Hoy se construyen y difunden masivamente percepciones emotivas que penetran en la opinión pública para diseñar sus preferencias políticas, económicas y sociales. Así, en pleno siglo XXI los rusos siguen siendo enemigos del “mundo libre”, y aunque ya no se comen a los niños ‒como aseguraba la geopolítica de la Guerra Fría‒ hoy se afirma que intervinieron en la elección presidencial de Estados Unidos. Los receptores de esos contenidos también lo son de versiones donde hackers de Pyongyang y Beijing atacan masivamente las más secretas agencias de inteligencia occidentales o el presidente sirio lanza un ataque químico contra su propio pueblo a sabiendas de que sufriría represalias del Pentágono, y donde hay países buenos, malos y súper malos. Ese mundo de simplismo y suspicacias reduce al ciudadano a mera opinión pública y olvida que el periodismo cruza información, diversifica fuentes y se aleja del interés político.
Mentir o distorsionar la realidad es el fenómeno al alza llamado “posverdad”. Ese neologismo circula desde 2004 cuando el sociólogo Ralph Keyes examinó su alcance social y en 2010 el bloguero David Roberts lo usó para describir a los políticos que negaban la existencia del cambio climático. Apenas en septiembre de 2016 la editorial de The Economist advertía: el uso del engaño hoy es más intenso y tiene mayor capacidad de penetración que nunca.
Mentir para controlar, y la clave de esa estrategia es la distracción, refiere Noam Chomsky en “Armas silenciosas para guerras tranquilas”. Mantener al público ocupado sin tiempo para pensar en los verdaderos problemas, despolitiza, confunde y exacerba ánimos. Un ejemplo es el RusiaGate. Corporaciones mediáticas como The New York Times, The Washington Post, Der Spiegel, CNN, Fox News, OGlobo, Euronews y BBC –cada vez menos estatal– son la única fuente informativa de millones de estadounidenses, mexicanos, franceses, brasileños o australianos en torno a ese tema. Las construcciones discursivas de esos medios no son inocentes, basta recordar la asociación entre el mundo árabe y musulmán con el terrorismo o la de los inmigrantes mexicanos con el narcotráfico.
Además del interés económico de la llamada “gran prensa” está el periodismo negro con claro objetivo político. El articulista y ex asesor del gobierno alemán Udo Ulfkotte reconoció: Mentí, traicioné, recibí sobornos y oculté la verdad a la opinión pública en la campaña antirrusa por la crisis en Ucrania. Lo hice por órdenes de la Agencia Central de Inteligencia (CIA) y medios como Frankfurter Rundschau o Der Spiegel siguieron una consigna anti-rusa, señaló Ulfkotte al portal Sputnikbig en 2015. En otra deliberada manipulación en las redes sociales, se usa la imagen de una golpiza policíaca contra civiles en Egipto en 2011, como un acto ocurrido en Venezuela en 2016. Nadie asumió la responsabilidad y los mass media callaron.
Tampoco es inocente que líderes de opinión sostengan hipótesis sin documentar. El periodista Bob Woodward, uno de los artífices de la primera investigación periodística que arrinconó a un presidente en Estados Unidos, el célebre caso Watergate, afirmó que la injerencia rusa (no antepuso el adjetivo ‘supuesta’) en las pasadas elecciones de su país fue por orden de Vladimir Putin para interferir en las elecciones de Estados Unidos en una clásica operación de espionaje. Paradójicamente, en su conferencia en el Management & Bussiness Summit de AtresMedia en Madrid, Woodward recordó que su país hizo lo mismo “en las elecciones de Irán en los cincuenta” (en alusión al golpe que derrotó al presidente iraní Mossadegh). Algo así como: “Si EE. UU. lo hizo, también Rusia”.
Enseguida, el laureado periodista sugirió a sus noveles y consagrados colegas “seguir escarbando e ir a Moscú” sin esperar el resultado de las investigaciones de instituciones como la Oficina Federal de Investigación (FBI). Así, con un ánimo que ejemplifica la estrategia de la posverdad, el veterano reportero de The Washington Post invitaba a su audiencia a aventurarse al otro lado del mundo para constatar la histeria anti-Rusia, no los hechos.
En contraste, el creador de la World Wide Web (www) Tim Berners-Lee, alertó que la posverdad es un peligro que acecha a la Red. Al conmemorar los 28 años de la internet, Berners-Lee recordó que la concibió como plataforma para que personas y naciones compartieran información y colaboraran más allá de su geografía y cultura. Sin embargo, señaló que quienes tienen malas intenciones “engañan para obtener beneficios propios”.
Como conclusión, cabe recordar que el periodismo nació con la dignidad de revelar la verdad. Que en pleno siglo XXI se apueste por premisas falsas y noticas engañosas, cuando se goza del uso de maravillosas tecnologías de la información y magníficos profesionistas de la comunicación, es faltar al compromiso de acercar al conocimiento a más de 7 mil millones de personas.