De todo y de nada

Cuando ellos despertaron… todo seguía siendo política

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#CuandoDespertaron

Había una vez un dirigente de un partido quien, mientras dormía, soñaba que le habían encomendado ganar una elección a como diera lugar. Al tratarse del partido que detentaba el poder, este dirigente recibía órdenes de sus superiores. No procedía solo y su margen de decisión era, por no decir poco, casi nulo. Pero eso iba a cambiar, en los sueños, todo era posible.

Mientras soñaba, el dirigente revisaba los perfiles de los precandidatos y encontró que, en un estado del sur de país, uno de los precandidatos había sido acusado por violación. Su indignación era total.

—¡Cómo era posible que siquiera pudiera registrarse como precandidato una persona acusada de semejante delito!, pensaba el dirigente.

Seguía su sueño y se veía como todo un super héroe (con capa y toda la cosa) y que, levantando el vuelo cual superman, llegaba al palacio de su superior y le informaba sobre su hallazgo. Su superior, indignado, le ordenaba que por ningún motivo permitiera que ese precandidato siquiera participara en la elección interna. Había muchas personas valiosas en ese estado que perfectamente podrían ser los candidatos, sin esa sombra de duda que aquejaba al precandidato mencionado. Reconfortado, el dirigente voló de regreso y rápidamente anunció a todo lo largo y ancho del país, que retiraban a ese precandidato y que, si quería ir a la contienda, no lo haría arropado por su partido. La ovación no se hizo esperar, sobre todo la de las mujeres de ese estado del sur del país quienes, agraviadas, se sentían liberadas de no tener la posibilidad de que su gobernante fuera un violador.

El dirigente despertó de su sueño y estaba muy contento, se sentía reconfortado; pero unos momentos después, se miró al espejo y recordó quién era. Ya no tenía la capa, ni parecía súper héroe. Recordó que el personaje violador, que veía en su sueño, no había sido detenido y que el partido que aquel dirigente encabezaba, lo arropaba. Se deprimió entonces.


Había una vez un hombre supremo quien, mientras dormía, soñaba que todo funcionaba bien en el país que gobernaba. La pobreza no existía, el desarrollo económico era impresionante y el empleo crecía de forma exponencial. La violencia e inseguridad eran cosas del pasado y su combate a la corrupción había sido tan efectivo, que ahora todas las compras de gobierno eran concursadas, informadas en el preciso momento en que se llevaban a cabo y perfectamente registradas. Este hombre supremo vio entrar, por la ventana de su palacio, a un súper héroe vestido de capa. Era el dirigente de su partido. Lo recibió con júbilo y, cuando escuchó sobre el hallazgo de aquel hombre que osó registrarse como precandidato del partido donde ellos militaban, aun siendo acusado por violación, el hombre supremo le ordenó a su dirigente que, por ningún motivo permitieran que ese precandidato siquiera participara en la elección interna.

El hombre supremo despertó de su sueño y estaba muy contento, se sentía reconfortado, después se miró al espejo y recordó quién era. Estaba convencido de que todo lo que hacía estaba bien, y que lo que había soñado era lo que estaba pasando en el país que gobernaba. Lo único que no le cuadraba del sueño era por qué le había ordenado a su dirigente que no permitiera que ese precandidato violador participara en la elección interna. Se regocijó de recordar que eso sólo lo había soñado y que efectivamente, para él, lo importante es quién pueda llegar a ganar una elección y no qué antecedentes tenga.


sueno bestia

Había una vez un candidato a un gobierno de un estado del sur de un país quien, mientras dormía, soñaba. Para él era un sueño dulce, pero para cualquiera que viera lo que soñaba, era una pesadilla. En el sueño, sometía a mujeres, las amedrentaba. Las violaba una y otra vez. Aparecían más mujeres afectadas, en la medida en que el candidato tenía más poder. Se regocijaba del poder y lo usaba para tener más mujeres sometidas, asustadas y vulnerables. Su risa era una carcajada malévola. Se sentía un animal poderoso y bufaba estruendosamente mientras las mujeres trataban de huir sin conseguirlo. Las pisoteaba, las tomaba del cuello y las engullía como un monstruo hambriento. Después, veía en su sueño cómo todo se le venía abajo, porque un super héroe llamado dirigente y su superior lo dejaban solo y no apoyaban su candidatura.

El candidato despertó de su sueño y estaba muy angustiado, su corazón palpitaba aceleradamente y sudaba.

—“¡Cómo es posible que me quitaran mi candidatura!”, pensaba.

Se miró al espejo y recordó quién era. Se sintió tranquilo y en paz, seguía siendo candidato y sus sueños se harían realidad. Por lo menos eso pensaba él.


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#SistemaEducativo

La oración que sirve como título de mi artículo, no la dije yo. El pasado 14 de febrero, durante la entrevista que Andrés Oppenheimer sostuvo con Bill Gates, en su programa de CNN, el magnate estadounidense reveló lo que, a su parecer, es el mayor problema de países como México: la educación. Más que la educación en sí misma, el sistema educativo que se tiene en México.

La entrevista me pareció muy interesante y coincide con lo que siempre he pregonado, que el mayor problema de nuestro país es su educación. Es interesante rescatar algunas frases del fundador de Microsoft, quien es un vivo ejemplo de que la economía del conocimiento –donde la educación le sirvió para crear los sistemas que hoy miles de millones de personas utilizan en sus computadoras, para trabajar, estudiar y entretenerse– es además una economía sumamente lucrativa e incluyente.  

Gates dijo en la entrevista, literal,

“En general, el sistema educativo en México es muy débil, por ejemplo, en la rendición de cuentas de los maestros…”

también comentó,

“… tener un buen sistema educativo es mucho más importante que sacar petróleo del subsuelo. Después de todo, un buen sistema educativo te permite tener ciudadanos informados, con vidas plenas. …así que México puede tener un futuro muy brillante sin el petróleo, porque su principal recurso es su gente”.

Para cerrar, y ya no sólo hablando sobre México, sino en general, Gates dijo,

“La clave para mí es enfocarse en la educación, lograr que los niños puedan involucrarse en una buena educación, en una edad temprana y logren desarrollar la confianza en sí mismos, que necesitan”.

También señaló,

“…si tienes una buena educación, siempre habrá un trabajo disponible”.

Y destacó esta frase,

“…buenos sistemas educativos donde les exijas a los maestros, los más altos estándares”.

Gates habló de muchas cosas más, como el cambio climático, la pandemia y hasta de la felicidad. Recomiendo mucho la entrevista, pero lo que resalto en párrafos anteriores sobre la misma, es para ponerle la mayor atención. Un pueblo bien educado cuenta con más información, por lo tanto, puede investigar un mayor número de opciones para desarrollar sus habilidades. El conocimiento es clave en el desarrollo de las personas y las economías.

Coincido con Gates en que es clave que los maestros estén obligados a ejercicios de rendición de cuentas. A menos que se cuente con personal docente de calidad, por más que destinemos millones y millones de pesos en educación, ésta nunca será verdaderamente de calidad. Tener, durante nuestro paso por las aulas, muchos malos maestros, lo único que trae es una transmisión de mucha más mala educación a lo largo y ancho del país.

En México, el Sindicato Nacional de Trabajadores de la Educación (SNTE) agrupa al mayor número de afiliados de cualquier sindicato en México y su labor se ha ido transformando con el tiempo para convertirse en un órgano político. Incluso su lema “por la educación al servicio del Pueblo” se ha desvirtuado a tal grado que pareciera ser algo más cercano a “por la educación al servicio del mandatario en turno”. Otros sindicatos están peor, como la Coordinadora Nacional de Trabajadores de la Educación (CNTE), que más bien opera como una camarilla de violentos que han frenado el desarrollo educativo, económico y social en entidades como Michoacán u Oaxaca.

Hoy por hoy, ningún sindicato de la educación en México es modelo de excelencia. No exigen rendición de cuentas a sus afiliados, no los evalúan, los explotan, sirven de comparsa con las autoridades para conseguir votos y se destacan más por sus escándalos de corrupción y sus abusos.

En México, las autoridades, a lo largo de los años, siempre han visto a la educación como un tema político; y así han resuelto todas las cuestiones del tema, pensando únicamente en las consecuencias políticas.

En educación lo primero que se debería tomar en cuenta es el desarrollo individual de excelencia, para así, llegar a un desarrollo colectivo de excelencia que a su vez nos lleve a un desarrollo social y económico óptimo. Muchas naciones ya lo entendieron y por eso se han desarrollado de forma acelerada. Corea del Sur y España, hace poco más de cinco décadas, eran economías menos desarrolladas que la mexicana; hoy son más grandes y sus sistemas educativos han contribuido a que eso suceda.

La educación está directamente relacionada con el desarrollo de las naciones. Generalmente, en países donde hay mala educación, hay más pobreza, más desigualdad, más violencia, más inseguridad y menos oportunidades. Asimismo, en los países con buena educación pasa exactamente lo contrario; la pobreza disminuye, hay menos desigualdad, menos inseguridad y violencia y hay más opciones para desarrollarse como individuo.

Si la política económica de nuestro gobierno sigue basándose en la explotación de nuestros recursos naturales y no invierte en su mayor recurso, que es el humano, donde realmente vayamos hacia una economía del conocimiento, nos tardaremos mucho más en ser un país desarrollado, donde todos los mexicanos tengamos oportunidades para salir adelante, con el riesgo, además, de que México se empobrezca más, se polarice más y sea más violento.

En la educación no cabe la política. Sin un buen sistema educativo, este país no podrá salir adelante. Todos los problemas que hay en México tienen como trasfondo una mala educación. ¿Hasta cuándo lo van a entender nuestras autoridades?


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¿Qué representa la cifra 166,731?

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#166731

Este número, que ahora funge como título de mi artículo de esta semana, si lo vemos así, solo y sin explicación, no deja de ser sólo eso, un número. ¿Es mucho, es poco o qué representa? Es muy difícil de saber si sólo lo vemos así, aislado.

166,731 pesos pueden ser una cantidad muy significativa para una familia promedio mexicana, una cifra inalcanzable para la población más pobre de nuestro país, un mes de salario para un alto ejecutivo o hasta una propina para algún ricachón que se hospedó algunos días en un hotel de super lujo. Al final, ese número, en términos monetarios, es relativo y percibido de forma diametralmente opuesta por alguien que tiene poco o mucho dinero.

166,731 personas pueden ser muchas o pocas, otra vez, dependiendo en qué contexto los pongas. Una ciudad de 166,731 personas puede considerase un pueblo grande o una ciudad pequeña. Con 166,731 personas llenas el Estadio Azteca y te sobran personas, pero no podrías llenarlo una segunda vez porque te quedarían lugares vacíos. En la CDMX, 166,731 personas apenas rebasan el número de habitantes de la alcaldía menos poblada, Milpa Alta; cada una de las demás alcaldías tienen, por sí solas, muchos más pobladores.

Todos los días amanecemos con un número para todo, desde el horario, la fecha, el tipo de cambio, el IPC, el precio de la tortilla y ahora, a partir del 2020, los muertos por Covid. Lo triste es que ya también, a ese número, lo vemos con la misma frialdad y, aunque suene paradójico, naturalidad. 166,731 son los muertos de Covid que hay en México hasta el día de hoy, por lo menos oficiales.

166,731 historias de muerte, de desolación, de tristeza y de dolor, hacen de ese número, uno muy grande.

Cada una de estas 166,731 personas eran hijos, padres, hermanos, amigos o colegas. Había parejas amorosas, trabajadores incansables, cantantes, artistas y padres responsables. Había abuelos respetados, madres cariñosas y hermanos entrañables. Para alguien, eso representaba la persona que murió.

Los que mueren, hayan sido buenas o malas personas, siempre dejan deudos, gente triste, personas que los amaban y que los llorarán. Si bien 166,731 personas muertas son muchas, créanme, el número de personas heridas es muchísimo mayor. Familias enteras se han quebrado por una sola muerte.

No podemos decir que en México vamos bien cuando hay cientos de miles de deudos, por cientos de miles de muertos. No vamos bien. Para seguir hablando de números, no puedo entender que vayamos bien si somos el país número 10 en población y somos el 3 en defunciones. Ni India o China, con más de mil millones de personas cada uno, tienen tantas defunciones como nosotros. Así de fácil, esos numeritos nos dicen que no vamos bien.

Me encantan los números porque son objetivos (mientras no se manipulen). Estos son difíciles de politizar; y hoy, exigir al gobierno que ponga todas sus baterías para controlar esta pandemia, no es politiquería, es una obligación de cada mexicano. No podemos permitir que se siga llevando una política de “salud” como la que estamos viendo, en la que los gobernantes nos dicen que “vamos bien” mientras que los números muestran otra cosa.

En el programa de vacunación que viene para Covid, veremos si el gobierno mejora. Hoy ya empezó mal. No estamos viendo ningún resultado y cada día que pase sin ver claridad sobre el programa, este número –166,731– se irá incrementando.

¿Dónde están las vacunas? ¿Por qué no se están aplicando? ¿Por qué reservan información sobre la adquisición de las mismas, en vez de transparentar el proceso? ¿Por qué usar a siervos de la nación para aplicarlas, cuando los programas de vacunación en México siempre habían sido ejemplo para otros países? ¿Por qué no hay resultados? Ya ha habido 166,731 víctimas, ¿cuántas más tendrán que haber para que se haga algo? Es momento de despertar y de exigir.

Los números son los que dicen la verdad, no los discursos.


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Mis reflexiones del año 2020 (Segunda parte)

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#Reflexiones2020

Como les adelanté en mi artículo anterior –Mis reflexiones del año 2020. (Primera parte)– en esta segunda parte hablo de lo que el 2020, el Covid y la crisis sanitaria, nos dejan en lo intrínseco, en lo íntimo, en el ser con el que nos dormimos y levantamos todos los días. En ese ser que vemos en el espejo. Aquí, me parece, que el resultado es sin duda mucho más positivo (o debería serlo).

Nunca antes, la humanidad había sido tan consciente de su fragilidad. La muerte es algo que todos sabemos que existe, que es lo único que sabemos con total certeza en la vida que va a pasar (aunque nunca estamos listos para ella) y que a todos nos llegará algún día. Lo que el 2020 dejó al descubierto es que la mayoría, por instinto, naturaleza, o por lo que cada quien quiera, valora la vida y su salud. Esa fragilidad nos hizo, espero que a una buena parte de la población mundial, mucho más empáticos, solidarios y compasivos. Vimos a los demás como iguales, porque esta crisis sanitaria no distinguió entre ricos y pobres, entre letrados e iletrados o entre género o raza. Sin duda, nos pegó a todos y con todo. Nos hizo más reflexivos y más pacientes.

El confinamiento nos hizo creativos. ¿Cuántos han aprendido a cocinar, un nuevo idioma o incluso hasta a barrer? Nos hizo ser más participativos. En muchas de las casas, todos ayudaban más y tenían que combinar el trabajo remoto, el estudio y los deberes de casa porque todos compartían el mismo techo (aunque antes también lo hacían, pero no de forma tan intensiva). Aprendimos tecnología porque no nos quedó de otra. En el momento más álgido de la pandemia, la tecnología se convirtió en la forma más efectiva de comunicarse y, en muchos casos, de trabajar.

Le dimos más valor a nuestras relaciones, quizás porque ahora no podíamos estar cerca de nuestras querencias y a veces de nuestros amores. Los padres mayores estaban lejos de sus hijos, los hermanos se dejaron de ver y con los amigos se dialogaba en pantallas frías y sin el calor de un abrazo.

El 2020 nos hizo más organizados, más ahorrativos, menos superfluos. Nos hizo valorar nuestra libertad y nuestras relaciones. Sentirnos vulnerables nos hizo más humildes y eso, definitivamente, nos hace ser mejores seres humanos.

La generosidad brotó ya que nos cuidamos nosotros mismos, para estar bien, pero también para que los demás estuvieran bien. Cuando no sólo piensas en ti, eres generoso; y en la medida en que estuvimos atentos a los cuidados que debíamos tener y que sí tuvimos, nos volvimos seres mucho más cercanos a los otros (aunque estuviéramos lejos).

Entendimos que somos más fuertes unidos que desunidos y que, si de forma consciente más personas respetaban los protocolos, menor sería el contagio y los muertos.

El convivir en confinamiento con otras personas es difícil. Si en verdad aprendimos a ser tolerantes, entonces el 2020 nos dejó algo que podremos usar el resto de nuestras vidas. La tolerancia es un elemento de buen trato entre las personas y las naciones, y siempre construye.

Nos volvimos más simples. Gozamos cosas que antes dábamos por sentadas y que ya ni apreciábamos, como sentir el aire fresco en la cara, admirar un atardecer o disfrutar de una salida a caminar.

Comprendimos que todos somos iguales y agradecimos todos los privilegios que tenemos unos pocos y que muchos no tienen: una casa, la posibilidad de resguardarnos y trabajar desde el hogar, una familia que nos quiere. Sin duda eso nos hizo mucho más agradecidos.

En tiempos de crisis, si aprendemos, somos agradecidos y sensibles con los demás. Saldremos mucho más fortalecidos, con mayor grandeza y con los corazones llenos de amor, entusiasmo por la vida, y atentos por el bienestar de los demás.

A mí el 2020 me llenó el corazón de cosas buenas y me enseñó a filtrar lo que realmente vale la pena y lo que nos hace perder el tiempo. Entendí que las envidias, el resentimiento y las culpas, lo único que hacen es envenenarnos el alma. Entendí que el perdón es el mejor aliado para tener paz, y que sin amor, la vida misma no tiene sentido.

No podemos ser los mismos después de esta pandemia, no pueden volver a estar las cosas como estaban antes del 2020; sería un tiempo precioso desperdiciado, un vacío de aprendizaje cuando cada día teníamos una lección que aprender. Sería, en pocas palabras, pasar de noche por la vida misma.

Que el 2020 aleccionador nos haya preparado para ser mejores seres humanos en los años posteriores, es mi mejor deseo en estas fiestas decembrinas.

Mucha salud, mucho amor y mucha sabiduría.

¡Felicidades!


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Mis reflexiones del año 2020 (Primera parte)

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#Reflexiones2020

El 2020 será recordado como el año en que el mundo se paró.

Hoy quiero compartirles unas reflexiones que dividiré en dos partes:

⋅ La primera tiene que ver con lo vivido, con los acontecimientos fuera del ser humano, de lo externo, de lo que pasa allá afuera. Lejos de nuestro pensamiento, de nuestra emoción y de nuestro espíritu.
⋅ La segunda es, precisamente, lo intrínseco, de lo íntimo, del ser. Por lo menos lo que yo reflexiono de eso. Lo que está cerca, lo que es de uno.

No hubo un rincón del planeta que no se viera afectado por el covid-19. Ese bicho microscópico que se mete en el cuerpo de los humanos y lo altera de formas tan diversas. Ese bicho que parece diseñado para matar a la gente mayor, con diabetes y con obesidad mórbida. Casualmente, tres de los sectores más costosos para los sistemas de salud del mundo.

Hay quienes, invocando teorías de la conspiración, señalan que el bicho se inventó para generar una “poda” humana, en donde sobrevivan los más dotados, porque ya no alcanza para que todos vivamos en este mundo. Será cierto o no, es difícil de responder. Todo puede ser.

Al final, el bicho –como le digo yo al temido virus– nos tomó a todos por sorpresa, nos doblegó y nos hizo pensar y repensar las cosas que son importantes en nuestra vida, empezando por la vida misma. Mientras que en China esta “enfermedad” se propagó hacia finales del 2019, al resto del mundo fue entrando como una ola que se movía hacia el occidente a Europa y hacia el oriente a América.

A México llega en marzo, y los primeros casos resonaron. Hubo ricos contagiados en Vail, murió el presidente de la Bolsa Mexicana de Valores y hubo un comentario tonto e irresponsable de un gobernador que dijo que ésta era una enfermedad de ricos. Parecía que no duraría mucho. Escuchamos que en España e Italia las restricciones se incrementaban porque la enfermedad y sus consecuencias se les habían salido de las manos, mientras que acá, en nuestro país, no nos preocupaba; o por lo menos a nuestras autoridades no les preocupaba.

México era impenetrable, o así nos lo hacían sentir. Se escuchó al presidente decir, en pocas palabras, que sólo a los malos les daba covid. “No mentir, no robar y no traicionar ayuda mucho para que no dé covid” se atrevió a decir por aquellos días de junio. Por las mismas fechas, López-Gatell, el zar anticovid, dijo que 60 mil fallecimientos por covid sería un escenario catastrófico; y luego ya no supo ni qué decir cuando día a día, mes con mes, el número subía de forma alarmante, a tal grado que ya nadie lo tomaba –ni lo toma– en serio.

El porcentaje de muertos contra el número de contagiados se volvió alarmante y, por muchos meses, nos convertimos en uno de los países con mayor índice de mortandad en el mundo (arriba del 10%). Cuando escucho que ahora hay “un repunte” me pregunto, ¿y cuándo bajó?

La sociedad vio a un país descompuesto entre la ineptitud, la irresponsabilidad, el encono y la polarización, que hasta este día persiste. Veíamos cómo países, con población cercana a la nuestra, tenían niveles de contagios mucho menores, como era y es el caso de Japón. Y una vez más quedó de manifiesto que, la razón fundamental por la que aquí no controlamos la expansión del bicho, fue porque no hubo consciencia social; y desafortunadamente no hubo esa consciencia social porque no somos un país educado.

Entre más reflexiono en mi vida sobre los problemas de México, siempre concluyo que el mayor de todos es la pobreza educativa. La gente pareciera no tener sed de aprender y, por si fuera poco, nuestros sistemas de educación no fomentan que la ciudadanía aprenda. Muchos me dicen que primero hay que alimentar para poder luego educar. Yo creo que en la medida en que pudiéramos educar a más personas, en la misma medida bajaría el hambre, la marginación y la pobreza. El 2020 nos exhibió como un país ignorante y, por lo mismo, vulnerable a una problemática como la pandemia.

Hoy todavía estamos en la incertidumbre de qué va a pasar. No se ve aún la luz al final del túnel; y los semáforos rojos y naranjas juegan con el colectivo para convivir un poquito y para cuidarnos un poquito. No hubo una política adecuada en materia de salud. La economía, que de por sí venía desacelerándose antes de la pandemia, se contrajo todavía más. Miles de empresas cerraron, varios cientos de miles de empleos se perdieron y mucha gente enfermó y murió. A tal grado que hoy, el covid, es la causa de muerte más importante.

Lo peor es que, mientras la economía sucumbía, la inseguridad y la violencia no dejaron de crecer. En un país que no crece y, además se empobrece, se pueden tener escenarios de inseguridad alarmantes.

Unos, los malosos, aprovechan el desempleo y la pobreza para reclutar entre sus filas a nuevos colaboradores quienes, ignorantes, se van con el espejismo del dinero fácil, convirtiéndose así en delincuentes.
Otros, los desesperados, delinquen porque no ven opciones. Esas opciones las tendrían, o generarían ellos mismos, si hubieran sido educados en algún momento –¿ven cómo siempre sale el tema de la educación en cualquier rubro?–. El hambre no es buen consejero y puede convertir a un buen hombre en un ladrón.

México no termina bien el 2020. Lo empezó mal y lo terminó peor. Yo, positivo por naturaleza, creo que no por eso los mexicanos estamos peor que antes. Creo que esta pandemia, esta crisis del 2020, nos da cosas muy importantes y buenas para el futuro. Herramientas útiles para la vida y para ser mejores. El verdadero valor de las personas está en lo interno y no en lo externo, y de eso hablaré en la segunda parte.


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¡Viva México! (A medias)

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#VivaMexico

Este país me ha dado la alegría de vivir y experimentar momentos inolvidables, a la gente que más quiero, mi sustento y mis propósitos. A este país le debo mi educación, las oportunidades que he tenido para crecer personal y profesionalmente, así como mis privilegios. En pocas palabras, para mí ha sido una bendición nacer y desarrollarme en México.

Sólo que más del 80% de todo lo que he recibido en mi país tiene que ver con que nací en una clase social privilegiada donde, por el simple hecho de nacer, pareciera que ya tienes más derechos que el 95% de la población que nació en condiciones mucho menos favorables.

Ese 5% de los mexicanos hemos crecido en un México para muy pocos y donde no tenemos que levantarnos todos los días preocupados y pensando en:

Qué vamos a comer;
Cuál brecha voy a tomar de camino al trabajo para que no me asalten;
Tener que levantarme cuatro o cinco horas antes de que inicie mi jornada laboral para tener agua, que ésta se pueda calentar –en caso de contar con los medios para calentarla– y pueda darme un baño;
La variedad de transportes públicos que deberé tomar para poder, por fin, llegar a mi lugar de trabajo;
Que nuestros hijos seguramente respirarán heces y polvo, porque sus escuelas no cuentan siquiera con piso o instalaciones sanitarias;
El desabasto de medicinas porque como no padecemos la burocracia del IMSS o el ISSSTE, ya que contamos con hospitales privados que nos resuelven cualquier problema médico, ni nos pasa por la cabeza lo que sufren aquellos “menos afortunados”;
Que no tenemos que esperar semanas para que nos den una cita en una clínica, sin importar la especialidad médica de la que se trate, aunque el problema de salud sea grave y en ocasiones mortal.

No, a ese 5% de la población no le pasa eso. Quienes formamos parte de ese 5% tenemos un México maravilloso porque lo privado –en la mayoría de las veces– es mejor que lo público, sobre todo en las cosas más esenciales como son la salud y la educación. Porque la permeabilidad social no existe y pareciera que ese 5% no quisiera que hubiera más privilegiados.

Alguna vez leí o escuché que 7 de cada 10 mexicanos que nacen pobres se quedan pobres el resto de sus vidas. Ése es el verdadero México, así que… ¿Viva México?

México no es nada sin sus ciudadanos, y si cada vez hay más pobreza, México es más pobre y no vive, muere. Hoy todos le debemos a México, principalmente aquellos quienes tenemos más oportunidades, porque somos los que tendríamos mayor responsabilidad para crear mejores condiciones de vida para las personas que menos tienen y que cada vez haya menos pobres en nuestro país.

Los gobernantes de este país, quienes diseñan y ejecutan las políticas públicas para el desarrollo de sus ciudadanos, los legisladores que proponen y aprueban las leyes que nos rigen, así como los jueces y magistrados que vigilan y pugnan por la aplicación y el cumplimiento de las mismas, son la primera línea de responsabilidad para que a más mexicanos les vaya bien, tengan mejores oportunidades y salgan de la pobreza. Después estamos todos los demás que somos parte de ese pequeño porcentaje que nos educamos y nos alimentamos mejor y tuvimos más oportunidades para desarrollarnos en plenitud.

Cada uno, desde su trinchera, debe pensar en cómo ayudar para que la permeabilidad social cambie y haya cada vez menos pobres. No cabe decir que, porque no soy gobernante, “no me toca”. A todos los que tenemos más, nos toca ver cómo ayudamos a quienes tienen menos. El país nos necesita a todos y entonces, ahora sí, podremos gritar a los cuatro vientos: ¡Que Viva México! Un México que hoy, tristemente, estamos viendo morir un poquito, cada día.


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No usar cubrebocas refleja mala educación

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#SinCubrebocas  #MalaEducación

Una diferencia fundamental ha hecho que países con más o menos el mismo número de habitantes que México, como es el caso de Japón –y que incluso tienen una mayor densidad poblacional, como resultado de su condición geográfica– tengan menos de 60 mil contagios y menos de 2 mil decesos; mientras que en México llevamos más de 500 mil contagios y más de 50 mil muertos. ¿Cuál ha sido esa diferencia fundamental? La respuesta es: el uso del cubrebocas. Allá en el lejano Oriente, desde el Primer Ministro japonés Shinzō Abe, incluyendo a todos los miembros de su gabinete y los miembros de la dieta nacional, hasta la persona más humilde del pueblo más apartado del Japón rural, están todo el tiempo usando el cubrebocas. Esos países de Oriente tienen otras experiencias recientes de epidemias y han desarrollado la cultura del uso del cubrebocas, probando sin lugar a duda su eficacia.

¿Por qué en México no se sigue esa buena práctica de Japón? La respuesta es simple y dolorosa; y podría explicarse en tres palabras lapidarias: ¡FALTA DE EDUCACIÓN!

¿Qué hace una persona educada?

1. La persona educada… estudia e investiga las mejores formas para no contagiarse y no contagiar a los demás. Hay literatura de sobra que claramente indica que el uso del cubrebocas es fundamental para evitar contagios.
2. La persona educada… no puede ser manipulada por sus líderes y, por ende, no los siguen ciegamente ni les hacen caso en todo cuanto pregonan. Saben perfectamente discernir entre lo que está bien o mal. Esas personas saben que, aunque los líderes no usen cubrebocas, ellos sí lo usarán porque es lo adecuado, lo correcto y, en pocas palabras, es de gente educada.
3. La persona educada… siente empatía por los demás y por esa razón sabe la importancia de no pensar únicamente en él o ella y que, al vivir en sociedad, cualquiera cosa que haga incide en los otros.
4. La persona educada… no es soberbia. La verdadera educación no sólo está en los títulos que hayas logrado o libros que hayas leído, tiene mucho más que ver con tu actitud ante la vida y con los demás. Los soberbios, no son gente educada.
5. La persona educada… no usa sus complejos para agredir a los demás. No hay ser humano que se salve de tener algún complejo, unos en mayor y otros en menor medida. La diferencia estriba en cómo afectas a los demás con ellos. Si por sentirte poderoso necesitas hacerle ver a los demás que tú no necesitas usar un cubrebocas, reflejas claramente un complejo de inferioridad y estás actuando sin pensar en los demás. Eso, definitivamente, no es una conducta de una persona educada.
6. La persona educada… sigue las reglas sociales mínimas de convivencia. Por eso evolucionan las sociedades y hay orden en vez de caos. No es por simple coincidencia que los países más evolucionados, donde se siguen las normas y se respetan las leyes, sean los países más educados.
7. La persona educada… es responsable. Cumple con lo que le corresponde. Si tiene una posición de autoridad, entonces su responsabilidad es mayor y en los resultados de su actuar se ve si se trata de una persona educada o no. Si no están usando cubrebocas, no están siendo responsables. Recordemos aquella frase que dice “forma es fondo”.
8. La persona educada… no es prepotente. Cuando ves autoridades paseándose por supermercados sin el uso del cubrebocas, sólo puedes pensar en una cosa: prepotencia. Piensan que, porque son la autoridad, pueden hacer lo que les da la gana. Nada demuestra mejor la falta de educación, que una conducta prepotente. Creer que alguien tiene un valor por arriba de otros, o es mejor por el puesto que tiene o porque tiene una situación económica más holgada que los demás, lo único que demuestra es ignorancia y falta de empatía; y, como vimos en el punto tres, atrás de la falta de empatía hay una educación muy pobre.

México es un país muy mal educado y con el ejemplo del uso del cubrebocas esto se refleja una vez más. Definitivamente, si todos usáramos cubrebocas, no habría tantos contagiados y fallecidos.

¿Hasta cuándo se entenderá en nuestro país que, el trasfondo de la mayoría de los problemas que tenemos, son resultado de nuestra pobreza educativa? Ningún gobierno se atreve a hacer una verdadera revolución educativa (la única que realmente sirve para el desarrollo de largo plazo). La sociedad, mayormente mal educada, tampoco está en condiciones de exigir; así que, mientras el pueblo se vea limitado por su falta de conocimiento y entendimiento, los grupos en el poder se pueden aprovechar para hacer su santa voluntad. Eso ha pasado por muchos años y pasa hoy. El costo es altísimo.

Ahora, con esta pandemia, lo podemos medir en contagios y muertes; pero si el tema fuera el narco, lo mediríamos en asesinados, extorsionados y en debacles económicas; y si habláramos de temas ambientales, la medición estaría en función de deforestación, contaminación del aire y agua y un sinfín de etcéteras. La realidad es que, en cualquier terreno, el problema es la educación. ¿Recuerdan lo que escribí hace casi 2 años, en mi artículo: Educación con equidad y calidad?

Yo soy de los que afirmo que, el trasfondo de cualquier problema que tiene el país, es educativo. Si me pidieran identificar el elemento o ingrediente más importante para el desarrollo de un país, sin duda diría que es la educación; y si tuviera que identificar tres, serían: educación, educación y educación.

Nos duela o no, nuestro país sale reprobado año con año en materia educativa, entendiendo la educación no sólo de forma limitativa a lo que se ve en un salón de clases, sino en todo terreno de conducta humana. El tejido social se ha desvalorizado y los niveles de violencia y de individualización se han incrementado como nunca lo habíamos visto. Yo lo achaco a que cada vez somos menos educados.

La educación nos da más opciones en la vida, nos da herramientas para entender lo que está bien y lo que está mal. Entre más ignorante se mantiene a un pueblo, más se degrada su cultura, sus normas de convivencia y sus posibilidades de desarrollo. El pueblo se mantiene en una especie de letargo colectivo que hace que aflore lo peor de la sociedad. Hoy, el cubrebocas sólo fue el pretexto para hablar del gran problema educativo al que nos enfrentamos. Tenemos que despertar o, de lo contrario, estaremos destinados al eterno fracaso. México no lo merece.


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Ruido en el Estado Mexicano

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#MuchoRuidoY…

Cada mes recibimos alguna noticia ruidosa de los poderes de la Unión. Llevamos 18 meses y muchas noticias ruidosas, no hay mes que se salve.

Al menos, en las primeras cuatro definiciones de la Real Academia Española (RAE) de la palabra “ruido”, encontramos coincidencias con lo que pasa todos los días en nuestro país.

A continuación, les enlisto aquellas cuatro definiciones de la RAE, así como algunos ejemplos donde éstas aplican. Seguro usted, mi lector, encontrará muchos más:

1. Sonido inarticulado, por lo general desagradable. Algunos debates en la Cámara de Diputados, en los Congresos locales y de repente hasta en el Senado. Cómo olvidar, por ejemplo, los gritos y jaloneos en la Cámara de Diputados tras la eliminación de la extinción de dominio de cuentas, hace aproximadamente siete meses; o los gritos entre Fernández Noroña y Muñoz Ledo cuando apenas empezaba la legislatura (incluso antes de que tomara posesión el presidente); o cuando el Senador del PAN, Gustavo Madero, cayó en plena sesión del Senado por los empujones que le propinaron cuando se acusaba de fraude en la elección de la presidenta de la Comisión Nacional de Derechos Humanos, Rosario Piedra Ibarra, cuando ella tomaba protesta.

2. Litigio, pendencia, pleito, alboroto o discordia. En litigios hay varios ejemplos: pacientes sin recursos que han tenido que ir a tribunales para ampararse y les resuelvan a favor para recibir sus medicinas para el cáncer; más de 140 amparos contra la cancelación del NAICM; amparos contra la construcción del nuevo aeropuerto de Santa Lucía; amparos contra la CENACE por su decreto que afecta a los proyectos de energías renovables. En pleitos, están los que se dan entre policías de la extinta SSP y el nuevo gobierno; vandalismos en el “día contra la violencia hacia las mujeres”; contra policías de Jalisco por el caso Giovanni. En materia de alborotos, como la detención de Ovidio Guzmán, que sólo quedó en eso, en un alboroto; otro alboroto, la detención de la madre de “El Marro”, mucho ruido, pero al final, la liberaron. Discordia hay mucha. Ya simplemente hablar de fifís y chairos genera discordia; decir que los ricos trajeron el COVID (como lo dijo López Gatell) genera discordia; decir que estás conmigo o en mi contra o que hay liberales o conservadores, genera discordia.

3. Apariencia grande en las cosas que no tienen importancia. Muchas cosas que anuncia el gobierno que no son sino palabras o acciones que quieren desviarnos de lo verdaderamente importante. Aquí se hace ruido para distraer. Algunos ejemplos que hemos visto en este gobierno son: el presidente se sube en aviones comerciales y rifa el avión presidencial; las mañaneras; que hable el presidente de las subastas para devolverle al pueblo lo robado; que se inventen enemigos como el BOA; que se anuncien recortes en los salarios (cuando se han perdido millones en cancelaciones como el NAICM o Constellation Brands) y un sinfín de etcéteras.

4. Repercusión pública de algún hecho. Sus declaraciones han producido mucho ruido. La propia RAE, en esta definición, nos regala una oración de ejemplo. En esta definición le pido al lector que eche a volar su imaginación. Han sido “n”. Aquí sí, en los tres Poderes de la Unión.

El ruido no le sirve a un país. Inhibe inversiones, crea incertidumbre, refleja desorden y falta de claridad. Probablemente la realidad puede ser mejor, pero el ruido la hace ver mas caótica y sin rumbo. Creo que es momento de que los integrantes de los tres Poderes de la Unión piensen y reflexionen antes de atreverse a hacer cualquier declaración. Es mejor pecar de prudente, discreto e incluso poco comunicativo, que estar en los medios todos los días, declarando por todo y en cualquier lado, hablando por hablar y actuando sin pensar. ¿Recuerdan mi colaboración titulada Mentir por Agradar (2018-02-22)?

Vienen elecciones en poco menos de un año. Habrá muchísimas cosas que se dirán –y prometerán– y que lo más seguro es que no se harán. Lo importante, para mí, es que seamos capaces de discernir perfectamente entre lo realmente importante y trascendente para el país, y lo que es puro ruido.

Buena semana a todos.


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