La Trama

¿Qué es el Estado Abierto?

Lectura: 5 minutos

Ya no es suficiente la “representación” de los partidos políticos en los congresos, las debilidades del sistema democrático moderno han propiciado la necesidad de estar más cerca de las autoridades, tanto para vigilarlas, como para exigirles cuentas y colaborar en la toma de decisiones.

Los órganos autónomos que velan por el derecho de acceso a la información, la protección de datos personales y la transparencia que debe regir en una democracia, están impulsando una agenda que contempla el diseño de políticas encaminadas a favorecer la nueva gobernanza, dentro de las que se encuentra el denominado Estado Abierto.

Para referir a ese modelo, es pertinente comentar que, allá por el año 2011, el entonces presidente de los Estados Unidos de Norteamérica, Barack Obama, convocó a la integración de un grupo de especialistas para que dieran vida al proyecto de Gobierno Abierto (GA). En torno a esa pretensión, se creó una alianza conformada por diversas naciones, dentro de las que se encontraba la nuestra, encabezada por el otrora Instituto Federal de Transparencia y Acceso a la Información Pública (IFAI). El GA significaba un compromiso atractivo para endogenizar en los aparatos administrativos los principios de transparencia, rendición de cuentas, participación y colaboración ciudadana.

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Ilustración: Florencia Capella.

Tiempo después, mentes comprometidas con el fortalecimiento democrático trabajaron para expandir los principios del GA hacia otros sectores del Estado, como es el caso de los parlamentos y los órganos judiciales, por lo que se empezó a referir al Parlamento Abierto (PA) y la Justicia Abierta (JA). Asimismo, el discurso aperturista alcanzó a los órganos constitucionales autónomos y a otras esferas de carácter público.

En ese sentido, la evolución del GA derivó en la configuración de un esquema más amplio e integrador al que se conoce como Estado Abierto (EA), el cual puede definirse como la “Voluntad formalmente expresada por parte de gobiernos, parlamentos, cortes de justicia, organismos de control público u otras instituciones estatales o paraestatales de promover la apertura de sus repositorios de datos, el acceso ciudadano a la información, la participación social en las distintas fases del ciclo de las políticas públicas, la rendición de cuentas y, en general, el control de la gestión pública por parte de la ciudadanía” (Oszlak, 2013).

A partir de lo anterior, es obligatorio precisar algunos aspectos con la intención de facilitar una respuesta a la interrogante que intitula este texto. En primer lugar ¿qué es el Estado?, me parece que para el asunto que nos ocupa, hay que ir más allá de una perspectiva estrictamente centrada en el conjunto de instituciones administrativas, legislativas, judiciales y demás entes creados bajo el mandato de ley para ejecutar alguna función, atribución o encomienda a nombre y a favor de la sociedad. Debemos referir a él como una totalidad; es decir, como una construcción artificial cohesionadora, en la que decidimos someternos a un sistema jurídico que regula las relaciones sociales, y dentro de las que se encuentran aquellas que definen la manera de elegir a quienes ocuparán cargos de elección popular.

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Imagen: cl.usembassy.gov

Entonces, referir al Estado con esa amplitud permite iluminar que, a lado de las autoridades, también estamos nosotros, quienes, sin tener algún cargo público, tenemos la enorme responsabilidad de colaborar en la preservación y desarrollo de la construcción que creamos libre y voluntariamente.

Ahora bien, si al concepto Estado, le adjuntamos lo Abierto como acción y no sólo como adjetivo, hay que delinear los principios que sostienen el nuevo paradigma, con la finalidad de profundizar en su contenido y objetivos.

Por lo que respecta a la transparencia, se trata del ambiente en el que se debe desarrollar el sistema político que impera en el Estado –la democracia, en el caso de México–, así contamos con leyes que obligan a las autoridades a que publiquen toda la información que corresponde al ejercicio de sus funciones y al ejercicio del gasto. Además, se adhiere a la transparencia, la relevancia de vigilar a las instituciones a través de la información que generan, y la cual es posible solicitar a través del ejercicio del derecho humano de acceso a la información pública.

Respecto a la rendición de cuentas, en términos generales, es la misma que aplicamos en algunas actividades del ámbito privado; por ejemplo, cuando preguntamos a algún miembro de la familia en qué se gastó los recursos destinados a un fin particular o por qué no fue posible alcanzar alguna meta escolar. Implica la oportunidad de que, con la información que surgió de la transparencia adoptemos la responsabilidad de cuestionar a las autoridades cualquier acto que hayan ejecutado, y de ser necesario, acusarlos ante las instancias correspondientes para que valoren la imposición de sanciones.

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Ilustración: Patricio Betteo.

En cuanto a la participación y colaboración, estamos frente a dos instrumentos que favorecen la cercanía con aquellos que están en el servicio público, pues éstos deben facilitar la entrada a la toma de decisiones, por ejemplo, si algún congreso local discute una ley que afectará a las pueblos y comunidades originarias o a personas adultas mayores, deben implementar los medios suficientes para que los integrantes de tales grupos expresen su sentir. Si los congresos se comprometen con esas acciones, estarán observando el principio de participación; pero si, además, se comprometen a incluir en la ley las aportaciones de las personas afectadas estarán observando el principio de colaboración.

Para que funcione el EA, deben prevalecer dos cuestiones primordiales, por un lado, las autoridades deben cumplir con los principios en comento de manera comprometida y real, pues las críticas a diversas acciones han ido encaminadas a la simulación, tal y como ha ocurrido en los supuestos esquemas de participación y colaboración para elegir a miembros de órganos constitucionales autónomos. Pero también, los demás, debemos activar nuestra capacidad de incidencia, revisar las páginas de Internet, solicitar información, preguntar, cuestionar, exigir inclusión y acceso a las discusiones. El trabajo en conjunto será la única manera de movilizar el engranaje estatal que requiere cambios ad hoc a los problemas contemporáneos.

En suma, el EA es una política encaminada a relacionar de manera diferente a los integrantes del Estado, donde se atenúa la jerarquización y desaparece el autoritarismo de antaño, siendo así que representantes y representados, servidores públicos y personas, nos hallamos en un mismo piso, por lo que, en él, se hacen efectivos los principios que rigen esa innovación, de tal manera que posibilitan un trabajo incluyente y de colaboración para decidir lo mejor para el bien común. 


Referencias:
Oszlak, Oscar (2017). La noción de Estado Abierto en el contexto de América Latina y el Caribe. CEPAL.  

La tragedia racial en México

Lectura: 5 minutosLos enfrentamientos virtuales entre simpatizantes y opositores del actual gobierno de la República están ventilando problemas que hemos normalizado y heredado a cada generación. Tal es el caso de la discriminación racial que caracteriza nuestra idiosincrasia y que opera como un elemento enraizado en las relaciones sociales. Tan arraigada tenemos aquella normalización que ignoramos la posición que ocupamos dentro de una complejidad basada en la superioridad de un tono de piel sobre otro.

Quizá tengo una percepción equivocada, pero me da la impresión que las discusiones sobre este tema están surgiendo dentro de un círculo cerrado; mejor dicho, entre quienes han tenido el privilegio de gozar de una posición económica desahogada y que además se encuentran gozando de las ventajas de ser blanco. Ellos exponen la discriminación que sufren “otros” por su color de piel y debaten la existencia de conceptos que probablemente desconocen los “afectados”, como es el caso de la denominada pigmentocracia.

Más allá de los actores y las razones que detonaron los debates en redes sociales, resulta trascendente que la exposición de conductas promotoras del desprecio humano se mantenga vigente y remueva las células sociales. Sin embargo, dadas las condiciones que delinean la pluralidad cultural en México, donde todos somos propensos al racimo –y no sólo como víctimas, sino como victimarios–, se debe abordar lo que acontece en diversos ámbitos de la comunidad, especialmente en aquellos más cercanos a una cotidianidad que va más allá de la esfera burocrática o académica, y donde es posible apreciar que, desafortunadamente, y por analogía con otra de las grandes afecciones de nuestra nación, como es la corrupción, los comentarios racistas trascienden clases sociales y son transversales a toda la gama de pigmentos que derivan del mestizaje.

Discriminación racial.
Ilustración: El Siglo de Durango.

Al respecto, Luis Ortiz Hernández refiere que: “Desde la colonia, los ‘mestizos’ y ‘mulatos’, al contar parcialmente con un ancestro europeo, han podido tomar parte del provecho del privilegio blanco, de modo que han ocupado posiciones intermedias en la jerarquía ocupacional y de estatus”. En ese sentido, ubicarse por debajo de unos y por encima de otros a partir de la piel que habitamos, conlleva a lo que ya había advertido: hay quienes juegan un papel ambivalente dentro del conflicto racial.

Es decir, en México los problemas raciales no están polarizados por la disputa entre dos razas, tal y como sucedió durante el apartheid en Sudáfrica o como ocurre en algunos estados de la Unión Norteamericana, sino que se trata de una cadena de reacción que desciende por una diversidad de pigmentos. Eso significa que el racismo no es exclusivo de las personas de piel blanca sobre las de piel oscura, tal y como demuestran diversos estudios sobre el tema, dentro de los que destacan los del INEGI, OXFAM y la CEPAL, donde es posible apreciar la composición de una paleta de pigmentos que inicia con el blanco y finaliza con el negro, el cual corresponde a los afrodescendientes.

Por supuesto que esa heterogeneidad contrasta con el mestizaje al que fueron sometidos los pueblos indígenas durante La Conquista, y donde los colonizadores establecieron un sistema de castas basado en la prevalencia de la sangre española, por lo que la superioridad iniciaba con los blancos –peninsulares y criollos– y descendía con los castizos, mestizos, mulatos, moriscos, zambos, albinos, saltapatrás, coyotes, chinos, y así sucesivamente hasta llegar a quienes se consideraba más inferiores. Para desventura de los pueblos originarios y los esclavos africanos, siempre ocuparon la posición más despreciada y relegada.

Clasicismo.
Ilustración: Memorias de nomada.

No me atrevería a afirmar que antes de La Conquista no hubiera un conflicto racial; no obstante, tomando como punto de partida el mestizaje en comento, es posible apreciar un conflicto racial actual, sucesivo y continuo. Por lo que, dentro de esa complejidad, podemos percibir a quienes se dirigen a los que tienen la piel más oscura con expresiones indudablemente racistas, a partir de un deseo de superioridad, por ejemplo:

  • Las frases: “¡Pareces indio o india, además, bajado del cerro a tamborazos!”, “¡tienes cara de totonaca!”, “¡eres un oaxaco!” o “¿se va a casar con esa india?”, entrañan la alusión a grupos tradicionalmente excluidos, por lo que refieren a ellos para potencializar una supuesta civilización que conlleva el simple hecho de ser mestizo y habitar en las ciudades. Por lo tanto, el uso de esas expresiones es sinónimo del deseo por separarse del ser originario de estas tierras, eso sí, en una justa deportiva hay que portar el penacho y los caracoles como símbolo de pertenencia ¡Qué contradicción!
  • Qué decir del: “¡Es morenita pero simpática!” y “¡está bien prieto!”. Dado que el ser moreno ya de por sí no es una gracia, cuidado y no se cuente con algunas virtudes como la simpatía, generosidad, gentileza o inteligencia, porque difícilmente habrá luz en la sociedad. Lo que resulta más cruel es cuando la primera expresión, dependiendo del sexo, es utilizada para referir a un recién nacido, pues justo ahí es donde se halla la transmisión de prejuicios, complejos y estereotipos que recrudecen los discursos y acciones discriminatorias.
  • Por su parte, el “¿qué va a llevar güerita?”, que tanto se pregona en los mercados y tianguis populares, es la reproducción del enaltecimiento de los blancos, pues se considera que las personas con un color de piel más claro son quienes ostentan recursos económicos suficientes para gastar en todo lo que apetezcan sin ninguna restricción. Por lo tanto, detrás de un halago se esconde una tradición impuesta por quienes han dominado la escala social desde hace varios siglos.

Pásele güera.
Imagen: Jair Z.

Y como esas frases hay todavía mucho más. El problema es tan grave que, a pesar de que las familias populares pueden estar integradas por personas que recorren diversas tonalidades de piel, incluyendo unas más oscuras que otras o si se prefiere, menos claras, es factible que exista discriminación y hasta exclusión, reviviendo aquel cuento corto del “Patito feo” o la emblemática película de Joselito Rodríguez “Angelitos Negros”.

Con este texto no pretendo minimizar en absoluto el racismo tradicional que atañe a los blancos, ni negar que aquellos son quienes gozan de más privilegios en México como afirman las estadísticas, sino poner de manifiesto que, desafortunadamente, el problema en nuestra sociedad es laberíntico y que el racismo desciende hasta llegar a las personas indígenas y afrodescendientes. Tan sólo hay que buscar noticias en torno al bullying, sobre adolescentes indígenas en escuelas secundarias públicas de la Ciudad de México, para constatar este hecho.

Discriminación.
Ilustración: Nexos.

Por consiguiente, valdría la pena que el debate sobre este tipo de discriminación no se reduzca al espacio virtual y a un grupo que está consciente de sus privilegios, sino que analicemos y modifiquemos lo que hemos normalizado. Por ello, resulta crucial reflexionar este asunto desde los diversos ámbitos que integran nuestra cotidianidad, como: los hogares, iglesias, escuelas, centros de esparcimiento, centros comerciales, mercados y supermercados, etc., y tratemos de eliminar alusiones racistas de nuestro lenguaje, de tal forma que se bloquee la transmisión a las nuevas generaciones. Las niñas y los niños no merecen esta herencia.

 Referencias:
http://www.scielo.org.mx/pdf/perlat/v26n51/0188-7653-perlat-26-51-215.pdf.

Entre la verdad y la mentira

Lectura: 6 minutosLos ciudadanos tenemos derecho a recibir información veraz respecto de los sucesos que impactan el entorno social; sin embargo, nuestro derecho se debilita con la politización de los medios de comunicación y con la manipulación política, donde se anteponen intereses particulares sobre la esencia de un servicio público que debe beneficiar a la comunidad. Bajo ese panorama: ¿quién nos garantiza la veracidad informativa?

Internacionalmente, el derecho a la información está reconocido como un derecho humano fraternizado con la libertad de pensamiento y de opinión, tal y como se prevé en diversos instrumentos jurídicos, como la Convención Americana sobre Derechos Humanos o Pacto de San José, la cual establece claramente que, cualquier persona, sin discriminación alguna, tiene la libertad de buscar, recibir y difundir informaciones e ideas de toda índole, ya sea oralmente, por escrito o en forma impresa o artística, o por cualquier otro procedimiento de su elección.

En México, la Constitución Política se ajusta a las previsiones internacionales, por lo que ofrece algunos parámetros para garantizar al libre acceso a información plural y oportuna; no obstante, resalta la ausencia del principio de veracidad como elemento básico e indispensable para formar las opiniones públicas en un Estado democrático.

Expresión.
Imagen: Chronicle.

Quizá por esa razón las normas federales no abundan sobre la trascendencia de lo veraz. Pero, ¿en qué consiste ese principio?, pues bien, según el Poder Judicial de la Federación (PJF), la veracidad no exige la demostración de una verdad contundente, sino una certera aproximación a la realidad en el momento en que se difunde; en otras palabras, la información debe reflejar una diligente difusión de la verdad, a través de investigaciones, datos, informes o estadísticas oficiales. Por consiguiente, implica una exigencia de que la información difundida esté respaldada por un ejercicio razonable de investigación y comprobación de su asiento en la realidad.

Asimismo, el PJF precisa que la exigencia de veracidad no sólo recae en periodistas y profesionales de la comunicación acerca de sus notas periodísticas, reportajes y entrevistas, sino en todo aquel que funja como informador.

No obstante ello, la historia nos demuestra que ante las luchas por el poder nuestros derechos pasan a un segundo o tercer plano, ya que los propietarios de los medios de comunicación, así como los políticos, juegan a menudo con la información, con la finalidad de generar en la población una idea falsa de la realidad –una realidad que convenga a las aspiraciones y deseos de quienes ostentan o desean ostentar el poder–, pues como afirmaba la filósofa Hannah Arendt sobre la verdad y la mentira en la política: “uno de los objetivos de la habilidad para mentir es la de conquistar la mente de las personas”.

En nuestro país sobran ejemplos en torno a la colusión perversa de la esfera política y las empresas mediáticas, donde la veracidad brilla por su ausencia y la mentira se impone, tal y como ocurrió en el periodo del ex presidente Gustavo Díaz Ordaz y la masacre del 68, en el que se trató de minimizar la magnitud de los hechos o de transgiversar el verdadero sentido de la lucha estudiantil, sólo hay que leer los titulares de algunos periódicos de la época como  El Sol de México: “El objetivo: Frustrar los XIX juegos”, o de El Universal: “Durante Varias Horas Terroristas y Soldados Sostuvieron Rudo Combate”, para darse cuenta que no se respetó el principio de veracidad basado en una ardua investigación que permitiera mostrar a la sociedad información clara y precisa de los acontecimientos.

Transgiversar.
Imagen: Ahmetimamoglu.

Pero esa situación no ha cambiado, es más, podría haberse recrudecido con el potente uso de las nuevas tecnologías de la información y comunicación. No podría ser de otra manera cuando la población cada vez más está migrando de la TV al Internet, por lo que, en la red virtual, quienes hacen política han encontrado un campo fértil y poco regulado para ejecutar sus estrategias.

Así, encontramos innumerables casos, como el de Paulette, Florence Cassez, Frida Sofía, la Casa Blanca, Ayotzinapa, Tlatlaya, Atenco, y muchos más que muestran cómo, quienes manejan la política y quienes son dueños de los medios de comunicación, ya sea en alianza o individualmente, hacen de nosotros meros objetos de valor, por lo que la libertad de información es asimétrica, ya que un número reducido de personas la utilizan como un estandarte para allegarse de información y difundirla como mejor les parezca –gozan del privilegio de contar con una concesión–, olvidándose de quienes tienen el derecho de recibir información veraz para tomar decisiones de diversa naturaleza.

Es importante mencionar que, dentro de esa relación de fuerzas, debe distinguirse la información de la opinión, pues la primera tiene que cumplir con el principio de veracidad, mientras que para la segunda no existe esa necesidad, ya que se trata de juicios subjetivos sobre hechos trascendentes (nacionales e internacionales), sobre actores políticos y su proceder, entre una variedad de temas a tratar. Aquello no elimina la imperiosa responsabilidad de opinar sobre información que haya pasado por un minucioso examen de las fuentes.

Análisis de los hechos.
Imagen: Almendrón.

Tampoco se debe ignorar que los opinólogos a menudo comulgan con diversas corrientes políticas, pueden fungir como defensores del poder económico, del mediático y hasta del cultural, tal y como ocurre con los adeptos a alguna religión o asociación privada. Quienes son sabedores de la influencia que tienen sobre diversos grupos sociales –los denominados “influencers”–, detonan sus argumentos dependiendo de sus intereses, lo cual se vuelve sumamente peligroso, pues volviendo a Hannah Arendt: “los juicios sobre la verdad tienen una opacidad peculiar, ya que pueden desacreditar la verdad hasta convertirla en una opinión más”.

La información y la opinión es tan trascendente que, con la aplicación de una excelente fórmula política, se ha logrado derrocar a políticos, a partidos políticos y movimientos sociales, hasta lograr un golpe de Estado. Por ello, hay quienes se han atrevido a levantar la voz para regular los medios de comunicación, tal es el caso de los legisladores que temen que los medios apoyen a la derecha en las elecciones de 2021 y 2024.

No suena descabellado que los medios pretendan echar a andar su maquinaria para apoyar a quien mejor les convenga, ni que lo opinólogos hagan lo propio; sin embargo, el problema radica en que los debates por una conflictiva regulación, surgen por la protección de los intereses políticos y no para garantizar el derecho de la población a allegarse de información veraz.

Una regulación pensada en la ciudadanía no es imposible, pero debe estudiarse y estructurarse con mucho cuidado, de lo contrario podría ser contraproducente y perjudicial para la democracia. Lo que sí es un hecho, es que el aparato estatal, incluyendo los tres poderes de la unión, los órganos constitucionales autónomos, así como las autoridades locales y municipales, deberían ser estrictamente sancionados por sus engaños en torno a la información pública que manejan, ya que desafortunadamente las leyes de transparencia no alcanzan para verificar la veracidad de lo que plasman en papel.

Error.
Imagen: Clapps.

Frente a dichos problemas, cobra relevancia la existencia de una pluralidad informativa a partir de la democratización de los medios de comunicación, de tal forma que se disuelven los monopolios informativos. Sin embargo, como señala Enrique Dussel Ambrosini: “no sólo hay que permitir la participación simétrica de muchos medios populares de comunicación, hay que definir el derecho ciudadano a la información veraz”.

Para defendernos de la manipulación y el engaño, y como un clamor por nuestro derecho a la información, debemos ser responsables de lo que recibimos y difundimos. Cuando se trata de datos noticiosos, no basta con darle like a cualquier publicación, tampoco compartir o tuitear lo que difunde el medio de comunicación más popular o lo que postea el periodista de moda, debemos estar conscientes de que nos hallamos en un campo de lucha entre la verdad y la mentira, por lo que si aspiramos a dejar de ser los peones de una partida de ajedrez, más vale que empecemos por cuestionar la mediocracia.

La nueva seguridad alimentaria mexicana. Oportunidad y desafíos

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Hace cuatro décadas en el gobierno de López Portillo se creó el sistema alimentario mexicano que encabezó Cassio Luiselli con gran eficacia. Se buscó asegurar la producción y el abasto de alimentos básicos a la población de todo el país a precios accesibles. Institucionalmente el Grupo CONASUPO fue motor de producción y comercialización. Para muchos ya es “historia patria”; otros, más jóvenes, posiblemente no estén enterados del éxito del programa. Sus recuerdos pueden provenir de las últimas dos décadas en que descendió la producción nacional de alimentos básicos, y en aras de un supuesto libre mercado, aumentó la dependencia alimentaria del exterior, se deterioró el ingreso de la población rural y se tornaron crónicas la pobreza y la desigualdad en vastas zonas del país. Industrias CONASUPO ‒con Ignacio Ovalle a la cabeza‒ fue liquidada en época del presidente Salinas. Distribuidora CONASUPO y LICONSA sobrevivieron con un papel menguante.

Dos agriculturas contrastantes surgieron al abandonar la seguridad alimentaria a  los mecanismos de mercado: una moderna, pujante y exportadora con niveles de productividad y tecnificación a nivel mundial ‒ya se trate del maíz de Sinaloa, los aguacates de Michoacán, o las  frutas y hortalizas del Bajío y Baja California‒;  y al lado, otra de subsistencia y autoconsumo con bajísimos rendimientos por hectárea, e incluso tierras abandonadas, sin financiamiento, acceso a  agua y fertilizantes y protección ante riesgos naturales y de mercado.

El viernes pasado los  economistas del Grupo Nuevo Curso de Desarrollo de la UNAM tuvimos la oportunidad de escuchar a Ignacio Ovalle, experimentado funcionario del sector público y su equipo de trabajo más cercano (Fernando Peón –ex Director de la Fundación Harp Helú‒) describir la estructura y los programas de SEGALMEX  (Seguridad Alimentaria Mexicana) que ha integrado a DICONSA y LICONSA para garantizar ‒de la mano con la Secretaría de Agricultura‒ el abasto y la promoción de la producción de productos básicos alimentarios.

A partir de experiencias positivas y negativas, y de lecciones pasadas, se intenta reconstruir una sólida plataforma intergubernamental, al mismo tiempo que sea pública y privada para garantizar la seguridad alimentaria, así como la nutrición para todos con una perspectiva pragmática, muy moderna. Se pretende establecer programas de compra y precios de garantía que vinculen a los productores ‒particularmente a los pequeños‒ a una demanda estructurada de productos agrícolas, de manera que puedan planificar y diversificar su producción, percibir ingresos más previsibles y sustituir importaciones

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Ignacio Ovalle Fernández. Titular del organismo Seguridad Alimentaria Mexicana (Fotografía: El Financiero).

Contrariamente a algunas críticas que se han hecho por desconocimiento, el nuevo sistema es muy focalizado. Se concentrará en cinco productos clave para el consumo de los mexicanos: maíz blanco, frijol, arroz, trigo panificable y lecha fresca. El precio de garantía tendrá límites por unidad y volumen de producción.  En el caso de productores de maíz, por ejemplo, se espera beneficiar a 2.2 millones de pequeños y medianos agricultores, de los cuales 600 mil son de autoconsumo.

Por esta vía se buscará impulsar la producción nacional y el empleo, al igual que abatir una parte importante de las importaciones que en México llegaron a niveles que ningún otro país con capacidad de producción agrícola toleraría. En arroz, por ejemplo, México depende en un 85% de importaciones ‒ni India, ni China, ni Japón, ni Vietnam, lo permitirían‒. En trigo panificable dependemos 80% de importaciones. La FAO recomienda no depender más de 25-30% de importaciones en alimentos básicos.

El nuevo sistema prevé ‒y ya lo está logrando‒ hacer pagos inmediatos y oportunos. El frijol se está pagando el mismo día. Este esquema pretende, además, evitar intermediarios innecesarios y combatir corrupción, que lamentablemente ha estado muy extendida también en el medio rural.

Es indispensable fortalecer para ello las capacidades de almacenaje público y privado que se deterioraron mucho en décadas recientes. Sólo se cuentan con 28 bodegas de recepción de DICONSA, pero hay bodegas privadas que no se han estado utilizando y se buscará aprovechar.

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Imagen: Joana Bielschowsky.

Un factor crucial será el financiamiento, que en épocas recientes ha estado muy limitado. En otros tiempos la banca privada atendía a la agricultura comercial (BANCOMER fue un buen ejemplo), con apoyo de los FIRA del Banco de México. A su vez, BANRURAL se ocupaba de los pequeños y medianos agricultores. El sistema se desvirtuó por razones políticas y deficiencias institucionales y administrativas. La cartera vencida y la corrupción cercenaron a la banca de desarrollo. Ahora se busca una alianza virtuosa que permita impulsar financieramente la producción y ‒cuando resulte viable y conveniente‒ el procesamiento agroindustrial. Es vital que en ese marco se impulse una moderna banca de desarrollo agropecuario como la tienen China y Vietnam.

Todo ello deberá lograrse con un menor subsidio a los grandes agricultores, eliminando de los beneficios a los que no lo necesitan y concentrando los precios de garantía entre los pequeños productores, con un límite claro y enfatizando que se repercuta el beneficio al consumidor. La intención, destacó Ignacio Ovalle, es “combinar la mano invisible del mercado con la mano visible del estado”, ahí donde se justifique.

Todos los países ‒Estados Unidos, Francia, Italia, España, Japón, China, India‒ apoyan a su agricultura; lo importante es hacerlo eficazmente dentro de las reglas del juego global. Negar el mercado es una tontería; pero dejar todo al mercado es una perversidad en el actual entorno global si se pretende combatir la pobreza, generar empleos y garantizar las necesidades básicas alimentarias de los mexicanos. Un sólido sector rural puede ser, además, plataforma interna de ingresos e inversiones productivas

La asistencia técnica al productor de alimentos es un factor crítico en el caso de pequeños y medianos agricultores. Los grandes agricultores comerciales del norte y centro de México pueden competir en un terreno parejo de juego con Estados Unidos y Europa; pero los pequeños que operan en minifundios y constituyen el 80% de las unidades, están constituidos por familias campesinas que operan en condiciones difíciles, casi siempre en tierras de temporal, con bajos rendimientos y que tienen que complementar sus ingresos por otros medios.

Hoy la tecnología agropecuaria de producción y conservación de alimentos, así también la digital-informática y de comunicaciones, están permitiendo en países asiáticos como India y Vietnam, y en africanos como Kenia y Sudáfrica, experiencias exitosas de pequeña producción y comercialización en red, que pueden emularse en México.

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Fotografía: Revista Agro Regional

Coincidimos los asistentes en que la tarea por delante no será fácil. Son varias décadas de abandono del pequeño agricultor a su suerte y de falta de financiamiento rural. Se requieren presupuestos ampliados. Pero sobre todo hay que reconstruir el tejido productivo y social que se encuentra muy lastimado; fortalecer la infraestructura física e institucional olvidadas y echar a andar una nueva estrategia financiera y un espíritu renovado empresarial campesino, de la mano con la Secretaría de Agricultura, evitando que el gran comercializador abuse de la fragilidad del pequeño productor y capture los beneficios de los nuevos programas. Se busca activar y beneficiar prioritariamente con precios de garantía y sistemas de acopio, a la población indígena que vive en pobreza y a la que habita en zonas de inseguridad, combatiendo prácticas ancestrales de colusión y corrupción.

Ciertamente lo que está haciendo el equipo de Ovalle, capitalizando experiencias públicas y privadas en pro de la seguridad alimentaria mexicana, fue música para nuestros oídos: un muy promisorio ejemplo de que lo que sí puede hacerse cuando hay capacidades y funcionarios probos, con conocimiento del tema y responsabilidad y creatividad social. Ojalá y tengan el respaldo suficiente y se multipliquen casos como estos.

Colaborador a ser anunciado…

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