Más Maquiavelo

Guerra (i)legal

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Es común entre los estudiosos de la seguridad discutir los métodos criminales. La lógica supone que ciertos crímenes requieren de o recurren a ciertas prácticas. Por tanto, descifrar constantes en el modus operandi termina siendo una aspiración para detectar cómo accionan y reaccionan ciertos criminales en contextos igualmente específicos. ¿Qué pasa, sin embargo, cuando las líneas entre lo legal o lo ilegal terminan borrando la definición de criminal? El México contemporáneo es un buffet lleno de experiencias útiles para pensar al respecto. Aquí presento tres experiencias del un crimen parecido, con métodos similares, pero con una heterogeneidad de perpetradores que diluye lo que entendemos por legal e ilegal.

En pleno contexto de guerra contra las drogas durante el calderonismo, testimonios desde Michoacán dieron cuenta de la manera en que grupos criminales locales se hacían con terrenos de la población. El método consistía en secuestrar, torturar y en general extorsionar a dueños de propiedades inmobiliarias para que cedieran sus terrenos en favor de algún miembro del grupo criminal, o incluso del grupo mismo. Después de las atrocidades realizadas, los dueños terminaban cediendo las propiedades y firmando los papeles necesarios. Cuando el objetivo parecía haber sido alcanzado, es decir, contar con la propiedad de manera “legal”, usualmente la víctima era asesinada.

Años después el método se repitió pero cambió el perpetrador. Un artículo de Patricia Dávila en la revista Proceso del pasado 7 de marzo de 2021, publicó la manera en que miembros del antiguo gobierno estatal de Nayarit extorsionaban propietarios para conseguir el traspaso (eso sí, legal) de sus propiedades en favor de funcionarios de ese gobierno. Las técnicas relatadas por la nota ciertamente no eran muy distintas de las vistas en Michoacán. Ante amenazas, extorsiones y en general intimidaciones violentas, los dueños terminaban firmando cesiones de escrituras para traspasar propiedades “legalmente”. La diferencia, por supuesto, consiste en que el perpetrador era la autoridad legal.

robo de propiedades
Imagen: Esmeralda Ordaz.

Finalmente, destaca el caso del municipio Benito Juárez, donde se ubica Cancún, en Quintana Roo. Ahí, tal y como lo reportó Denise Maerker en su noticiero En Punto, se detectó una red de funcionarios dedicados a despojar de casas de interés social a ciudadanos propietarios. Después de que empresas con las que adquirieron los créditos quebraran, los usuarios encontraban que, al buscar la forma de seguir pagando el crédito, se encontraban con que las propiedades habían sido reescrituradas a nombre de otras empresas inmobiliarias. Notificaciones presuntamente falsas o inexistentes, documentación mal generada y en general malos procedimientos se expandieron alrededor del municipio. El medio reporta más de 750 expedientes con caso similares. El entramado suponía la participación de autoridades públicas, por supuesto, pero también de notarías y empresas inmobiliarias. El resultado era el mismo que en los casos anteriores: el despojo “legal” de bienes inmobiliarios.

Justamente en ese aspecto está el punto de encuentro entre los tres casos descritos. Se trata de legalizar un traspaso a todas luces ilegal. Aun y cuando los perpetradores podían cambiar, el objetivo de “despojar legalmente” se mantiene. Jean y John Commaroff, antropólogos sudafricanos, han escrito sobre la forma en que la ley actúa como un fetichismo en los países con pasado poscolonial. Su trabajo ha sido esclarecedor para describir la forma en que en esos contextos la legalidad no se traduzca en justicia ni procedimientos de sanción o reparación, pero sí en instrumentos de poder y violencia. Es terreno fértil para lo que ellos llaman “guerra legal”. Ésta, dicen, supone el uso de instrumentos legales para la coacción o la desposesión. Los casos vistos son brochazos de los diferentes ángulos de una guerra legal a la mexicana.


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Crimen y oxígeno

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Alrededor de las 16:30 del pasado martes, sujetos armados interceptaron y robaron un camión con cinco tanques de oxígeno en el municipio de Ecatepec, en el Estado de México. Momentos después, autoridades locales capturaron a los delincuentes y recuperaron el botín. Tal y como reporta el diario Reforma, los cinco tanques robados estaban vacíos. El caso es todo menos un evento aislado. Los robos de este tipo de contenedores en carreteras se han vuelto frecuentes en zonas variadas de la Zona Metropolitana de la Ciudad de México, y en general en la región centro del país y algunos otros estados. Además, la prensa reporta un robos a comercios especializados como en el ocurrido hace una semana en la alcaldía Miguel Hidalgo, así como incontables casos de fraudes a través de sitios de venta en línea y redes sociales.

El fenómeno tiene una explicación relativamente simple basada en una explicación de mercado: ante la urgencia y angustia de quienes cuentan con seres queridos enfermos de Covid, la demanda de oxígeno ha aumentado (alrededor de 700%, según datos de la PROFECO) y el producto, en consecuencia, encarece. Tal encarecimiento produce la oportunidad de ganancias extraordinarias de un bien que, normalmente, no ofrece esas “posibilidades”. En efecto, el encarecimiento es un hecho. El diario Excelsior asegura que el precio del oxígeno se ha triplicado al pasar de 7 mil a 30 mil pesos. Es una estimación razonable pero empírica en función de los casos conocidos. En todo caso, detrás de la relativamente sencilla explicación de mercado, existe una explicación mucho más compleja que se relaciona con la formación y auge de mercados ilegales.

oxigeno
Imagen: Cuartoscuro.

Natalie Kitroeff y Óscar López publicaron en el New York Times una crónica tan fabulosa como estremecedora sobre el calvario que ha sido conseguir oxígeno en la Ciudad de México durante los últimos meses. “Los niños llaman rogando por oxígeno para sus padres”, comienza el texto, “Los ancianos llaman rogando por aire a mitad de la noche. Sin dinero, las personas ofrecen pagar con sus autos”. El drama y la desesperación alimentan el encarecimiento. Son variables difíciles de medir en términos económicos, pero sustantivas para explicar lo que está ocurriendo. La aparición de un mercado ilegal supone, por un lado, una relación directa con el contexto específico de un bien o mercancía en un momento determinado; pero también, y por otro lado, con la forma activa o reactiva en la que la autoridad lidia con el problema de crimen e ilegalidad.

Ricardo Sheffield, titular de la PROFECO, afirmó que, ante este nuevo fenómeno delictivo, la Guardia Nacional está trabajando en coordinación con empresas de proveeduría de oxígeno para ubicar y capturar a los involucrados en estos robos. Sumar a la Guardia Nacional eleva el problema a un asunto de seguridad propio de mercancías ilícitas. Además, apenas el 9 de febrero, el Senado de la República publicó un boletín donde se detalla la presentación de una Iniciativa para adicionar, en la Ley General de Salud, “sanciones específicas para el robo de vacunas, insumos y tanques de oxígeno medicinal, así como para imponer 15 años de prisión cuando este delito sea cometido por un servidor público”.

tanques de oxigeno
Imagen: Cuartoscuro.

Sanciones y vigilancia para evitar este crimen son deseables, si no es que indispensables. Sin embargo, de fondo está el tamaño de la crisis que ha producido la pandemia y el manejo que las propias autoridades han hecho de ella. En otras palabras, ¿qué tan rentable sería el negocio de la venta de oxígeno robado, o de los fraudes por este bien, si la demanda no fuese tan trágicamente elevada como producto de un manejo distinto de la pandemia? ¿Tendrá alguna relación que México sea el país con la segunda peor tasa de mortalidad a nivel mundial por la pandemia? El oxígeno no es ni será una mercancía ilícita, pero sí se ha convertido en una profundamente escasa ante un contexto de pandemia que, literalmente, consume el oxígeno de quien enferma. Es responsabilidad de quien gobierna reducir los espacios y posibilidades para que el drama de uno sea el lucro de otro.


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Los retos de la vacunación

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Acaba el 2020 con un rayo de luz en forma de vacuna. En el Reino Unido se han vacunado a las primeras personas con una opción que ha cumplido con los estándares establecidos por los protocolos más rigurosos. La imagen le da forma a la esperanza. Sin embargo, como se ha cansado de insistir el doctor Alejandro Macías, no es lo mismo la vacuna que la vacunación. Aunque hasta ahora la discusión gira en torno a la vacuna que prevenga contagios del virus SARS-CoV-2, es muy posible que el próximo año la discusión gire en torno a la vacunación. Aunque es alentador, el camino está lleno de retos.

Expertos alrededor del mundo coinciden en que desarrollar una vacuna en el tiempo en el que ha ocurrido, y para una enfermedad tan reciente entre la humanidad, es un logro científico sorprendente. Con todo, el desarrollo de vacunas eficientes y seguras para esta pandemia no es un hito que ocurre exclusivamente en el laboratorio. No se puede ignorar que el desarrollo de estas vacunas lo están logrando sociedades científicas que cuentan con apoyo del Estado y financiamiento a la investigación en ciencia, tecnología, educación y en general para la producción de conocimiento. Y del otro lado de la moneda, la enorme lista de países rezagados que, resignados, buscan ser los primeros en la lista para comprar la vacuna. En otras palabras, hay política en este indudable logro científico.

vacunacion global
Imagen: The Washington Post.

Sin embargo, también hay y habrá política en la vacunación. No es de extrañarse. Hay tanto en juego que lograr una vacunación eficiente en el menor tiempo posible convierte al hito científico en un incentivo político –como ejemplo, la intención de Donald Trump por concentrar las dosis para los estadounidenses antes que nadie en el mundo–. Es cierto que una parte de la vacunación implica retos logísticos. Y también es cierto que aquello ya es un tema complejo en sí mismo. Como botón de muestra está la (in)capacidad de instalar la cadena de frío que requiere la vacuna de Pfizer y BioNTech (la más codiciada globalmente al momento de escribir estas líneas). De hecho, es ya un reto imposible de cumplir para una buena cantidad de países alrededor del mundo por el alto costo que supone.

Sin embargo, la dimensión política de la vacunación supone pensar no sólo en qué gobierno logra obtener la vacuna primero, sino en qué gobierno logra vacunar de la manera más eficiente, sanitaria y ordenada. En casos como México, ¿cómo se logrará llevar las dosis a donde normalmente no llegan servicios básicos? Sobre todo cuando nos encontremos en fases de vacunación a población en riesgo y no prioritaria, donde los números de dosis requeridos serán mucho mayores y los rincones por alcanzar mucho más dispersos. Si algo nos ha demostrado la crisis de violencia e inseguridad, es que existen lugares del país en donde eso llamado “Estado mexicano” es, por lo menos, lejano.

Ante una situación de emergencia, el gobierno mexicano requerirá un despliegue que en condiciones de “normalidad” no necesariamente ha alcanzado. La tentación del uso del ejército estará ahí. No sólo es la institución con mayor capacidad de despliegue, también permanece gozando de confianza entre la población. Además, conllevaría profundizar una discusión sobre militarización que, aunque no tan prioritaria como la vacunación, no puede dejarse de lado. Es indudable que la calidad de la vacunación durante el primer semestre del próximo año tendrá repercusiones políticas, y con más énfasis considerando que se trata de un año electoral.


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Las sociedades divididas

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Ante lo que parece una inminente victoria electoral, el sábado por la noche Joe Biden pronunció un discurso emblemático en la ciudad de Wilmington, al norte del estado de Delaware en la costa este de Estados Unidos. En su discurso, el candidato demócrata, y prácticamente presidente virtual de aquel país, hizo una petición sumamente relevante. Se dirigió en concreto a los votantes de Trump, pero también lo hizo indirectamente a todo el electorado y población estadounidense. “Démonos los unos a los otros una oportunidad, es hora de dejar de lado la retórica áspera, de bajar la temperatura, de vernos nuevamente, de escucharnos nuevamente”. Es un claro mensaje de conciliación, bienvenido en los tiempos que corren, pero que refleja una crisis coyuntural global.

sociedades divididas
Imagen: Brian Stauffer.

En los últimos años, los reportes periodísticos sobre elecciones nacionales alrededor del mundo incluyen, casi sistemáticamente, la palabra “polarización”. No mienten. Reflejan lo que cuantitativamente expresan las urnas en cada caso, y que se traduce en elecciones usualmente disputadas. Pero también son prueba cualitativa de dinámicas mucho más profundas. Estas elecciones disputadas son el síntoma de sociedades que se han dividido y que han encontrado fundamentos para permanecer así. Que la democracia desnude la diferencia no es novedad, de hecho es el escenario deseable. Y que las sociedades estén divididas, tampoco es nuevo. La diferencia es inherente a la coexistencia en sociedad. Entonces, ¿qué tienen de novedosas las polarizaciones contemporáneas y por qué son preocupantes?

El acento está en la forma. Y aquí, como en otros casos, la forma sí es fondo. La manera contemporánea de canalizar la división supone montarla sobre discursos de odio que no necesitan de argumentos, de racionalidad, y de hecho ni siquiera de verdad. En otras palabras, ésta es una de esas épocas en la que la mentira basada en mentiras es rentable políticamente. No sólo porque se vende como verdad, sino porque se compra como verdad. El contexto público se transforma en un mercado en el que charlatanes venden e incautos compran. En ese contexto, sin embargo, también existen y aparecen mensajes racionales, con menos falacias y más argumentos, pero orillados a competir en el mercado dominado por las mentiras rentables. No se está descubriendo el hilo negro al decir que la rentabilidad política de las mentiras funciona porque está capitalizando rencores acumulados en las últimas décadas.

pais polarizado
Imagen: Ryan García.

Estados Unidos y su elección son escenarios ilustrativos de esto, pero de lejos es el único caso. En México, con sus salvedades y particularidades, el escenario público reproduce prácticamente la misma fórmula. Por eso importa el llamado de Biden. No porque él o su gobierno puedan convertirse en el adalid de la reconciliación, sino porque un líder de ese tamaño, desde esa posición, está convocando a la reconciliación. El éxito del llamado no depende de Biden, pero sí importa que políticos desde la esfera política retomen un camino de mediación y concordia. Después de todo, si en la democracia las divisiones son normales y deseables, también lo es el diálogo y una eficiente contención de odios desde lo público.

La máxima aspiración no consiste en reconciliar, porque no estábamos conciliados antes. En general, venimos y continuamos sobre caminos de desigualdad, menosprecio, racismo, clasismo, violencia e injusticia. Sin embargo, un llamado a darse una oportunidad los unos a los otros, a vernos nuevamente y, sobre todo, a escucharnos nuevamente, es un buen paso en la dirección correcta. Las resistencias están siendo automáticas. Hace falta un vistazo brevísimo a la cuenta de Twitter del todavía presidente Trump. Sin embargo, vale la pena considerar ese camino, sobre todo considerando que el poder alrededor del mundo, la alternativa se pavimenta sobre los odios que han llevado a la peor cara del populismo. Mejor veámonos y escuchémonos unos a otros.


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En el mundo de las drogas

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Desde hace meses, la radio y la televisión mexicana están inundadas por la campaña nacional en contra de las adicciones. Es usual que los gobiernos desplieguen estas campañas. Teóricamente, se consideran herramientas de divulgación que acompañan la contención de los problemas que involucran las adicciones y que, entre otros ámbitos, incluye al de la seguridad y la salud pública. También es usual que la narrativa de estos mensajes sea reiterativa: mensajes dirigidos usualmente hacia jóvenes advirtiendo los riesgos de consumir alcohol y drogas. Lo que no es usual, pero sí urgente, es una campaña que se acompañe de políticas públicas de atención a los usuarios de drogas, y de una narrativa que humanice al consumidor.

En marzo pasado, el coordinador general de Comunicación Social y vocero de la Presidencia, Jesús Ramírez Cuevas, anunció la Estrategia Nacional contra las Adicciones de la presente administración. Intitulada “En el mundo de las drogas, no hay final feliz”, incluye una serie de videos y audios difundidos en cadena nacional en la que alcohólicos y drogadictos hablan en primera persona de las consecuencias de su adicción. Entre otras cosas, mencionan: “Perdí la batalla, perdí todo, hasta el perro se fue”, “Yo ya soy una persona podrida. Ya no hagas nada por arreglarme”, “Uno se la mete [la mota] por gusto”. En otro video, un presunto ex halcón narra los delirios visuales de arañas y alacranes comiéndole producto de la intoxicación; en un video más, se enlistan los terribles químicos con que se preparan metanfetaminas.

La campaña es exitosa en ilustrar de manera cruda los horrores de las adicciones. El mensaje no es disimulado y eso se celebra considerando que suele infantilizarse al auditorio en temas de esta naturaleza. Sin embargo, tiene dos problemas. En primer lugar, apela a un individualismo del consumo que no siempre se sostiene en la práctica. Asumir que cada adicto en potencia invariablemente está en posibilidad de decidir sobre su adicción es un error de diagnóstico. Por ejemplo, existen investigaciones que documentan la forma en que grupos delictivos incentivan el consumo de drogas muy adictivas con intenciones de penetración social. El segundo problema consiste en que, en su afán por llevar el mensaje de la prevención al extremo, la campaña no sabe hablarle a quienes ya son adictos.

En un país en el que, según datos del propio Ramírez Cuevas, el consumo de drogas se ha incrementado 141% entre 2002 y 2017, parece razonable pensar en que el mensaje sea sensible a la circunstancia tanto de los potenciales como de los actuales consumidores. De lo contrario, y ante la falta de políticas sanitarias y de atención, es como si los drogadictos de la actualidad estuviesen en un limbo en el que –y siguiendo el guion de uno de los spots–, como personas “podridas”, no se puede hacer nada por “arreglarlas”. Además, mientras la discusión sobre la legalización de marihuana no aparezca sólidamente en el panorama cercano, la legalización de otras drogas ni siquiera se contemple, y las políticas de atención no sean progresivas, este tipo de campañas contra las adicciones serán más bien invitaciones personalizadas sin respaldo gubernamental.

mundo de las drogas
Imagen: En Movimiento.

Visto desde una perspectiva criminológica, el narcotráfico es un delito profundamente interesante. Es un delito sin víctima a priori. Teóricamente se trata de un acuerdo comercial ilícito entre privados, en el que uno vende (y quiere hacerlo) y otro que compra (y también quiere hacerlo). Esta aproximación, sin embargo, contrasta empíricamente. En la práctica, producto de marcos prohibicionistas, juicios morales y falta de estrategias de atención sanitaria, brotan las víctimas derivadas el narcotráfico. Como un tristemente célebre botón de muestra, están las víctimas de la masacre que ocurrió hace meses en un centro de anexión en Irapuato, Guanajuato. Urgen campañas que les hablen a quienes ya tienen adicciones, que humanicen a los adictos ante el público en general y, sobre todo, políticas públicas de atención a consumidores.


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¿Maxiproceso o maxiverdad?

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La iniciativa de una consulta popular para juzgar a expresidentes supone responder una pregunta profunda de la vida pública mexicana: ¿para qué? Aunque sobran razones bien justificadas para investigar el pasado, el interés concreto es divergente dependiendo de a quién se le pregunte opinión. En cualquier escenario, en el trasfondo se comparte una idea: el agravio transexenal. Un juicio supone un camino jurídico cuyo destino podría traducirse en el resarcimiento del daño y el castigo a culpables. Nada desdeñable, pero implica preguntarse si, como sociedad, pretendemos que la justicia se active a punta de consultas populares. Además, poner a la consulta popular como parapeto para activar procedimientos de justicia es un pésimo antecedente. Aun y cuando ahora pueda haber consenso, la historia está llena de delincuentes populares a los que les habría venido bien que se consulte públicamente su inocencia.

En este contexto, y desde hace meses, la idea de impulsar un “Maxiproceso” en México circula en el debate público, particularmente a raíz de la extraditación y declaración de Emilio Lozoya. El concepto proviene de la experiencia siciliana en los ochentas, cuando fiscales antimafia locales (mejor conocido como Pool Antimafia) armaron y llevaron a buen puerto jurídico la acusación contra el núcleo amplio y duro de la Cosa Nostra, el grupo mafioso local. El juicio, que duró años, terminó exitosamente en los juzgados, pero penosamente en las calles de Palermo después de que la mafia local asesinara a Giovanni Falcone y Paolo Borsellino, dignos jueces y mentes maestras detrás del Maxiproceso y héroes locales en la actualidad.

mafia en Italia y México
Imagen: BBC.

¿Qué tanto le funciona a México emular la experiencia siciliana del Maxiproceso? En Sicilia, el Maxiproceso se ocupó primordialmente de llevar a la cárcel a mafiosos, y de rebote también sirvió para construir una suerte de bloque común en contra de la mafia. De esa manera se consolidó lo que se conoce como el movimiento antimafia que fue eficiente para disminuir la violencia y el poder de la Cosa Nostra en aquella isla italiana. En México el reto es mucho mayor y más complejo por varias razones. De entrada, no se trata de un problema local, sino de una secuencia larguísima de problemas locales. El país está lleno de agravios de violencia, corrupción e impunidad. En segundo lugar, en este caso se pide enjuiciar a exgobernantes, cuyos presuntos cargos ocurrieron mientras ocupaban cargos de gobierno al más alto nivel. De varias maneras se estaría juzgando la responsabilidad del Estado. Además, la idea de un Maxiproceso en el sentido siciliano prioriza el encarcelamiento de culpables sobre una idea de reparación, justicia y dignificación de las víctimas. Esto es por demás problemático porque ningún proyecto de reconciliación funcionará en México si no se antepone este elemento.

En este contexto, un grupo de ciudadanos (con Alfredo Lecona como portavoz) han propuesto dar un giro fascinante a la idea de la consulta. En lugar de preguntar si se enjuicia a exgobernantes, se propone consultar la creación de una comisión amplia de verdad. La idea es tan sugerente como relevante porque le resta al tono de revanchismo con el que se ha planteado la consulta de juicio a expresidentes, y en su lugar antepone justamente la reparación, justicia y dignificación. Si derivado de los resultados de esta comisión, los siguientes pasos son enculpar y encarcelar, bienvenido sea, pero sobre las bases de la verdad que hoy no tenemos. En Chile, por ejemplo, persistirá el agravio de saber que Pinochet murió en su cama y no en la cárcel, pero también lo hará la certeza de su responsabilidad durante la dictadura en aquel país. Al día de hoy, es difícil saber y decir qué viene pasando en México desde hace lustros. Al país le urge construir una verdad articulada que señale responsabilidades y anteponga a los agraviados.

golpe de Estado en México
Imagen: Kaos en la red.

En México existe un antecedente de comisión de verdad. A principios de siglo, y en el contexto de la transición de partido en el gobierno a raíz de la victoria electoral de Vicente Fox, se echó a andar un proyecto de esta naturaleza que tristemente fracasó. La idea era construir verdad en materia de las violaciones a derechos humanos y masacres de eventos como el 68, la guerra sucia, entre otros. La decepción del resultado fue mayúscula. No logramos resolver aquel pendiente y, menos de veinte años después, ya estamos ante la urgencia de promover una nueva comisión de verdad que atienda los agravios de los años recientes. Esto, claro, sin olvidar los anteriores. Antes de pensar en maxiprocesos que puedan desvirtuarse y sólo sirvan para saciar rencores históricos, la sociedad mexicana necesita pensar en maxiverdades que le permitan transitar hacia la justicia. Éste y no otro es el camino hacia la reconciliación.


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La legitimidad del pentito

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Un pentito (“arrepentido” en italiano) es aquel que confiesa los secretos de la mafia a la que pertenece. ¿Es Emilio Lozoya, en las actuales condiciones, un pentito? El peso de la respuesta a esta pregunta es relevante para entender el fondo del problema. La figura del pentito ha sido tradicionalmente usada en el contexto de la lucha antimafia en Italia, pero también se ha transformado en una figura jurídica de enorme relevancia para la investigación criminal. Los dichos de los pentiti han sido históricamente demoledores. En Sicilia, por ejemplo, sirvieron para terminar de derrumbar la hipótesis de aquellos que seguían pensando que la mafia era un mito. Y a la par, también se convirtieron en sólidos ladrillos judiciales que los magistrados antimafia utilizaron para construir y conducir el mayor juicio en contra de la mafia en la historia de aquel país, el famoso Maxiproceso.

pentito
Ilustración: Zapping.

Tommaso Buscetta es el nombre del primer pentito reconocido públicamente en Sicilia. Después de permanecer prófugo de la ley por años, y de dejar de ser respaldado por la Cosa Nostra, Buscetta no tuvo mejor opción que confesar para salvar su propio pellejo. El resultado fue el teorema Buscetta, clave para llevar a cabo el mencionado juicio, pero también una herramienta analítica valiosa para la comprensión de la mafia siciliana. En Estados Unidos, la mafia italoamericana también tuvo su pentito. Joe Valachi, nacido en Nueva York pero de descendencia napolitana, se convirtió en miembro de la Cosa Nostra en Estados Unidos. Sin embargo, alrededor de dos décadas antes que Buscetta, Valachi testificó en contra de su organización mafiosa ante una comisión instalada en el Senado de Estados Unidos.

Sin las confesiones de Buscetta y Valachi, no se podría haber construido un caso judicial sólido en contra de los grupos mafiosos. Pero además, tampoco se habrían podido construir análisis sobre la operación y condiciones del crimen y su organización en ambos contextos. Las revelaciones de Lozoya son igual de importantes en ese sentido. No se trata únicamente de conocer nombres y acciones concretas (aunque saberlo también es fundamental), sus confesiones también permiten conocer y entender sobre prácticas, estructuras, códigos y demás formas de socialización que habilitan y alimentan el crimen y la corrupción. Además, al igual que en los otros casos, Lozoya también se encuentra en una posición de vulnerabilidad que le abre una posibilidad para comportarse disruptivamente y confesar sobre lo que, teóricamente, no debería confesar.

mafia italiana
Tommaso Buscetta y Joe Valachi, miembros de la mafia italiana.

¿Qué hace distinto al caso Lozoya respecto a sus colegas arrepentidos? Tanto Valachi como Buscetta pertenecían a una mafia, es decir, a un grupo criminal con estructura y rasgos identitarios que, aunque con intereses económicos y políticos específicos y una histórica construcción local de autoridad, no ocupaba necesariamente cargos oficiales y mucho menos de representación pública. La historia de Lozoya, en cambio, es diferente en este sentido. O al menos eso parecía. Antes de convertirse en presidente, el diagnóstico de Andrés Manuel López Obrador sobre la decadencia del régimen político mexicano era que estaba dominado por una mafia del poder. Aunque se dedicó más a nombrar y enlistar miembros de la hipotética mafia que a detallar su funcionamiento, el caso Lozoya parece darle cierta razón al presidente.

A los pentitos se les suele creer de antemano. Son individuos ilegítimos a priori como producto de su filiación a grupos y personas concretas, pero cuyos dichos se transforman ágilmente en legítimos a partir de la creencia casi ciega de sus dichos. La lógica de la opinión pública en este sentido es tan contundente como difícil de cuestionar: hay tanta pobredumbre de donde vienen que no pueden estar mintiendo. Sin embargo, una eficaz impartición de justicia es el fiel de la balanza a la tentación del linchamiento. Afirma con razón Jacobo Dayán que “La justicia genera pedagogía, el escándalo no”. La tentación por la espectacularización del castigo es tan peligrosa como el potencial uso político que la actual administración pueda hacer del caso Lozoya. Ojalá que la presumible razón que tuvo el presidente en el diagnóstico, no se utilice para justificar el uso público de la justicia como instrumento político en favor de su administración. Después de todo, esa película ya la hemos visto en múltiples versiones a lo largo de los sexenios.


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La pandemia cosmopolita

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A estas alturas de la pandemia, ya es un lugar común decir que esta coyuntura ha creado, si no es que acelerado, cambios. Falta, sin embargo, darle contenido a esa idea. Reflexiono en torno a un ángulo concreto: el nacionalismo. Cuando comenzó la actual crisis, una de las tendencias globales más populares entre los gobiernos nacionales fue la de encerrarse. Cerrar fronteras, impedir flujos, volcarse hacia adentro. Quedarse en casa es la única medida sanitaria práctica que hasta el momento tenemos disponible, pero también ha significado un símbolo de refugio aplicado a las medidas gubernamentales. En algún momento, incluso, se discutió la idea de cambiar aquello de “sana distancia” por “sana distancia física”, en un claro ánimo por evitar un ánimo de indiferencia.

En ese contexto, todo parecía indicar que aislarse era el paliativo más eficiente. Cuando países como Japón o Nueva Zelanda arrojaron resultados positivos en el manejo de los contagios, entre la prensa no sobraba la tentación de decir que, como islas, les resulta más fácil el manejo. Pero la tendencia hacia el nacionalismo no nació con el SARS-CoV-2. El triunfo de Trump en Estados Unidos y Bolsonaro en Brasil, el Brexit en el Reino Unido (países, por cierto, que encabezan las listas de más contagios), así como la ola de populismos nacionalistas en países europeos, ya venían prologando la tendencia hacia comercios proteccionistas, fobia a las migraciones y desprecio por lo foráneo. Y a ello se le suman otros gobiernos revertidos de nacionalismos nostálgicos como el mexicano, y que como afirma Claudio Lomnitz en una entrevista para El País, es un relato que necesita abrirse al hecho de que México está en un mundo interdependiente.

pandemia cosmopolita
Ilustración: Nexos.

Irónicamente, la ola de nacionalismos es un vuelco que ocurre inmediatamente después (y en buena medida como reacción) al que probablemente sea el proceso de globalización más intenso que haya experimentado la humanidad. Este año se cumplieron cinco de que falleciera el sociólogo Ulrich Beck. Este autor alemán dedicó gran parte de su obra a explicar qué le pasaba a ese mundo globalizado. En ese contexto, Beck es responsable de desarrollar dos conceptos que pretenden explicar la circunstancia global contemporánea. En primer lugar, Beck aseguraba que el mundo estaba por consolidar lo que llamó la sociedad del riesgo mundial. Debido a la aceleración de procesos de interconexión y la intensidad de los flujos entre países, Beck pensaba que se había también construido una agenda de riesgos compartida globalmente. Probablemente el cambio climático era el ejemplo más tangible para ilustrar su argumento.

En segundo lugar, y derivada de la idea de la sociedad del riesgo mundial, Beck desarrolló la idea del cosmopolitismo metodológico. Es hora, decía, de dejar de pensar exclusivamente con la lente del nacionalismo –hacia nuestros adentros–, para incorporar una mirada cosmopolita: el problema del otro también es mi problema, y las soluciones nos involucran a ambos. Después de todo, si globalmente compartimos riesgos, también podemos compartir soluciones en escala global. Las principales críticas que recibió el trabajo de Beck lo acusaban de iluso y de sostenter un optimismo mal fundado. Los intereses nacionales, el poder, los desequilibrios de poder, todos eran usados como argumentos poderosos para socavar la posibilidad de un cosmopolitismo metodológico.

nacionalismo cosmopolita
Ilustración: María Titos.

¿Qué cabida tiene una mirada cosmopolita en el siglo XXI? Quizás la pandemia del 2020 le dé la razón a Beck. Iván Krastev, politólogo búlgaro, recientemente publicó ¿Ya es mañana? Cómo la pandemia cambiará el mundo. Krastev desarrolla siete paradojas producidas por la actual pandemia. Una de ellas es que mientras la ola de contagios fue impulsada gracias a la globalización, al mismo tiempo el virus impulsa a la globalización. ¿Cómo es eso posible? Krastev argumenta que el contexto nos ha orillado a pensar de manera cosmpolita: comparamos cómo acciona y reacciona a la pandemia nuestro gobierno en relación con el de otros países, seguimos la noticia de un proyecto de vacuna desarrollado al otro lado del mundo, o necesitamos de una eficiente diplomacia y logística comercial para asegurar el equipo médico que no se tiene y que urge.

Por otro lado, argumenta Krastev, el encierro nacionalista no funciona para la economía. Para ello ejemplifica el caso de Suecia, país que decidió seguir funcionando normalmente buscando no afectar la economía. Además de que sanitariamente la medida no funcionó, el hecho de que todos los demás países sí se detuvieran terminó provocando que su propia economía lo hiciera también. Advertida o inadvertidamente, Krastev encuentra argumentos para pensar que, derivado de la pandemia en curso, probablemente estemos ante el fortalecimiento de la sociedad del riesgo mundial y la mirada cosmopolita de la que Beck hablaba. Y en medio de todo, continuarán las tentaciones nacionalistas. Quizás ya estaba ocurriendo, quizás la pandemia sólo está acelerando cambios.


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