xenofobia

Identidad racial: el color de la piel y el sueño de King

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El factor de mayor peso en la identidad racial asumida y asignada es el color de la piel, un hecho biológico que repercute de múltiples maneras en la autoconciencia y las relaciones sociales. Es así que esa identidad con frecuencia se ve sometida a prejuicios racistas que suelen engendrar sufrimiento, discriminación, violencia o incluso genocidio. El tema es vasto y presenta múltiples aristas. En esta ocasión intentaré abordar algunas características de la identidad y la identificación racial como parte de la conciencia de uno mismo y de los demás.

Juan Comas
El antropólogo físico Juan Comas hacia 1970 y su libro sobre la unidad y variedad de la especie humana de 1967.

Es conveniente revisar el libro “Unidad y variedad de la especie humana” de 1967, obra del maestro Juan Comas, antropólogo físico del exilio español ubicado por muchos años en la UNAM. En esta obra ya se demostraba que la humanidad pertenece a una sola especie y tiene un mismo origen: el tronco común proveniente de África. Citando múltiples evidencias biológicas, Comas rebatió allí mismo la tesis de que hay tres o cuatro razas humanas, en especial las llamadas en una época caucasoide, negroide o mongoloide, que fueron utilizadas para afirmar una supremacía blanca. En los seres humanos ciertamente existen variaciones poblacionales dentro de la especie Homo sapiens sapiens que por esta razón se califica de politípica (que presenta muchos tipos) y polimórfica (muchas formas corporales). Estas variaciones incluyen apariencias o fenotipos diversos a las que se aplica el término de raza, sustantivo utilizado para denominar a subpoblaciones humanas que se pueden distinguir con facilidad. De esta forma no sólo se identifican personas “blancas” o “negras”, sino se distinguen “orientales” de “árabes” o  “escandinavos” de “mediterráneos”. A pesar de lo impreciso que puedan resultar estos y otros términos, el hecho es que se emplean para asignar o atribuir apariencias supuestamente comunes a grupos e individuos humanos.

La variación genética está estructurada geográficamente debido a las pautas de migración humana que establecen una ascendencia particular. Esta variación tiene cierta relación con la “raza” concebida en términos tradicionales, pero no separa grupos de individuos, sino detecta poblaciones que se distribuyen ampliamente y se sobrelapan de manera continua. Comas refiere, además, abundante evidencia en contra de que existan “razas superiores”, en términos de inteligencia, comportamiento o cerebro, creencia que, basada en los espurios conceptos de “raza aria” o “raza judía” durante el régimen nazi llegó al absurdo científico, al implacable antisemitismo y al holocausto de millones de seres humanos.

La diversidad humana
La diversidad humana en poblaciones de Asia. Tomado de Nordisk familiebok (1904) en Wikipedia. Se observa gran variación de tipos y coloraciones de piel, acentuadas por los diferentes atuendos y arreglos. Más que tratarse de razas, los tipos presentados revelan lo que actualmente se denomina etnias.

El amplio y preciso conocimiento derivado del Proyecto Genoma Humano ha confirmado desde 2003 una variación que no concuerda ni admite la clasificación en razas humanas, pues la diversidad genética de la especie es continua, compleja y cambiante. Esto quiere decir que, si bien la raza no es un factor biológico definible, la variación genética sí lo es y se usa para explicar hechos como una diferente susceptibilidad a las enfermedades. Se sigue aplicando el término raza no sólo en la población general, sino también para inferir el riesgo a diversas enfermedades entre grupos humanos clasificados de esta forma en publicaciones médicas. Ahora bien, aunque la categoría de raza aparece con alguna frecuencia, la manera de identificarla suele ser ambigua o vaga, lo cual es de esperarse porque no existe un indicador biológico o somático para clasificar razas humanas. En muchos artículos médicos no se especifica la manera en la que se determinó la raza y usualmente se basa en la atribución del entrevistador, o bien, en la autodefinición por parte del o la paciente en términos del color de su piel y su identidad racial asumida.

Como se puede colegir, la palabra “raza” aún es polémica pues, aunque ya no existe mucho debate en las ciencias biológicas sobre la inutilidad del concepto, es indudable que constituye un constructo social que influye de manera dramática en la vida diaria, en los procesos sociales y en la historia. En efecto: los significados del término “raza” son de gran relevancia cultural y socioeconómica porque moldean o intervienen en casi todos los niveles y aspectos de la vida social, desde las interacciones cara a cara, hasta los movimientos políticos. La discriminación histórica y geográfica hace muy patente el color de la piel en los individuos y éste juega un papel determinante en las relaciones sociales, sobre todo en países donde conviven personas de diferentes ascendencias y tonalidades de piel, como sucede en Estados Unidos o Brasil. Un racismo soslayado reptante contra los indígenas sigue operando en los países hispanoamericanos a pesar de su proclamado mestizaje.

identidad racial color de piel
Mosaico de retratos fotográficos de voluntarios humanos realizados con el método del proyecto Humanae para visualizar y clasificar su color de piel, usando el catálogo industrial PANTONE (tomada de YOROKOBU).

Muchas personas se identifican a sí mismas e identifican a los otros en términos de colores, usualmente cuatro: negro, blanco, amarillo y rojo que son inadecuados para nombrar los tintes de la piel pero que clasifican a la gente no sólo por un tono sino también por su supuesto origen continental: África, Europa, Asia y América precolombina, respectivamente. Esta diferenciación, que podría ser simplemente indicativa y aún enriquecedora por la variedad humana que implica, conlleva un siniestro bagaje de discriminación basado en la creencia injustificada de una superioridad o inferioridad inherentes a la etiqueta cromática, cuya base corporal es una simple variable bioquímica: la cantidad de melanina en la piel.

En este sentido, es muy relevante citar el proyecto Humanae de Angélica Dass, fotógrafa brasileña nacida en 1979 en el seno de una familia con orígenes geográficos diversos y actualmente residente en Madrid. Humanae pone de manifiesto el rango cromático de la piel humana en un mosaico de retratos fotográficos del rostro y parte superior del pecho, y los hombros de miles de seres humanos voluntarios mirando de frente y sin expresión emocional. El acervo incluye hasta el momento a más de 4 mil voluntarios de 17 países. La taxonomía del color de la piel se basó en clasificar una zona de 11 por 11 pixeles de la nariz en el formato del sistema PANTONE® Guide usado a nivel industrial, el cual emplea un algoritmo matemático para clasificar todos los colores.

Las fotografías se presentan de modo que el fondo corresponda con el color de la piel y debajo de cada imagen se imprime el número oficial de Pantone. El proyecto muestra de manera espléndida y contundente el amplio rango de coloración de los seres humanos y verifica que no hay razas en el sentido de encontrar subgrupos homogéneos y de coloraciones clasificables en conjuntos delimitados, sino un amplio inventario cromático. El catálogo visual presentado ya despliega un continuo de tintes que se antoja calificar con una rica paleta de sabores terrenales: castaños, cremas, caramelos, vainillas, cafés, mieles, mostazas, duraznos, avellanas, chocolates, naranjas, canelas, aceitunas… No es necesario mencionar que ninguna de las 4,000 personas retratadas es realmente roja, amarilla, negra o blanca.

identidad racial color de piel
Dos retratos del proyecto Humanae que manifiestan y clasifican objetivamente el color de la piel (tomado de YOROKOBU).

Por todo lo mencionado, conviene cuestionar códigos y casillas raciales, preguntarse cómo nos vemos a nosotros mismos o a otros en esa diversidad cromática y qué nos significa tener determinado color de piel. La tarea es grave porque, a pesar de que han pasado ya casi 60 años de proclamado el sueño de Martin Luther King, no se vislumbra la hora de “elevarnos del oscuro y desolado valle de la segregación hacia el luminoso camino de la justicia racial”.

Martin Luther King
Martin Luther King pronunciando el famoso discurso “I have a dream” (Tengo un sueño) en Washington D.C. el 28 de agosto de 1963.

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El gringo y lo gringo

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No hay otra manera de decirlo: su problema es que nació gringo y sigue siendo un gringo.

Por favor no se me malinterprete. No hay xenofobia en este juicio. No puede haberla de parte de alguien por cuyas venas corre sangre negra (Camerún), árabe (Andalucía), vikinga (Islandia), teutona (Magdeburgo), mexica (Culhuacán) y trazos de origen tan alejado como Niuatoputapu, una pequeña isla del Pacífico Sur, que ni mi madre pudo explicar cómo fue que se colaron en la familia.

Aclarado esto, sostengo que El Gringo reveló su verdadera naturaleza cuando fue exhibido –no por primera vez– como un tipo mendaz y tramposo, un pendenciero de navaja y nudillera. No puede ser de otra manera. En su ADN lleva los mismos genes que su paisano el presidente con nombre de osito, aquel que urbi et orbi proclamó la superioridad gringa sobre todos los pueblos prietos. Y en la espalda soporta la pesada carga que tan certeramente describió Kipling; permítaseme citarla en el idioma de El Gringo: The white man’s burden. Por lo demás, su actual reyerta puede ser descrita con otra cita yanqui: You and me against the world!

Realmente siento pena por él. La expatriación, voluntaria o no, siempre es dolorosa. Lejos está El Gringo del temple de un Conrad, que nacido polaco se construyó a sí mismo como uno de los grandes novelistas en lengua inglesa… aunque como bien dijera Chinua Achebe, nunca perdió la veta racista.

Si trasterrados de alta estatura moral e intelectual vivieron con gran dolor su calvario, imagino el sufrimiento de El Gringo, que ni se ha integrado aquí ni puede volver allá ni es persona de alta estatura moral e intelectual. Pero no tiene la culpa el gringo, sino el que lo hizo pariente.

lo gringo
Ilustración: Vince Chui.

En un artículo juguetonamente titulado “El mexicano indomable” en Harper’s de junio de 1937, el hoy olvidado historiador Hubert Herring explicó lo que todo gringo sabe de los mexicanos: “Son bandidos, andan empistolados, hacen el amor a la luz de la luna, comen comida muy picosa y echan tragos muy fuertes; son flojos, son comunistas, son ateos, viven en chozas de adobe y tocan la guitarra el día entero. Y algo más que todo gringo nace sabiendo: que está por encima de cualquier mexicano”.

Este pasaje viene como anillo al dedo para explicar la rabieta de nuestro personaje. Llegó como Julio César a sus atezadas Galias, veni, vidi, vici… pero a diferencia de “la Reina de Bitinia”, los pollos sagrados le salieron respondones.

Pero me estoy desviando. En realidad mi intención no era hablar de El Gringo, personaje que me da flojera, sino de lo gringo, en vísperas del encuentro a orillas del Potomac entre los presidentes a quienes separa el Río Bravo.

Estos mandatarios son personalidades que parecen encaminadas a una relación geológica: los cambios tectónicos de su carácter, la potencia de géiser de sus argumentaciones, la voluntad volcánica que exhalan para modelar el futuro, las colocan en la misma dimensión. Esperemos que su encuentro no se deslave en un archipiélago menor de temperamentos políticos.

Aunque mi querido y respetado amigo G.B. me reprende cuando cree detectar en mis escritos el síndrome del jamaicón, me es imposible hoy no citar algunos pasajes históricos que nuestra clase política bien haría en tomar en cuenta en el trato con los vecinos. Digo esto a riesgo de dar otro machucón a la manida sentencia de Santayana.

México ha sido visto por Estados Unidos como patio trasero, amortiguador y dique protector de su frontera sur, fuente de materias primas, mercado para sus productos o territorio anexable.

gringo en mexico
Ilustración: Alex Green.

Los liberales mexicanos del siglo XIX admiraron la gesta fundadora del vecino país, pero nunca perdieron de vista que el gigante que ante Dios postrado declaró la igualdad de todos los hombres y proclamó como derechos universales la libertad y la búsqueda de la felicidad, es un gran peligro para nosotros.

Desde la pluma de Fray Servando hasta la de Silva Herzog, pasando por las de José María Luis Mora, José Manuel Zozaya y un batallón de pensadores liberales, tan caros en la actual hagiografía política, leemos admoniciones y advertencias sobre el riesgo en que nos coloca vivir frontera de por medio con la potencia imperial.

Zozaya, el enviado extraordinario y plenipotenciario de Iturbide en Estados Unidos, reportó desde su misión el 26 de diciembre de 1822: “La soberbia de estos republicanos no les permite vernos como iguales sino como inferiores; su envanecimiento se extiende en mi juicio a creer que su Capital lo será de todas las Américas”.

Como en El Gringo de nuestra historia, la conducta de “estos republicanos” estaba grabada en su ADN colonial. Ya en 1798 Rufus King y John Trumbull cocinaron un complot con el general venezolano Francisco de Miranda, para que George Washington liberara a México y promulgara una Constitución “de pureza semejante a la británica, a cargo de los herederos de Moctezuma”. Mas el “Padre de la patria” declinó el honor y todo quedó en un sueño guajiro.

Hubert Herring ridiculizó a sus compatriotas, pero algunos se tomaban muy en serio tal “superioridad”, como Samuel Flagg Bemis, profesor de Yale, dos veces premio Pulitzer, Premio Nacional del Libro y presidente de la Sociedad Histórica, quien a los cuatro vientos urgía apropiarse de la valiosa bodega de recursos naturales llamada México, país al que Estados Unidos dispensaba, en su augusta opinión, “una tolerancia galiléica”.

mexico patio trasero
Ilustración: Quartz.

Bemis sólo seguía la escuela inaugurada por King y Trumbull y continuada por una pléyade de personeros del imperialismo yanqui, algunos grandes y otros pequeños, pero igual de nocivos, como el teniente coronel Edward Davis, agregado militar en la embajada gringa, quien el 31 de diciembre de 1926 cursó “Un conciso repaso del año 1926 en México”, en donde sin rubor dijo:

[…] es natural que el hombre blanco sea visto con algo de antipatía, pero si los mexicanos alguna vez tuvieran la bendición de una intervención y administración [yanqui] el supuesto odio encarnizado hacia los [yanquis] se disolvería en una farsa superficial […] El año ha comprobado que México tiene escasa, si alguna, esperanza de convertirse en un miembro autosuficiente y respetado de la comunidad de naciones, a menos que reciba del exterior algo que nunca ha tenido: una capacitación radical en autogobierno combinada con educación para las masas y un adecuado desarrollo económico.

Un curso rápido para mejor entender el carácter de “estos republicanos”, como dijera Zozaya, está en el recién aparecido libro de John Bolton, ex asesor de seguridad nacional de Estados Unidos, un texto a la vez escalofriante y divertido: La habitación en donde sucedió: una memoria de la Casa Blanca.

Bolton es un modelo de laboratorio del ADN imperial. Posee un doctorado en derecho y cita con soltura a Tucídides, a Aristóteles y a Homero, pero al mismo tiempo exhibe la penosa condición, casi canina, de ver el mundo en blanco y negro: acá los defensores de Occidente, allá la amenaza a la civilización.

Harían bien nuestros funcionarios en no perder de vista este rasgo que parece común a la clase política que hoy anida en los pantanos que el suegro de Yared iba a drenar y también entre los del otro bando que se dice demócrata.

Considero mi deber llamar la atención de nuestro enviado especial a cómo Bolton caracteriza la relación del actual gobierno con nuestro país: “El vigor administrativo en dependencias clave se consume en disputas sobre cómo financiar el muro mexicano de Trump. Esto ha sido el pozo de chapopote de esta administración…”, en alusión a las charcas de La Brea en donde hace 50 mil años perecieron los poderosos mastodontes que enseñoreaban la comarca.

Interesante reflexión aplicada a las actuales circunstancias: he aquí una vulnerabilidad del mastodonte republicano cuyo manejo daría una ventaja táctica al mexicano en su encuentro tectónico con su par gringo.

Esto lo digo en el desierto, porque desde luego nadie me hará caso.

Juego de ojos.

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Esperanza, emociones y geopolítica

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Las culturas del miedo, la humillación y la esperanza están reconfigurando el mundo; de ahí que no sea posible comprender el comportamiento de las relaciones internacionales sin entender cómo funcionan las emociones de los actores globales. Las emociones son como el colesterol, las hay buenas y malas. La cuestión es encontrar el correcto equilibrio entre ambas. El miedo frente a la esperanza; la esperanza frente a la humillación; la humillación que lleva a la mera irracionalidad –y hasta a la violencia–, reflexionaba el investigador y académico Dominique Moïsi, a una década de haber publicado su estudio La Geopolítica de las Emociones.

Y es que, en el mundo actual hay más temor y humillación y menos esperanza que hace diez años. Eso confirma que, entre los grandes retos socioculturales del siglo actual, está planearnos si existe “la posibilidad de un contexto trasnacional, de crear referencias comunes y democráticas de convivencia”, como plantea Yolanda Onghena Duyvewaerdt, investigadora del Centro para Asuntos Internacionales de Barcelona.  

Porque es claro que cuando la política se conduce a través de las emociones, las razones se olvidan. Tal es el caso de Suecia, cuya política de asilo era de las más generosas; sólo en 2015 fue el país de la Unión Europea (UE) que acogió a más solicitantes de refugio (163 mil). Pero ahora la escalada derechista continental llegó al país nórdico y se opone a esa apertura.

geopolitica de las emociones.

Así, miles de refugiados y migrantes que esperan asilo en la frontera greco-turca, en vez de empatía recibieron frases como: “¡No vengan!”, “¡Suecia está llena!”, “¡Vamos a cerrar la frontera!”, del líder del partido Demócratas de Suecia (derecha), Jimmie Ákesson. Ese veto, escrito en inglés en volantes que él y su equipo repartieron en la ciudad turca de Edirne, retrata una emoción: total rechazo al otro.

La reacción inversa vino del presidente turco, Recep Tayyip Erdogan, quien declaró que su país mantiene abiertas sus fronteras con la UE, para que los refugiados crucen a territorio comunitario. “No detendremos a quienes deseen ir a Europa. Los alimentamos y vestimos por nueve años. Ahora, no los detenemos”.

En la historia humana el odio político ha enfilado contra ciertas etnias, culturas y religiones. Al antisemitismo rabioso siguió la fobia a los mexicanos, japoneses, latinoamericanos, alemanes, chinos e islámicos. Y tras el 9/11 la geopolítica de las emociones impactó en la política exterior e interna de potencias que usan de modo abusivo la otrorización; una emoción que nutre falsas percepciones de otras sociedades.

Esa exclusión etno-religiosa es un incentivo para el radicalismo. Al hablar contra el radicalismo islámico en Polonia, Donald Trump, afirmó: “Estoy en guerra con ellos” y esa declaración nutrió la hostilidad contra musulmanes y árabes.

En su estudio “Islam y Occidente: política de la fobia”, los internacionalistas Minhas Majeed Khan, Saadia Beg y Tasawar Baig, detallan que este siglo XXI heredó las malas relaciones entre el mundo musulmán y Occidente, con asuntos sin resolver de la Guerra Fría y un clima de pugna bajo la teoría del Choque de Civilizaciones de Huntington, donde se ve al islam como la mayor amenaza para la cultura y valores occidentales.

emociones encontradas

Algo es cierto: vivimos en la sociedad del riesgo global por amenazas y desastres que aparecen en nuestro horizonte. Del temor al terrorismo y al cambio climático se transitó a la aversión a la inmigración y xenofobia, y hoy les sigue la rusofobia, que el decano de la Facultad de Derecho de la Universidad de Niza Sophia, Robert Charvin, retrata así: Asistimos a una verdadera rusofobia mediática. Si creemos a esa campaña occidental, Rusia es prácticamente la encarnación del mal. Según esa narrativa, los rusos lograron que Trump fuera presidente y profundizaron la secesión de Cataluña. No importan las virtudes o defectos de su sistema; en ese discurso Rusia sigue siendo el enemigo a combatir, como en la era soviética.

Hoy, estrategas de la geopolítica de las emociones observan cómo millones de personas contienen su terror al COVID-19. Vieron que el 11 de marzo la Organización Mundial de la Salud declaró pandemia a esa enfermedad viral, pues la cifra de afectados fuera de China se multiplicó por 13 en dos semanas y alcanzó a 118,000 casos en 114 países –con 4,291 decesos–.

Es casi inevitable la manipulación política de esta situación y las fobias descritas. La forma como los Estados aborden esos “riesgos” describirá cómo se gobierna en la modernidad. Estar en riesgo es la condición humana de este siglo; lamentablemente, hoy la sociedad se ocupa cada vez más en debatir que en prevenir y gestionar los riesgos, lamenta el sociólogo alemán Ulrich Beck.


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Virus xenofóbico, terrible padecimiento social

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El domingo en Israel es un día de trabajo normal y eso incluye el funcionamiento de la Bolsa de Valores de Tel Aviv, que generalmente responde a lo que pasó el viernes en las Bolsas de Valores del mundo y en especial Nueva York, donde las bolsas cayeron fuerte. En Israel los viernes no se negocian los valores.

Hoy me levanto y veo que el pasado domingo 23 de febrero 2020 fue un día malo para los inversores israelís.

Muchos estarán contentos de esa baja, pero me despiertan pena porque cuando baja la bolsa todos padecen esta situación de riesgo y vulnerabilidad, porque las pérdidas hay que licuarlas y por lo general se hace con dinero público. Algunos recordarán los grandes apoyos de parte de los bancos. El último año fue muy bueno para los inversores. Pero ¿acaso a alguno le mejoraron la jubilación por esa razón?

Respecto a lo que estamos viviendo en el mundo con el coronavirus, es una crisis real por los daños económicos que produce la enfermedad y los esfuerzos de evitar la propagación de la epidemia. Ikea cerró sus 33 negocios en China, Apple informó que se puede ver afectado el inventario de celulares, etc. –para información más precisa sobre el tema, lea la nota de Adrew Walker –.

cronovirus contra valores
Fotografía: 20 minutos.

En lo personal, no me siento muy preocupado, aunque esta semana emprenderé el largo viaje a Israel para festejar los 13 años de mi nieto Ariel. Cuando digo preocupado es por el temor al contagio, ya que la enfermedad se expande y nadie está exento de contagiarse. No estoy muy preocupado, pero sí un poco me atemoriza. Las Bolsas de Valores seguramente se recuperarán después de que pase este corto trance en la larga historia de la humanidad.

Hace un par de días, al leer sobre la discriminación a chinos por el tema del coronavirus, me hizo pensar que realmente el mundo, y las personas particularmente, no hemos cambiado en nada. Me vino a la mente un relato que seguramente muchos no saben, pero sorprendentemente es muy parecido del texto que extraigo:

Desde el amanecer, un barullo indescriptible llenó las calles de Estrasburgo: era el sonido de la marcha, avanzando al ritmo de canciones salvajes, acompañado por los gritos de las mujeres desatadas. Cuando rompieron las barreras que cerraban la entrada del barrio judío, la multitud se precipitó en el gueto. Hombres y mujeres, niños y ancianos fueron masacrados sin piedad. En las casas quemadas, familias enteras desaparecieron sin dejar rastro.

Eso fue el 14 de febrero de 1349 y los judíos fueron acusados por la supuesta propagación de la peste negra. No eran chinos, sino los judíos que siempre son fáciles de identificar como responsables, aparentemente por la demonización del otro. 


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Los imaginarios mediáticos de la epidemia

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Hoy escuchaba en la mañana que la promesa de una posible vacuna contra el coronavirus tiene “contentos” a los mercados internacionales, después de que las bolsas de Shanghai y Shenzhen vieran una caída histórica el pasado lunes. Me fui a dormir ayer con la imagen de una máscara de las que usaron los médicos de la peste en los siglos XVI y XVII. El miedo, la especulación, el dinero que está en juego, los intereses de los laboratorios y en México, el terror de tener que hacer frente a una epidemia en un Estado fallido que no garantiza el abasto de medicamentos, o simplemente la atención. Parece que se nos olvida, pero no es la primera ocasión en que nos dejamos llevar por el pánico y hasta el racismo se nos exacerba.

Tampoco es la primera vez que una enfermedad viene de Oriente. El año pasado, una pareja de mongoles murió a causa de haber ingerido un riñón crudo de marmota; otra pareja fue atendida en China por haber contraído la peste bubónica. Sí, la misma peste que asoló a Europa y Medio Oriente de 1348 a 1351. En 1892 una epidemia de peste bubónica se desató en la provincia de Yunnan; dos años más tarde, tanto Alexander Yersin como Shinasaburo Kilasato, dos científicos que trabajaban separadamente en Suiza y Japón, lograron aislar e identificar a la bacteria causante de la peste, la yersinia pestis, que tomó su nombre de su descubridor suizo. La pasteurella pestis, como también se conoce, infecta a una pulga llamada xenopsylla cheopis, la que, a su vez, muerde a roedores salvajes como ratas y marmotas, pero cuando esa población disminuye, aprovechan también a los animales domésticos como portadores. Al parecer, los brotes de peste en China han sido constantes a lo largo de la historia y contraer enfermedades a partir de la cercanía con los animales (por convivencia o por ingestión) no es nada nuevo bajo el sol.

peste negra
Imagen: Almadraba Revista Cultural.

La más terrible epidemia en la historia de Occidente ha sido la de 1348 a 1351, aunque sus embates se dejaron sentir desde 1346 hasta bien entrado el siglo XVII. La peste bubónica acabó con el 60% de la población europea (Benedictow, “La Muerte Negra…” en Estudios históricos -CDHRP, no. 5, 2010) y produjo un imaginario que está vivo hasta la fecha. Esta plaga no se originó en China, o al menos no tuvo en China su detonante inmediato, sino en la ciudad portuaria de Caffa, en el Mar Negro. Esta región esteparia de Crimea había sido asolada por las huestes del Khan Jani Beg. En 1346 los mongoles montaron un sitio para acabar con los genoveses que estaban a cargo de la última factoría en el puerto. Gracias a ella, los comerciantes genoveses (cristianos) controlaban el paso de mercaderías y una floreciente actividad, que terminaría con un episodio de guerra biológica –sí, guerra biológica– gracias a la idea del Khan, sin saber que le saldría el tiro por la culata. En pleno asedio, la Horda de Oro, como se conocía a las huestes mongolas de Jani Beg, comenzó a mermar. El número de muertos comenzó a alarmar al Khan hasta que decidió deshacerse de los cuerpos de una manera peculiar: los catapultó sobre las murallas de los genoveses, para que se contagiaran y probaran de lo mismo que acabó con sus efectivos. Al ver llover cuerpos, los genoveses los arrojaron al mar, sin embargo, la infección no se hizo esperar. Murieron numerosos individuos a ambos lados de las murallas, al punto en que el Khan tuvo que decidir la retirada y los pocos genoveses sobrevivientes huyeron en barco a Constantinopla, en donde ratas y seres humanos contribuyeron a la expansión de la enfermedad. De Constantinopla recalaron después en Sicilia y finamente en Génova. El contagio se expandió rápidamente por la Europa mediterránea y poco después subió a la parte continental. Ni Inglaterra ni Escandinavia se salvaron de la peste. Era una pandemia.

Ciertamente, las epidemias tienen graves consecuencias en todas las esferas: la economía se ve afectada, el desplazamiento a través de fronteras es visto con recelo y genera aversiones por parte de los que aún no han sido contagiados. Pese a la declaración de estado de emergencia por parte de la OMS, el coronavirus no es una pandemia. Aunque son varios los países –además de China– que reportan casos, las cifras no se elevan más allá de 25 (Tailandia, seguida por Japón y Singapur) y unos 500 decesos (al 5 de febrero). No obstante, el coronavirus alarmó a los mercados internacionales y dio pábulo a que se hicieran especulaciones en torno a cómo se vería afectada la operación de las multinacionales en Oriente, así como a esperar una contracción de la economía china y, por ende, del resto del mundo.

pandemia, epidemia
Imagen: La Brújula Verde.

Hoy tenemos una circulación tanto de datos como de personas que no se hubiera imaginado en el siglo XIV. La difusión acelerada de la información nos genera, en muchas ocasiones, pánico y sólo eso. Conocer el desarrollo de una epidemia tiene incidencia directa en los mercados y en la demanda de productos específicos (acuérdense que escasearon los cubrebocas cuando la H1N1 en 2009). En los tiempos en que la enfermedad caminaba más rápido que la información, las cosas eran distintas. Cuando Giovanni Boccaccio narra su propia experiencia de la peste y fundamenta su retiro a una quinta para resguardarse del contagio, refigura, en su “primera jornada” del Decamerón, las razones que lo han llevado a esa situación. Habla de la insigne ciudad de Florencia que cerró sus puertas a los enfermos y se limpió de toda inmundicia, pero ningún acto de la “providencia humana” bastó para contener la mortandad. A su juicio, era un merecido castigo divino.

Lejos estamos de los tiempos en que los médicos como Guy de Chauliac, quien atendiera a varios papas en Avignon, aconsejaban encender hogueras para purificar el aire y en los que una capucha con un enorme pico retacado de hierbas aromáticas era la única protección contra el contagio. Esa característica y tétrica imagen del médico de la peste data del siglo XVII. Tenemos varios ejemplos grabados, de entre los cuales, tal vez el más conocido es el de Paul Früst. Esa máscara picuda, equivalente a nuestro cubrebocas contemporáneo, se convirtió en un icono desesperanzador, en la deriva de los tiempos, que funge como una especie de memento mori cultural.

Guy de Chauliac
Guy de Chauliac vendando la pierna del Papa Clemente VI, Ernest Board, 1912 (Imagen: Pinterest).

La peste de 1348 y su imaginario se reactualizan cada que tememos una situación de contagio masivo o cada que debemos protegernos de ataques con gas o de armas químicas. La máscara se convierte entonces en icono de la peste y de la guerra, situaciones que llevan al colapso de la economía y, cuando se trata de una economía global, pensamos en un apocalipsis. No confiamos en lo que nos digan las “autoridades”, ni en que nos cuenten que estamos preparados para hacer frente al embate de una epidemia: la “realidad” informativa de todos los días nos ha enseñado a no creer. Si no hay medicamentos para los niños con cáncer, si los pacientes en el sistema público de salud tienen que llevar sus propios materiales de curación, lo que nos queda es tener una fe nada científica en una especie de “autorregulación” del cuerpo, de lo social. Confiaremos en que, por naturaleza, deseamos nuestro bienestar, pero que en tanto humanos no podemos alentar situaciones de racismo o miedos inveterados a lo que nos parece ajeno y peligroso. Así es que, aunque la plaga venga de Oriente, hay que ser conscientes de que la xenofobia no surge por el virus, sino que comporta una serie de mensajes que históricamente se han acumulado y aprovechan la erupción mediática. Para el caso, seamos conscientes de que la xenofobia hace más daño que la enfermedad, pues.


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