la Cumbre de Moscú de 1972. Y así sucedió, pues firmaría el histórico tratado de armas que limitaba los arsenales nucleares de ambos. Dos años después en Vladivostok, Gerald Ford y Brézhnev iniciaban una cálida relación por su mutua afición al futbol. Las armas nucleares serían la prioridad en las Cumbres entre Reagan y Mijaíl Gorbachov (Reikiavik, 1987 y Washington) y firmaron el Tratado sobre Misiles de Alcance Medio (el mismo del que Donald John Trump se retiró hace unas semanas).

Kennedy con Kruschev
John F. Kennedy (derecha) con Nikita Jrushchov (izquierda) en la Cumbre de Vienna, 1961.

Un éxito fue el fin de la Guerra Fría, fraguada en las siete ocasiones que dialogaron George H.W. Bush y Gorbachov, algunas sin sus respectivos equipos por su confianza mutua. En contraste, no hubo química entre William Clinton y el presidente de la Federación de Rusia, Borís Yeltsin. Era 1997 y en Helsinki se abordaría la caída de la URSS y la expansión al oriente de la Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN).

Y en 2001 George Walker Bush afirmaba que había “vislumbrado el alma” de Vladímir Putin, sucesor de Yeltsin, tras la Cumbre en Liubliana. ¿La razón? El respaldo del ruso a la guerra antiterrorista, pero la relación se enfriaría por Irak y Georgia. En cambio, los encuentros entre Obama y Putin se consideraron siempre ‘incómodos’. Ejemplo de esa falta de coincidencias es el caso del ‘Reset’ (profundizó la diferencia entre Hillary Clinton y el canciller ruso Serguéi Lavrov), cuando el traductor escribió ‘sobrecarga’ en lugar de ‘reinicio’. La efervescencia política en Estados Unidos post-2016 ha alimentado la narrativa de la complicidad TrumpPutin. En la Cumbre del G20 en Hamburgo, al hablar personalmente con Putin, el estadounidense volvería a escandalizar a compatriotas y críticos.

Las Cumbres también tienen anécdotas. Una es la asociación personal y estratégica entre Ronald Reagan y la primera ministra británica Margaret Thatcher, que intentaba proyectar el feeling que mantuvieron Churchill y Roosevelt. Otra data de 2003, cuando el periodista de la BBC, Mark Doyle, reseñaba así la Cumbre entre Jacques Chirac y Jefes de Estado africanos “Éstos recibieron tres besos –al estilo francés– del europeo. Los presidentes de África occidental, Senegal y Ghana –más cercanos al francés‒ recibieron cuatro besos cada uno”.

La Cumbre Iberoamericana de Guadalajara, en julio de 1991, era la primera ocasión que la diplomacia regional decidía verse y dejarse ver. Desde entonces, se proyectarían actores emergentes (intelectuales, analistas, periodistas de investigación) que postularían el “anticumbrismo”.

Monarquías pragmáticas de Oriente se reinventan

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El Salón de Pino del Palacio Imperial de Tokio, que alberga el trono de Crisantemo, escenificaba la abdicación del emperador Akihito en la ceremonia Taiirei-Seiden-nogi. Instantes antes, el aún emperador había comunicado a los dioses su retirada, en el santuario imperial o Kashiko-dokoro.

Habían transcurrido 202 años desde que un monarca japonés cesaba voluntariamente sus funciones en 1817 y traspasaba su nombramiento a un sucesor. Ese 30 de abril de 2019 el hombre que por tres décadas reinó sobre el archipiélago nipón, deseaba “paz y felicidad al pueblo japonés y al mundo entero” y con su hijo Naruhito, convertido de facto en emperador 126, recibía los tesoros imperiales en constancia de la legitimidad de su nuevo rango y así atestiguaba el fin de la Era Heisei y el inicio de la Era Reiwa.

Entre los desafíos políticos del nuevo emperador, uno principal es la relación que tejerá con el gobernante Partido Liberal Democrático del primer ministro Shinzō Abe, quien tras su victoria en la elección del otoño de 2018, hoy es el jefe de Estado más antiguo en la historia de estratégico archipiélago asiático. Sería Abe quien anunciara la dimisión formal de Akihito, luego que el Parlamento aprobase la solicitud imperial desde 2016, pues constitucionalmente ese cargo es vitalicio.

También, será la Era Reiwa la que vea llegar a la edad de gobernar a Aiko, única hija de Naruhito y su esposa Masako, hoy de 18 años. Es de esperar que, en un futuro cercano, y acorde con la modernidad y el progresismo que se impone a nivel planetario, Japón logre cambiar la normativa legal que impide a una mujer ascender al trono.

Con un puñado de casas reinantes del mundo, la monarquía parlamentaria de Japón goza de simpatía entre analistas internacionales por su prudencia política. El emperador prácticamente carece de influencia, por lo que su liderazgo –más simbólico y moral‒ suscita escasas críticas internas y externas; la mayoría centradas en supuestos o reales gastos suntuarios de la Corte.

Desde nuestras latitudes, resultan muy lejanas monarquías asentadas en el oriente asiático. Sin embargo, vale la pena evocarlas con objeto de profundizar en su amplia diversidad. Así vemos que en la región conviven otras llamadas Casas Reinantes como los reinos de Baréin, de Bután, de Camboya y Brunéi.

Nos son más familiares a los mexicanos, por la herencia cultural iberoamericana, la existencia de las monarquías árabes o islámicas. Ahí identificamos al reino de Arabia Saudita, potencia regional y gran actor energético global, cuyo destino rige el rey Salmán bin Abdulaziz desde 2015, con amplia experiencia en cargos públicos tras ser alcalde de Riad, donde presidió varias organizaciones y como ministro de Defensa. Los politólogos reconocen su astucia política al haber firmado en 2017, un real decreto que autorizaba a las mujeres del reino a conducir automóviles. Otro monarca moderno es el rey de Jordania, Abdalá II hijo del icónico rey Hussein; el jeque de Qatar, Tamim bin Hamad Al Thani, con gran visión estratégica, creaba en 1996 el ya célebre canal de televisión Al-Jazeera que cobraría fama por la oportuna transmisión de los sucesos regionales en la segunda ocupación aliada contra Irak, en 2001. El monarca catarí es también gran promotor del deporte y ha logrado que su Estado sea sede para el Mundial de Futbol en 2022.

Salmán bin Abdulaziz
Rey de Arabaia Saudita, Salmán bin Abdulaziz (Fotografía: Sputnik Mundo).

Entre las casas reinantes vecinas destaca el Emir y Jeque de Kuwait, Sabah IV Al-Ahmad Al-Yaber Al-Sabah. Con México, ese emirato ha alcanzado Memorandos de Entendimiento en materia económico-financiera y de cooperación policial.

Otras cabezas reinantes se asientan en los Emiratos Árabes Unidos (Abu Dabi, Ajmán, Sarja, Dubái, Ras al-Jaima, Umm al-Qaywayn y el de Fuyaira). Inteligentemente, ese conglomerado ha decidido que la jefatura de Estado recaiga en el jeque y emir de Abu Dabi, Jalifa bin Zayed Al Nahyan lo es desde 2004.

En el sureste asiático, Malasia es una monarquía federal parlamentaria que ha apostado a la modernidad y al mismo tiempo sigue el islam como religión mayoritaria. Occidente tuvo conciencia de ese despegue cuando Kuala Lumpur inauguraba las impresionantes Torres Petronas, como símbolo de apertura social. Desde 2006 el sultán es Tuanku Nur Zahirah y el poder político lo ejerce un jefe de Estado federal denominado Yang di-Pertuan Agong.

En pleno siglo XXI este heterogéneo mosaico de jeques, emires, reyes y emperadores, convive y proyecta sus intereses con los Estados que han decidido darse un sistema de gobierno republicano o federativo (Rusia, China, India, Mongolia, Vietnam, los Estados de la Península de Corea, entre otros). De ahí podemos afirmar que las monarquías ya no son, ni pueden ser absolutas, son totalmente pragmáticas.

Nancy Pelosi y Kirstjen Nielsen, mujeres del poder

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La geopolítica no distingue géneros, sólo le atañen los intereses. Y hoy, los intereses de dos mujeres están en el eje de la superpotencia. Una es la demócrata Nancy Pelosi, de quien se diría que está en su mejor momento, tras ser reconocida apenas el domingo como la mujer más importante en la historia política de su país. La fundación de la Biblioteca John F. Kennedy le otorgaba el Premio Profile in Courage (Perfil del valor) a la primera italo-estadounidense en presidir la Cámara de Representantes.

La californiana ha sido una excepción en la política estadounidense. Debutaba en la escena parlamentaria a los 47 años, al obtener un escaño en la Cámara Baja por San Francisco. Otro rasgo que la prensa prácticamente no destaca, es su gran experiencia en materia de inteligencia. Pelosi ha sido la demócrata de mayor rango en el Comité de Inteligencia en ese órgano legislativo.

En 2007 Pelosi personalizaba el rechazo demócrata al plan de George Walker Bush, de aumentar el nivel de tropas en Irak. La legisladora y el líder de la mayoría del Senado, Harry Reid, enviaban al presidente este mensaje el 5 de enero: “No hay solución militar en Irak. Sólo una solución política. Añadir tropas sólo expondrá más a los estadounidenses y reducirá a nuestras tropas a un punto de quiebre por ninguna ganancia estratégica”.

Para México, Nancy Pelosi es una figura de importancia estratégica. De las prioridades en su agenda legislativa depende la ratificación del nuevo T-MEC. También, es clave en el asunto migratorio.

Cabeza de vaca y Nancy Pelosi.
Cabeza de vaca y Nancy Pelosi abrazados.

Ese 7 de abril, cuando Pelosi era agasajada por sus adeptos demócratas, la Casa Blanca anunciaba la renuncia de nuestro segundo personaje: la secretaria de Seguridad Nacional (DHS), Kirstjen Nielsen. Su salida del Gabinete no sorprende, dados las reprensiones que recibía del presidente estadounidense y que eran del dominio público. De ahí que su salida fuese “inevitable” escribe Jonathan Blitzer en The Newyorker.

Algunos atribuyen ese ensañamiento a la “falta de química” entre Trump y Nielsen. Lo cierto y comprobable es que el magnate-presidente no es dado a trabajar con mujeres. Aún así, el magnate le confió la misión de blindar a la superpotencia de la inmigración indocumentada, a coste de separar familias. Sin embargo, la funcionaria no convenció a Trump de abordar la cuestión migratoria con visión profesional.

Nielsen no es improvisada en seguridad interior. Experta en ciberseguridad y gestión de desastres, graduada en Derecho por la Universidad de Virginia y en Servicio Exterior por la Universidad de Georgetown.

Su carta de servicios es sorprendente; en 2004 ya trabajaba en la Administración de Transporte y Seguridad (dependiente del DHS) y fundaba una consultoría de gestión de riesgos. Con Donald Trump sería jefa adjunta del gabinete y en octubre de 2017, se convertía en la tercera persona en dirigir el DHS en la presidencia del magnate, luego de que su mentor, el general John Kelly, dejase el cargo y tras el interinato de Elaine Duke.

Kirstjen Nielsen
Kirstjen Nielsen.

Al asumir el cargo, en el DHS ya operaba la agresiva política anti-inmigrante de Trump. Regía el veto migratorio contra nacionales de países con población de mayoría musulmana y se limitaba el asilo en general. Para Trump, Nielsen era el boleto para mantener a su electorado, de ahí que la convirtiese en abanderada de su durísima política de separar a menores de sus familiares inmigrantes indocumentados, detenidos por ingresar al país.

En sus reprimendas a Nielsen, el presidente le insistía detener “como fuese y al costo que fuese”, el ingreso de inmigrantes por la frontera con México. Le exigía más dureza contra indocumentados –aún a costa de las crecientes críticas y denuncias de defensores de derechos humanos‒. En mayo de 2018 la secretaria amenazó renunciar luego de ser humillada por Trump en una reunión de gabinete.

Para los analistas, el legado de Nielsen será precisamente el llanto de esos menores al momento de ser arrancados de sus padres para ser confinados en centros de detención de inmigrantes. Hace tiempo que esta mujer rigurosa, dedicada y oficiosa, concentraría las denuncias, críticas y ofensas dirigidas contra la política anti-inmigrante de su jefe.

Caravana a EU.
Hondureños en la caravana de migrantes, rumbo a Estados Unidos.

The New York Times la bautizaría como “la enfermera Ratchet”, en recuerdo del rígido personaje de la célebre película One Flew Over the Cuckoo’s Nest. Para otros medios era Joseph Ratzinger (el cardenal que sería el papa Benedicto CVI).

En 2018 todo actuaría en su contra. Aumentaba el número de migrantes centroamericanos en la frontera y cada mes eran arrestados miles de ellos. Trump la acusaba: “¿Por qué no tienes soluciones?”. El pasado 13 de julio, Nielsen con el secretario de Estado, Mike Pompeo, y el secretario del Tesoro, Steven Mnuchin, se reunían en México con el presidente electo, Andrés Manuel López Obrador.

Hoy queda en lugar de la secretaria un veterano de la Oficina de Aduanas y Protección Fronteriza, Kevin McAleenan, hawaiano nacido en 1971 que respalda el discurso contra la inmigración de Trump. Cabe preguntar si al término de su gestión, ¿también le saltarán al cuello como a Nielsen?

Mirada al colonialismo desde el siglo XXI

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Es un desafío analizar el colonialismo desde el siglo XXI. Hace 500 años comenzaba el proceso de ocupación militar, dominio político y explotación económica de territorios, sustraídos a una población originaria más numerosa –catalogada inferior por esa concepción de biopolítica asociada al racismo que citaba Michel Foucault‒, por una minoría extranjera. Pese a sus múltiples rostros, el objetivo del colonialismo era obtener del territorio colonizado todo el beneficio económico, militar y político, mientras se crea la percepción entre los colonizados, que el colonizador es indispensable para su supervivencia. ¡Y claro que ninguna entidad se disculpó por lo que estimaba era casi su “destino manifiesto”!

Se pensaría que el mundo tiene una distinta visión geopolítica en este 2019 y, por tanto, que serían menores los resabios del colonialismo y neocolonialismo. Pero no es así. Hoy potencias y Estados ya no colonizan territorios. Lo hacen las corporaciones que, con visión geopolítica, desarrollan estrategias para controlar espacios y ello se traduce en monopolios de rutas, transportes, mercados, mercancías y precios.

Haití, pobreza.
Haití, pobreza.

Es decir, que el poder se expresa en forma tridimensional: es estratégico, económico y político, por lo que la dependencia de los territorios no soberanos es política-financiera-tecnológica. Cuando las resistencias locales apelan a la Justicia para exigir retribuciones, los depredadores apelan o rechazan cumplir las sentencias

Ésa es la amarga experiencia de 30,000 mil miembros de las naciones Siona, Siekopai, Kofan, Kitchwas, Waorani y Shuar en la amazonia ecuatoriana. El 3 de noviembre de 1993 (hace 25 años), demandaban a la petrolera estadounidense Chevron por la devastación ambiental que ocasionó en sus tierras.

En agosto de 2002 la Corte de Apelaciones de Nueva York remitía el caso a Ecuador; hasta 2011 la Corte de Sucumbíos fallaba contra Chevron y la sentenciaba a pagar 9,500 millones de dólares. Chevron apelaba en 2012 y en 2013 se ratificaba la sentencia; pero en 2018 el Tribunal Arbitral de La Haya daba la razón a la petrolera que se niega a pagar. ¡Cosas de la extraterritorialidad y del mundo trasnacional!

Dron DARPA.
Soldado robot de la DARPA (Agencia de Investigación de Proyectos Avanzados para la Defensa) en Estados Unidos.

Aunque prosigue la competencia por recursos y mercados entre potencias, ha cambiado la forma de obtenerlos. Las disputas ya no se libran como en el colonialismo, cuando los contendientes se veían cara a cara; todo cambió en 2001 con la operación Tormenta del Desierto contra Irak con los ataques aéreos. Ahora vuela sobre Medio Oriente el F-35 Lightning II (Adir, en hebreo), el más avanzado avión de combate por su capacidad ofensiva, sigilo e interconexión con otras naves para compartir información. Es decir, las guerras son de inteligencia artificial como los muy fieros robots-soldados y drones para cumplir a cabalidad el objetivo de succionar el petróleo, extraer el coltán o dominar los choke points del planeta.

Y paradójicamente en esos pasos estratégicos se sitúan excolonias británicas, españolas y francesas. Haití, las islas Malvinas, Guyana, Caimán, Palestina, Martinica, Turcas y Caicos, Gibraltar y Bermudas, tienen en común que son producto del colonialismo europeo; aunque hoy que se administren por acuerdos entre la población local y las ex-metrópolis.

Puerto Rico es un caso de neocolonialismo olvidado por analistas, humanistas y periodistas. El analista Luismi Uharte describía así al Estado-Asociado de Estados Unidos en marzo de 2018: “Puerto Rico, el último país del continente americano de habla castellana pendiente de independizarse, se encuentra sumergido en una crisis económica descomunal, donde se combinan bancarrota, deuda impagable y una absoluta falta de soberanía económica”.

Efectos del Huracán María en Puerto Rico.

No sólo la superpotencia tiene grandes deudas con sus neo-colonias; también las posesiones galas padecen el lastre colonial. “Vestigios de un pasado imperial, los departamentos y colectividades de ultramar han otorgado a Francia una posición geoestratégica envidiable a lo largo y ancho del planeta. Sin embargo, en el ámbito socioeconómico siguen muy lejos del nivel de la metrópoli, su auténtico sostén. Por eso las manifestaciones de descontento social brotaron en varios departamentos en el pasado, el más reciente serían los graves disturbios en la Guyana”. Así las retrataba en agosto de 2017 el especialista en Estudios Euromediterráneos, Pablo Moral, en “Lejos de la grandeur: los territorios franceses de ultramar”.

Y ahora, como hace 500 años, la nación indígena Wayuu de la Guajira colombiana, protagoniza una resistencia anticolonial por la impune ocupación-contaminación-desecación de su territorio, hoy expropiado por la minería multinacional. En consecuencia, al trastocarse su medio ambiente se ha alterado la forma tradicional de alimentación de esa comunidad, que al tiempo que llora la pérdida de 26 fuentes de aguas, enfrenta amenazas de muerte para desalojar la zona. Ése es el neo-neo-colonialismo que es igual al colonialismo clásico y por el que, naturalmente, ninguna entidad o persona se ha disculpado.