Cristal Geopolítico

¿Qué hacemos con Estados Unidos?

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Como en El aprendiz de brujo de Goethe, que al jugar con magia se le revirtió hasta sufrir todos los males, el Estado más poderoso e influyente de la escena mundial se asoma al umbral del caos a horas de renovar su poder Ejecutivo. Unos hablan de la “Extinción funcional” de la superpotencia, otros, de una “Segunda Revolución” tras el asalto de grupos armados de derecha al Capitolio y algunos anticipan el fin del voto en ese país.

Algo es obvio: las huestes que acicateó el magnate son los parias de la globalización y Joseph Robinette Biden debe verlos y atenderlos, pues por primera vez en la historia el desafío al orden establecido no provino de terroristas de otras latitudes, sino del corazón de la superpotencia.

Dos preguntas rondan en el mundo: ¿Por qué escaló la violencia a tal nivel en los Estados Unidos de América si son riquísimos en recursos, ejercen enorme influencia global y detentan enorme poder militar? ¿Qué habremos de esperar los vecinos y socios de ese actor clave del juego geoestratégico? Toda respuesta, remite a sus contradicciones.

1. Estados Unidos es un poder global con intereses globales. Parece impensable que este país, protagonista indiscutible –numérica y tecnológicamente– como súper fortaleza militar, esté en riesgo por la acometida de un puñado de supremacistas y los llamados Grupos de Odio.

estados unidos y grupos de odio

En octubre, el ex miembro del Cuerpo de Marina, Dakota Wood, criticó al Congreso por no aprobar mayor presupuesto. Alegó que China, Rusia, Irán y Norcorea, entre otros, han invertido en modernizar sus fuerzas y equipos con tecnologías modernas mientras que Estados Unidos tiene “capacidad marginal” para defender al país y sus intereses.

Sin embargo, el índice del Global Fire Power (Pwlndx) sitúa en el primer lugar del rating a Estados Unidos, con puntuación 0,0606 (donde el rango 0.0000 se considera “perfecto”) por su capacidad de fuego: con 2,260,000 de personal militar, 1,400,000 en activo.

2. Los costos directos de las principales guerras que mantiene en el exterior (Irak y Afganistán) totalizaron más de 1.9 billones de dólares en el Año Fiscal 2018, según estadísticas oficiales. Sin embargo, 15.1% de su población vive bajo la línea de pobreza (Censo del 2010), eso significa que más de 5 millones de estadunidenses viven en precariedad.

estadounidenses en precariedad
Foto: Thomson Reuters.

Y recordé que la primera vez que vi a un homeless fue en aquel país, buscando sobras de comida entre unas limusinas cuyos choferes mantenían encendidas mientras sus empleadores asistían a un concierto.

3. Hoy Estados Unidos escenifica el mayor impacto letal de la pandemia por SARS-CoV-2, con más de 23.1 millones de casos y 386 mil decesos. La ruptura de las cadenas de suministro por la crisis sanitaria indujo una caída del PIB de 31.4% y enorme desempleo.

Además evidenció la disparidad en acceso a la salud, apenas 17% tiene seguro médico. Empero, nadie cree que pese a ese efecto socio-económico llegue el fin del capitalismo en la potencia.

4. Estados Unidos posee la más poderosa economía tecnológica. Sus empresas están a la vanguardia de avances en electrónica, farmacéutica, aeroespacial y militar, juegan un rol tan crucial para el crecimiento de la economía que contribuyen sustantivamente al PIB.

Paradójicamente, por primera vez en la relación entre el Ejecutivo y las corporaciones, las tecnológicas de la comunicación vetaron el mensaje de Trump que alentaba a sus partidarios en su irrupción al Capitolio. Ese poder supranacional marca un hito en el debate del futuro entre el Estado y el capital privado.

grupos paramilitares
Foto: Slate.

5. Estados Unidos posee reservas probadas de petróleo de unos 36,520 millones de barriles diarios (contra 12 mil millones de México), que le garantizan autonomía en ese rubro tras haber desarrollado el fracking.

Aunque aún importa hidrocarburos fósiles del exterior, es el país de mayor influencia en las políticas energéticas mundiales y, a la vez, el mayor emisor de CO₂ por consumir combustibles fósiles. A la vez, su extenso y rico territorio sufre de grave contaminación del agua por pesticidas y fertilizantes.

En la zona occidental eso limita cada vez más el acceso a agua natural y su administración ya es un asunto delicado. También sufre efectos negativos por deforestación, minería expansiva, desertificación y pérdida de especies en peligro.

6. Estados Unidos es el tercer país con más habitantes (332,6 millones) y quinto en superficie. Es una república federativa de 50 estados un distrito y una quincena de zonas dependientes, entre ellas Puerto Rico, Midway y Guam.

Su composición étnica es diversa: 72.4% blancos; 12.6% negros, 16.3% latinos, 4.8% asiáticos y 0.9% amerindios y nativos de Alaska, entre otros. No obstante, entre los factores que más polarizan a esa sociedad, el de la raza es el principal, según la encuesta del Pew Research: Discriminación y Prejuicio (Octubre, 2020).

Ahí, 38% de adultos admitió que experimentó al menos un acto de discriminación, recibió calificativos ofensivos o fue criticado por hablar en otro idioma en público. Incluso 33% de simpatizantes del Partido Republicano admitieron que esa situación debe cambiar.

El sondeo refiere que a la mitad de los latinos –cuyos aportes a la economía de Estados Unidos lo convertiría en la octava economía mundial, estimados en 2.3 mil millones de dólares–, les preocupa su lugar en la sociedad estadounidense y experimentan discriminación diaria.

Pese a esa sistemática ofensa a su origen étnico, latinos, asiáticos, afroamericanos en Estados Unidos, nunca se han planteado destruir las instituciones o centros estratégicos de la potencia.

En contraste, lo que sucedió en Washington el 6 de enero, fue la expresión airada de agrupaciones nutridas con odio y repudio contra el gobierno, como las autodefensas de los Three Percenters, que según el Southern Poverty Law Center son de los más numerosos y potencialmente peligrosos en aquel país.

No olvidemos: fueron incitados ante un improbable despojo, por lo que Peter Baker habló de una turba en la ciudadela de la democracia que derrumbó el mito de la excepcionalidad estadounidense. Nos quedamos con el mensaje del capellán del Congreso: Las tragedias recuerdan que las palabras importan y que el poder de la vida y muerte reside en la lengua.


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75 años de Naciones ¿Unidas?

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Desde que nació en 1945 el más importante organismo multilateral atestiguó vuelcos inesperados en la política de sus 193 miembros, que trastocaron el status quo en todo el planeta. El balance no es alentador. De la segunda posguerra mundial, la Humanidad transitó a la perversa confrontación ideológica que por décadas oxigenó la Guerra Fría y en este siglo, ven emerger a nuevas potencias y otras que se repliegan. Hoy, bajo los efectos colaterales de la pandemia por COVID-19, miles de millones ven cómo se calientan las tensiones geopolíticas que anticipan una era de crisis multidimensionales donde las guerras híbridas impedirán que la Organización de Naciones Unidas (ONU) garantice la paz y seguridad internacional.

La sesión inaugural de la Asamblea General (AG) del organismo, en su 75 aniversario, fue el escenario de un duelo geopolítico entre las dos mayores potencias económicas y tecnológicas. El retador fue el presidente de Estados Unidos, Donald John Trump, que en los siete minutos de su mensaje a teledistancia enfiló contra China y aseguró que, “Al igual que hace 75 años cuando se fundó la ONU, hoy estamos en una gran lucha global, esta vez contra un enemigo invisible: el virus chino que ha costado incontables vidas”.

En lo que podría ser su última aparición ante el organismo –si no se reelige–, el neoyorquino también denostó la neutralidad de la Organización Mundial de la Salud porque, aseguró, está virtualmente controlada por China. Por ello, pronosticó que su país pronto distribuirá una vacuna que vencerá la pandemia y así entrará en una nueva era de prosperidad, paz y cooperación sin precedentes.

naciones unidas y trump
Imagen: Wesser Kurier.

Sin pronunciar una palabra sobre Rusia, por décadas perfilada en el imaginario estadounidense como su gran amenaza política, Donald Trump también obvió las críticas a su deficiente gestión de la pandemia que hizo de su país el que suma más decesos y contagios; y remató: “Mientras perseguimos este futuro brillante, debemos hacer rendir cuentas al país que desató esa plaga”.

El magnate inmobiliario usó el tono fuerte y provocador. Venía de lograr un gran éxito diplomático por los Acuerdos Abraham, que alinearon a dos multimillonarias monarquías del Golfo Pérsico a Estados Unidos e Israel contra Irán. Con ese movimiento geoestratégico, el mensaje de Trump a Beijing fue: no permitiremos que maniobres más con Teherán. 

Declarado el duelo, llegó la réplica de la República Popular China. Ante el vacío discursivo de su antecesor, el presidente Xi Jinping ofreció respuestas y propuestas: anunció que el coronavirus será derrotado, abogó por que la OMS conduzca la reacción internacional contra la pandemia y rechazó el intento de politizar y estigmatizar ese asunto.

Xi, hábil conocedor del softpower, denunció el unilateralismo y el bullying, así como la propagación de “virus políticos” y aseguró que su país no mantendrá “ningún tipo de guerra, ni fría ni caliente”. Desafió a Trump al comprometerse a cumplir la meta de emisiones de carbono y anunció la donación de 100 mdd para que la ONU y sus órganos ayuden a combatir el COVID-19 en países vulnerables. Por ello el énfasis del embajador chino, Zhang Jike, al decir que: “el ruido estadounidense es incompatible con la atmósfera general de la Asamblea General”.

xi jinping naciones unidas
Imagen: Sputnik News.

Ese duelo de gigantes recuerda que el segundo secretario general de la ONU, Dag Hammarskjöld, reflexionó que esa organización “fue creada no para llevar a la humanidad hasta el cielo sino para salvarla del infierno”. Y en efecto, algunos viven en el cielo y millones de sus 193 miembros en el infierno. Hoy la pandemia por COVID-19 es el mayor evento disruptivo global de las últimas décadas, y sin ser un evento geopolítico, perturbó al sistema hasta modificar el orden establecido y generar una crisis multidimensional en cascada de efectos socioeconómicos, sanitarios y políticos, imprevistos y que diferirán la consecución de la Agenda de Desarrollo 2030 para un mundo sostenible.

A 75 años del nacimiento de la ONU ya no existe la Unión Soviética, China ya no es un país feudal, Estados Unidos pierde hegemonía, la Europa culta y humanitaria cierra sus puertas a refugiados y migrantes mientras persiste el acoso capitalista sobre los ricos recursos de América Latina donde la pandemia trastocó su agenda social. De ahí que ante la ONU el presidente de Cuba, Miguel Díaz-Canel, pidiera el fin del genocida bloqueo estadounidense que dura más de 50 años y que, aunque Donald Trump lo recrudeció brutalmente, los cubanos lograron contener la pandemia y enviar misiones humanitarias a países afectados.

La ONU no es indiferente a las nuevas sorpresas geopolíticas como el ingreso al mundo de la Inteligencia Artificial, la militarización del espacio exterior, nuevas amenazas a la bio y ciberseguridad y efectos por el cambio climático. En el mediano plazo, los países miembros del organismo atestiguarán una inminente reordenación geopolítica en la que habrá ganadores y perdedores. Todos, como México, serán parte de ese cambio en el mapa mundial.


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Allende, Bush y el 11-S: el trasfondo del terror

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Los de mi generación atestiguamos giros insólitos de la historia por interés geopolítico, la mayoría oxigenados por el rechazo al otro y por lo que J. William Fulbright llamó: la arrogancia del poder. En el tiempo coincidieron dos actos terroristas que trastocaron la noción de certidumbre: el golpe militar contra el presidente de Chile, Salvador Allende Gossens, y los ataques kamikazes contra emblemáticas infraestructuras de la superpotencia mundial.

El golpe y asesinato contra el presidente Allende fue una tragedia anunciada. En 1970 ese político socialista ganó la presidencia de Chile como candidato de la coalición Unidad Popular (UP). Ese triunfo avanzó la idea de llegar al socialismo por una vía pacífica sin chocar con el empresariado. ¡Objetivo imposible de lograr!

Su gobierno intentó mitigar la desigualdad y pobreza, además de acotar el poder de las trasnacionales: nacionalizó la minería del cobre, las telecomunicaciones, estatizó el transporte y sectores claves de la economía además de acelerar la reforma agraria expropiando tierras e indemnizando, aumentó salarios y congeló precios de mercancías, entre otros. ¡Un reto al capital!

Salvador Allende y Augusto Pinochet.
Salvador Allende y Augusto Pinochet.

Martes 11 de septiembre de 1973, 07:30 a.m. El presidente, advertido de la sublevación de la Armada en Valparaíso, llega a La Moneda con su guardia personal. Copan el palacio tropas golpistas mientras el mandatario informa por radio de la rebelión. A las 07:45 a.m. emisoras opositoras transmiten la Primera Proclama de las Fuerzas Armadas golpistas.

Disparos de francotiradores e intenso ataque de tanques que incapacita a defensores del edificio leales al gobierno. Allende rechaza la oferta de un avión para exiliarse y transmite en Radio Magallanes su discurso conocido como “Se abrirán las grandes Alamedas”.

11:00 a.m. Allende insta a un grupo de mujeres, entre ellas sus hijas, y funcionarios a abandonar el palacio. 12:00 p.m. Inicia la acción militar más emblemática del golpe: cuatro aviones Hawker Hunter lanzan al menos 20 bombas durante quince minutos sobre La Moneda y estalla un incendio. Aún se ignora la identidad de los pilotos –se dijo que eran estadounidenses–, pero un pacto de silencio militar impidió el intento de la Justicia por esclarecer ese hecho.

golpe de estado Chile
Golpe de Estado en Chile, 1973 (Fotografía: Opinión).

El golpe liderado por Augusto Pinochet destruyó la tradición democrática de Chile, si bien ese año, la mitad de los oficiales del país había egresado de la Escuela de las Américas y eran afines ideológicamente a Washington.

El terreno para la asonada se abonó por meses cuando escaló la tensión por la acometida de la derecha y sus aliados extranjeros. El Banco Mundial y el Fondo Monetario Internacional suspendieron empréstitos, firmas estadounidenses congelaron inversiones; se multiplicaron las protestas, cacerolazos, huelgas y paros mientras crecía el rumor de un golpe inminente.

La reacción de los trabajadores fue ejemplar. Ante el desabasto crearon Juntas de Abastecimiento y precios para barrios populares y formaron Cordones Industriales que coordinaban fábricas –sólo el de Cerrillos, al sur de Santiago, controló 250 factorías y talleres–. Para la analista Claudia Ferri, aunque el Golpe mostró el rostro más salvaje del capitalismo, también estimuló la auto-organización de los chilenos “la más desarrollada del continente”.

Estadio Nacional, Golpe de Estado Chile
Estadio Nacional de Chile convertido en campo de detención (Fotografía: Periódico Diagonal).

Tras convertir el Estadio Nacional en campo de detención de 30,000 partidarios de la UP, vinieron 17 años de asesinatos selectivos, miles de detenidos, el terrorista Plan Cóndor pactado por dictaduras del Cono Sur y la impunidad eterna de Pinochet.

El terror no se detendría.

Martes 11 de septiembre de 2001 a las 08:45 a.m. en el corazón financiero de Manhattan: choque, estruendo, vidrios saltan por el espacio, gritos de pánico, corren los neoyorquinos. Vieron un Boeing 767 estrellarse en la torre norte del World Trade Center, símbolo del poder financiero occidental. 09:03 a.m. Otro avión se incrusta en la torre sur; la destrucción confirma que se globalizó la amenaza. Era el aciago comienzo del siglo XXI.

Por primera vez el mayor poder planetario y el centro del imperio sufría, por lo que con prepotencia sin igual se lanzó contra los países que quiso, sin temer su respuesta, describió el analista Franz Hinkelammert. En su cruzada antiterrorista, Occidente actuó con igual radicalismo que los fundamentalistas islámicos.

Todos vimos la expresión impávida de George Walker Bush cuando su jefe de gabinete, Andrew Card, le dijo al oído: “La nación está siendo atacada”. Eran las 09:05 a.m. y los niños leían en voz alta en una escuela de Tampa, donde Bush dejó pasar casi siete minutos sin reaccionar. Tomó el libro Mi mascota, la cabra y fingió leerlo, hasta que decidió qué hacer.

Hoy sabemos que cuando hacía blanco el más feroz ataque terrorista en Nueva York y Washington, el hombre más poderoso del país –y del mundo– se resguardó por ocho horas en el Air Force One. Escoltado por tres cazas voló sin destino ocho horas con 65 pasajeros y con 70 cajas de alimentos y 12 kilos de plátanos en sus bodegas.

El Congreso estadounidense lo autorizó a perseguir a sospechosos y éste confirió facultades extrajudiciales al servicio de inteligencia exterior (CIA) para secuestrar y torturar. Se reformaron leyes para violar derechos humanos sin parecerlo y se instituyó la sociedad de la vigilancia mientras miles de toneladas de explosivos –más que en Vietnam– caían en un solo día sobre las desoladas montañas afganas de Tora Bora. Ahí, en un túnel la superpotencia usó su arma más letal: la bomba de seis toneladas BLU-82 o Daisy cutter.

La guerra al terrorismo, asimétrica por naturaleza, cobró víctimas entre comunidades azotadas por la pobreza, desigualdad y antidemocracia. En los años siguientes, el mundo se familiarizó con la aniquilación –por drones operados en Estados Unidos– de personas en Pakistán, Yemen y otros rincones del mundo, mientras se reportaba la destrucción de “campamentos y refugios de Al Qaeda”.

talibanes, ataque terrorista, 11-S
Fotografía: El País.

Hubo beneficiarios, los contratistas privados. A los que Alejandro Vélez Salas denomina “el último eslabón de la cadena del capitalismo antropófago” en su Tesis doctoral Perspectiva ético-política del 11-S.

La base naval de Estados Unidos en Guantánamo, Cuba, se transformó en Centro de Detención de alta seguridad para unos 700 acusados de terrorismo, la mayoría musulmanes, y que según el politólogo Alexander Bahar fueron torturados sistemáticamente. Hoy sólo aloja unas 40 personas, la mayoría pasó ahí más de 15 años y se estima que el Pentágono gastó en ellos 540 millones de dólares en 2018 por lo que críticos estadounidenses estiman que es la cárcel más cara.

Guantanamo
Fotografía: Impakter.

A 19 años de los ataques a las Torres Gemelas y el Pentágono hay una realidad: la Cruzada contra el Terrorismo fue fallida. Tardó 10 años en localizar y asesinar a Osama bin Laden, presunto autor intelectual del ataque. Además, fue ineficaz para prever el auge del Estado Islámico, ni llevó la paz y seguridad a su país o al mundo.

En México, el efecto de la cruzada de Bush fue dramático. Todo se securitizó y la Alianza para la Seguridad y Prosperidad de América del Norte (ASPAN) modeló la relación. Con la creación del Homeland Security Department se endureció la política migratoria y se fortalecieron grupos de odio como los minute men. En Naciones Unidas, nuestro embajador Adolfo Aguilar Zínser rechazó la invasión a Irak en 2003 y se manifestó a favor de la diplomacia. Eso disgustó a la Casa Blanca.


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A 30 años de la Guerra del Golfo

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Este año marca el 30 aniversario de la Primera Guerra del Golfo. En esos años desapareció el mundo bipolar: Estados Unidos (EU) ya no es el hegemón y rivaliza con  China –segunda potencia económica y primera en tecnología de 5G–, y con Rusia, heredera del poder militar y energético de la Unión Soviética que desintegró Mijail Gorbachov. Ya no existe la Europa unida, próspera y humanista; mientras África y Asia emergen como actores de peso estratégico en América Latina, cayeron las dictaduras militares pero la derecha se empodera.

Sin embargo, el caos se pavonea en Medio Oriente, región vital para la geopolítica de EU, pese al relevo de dirigentes non gratos (sea por asesinato o derrocamiento). Desde entonces, la crisis se instaló en la región con mayores reservas energéticas y con los choke points –puntos clave para el transporte de mercancías– más estratégicos del planeta. Sólo rivaliza en gravedad la pandemia por Covid-19 que desde el 11 de marzo pasado confinó a más de 7 mil millones de personas para evitar el daño letal. Así, la paz y la seguridad globales son aún remotas.

Saddam Hussein
Saddam Hussein, Julio 2004.

Hace tres décadas, el 2 de agosto de 1990, el presidente de Irak, Saddam Hussein, ordenó a sus 200,000 tropas invadir al pequeño –pero rico Estado árabe– de Dawlat al-Kuwayt (Kuwait). Sus objetivos eran: tener salida al Mar Pérsico, no pagar la deuda de 20,000 millones de dólares al pequeño Estado, controlar la tercera reserva mundial de crudo y frenar la producción petrolera kuwaití y saudita  para que no bajara más el precio del hidrocarburo.

Occidente articuló la Operación Escudo del Desierto y George Bush ofreció al Congreso el 11 de septiembre de 1990 un Nuevo Orden Mundial que no llegó. En contraste, las corporaciones energéticas relevaron –en poder e influencia– a los Estados; palestinos y kurdos aún carecen de un Estado propio, en 2003 Estados Unidos retornó a Irak para liquidar a Hussein. Legado de ese rompecabezas geoestratégico fue la irrupción al sur del Mediterráneo, en 2011, de la Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN), para cerrar el capítulo Muammar el Khadafi en Libia. Sin embargo, en 2013 Occidente era ya incapaz de vencer al Estado Islámico y su radicalismo.

La Operación Tormenta del Desierto detonó la revolución en las tecnologías de la información. Al primer minuto del 15 de enero de 1991, tras vencer el ultimátum de la Resolución 678 del Consejo de Seguridad de Naciones Unidas (CS) para que Irak se retirara sus tropas, CNN cubría en vivo los primeros bombardeos de la ofensiva aliada contra Irak. Así, millones atestiguaron los daños causados por misiles Patriot estadounidenses y Scud iraquíes mientras se masificaba el uso de la World Wide Web.

Guerra del Golfo Pérsico
Misión de la Fuerza Armada (Fotografía: Thumbnail).

El gran beneficiario del colosal despliegue bélico de Occidente fue el Complejo Industrial Militar, como denominó al sector Dwight ‘Ike’ Eisenhower el 17 de enero de 1961. La aeronáutica Lockheed disparó sus dividendos tras las misiones de su fantástico avión furtivo F-117 Nighthawk –ideado años atrás por el matemático ruso Pyotr Ya Ufimtsev, invisible al radar enemigo con base en su teoría de la distracción–. También General Dynamics ganó multimillones con su avión de ataque e interceptor F-111 Aardvark y sus misiones de bombardeo y guerra electrónica.

Instituciones especializadas y analistas sostienen que la del Golfo ha sido la guerra más cara y le atribuyen un costo de 20,000 millones de dólares. Sin embargo, en septiembre de 1991 la Oficina General de Contabilidad de EU (GAO) indicó que requerirían 47,5 mil millones de dólares para equipos y otras necesidades, así como 48,3 mil millones para operación. En 2011 un análisis del Departamento de Defensa estimó que costó 61 mil millones,

guerra del golfo
Misil Scud, utilizado durante la Guerra del Golfo.

En su estudio, Costos de las Mayores Guerras de EU, para el Servicio de Investigación del Congreso (junio 2010), el especialista en presupuestos de Defensa, Stephen Daggett, estimó que desde la Guerra de Independencia hasta las de Irak y Afganistán, se ha gastado el equivalente a más de un trillón de dólares. Él valuó la guerra de Vietnam en 738 mil millones de dólares, en 102 mil millones la Primera Guerra del Golfo, en 1,147 millones de dólares la segunda guerra en Irak y Afganistán. En síntesis, el Departamento de Defensa aseguró en 2011, que en Irak hizo un gasto directo de 757,800 millones de dólares, aunque un estudio de la Universidad de Brown la cifró en 1,7 mil millones de dólares.

 En 43 días, al frente de una coalición de 39 países, EU emprendió una campaña aérea cuya intensidad superó la norma histórica y que la GAO describió como la mayor campaña desde Vietnam. Unos 1,600 aviones realizaron 40 mil vuelos de ataque y 50,000 salidas de apoyo; el tonelaje de bombas detonadas equivale al 85 por ciento del promedio diario lanzado sobre Alemania y Japón en la Segunda Guerra Mundial, refiere la estratega australiana Nicole Brangwing.

El 27 de febrero de 1991, todas las tropas iraquíes se habían retirado y ardían por incendios intencionales unos 650 pozos petroleros en Kuwait. Un día después, se anunciaba el fin de las operaciones contra Irak; la Resolución 687 del 3 de abril estableció el compromiso de destruir todas las armas de destrucción masiva (ADM). No obstante, 12 años después, el Pentágono retornaba al país del Tigris y el Éufrates, ahora al frente de una Guerra contra el Terror, sustentada en la falacia de la amenaza AMD. Y en 2006, Saddam Hussein –el sátrapa favorito de Occidente en los ochenta porque se confrontó por 10 años con Irán–, moría ahorcado tras el fallo del Tribunal Supremo iraquí. En marzo de 2013, una investigación de la británica BBC determinó que las mentiras de dos informantes iraquíes sustentaron la premisa de los dirigentes occidentales, de que Saddam poseía ADM.

Guerras, mentiras y dinero; la constante del siglo XXI.


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¿Y si repensamos todo?

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Esta primavera vimos cuánto y qué tan rápido puede cambiar nuestra civilización: todo cambió y nada volverá a ser igual. A cinco meses del surgimiento del nuevo coronavirus, miles de millones de habitantes del planeta avanzan a lo que se llama “nueva normalidad”, pero lo hacen con un profundo resentimiento a lo pasado.

Pese a la incertidumbre que caracteriza la era post COVID-19, emerge del largo confinamiento una sociedad más politizada, crítica del poder público y privado, que rechaza el retorno a una cotidianeidad donde impera el interés de corporaciones sobre el bienestar de las personas. Los disturbios en Estados Unidos lo confirman.

La nueva estructura del futuro próximo también pasa por reflexionar que en esta pandemia no hubo liderazgos políticos eficientes. En Occidente, los Ejecutivos se vieron con pánico escénico, paralizados o rebasados por las circunstancias. Eso aplica a las muy onerosas comunidades de inteligencia –militares y civiles, públicas y privadas– del planeta, que fracasaron en proveer a la clase política de información oportuna, veraz y suficiente ante esta emergencia.

repensar el futuro postcovid
Ilustración: Eric Lobbecke.

Quienes conocen el mundo de la inteligencia, saben que todas las agendas de riesgo y amenazas a la seguridad nacional de los Estados incluyen a las pandemias. Y aunque no eran la prioridad, la posibilidad de propagación de un patógeno letal hacía viable el despliegue de políticas y fuerzas de contención. No fue así.

No es creíble que esas agencias de seguridad e inteligencia, siempre en busca de un enemigo, fracasaran en advertir puntualmente de la epidemia que se propagaba en la oriental ciudad china de Wuhan. 

No es creíble que esto sucediera en medio de la implacable guerra geopolítica que hace dos años libran Estados Unidos y la República Popular de China por el control de la tecnología de Quinta Generación. Ni que estrategas, geopolitólogos y think tanks no tuvieran su foco de atención de lo que sucedía en el coloso asiático. Todas esas estructuras fracasaron y esa falla no debe repetirse.

Y algo es seguro, al COVID-19 le seguirá un COVID-20, vendrán un COVID-21 y otros más; todos definirán nuestra vida cotidiana, la política y cadenas de suministro globales. Entonces hay que repensar todo. Como asegura la doctora Guillermina Baena Paz, descifrar el futuro requiere visión y soñar en prospectiva.

Y con esa idea de repensar el futuro los sobrevivientes de la pandemia salen de casi 60 días de confinamiento a la “nueva normalidad” tras perder referencias y seres queridos. Millones reprochan al antiguo orden no haber cuidado de los más de 6 millones de infectados, ni de sus 369,000 víctimas letales, por no mantener sistemas de salud robustos.

IA

La visión más justa de futuro se construye hace tiempo por psicólogos sociales, politólogos, economistas, geopolitólogos, historiadores, decodificadores de metadata, investigadores en Inteligencia Artificial, entre otros. Esos multidisciplinarios pioneros del futuro detectaron grandes tendencias en la era post COVID-19:

· Uno, la desconfianza masiva en los gobiernos; que se traducirá en exigirles mayor securitización de la salud y garantías laborales.
· La segunda es la hipocondría social; el abandono de prácticas comunitarias tradicionales en favor de la individualización por el permanente temor al contagio.
· Otra tendencia anticipa menor consumo y mayor ahorro –que herirá el corazón del paradigma de nuestra civilización–.
· Sigue la tendencia del patriotismo industrial, que promueve el consumo nacional sobre importaciones.
· Y, otra más, será el debate público del dilema entre seguridad y salud –biopolítica y vigilancia desde el Estado–.

Resultado de esas tendencias hoy surgen en Occidente múltiples proyectos. Uno es el plan del Green New Deal del sociólogo Jeremy Rifkin, para crear nuevas actividades productivas que generen nuevos empleos. Esa radical transformación del sistema energético-industrial, lograría emisiones cero y evitaría la amenaza de nuevos desastres globales.

Apenas en abril surgió en Holanda otra propuesta, de 170 académicos, expertos e intelectuales, que cimbró del modelo político-económico contemporáneo. En general, su manifiesto de cinco puntos da prioridad a la vida y plantea una nueva economía sustentada en el decrecimiento.

Propone olvidarse del crecimiento del Producto Interno Bruto (PIB) y diferenciar entre sectores viables para invertir (sectores públicos estratégicos, energías limpias) y sectores inviables (petróleo, gas, minería).

y si repensamos todo
Ilustración: Nathalie Lees.

También, formulan una política de redistribución de la riqueza a partir de una renta básica universal, impuestos al lujo y la riqueza, reducción de jornadas laborales y trabajos compartidos. Plantean que la agricultura se base en producción local y sus  trabajadores tengan salarios justos y mejores condiciones.

Y por último, consideran necesario cancelar la deuda de trabajadores, del Sur Global y pequeños empresarios con la banca. Ello implicaría reducir el consumo “desenfrenado” y viajes “despilfarradores”, y optar por viajes necesarios y sustentables.

Compatible con la visión neerlandesa, el gobierno de la premier Jacinda Ardern en Nueva Zelanda –reconocida por su buena gestión ante la pandemia– anunció que abandona al PIB como medición de prosperidad. 

Eso sucede en un país que en 2019 tuvo una economía boyante pero que en enero ya adolecía de bajo consumo y alza en su tasa de suicidios y de personas sin casa. Por ello el ministro de Economía, Grant Robertson, reconoció que la prosperidad macroeconómica no acompaña la mejora material de los ciudadanos. Entonces, ¿repensamos en futuro?


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¡Pobres estadounidenses!

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De la mano con el arribo de la letal pandemia de coronavirus COVID-19 en Estados Unidos se desplomaron varias certidumbres. A mitad del siglo XX la eficaz propaganda oficial proyectó al mundo la percepción de que los estadounidenses eran paradigma de la boyante clase media semi-ilustrada y tenaz defensora de libertades civiles. La crisis de 2008 rebatió esa versión y la pesadilla se desató en febrero pasado, cuando murió en Santa Clara, California, el paciente cero.

Ante esta pandemia Donald John Trump, magnate-presidente y Comandante en Jefe de una superpotencia que posee el arsenal más letal en la historia humana, ha sido incapaz de resolver la ecuación: capital o salud, para garantizar la vida de sus conciudadanos. “No asumo la responsabilidad de nada”, declaró tajante Trump a críticas de sus errores desde el Jardín de las Rosas el 13 de marzo.

Ese día el coronavirus había quitado la vida a más estadounidenses que los ataques del 11-S; a la primera semana de abril, habían perecido más que en cualquier batalla de la Guerra Civil. En Pascua, los decesos superaban a las bajas de Estados Unidos en la Guerra de Corea y hacia fines de abril la suma de víctimas letales en ese país superaban a las bajas en Vietnam. Sin embargo, Trump sostiene que habrá realizado un buen trabajo si los fallecimientos se mantienen por debajo de los 200,000, reprochó el autor de Trumpocalipsis y columnista de The Atlantic, David Frum.

donald trump y deborah birx
Donald Trump y Deborah Birx (Fotografía: ABC News).

Un mes después, Trump optó por la estrategia de culpar de la crisis sanitaria a China y castigar a Naciones Unidas. Así que anunció el fin del financiamiento a la Organización Mundial de la Salud, que había suspendido meses atrás.

Y el 23 de abril, cuando la cifra de contagios en su país rebasó los 957,000 contagios y 47,000 muertos, el neoyorquino sugirió su método para acabar con el patógeno en pacientes enfermos. Si golpeamos el cuerpo con una luz tremenda, ultraviolenta o muy potente. Y supongamos que puedes meter luz en el cuerpo, a través de la piel u otra manera. Creo que vas a querer probarlo, dijo en público a la Coordinadora de Respuesta a la pandemia, Deborah Birx.

 Lo que veo es que el desinfectante mata –al virus– en un minuto ¡en un minuto! Igual hay forma de hacerlo así, inyectándolo en el interior, casi como una limpieza; porque como pueden ver, el virus penetra en los pulmones y tiene un efecto enorme. Sería interesante probarlo. Habrá que usar médicos para hacerlo, pero me parece interesante, concluyó.

pobres estadounidenses

Y muchos lo siguieron. Poco después el Centro de Control de Envenenamiento de Nueva York reportó decenas de llamadas por exposición a los desinfectantes Lysol y otros. Más de un centenar de intoxicados fueron atendidos de urgencia en hospitales por ingerir esas sustancias y en 18 horas escaló la cifra de búsquedas en línea de: “cómo inyectar desinfectante”. La fábrica del producto tuvo que advertir que sólo debe usarse según las pautas.

Días después, cuando la prensa preguntó si se responsabilizaba por el aumento de quienes usan desinfectantes de forma inadecuada por su sugerencia, un Trump sin empatía respondió “No, no lo hago”. El magnate inmobiliario no es el único con ideas muy suyas sobre la pandemia, también el vicepresidente Mike Pence.

Cuando la Universidad Johns Hopkins refirió que Estados Unidos superaba el millón de casos confirmados y más de 58,000 decesos, Pence visitó a pacientes en la clínica Mayo de Rochester sin usar mascarilla, y cuando fue cuestionado argumentó que no la utiliza porque no está contagiado y continuamente se hace la prueba.

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Mike Pence visitó a pacientes de la Clínica Mayo sin utilizar cubrebocas (Fotografía: Latin US).

Es obvio que no todo son faltas de Trump aunque él no ayuda mucho, afirman Quinta Jurecic y Benjamin Wittes en The Atlantic. Su análisis indica que no hay forma de comparar en el tiempo si otro presidente manejó una crisis semejante. En cambio, sí es cuantificable el recelo al apremio del huésped de la Casa Blanca por reabrir negocios y “reactivar” la economía.

Constitucionalmente, Trump no tiene autoridad para ordenar a los estados esa reapertura, asegura el analista Brian Naylor. Por el contrario, el magnate afirma que en la Carta Magna hay “numerosas provisiones” que lo facultan, aunque no dice cuál. Y el 14 de abril espetó: “Cuando alguien es el presidente de Estados Unidos, la autoridad es total”.

En el diálogo virtual que para tal efecto mantuvo con los gobernadores, ninguno respondió a su sugerencia. Otros conservadores también se oponen, como la columnista de The Washington Post, Kathleen Parker, que escribió: “Muchos no quieren regresar a la normalidad sin importar lo que digan los políticos. Yo soy una de ellas”. Un sondeo de la Universidad Quinnipiac, Connecticut, mostró que 80% de estadounidenses están a favor de seguir el confinamiento; de ellos, casi 70% son  republicanos y 9% demócratas.

El ejemplo más dramático de un pronto levantamiento de la cuarentena ocurrió el fin de semana en los condados conservadores de Orange y Ventura de California, que abrieron Newport Beach y otras playas que colmaron hasta 40,000 bañistas. Pasmado, el gobernador demócrata Gavin Newsom criticó: “Este virus no se quita los fines de semana” y aseguró que ese comportamiento hará más lenta la reapertura económica.

playas Florida, Covid-19
Turistas en la playa de Jacksonville, Florida.

El pronóstico reservado del futuro próximo, se hace más incierto en cuanto a la posibilidad de que Donald Trump se reelija en noviembre. Un sondeo de Civiqs, en diciembre pasado, reveló que 19 estados (32%) aprobaban el trabajo de Trump. El 30 de abril, el sondeo del medio FiveThirtyEight sobre la respuesta presidencial a la pandemia mostró que 49.8% desaprueba y 44.4% la aprueba.

Quizás el estudio de opinión que más ilustra el futuro político del magnate sea la encuesta WalletHub, centrada en el nivel educativo de los estados. Con Massachusetts el primer lugar y Mississippi el lugar 50, la media del electorado se sitúa Nuevo México, Louisiana, Mississippi, Texas y California. Si la pandemia de COVID-19 logra detenerse, Trump volverá a hacer su campaña en esos estados.

Hay más de 42 millones de estadounidenses pobres en una población de 327 millones de habitantes, afirma el Estudio de Comunidades Estadounidenses del Censo. Eso significa que en el país que hoy preside Donald John Trump, se da la mayor brecha de desigualdad en 50 años. La pandemia también trajo el fin de la creencia ciudadana en la infalibilidad de sus gobernantes.


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¡Y que nos roban la Luna!

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Mientras miles de millones de habitantes de la Tierra se afanan por mantener a raya a un letal y microscópico enemigo, el presidente estadounidense Donald John Trump decidió que lo suyo no es atender la catástrofe sanitaria por COVID-19 de su propio país, sino afirmar el poderío de su nación. Así, el mismo día que los habitantes de Wuhan salían de 11 semanas de riguroso confinamiento, el magnate firmaba la orden que “oficializa” la extracción de recursos naturales de la Luna. ¡Proyectó su geopolítica a 384,400 kilómetros de la Tierra!

Esa patente de corso está en la orden ejecutiva que “Promueve el Apoyo Internacional para la Recuperación y Uso de los Espacios del Espacio”; que atribuye a Estados Unidos el poder de explotar la riqueza mineral, hídrica –principalmente de hielo– y cualquier otra fuente de materiales y minerales de que dispone nuestro satélite.

También, el decreto del 6 de abril desprecia los acuerdos sobre el uso de recursos del espacio que ha firmado la superpotencia, pues dispone que los recursos de la Luna Ya no son vistos como un bien común. A la vez, ordena al ex jefe del espionaje y actual Secretario de Estado, Mike Pompeo, prohibir todo intento, de cualquier otro Estado u organización internacional, para considerar el Tratado de la Luna como reflejo o expresión del derecho internacional consuetudinario.

luna roja

Se trata del pacto de 1979 entre 18 potencias espaciales –sin firma de Estados Unidos–, que rige por el derecho internacional el uso no científico de los recursos espaciales, incluyendo los de la Luna y otros cuerpos celestes en la órbita de la Tierra. De igual forma, viola el vigente Tratado del Espacio Exterior de 1967.

Barack Obama allanó el camino a su predecesor. En 2015, el Congreso aprobó la ley que “autoriza” a compañías y ciudadanos estadounidenses a utilizar los recursos del satélite y los asteroides. Trump sólo confirma la apropiación de nuestro satélite en perjuicio de la Humanidad. 

La decisión del presidente estadounidense, parecería dejar sin alternativas no sólo a sus colegas en el espacio extraterrestre sino sin derecho a la Luna y a los asteroides, a más de siete mil millones de terrícolas. La Luna es el satélite del planeta Tierra, no mina de un puñado de corporaciones urgidas de situar sus trascavos en esa superficie para extraer, frenéticamente, recursos estratégicos para la superpotencia. Los beneficiarios del espacio son, bajo el derecho internacional, del espacio extraterrestre y la sensatez, los habitantes de la Tierra. No es casual que el capitalismo imperial hiciera esta maniobra cuando los Estados enfrentan la pandemia más lesiva de los últimos tiempos.

La prisa del multimillonario-presidente no sólo pretende reafirmar el poder espacial de su país, sino afirmar su presencia armada en el ámbito extraterrestre. Por ello, en febrero de 2019 creó la Fuerza Espacial del Ejército para conducir guerras “donde sea necesario”. Esa directiva de Política Espacial 4 “es un parteaguas militar”, pues es la primera rama que se forma en Estados Unidos desde 1947 cuando se estableció la Fuerza Aérea, describió el asistente del presidente y secretario ejecutivo del Consejo Nacional Espacial, Scott Pace, a The Guardian.

Hubo inmediatas interpretaciones en torno a ese movimiento del muy beligerante mandatario estadounidense. Para algunas potencias espaciales, esa Fuerza trastocaba a fondo la geopolítica del espacio exterior y China lo rechazó al llamarlo “Un paso hacia la militarización del espacio”. 

excavadora en la luna.

El coloso asiático consideró que esa nueva fuerza es una seria violación al consenso internacional sobre el uso pacífico del espacio exterior, mina la estabilidad y el balance estratégico global y supone una amenaza directa a la paz y seguridad del espacio exterior, reportó entonces Common Dreams.

Sin embargo, un Trump obcecado escribió el 13 de mayo de ese año: “Volveremos a la Luna, luego a Marte” y anunció un aumento de 1,600 millones de dólares para retornar al espacio “a lo grande”.

Disgustado por no consumar su codicia, el huésped de la Casa Blanca estalló en junio y criticó a la Administración Nacional de la Aeronáutica y el Espacio (NASA) por planear el retorno a la Luna en 2028.

Con todo el dinero que se está gastando, la NASA no debería hablar de ir a la Luna, eso ya lo hicieron hace 50 añosy recomendó enfocarse en cosas más grandes como la Defensa y la Ciencia, incluyendo ir a Marte “del cual la Luna es parte”, escribió en Twitter. 

Ese gran error astronómico, de que la Luna es parte de Marte, recibió miles de comentarios en la red social, que iban desde la incredulidad hasta la sátira. No obstante, el neoyorquino se empeñó en su afán filibustero espacial. 

En marzo, cuando la pandemia de COVID-19 dejaba miles de víctimas en las principales ciudades de Estados Unidos, el vicepresidente Mike Pence decidió que debía actuar. ¡Y apuró a los astronautas para regresar a la Luna ‘el próximo lustro’! aunque ello significaría adelantar tres años el Plan Artemisa de la NASA. Si usted disfrutó de la mágica visión de la preciosa Luna Rosa, atesore ese recuerdo.


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Esperanza, emociones y geopolítica

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Las culturas del miedo, la humillación y la esperanza están reconfigurando el mundo; de ahí que no sea posible comprender el comportamiento de las relaciones internacionales sin entender cómo funcionan las emociones de los actores globales. Las emociones son como el colesterol, las hay buenas y malas. La cuestión es encontrar el correcto equilibrio entre ambas. El miedo frente a la esperanza; la esperanza frente a la humillación; la humillación que lleva a la mera irracionalidad –y hasta a la violencia–, reflexionaba el investigador y académico Dominique Moïsi, a una década de haber publicado su estudio La Geopolítica de las Emociones.

Y es que, en el mundo actual hay más temor y humillación y menos esperanza que hace diez años. Eso confirma que, entre los grandes retos socioculturales del siglo actual, está planearnos si existe “la posibilidad de un contexto trasnacional, de crear referencias comunes y democráticas de convivencia”, como plantea Yolanda Onghena Duyvewaerdt, investigadora del Centro para Asuntos Internacionales de Barcelona.  

Porque es claro que cuando la política se conduce a través de las emociones, las razones se olvidan. Tal es el caso de Suecia, cuya política de asilo era de las más generosas; sólo en 2015 fue el país de la Unión Europea (UE) que acogió a más solicitantes de refugio (163 mil). Pero ahora la escalada derechista continental llegó al país nórdico y se opone a esa apertura.

geopolitica de las emociones.

Así, miles de refugiados y migrantes que esperan asilo en la frontera greco-turca, en vez de empatía recibieron frases como: “¡No vengan!”, “¡Suecia está llena!”, “¡Vamos a cerrar la frontera!”, del líder del partido Demócratas de Suecia (derecha), Jimmie Ákesson. Ese veto, escrito en inglés en volantes que él y su equipo repartieron en la ciudad turca de Edirne, retrata una emoción: total rechazo al otro.

La reacción inversa vino del presidente turco, Recep Tayyip Erdogan, quien declaró que su país mantiene abiertas sus fronteras con la UE, para que los refugiados crucen a territorio comunitario. “No detendremos a quienes deseen ir a Europa. Los alimentamos y vestimos por nueve años. Ahora, no los detenemos”.

En la historia humana el odio político ha enfilado contra ciertas etnias, culturas y religiones. Al antisemitismo rabioso siguió la fobia a los mexicanos, japoneses, latinoamericanos, alemanes, chinos e islámicos. Y tras el 9/11 la geopolítica de las emociones impactó en la política exterior e interna de potencias que usan de modo abusivo la otrorización; una emoción que nutre falsas percepciones de otras sociedades.

Esa exclusión etno-religiosa es un incentivo para el radicalismo. Al hablar contra el radicalismo islámico en Polonia, Donald Trump, afirmó: “Estoy en guerra con ellos” y esa declaración nutrió la hostilidad contra musulmanes y árabes.

En su estudio “Islam y Occidente: política de la fobia”, los internacionalistas Minhas Majeed Khan, Saadia Beg y Tasawar Baig, detallan que este siglo XXI heredó las malas relaciones entre el mundo musulmán y Occidente, con asuntos sin resolver de la Guerra Fría y un clima de pugna bajo la teoría del Choque de Civilizaciones de Huntington, donde se ve al islam como la mayor amenaza para la cultura y valores occidentales.

emociones encontradas

Algo es cierto: vivimos en la sociedad del riesgo global por amenazas y desastres que aparecen en nuestro horizonte. Del temor al terrorismo y al cambio climático se transitó a la aversión a la inmigración y xenofobia, y hoy les sigue la rusofobia, que el decano de la Facultad de Derecho de la Universidad de Niza Sophia, Robert Charvin, retrata así: Asistimos a una verdadera rusofobia mediática. Si creemos a esa campaña occidental, Rusia es prácticamente la encarnación del mal. Según esa narrativa, los rusos lograron que Trump fuera presidente y profundizaron la secesión de Cataluña. No importan las virtudes o defectos de su sistema; en ese discurso Rusia sigue siendo el enemigo a combatir, como en la era soviética.

Hoy, estrategas de la geopolítica de las emociones observan cómo millones de personas contienen su terror al COVID-19. Vieron que el 11 de marzo la Organización Mundial de la Salud declaró pandemia a esa enfermedad viral, pues la cifra de afectados fuera de China se multiplicó por 13 en dos semanas y alcanzó a 118,000 casos en 114 países –con 4,291 decesos–.

Es casi inevitable la manipulación política de esta situación y las fobias descritas. La forma como los Estados aborden esos “riesgos” describirá cómo se gobierna en la modernidad. Estar en riesgo es la condición humana de este siglo; lamentablemente, hoy la sociedad se ocupa cada vez más en debatir que en prevenir y gestionar los riesgos, lamenta el sociólogo alemán Ulrich Beck.


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