El Andén

¿Anécdotas?

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La seguridad personal e institucional de cualquier jefe de Estado o de gobierno en cualquier país es un asunto de seguridad nacional, llámese como se llame y pertenezca al partido político que pertenezca.

En México, el presidente de la República es constitucionalmente el jefe de Estado y de gobierno (además, jefe del partido oficial, según la vigente práctica priista). Su seguridad personal es de vital importancia para el país, sin duda alguna.

La semana pasada ocurrieron dos hechos lamentables (peor aún si, como creen muchos, fueron montajes gubernamentales): los insultos contra el presidente la de República al término de un vuelo comercial por un grupo de pasajeros que compartieron con él ese avión (domingo 28 de febrero), y la irrupción de un ciudadano (condenado como delincuente dos veces, según la historia oficial) hasta llegar al atril donde el presidente de la República dictaba su conferencia mañanera, violando todos los dispositivos de seguridad de Palacio Nacional.

burla filtro de seguridad
Imagen: Sin embargo.

De ser reales tales incidentes, si no se trata de montajes en busca de popularidad o de desviar la atención sobre otros problemas nacionales, los mexicanos tienen un motivo más por qué preocuparse: ¿cuáles serían las implicaciones para el país y los ciudadanos en el hipotético caso (nunca deseable, por supuesto) de que el presidente de la República sufriese un atentado contra su vida? (Ojo, que no se mal interprete: nadie lo está deseando, al contrario).

Desde el fin de la Revolución mexicana y, sobre todo, de la vigencia de la Constitución de 1917 ningún presidente de la República mexicana ha muerto durante el ejercicio de sus funciones. En 1928, hace casi 93 años, Álvaro Obregón fue asesinado cuando era presidente electo, no en funciones, después de haber conseguido su reelección.

Lo más cercano a una crisis política, económica y social de México por la muerte de un líder político nacional ocurrió hace 25 años con el asesinato de Luis Donaldo Colosio, candidato del PRI a la presidencia de la República, en la época que llegar a esa candidatura era pase automático (explicación para los nacidos a partir de 1980-90) a la silla presidencial. Hay quienes creen que todavía el país sufre efectos de ese crimen, que no magnicidio.

colosio anecdotas
Luis Donaldo Colosio Murrieta, político y economista mexicano (Imagen: Capital México).

Por eso es prioritaria, en exceso si se quiere, la seguridad personal e institucional del presidente de la República de México, llámese como se llame, pertenezca al partido político que sea, estemos de acuerdo o no con su gobierno y con sus políticas públicas. Nos parezca adorable o despreciable, allá cada quien.

Un gobierno responsable debería ya haber informado cómo fue posible que se hayan violado todos los filtros de seguridad en torno al presidente, revisarlos, corregirlos e inclusive sancionar a los responsables, si los hay, de esa falla. No sólo estuvo en riesgo la integridad personal del titular de Poder Ejecutivo, sino la integridad de la máxima institucional mexica, la presidencia de la República, aunque su titular no crea en las instituciones. Las consecuencias pudieron haber sido fatales tanto para la persona como para el país. No es una anécdota.

Debe preocupar también el que haya ciudadanos que crean y sostengan públicamente que los dos incidentes citados sean escenas montadas (con miembros de Ejército, según esas versiones) partes de una campaña mediática para incrementar o mantener la popularidad del presidente de la República. Esto demuestra que tanto el titular de la presidencia como la institución están perdiendo credibilidad en algún sector social. Y ello también es grave, igual para el Ejército. Tampoco es una anécdota.


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Una Oración

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De repente, el enojo ante la imbecilidad es completo y a la veces inútil. ¿Qué hacer ante lo dicho por el obispo de Ciudad Victoria, Tamaulipas, de que usar cubrebocas es no tener confianza en Dios?

Como siempre se acostumbra aquí, empezaremos por el principio. Hoy es menos fácil.

Pero aquí va: los lectores, si los hay, deben saber que el escribidor se declara creyente.

¡Vamos! Creyente, bautizado y por lo tanto miembro de la Iglesia Católica, Apostólica y Romana, desde que más o menos nació y de la que nunca ha renegado.

Eso sí, pecador un poco más allá de lo estándar. Tampoco se trata de presumir.

El escribidor debe decir también que tuvo y tiene amigos curas, que ha creído en sus enseñanzas y en las indicaciones de algunos obispos. E ignora si recibirá su absolución. Confía en que sí. No dice nombres para no comprometerlos, nada más por ello. Ellos no tienen la culpa, de ninguna manera.

No es ésta la primera ocasión en que está en contra de lo que dicen algún jerarca de su Iglesia ni será la última.

Confía en el perdón de los pecados y, por supuesto, en el perdón de las equivocaciones, que son de menor calaña.

Obispo Antonio González Sánchez
Obispo Antonio González Sánchez (Fotografía: Diócesis de Victoria).

Hace algunas semanas murió de Covid alguien quien fue conocido de muchos años. La misa de su muerte fue transmitida vía internet, y la escuchó y la vio con el respeto correspondiente en los momentos últimos. Le sorprendió, contra lo que creía, ver el féretro envuelto en un plástico como el de las maletas cubiertas así en los aeropuertos para evitar que les introduzcan drogas u otras cosas.       

La sorpresa fue para bien por los protocolos de sanidad, pero nada comparable, para mal, con la declaración de hace unos días de Antonio González Sánchez, obispo de  Ciudad Victoria, Tamaulipas, quien afirmó que usar cubrebocas para combatir al coronavirus “es no confiar en Dios”.

Arriba el escribidor confesaba su creencia religiosa. No va a renegar de ella, a pesar de la jerarquía eclesiástica.

Hace muchos años los viejos de la comarca enseñaron al escribidor que Dios ayuda a los que por sí mismos se ayudan; que Dios tiene muchos problemas en el universo y está muy ocupado resolviéndolos y, por lo tanto, no tenemos por qué exigirle la resolución de nuestros problemas personales, sino que muchas veces es necesario echarle una mano… sin blasfemia alguna.

Hoy, está seguro de que Dios anda muy ocupado con la pandemia. Debe andar ayudando a quienes buscan las vacunas y los medicamentos para la curación del Covid, y con los médicos, enfermeras y personal sanitario de todo el mundo que se rompen su madre para salvar vidas y muchos otros más que andan en las mismas.

Entonces, con humildad propongo que le echemos una mano: usemos cubrebocas, gel antibacterial; lavémonos las manos, guardemos la sana distancia, quedémonos en casa y no hagamos caso a las tonterías de un quien se dice represente de Dios en la tierra o cuando menos en Ciudad Victoria.

Y también el escribidor le pide a Dios que no reconozca a esos que se asumen como sus voceros, como el obispo Antonio González Sánchez, quienes lo exponen al escarnio público.

Fieles, por favor, usen cubrebocas. Dios se los agradecerá. En serio. La fe salva, pero el fanatismo mata.


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El secreto

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A lo largo de dos años de gobierno de la autodenominada Cuarta Transformación muchas veces me han preguntado, en público y en privado, sobre el presunto secreto del éxito de la comunicación del presidente de la República con lo que él llama el pueblo bueno y sabio.

En su enésimo discurso-informe de gobierno, con motivo del segundo aniversario de su toma de posesión, el presidente de la República aseveró que cuenta con el respaldo del 71% de los mexicanos, según una encuesta que sólo él y sus allegados conocen, y que con eso le sobra.

Es probable que los resultados de esa encuesta presidencial sean falsos (ahora ya se sabe que la pregunta correspondiente no era sobre aceptación, sino sobre si debería renunciar, lo que es absolutamente diferente), pero lo cierto es que otras tres encuestas hechas públicas por tres periódicos distintos (Reforma, El Financiero y El Economista) sitúan la aprobación promedio del actual titular del Poder Ejecutivo federal en un 60%.

Es muy probable que ese promedio sea cierto. Habría que decir que sus antecesores estuvieron en el mismo rango: en su segundo año de gobierno, Enrique Peña Nieto tenía una aprobación del 58% en promedio, y en el mismo lapso de gobierno Felipe Calderón llegaba al 62%, dos puntos porcentuales más que los del actual presidente.

AMLO, mentiras
Imagen: Contrapeso Ciudadano.

Pero, preguntan y afirman sus detractores, ¿cómo es posible que mantenga esa cifra si son tan evidentes sus fracasos en sus anunciadas luchas contra la inseguridad y la violencia, la corrupción, y la economía que todos los días empeora? Y, no se diga, la salud pública, entre otras muchas; bueno, ha fracasado hasta en vender un avión.

Las cifras en cualquier ámbito de la vida nacional son espeluznantes, ¿por qué no cae su popularidad?

Muy sencillo, como buen y experto propagandista, el señor presidente de la República apostó y sigue apostando a los sentimientos, a las emociones. Esos son, si no se han dado cuenta, “los otros datos”.

Esencialmente, ha apostado al resentimiento social (un sentimiento, una emoción), que incita la confrontación entre nosotros los buenos y ellos los malos. Por eso, hasta ahora, no ha perdido su popularidad.

Y esa confrontación nada tiene que ver con la realidad del país, con los datos reales. Por eso la adjudicación de las culpas a los conservadores, neoliberales y fifís y otros calificativos contra sus críticos, quienes de acuerdo con el discurso oficial impiden la cristalización del “índice de felicidad” de pueblo bueno y sabio de México.

Ese discurso demagógico y casi bélico le ha permitido al presidente de la República concitar una mayoría aplaudidora, que recibe “becas” y otros apoyos gubernamentales, que (cree) se verían amenazados si alguien más llega al poder, y que esencial y principalmente promete una revancha social. Y el presidente sabe que necesita de esa mayoría y le dice lo que le gusta escuchar: el resentimiento necesita de la revancha, “pa´que vean lo que se siente”.

López Obrador, redes sociales
Imagen: Etcétera.

Sin la confrontación social, la presunta y exitosa “política de comunicación social” del actual gobierno quedaría huérfana.

Siempre hay que buscar un enemigo y si a éste se le puede convertir en el enemigo de la mayoría, mucho mejor. El presidente de la República lo ha conseguido hasta hoy. Ha hecho creer que es hora de la venganza, del desquite.

Pero, la venta de espejitos no terminó con la Conquista española. Si no lo creen, pregúntele al espejo de la reina malvada en el que se ven todos los días los políticos mexicanos, que les contesta que ellos son los más bonitos.

Desde los tiempos bíblicos, o quizás desde antes, se decía “el que quiera oír, que oiga”; “quien quiera ver, que vea”; “quien quiera comprender, que comprenda”. Desde entonces: no hay engaño, aunque hoy muchos dicen y dirán: ¿cómo se iba a saber? La confrontación, la polarización, siempre atrae… a la mayoría de los apoyadores.  

Ése es el secreto.


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Los que no se morían…

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“Ahora se muere gente que antes no se moría”, le oí decir, un buen día y muchos días más, a Vicente Leñero.

Luego supe que la frase no es suya. Cantinflas la decía también en una de sus primeras películas, las del todavía peladito, aunque seguramente su origen es otro.

Pero, es cierto: la gente que hoy se muere, antes no se moría.

El escribidor debe confesar una perversión muy vergonzosa: durante muchos años, 40 más o menos, aquellos que trabajó en revistas, agencias de noticias y periódicos, lo primero que hacía al llegar a su escritorio era revisar los obituarios.

No se ría ni se escandalice. Tenga un poco de compasión. Era un ejercicio perverso, tonto y de miedo: saber si su nombre no aparecía entre los de los muertos del día anterior; saber que seguía vivo… para, por supuesto, no dar vergüenza de ser un muerto que no se había dado cuenta de su muerte.

La vida son ciclos.

muertos covid
Imagen: Expansión Política.

Al principio son los cumpleaños infantiles, con payasos o sin ellos. El escribidor no los vivió; tampoco sus amigos o al menos no lo invitaron. Luego fueron los 15 años, sí algunos. Después las bodas, y los bautizos, las primeras comuniones. No, no, ni las separaciones ni los divorcios oficiales se celebran públicamente…

Luego, los hijos tienen hijos, repiten más o menos el ciclo y todos contentos.

Las muertes que ocurren en ese tiempo se aceptan como accidentes de la vida. Con un ya ni modo, ¡que desgracia!

La vida sigue.

Siguió.

Pero esta vez, como siempre ha ocurrido, se mueren los que antes no se morían.

El problema ahora es que se mueren quienes conoces o con quienes convives… los que efectivamente antes no se morían.

Por ejemplo, esta semana murió Diego Armando Maradona a quien el escribidor vio jugar, por su actividad reporteril de entonces, los tres juegos seguidos, domingo, miércoles y domingo, incluido el de los goles de “La Mano de Dios” y “del Siglo”, en el Estadio Azteca con los que Argentina ganó la Copa del Mundo de 1986. También hace unos días murió Ernesto Canto, medallista olímpico de marcha de 20 kilómetros en la Olimpiada Los Ángeles de 1984, que necesariamente refiere a la Olimpiada de México en 1968, cuando el sargento José Pedraza ganó, en medio del vómito, la medalla de plata en la misma prueba, y ambas hazañas las vio y vivió por la televisión. También esta semana murieron don Juan de Dios Castro Lozano, excelso tribuno legislativo, diputado de a de veras, académico y buen abogado, y don Víctor Flores Olea, intelectual, académico, diplomático, cocreador del Consejo Nacional para Cultura y las Artes (Conaculta) y director de la Facultad de Ciencias Políticas y Sociales de la UNAM, cuando el escribidor ingresó a ella.

muertes covid
Imagen: Connectas.

A los dos últimos, el escribidor los conoció personalmente y en entrevistó como reportero, y a los otros tres los conoció como contemporáneos.

Y hoy, con covid y sin covid, se mueren quienes antes no se morían, porque simplemente les llegó la hora. Los compañeros de la vida, obra y época. Son los que parecían que eran inmortales, como suponen que lo son quienes siguen vivos.

No todos son célebres ni famosos. Y duelen más los que son anónimos para las mayorías, los más cercanos, los más compartieron la vida, quienes supieron de ti y tus ilusiones, tus secretos y tus fracasos, para darle la razón al psicoanalista Igor Caruso, de que los sobrevivientes no lloran al muerto sino a lo que con él se murió de nosotros y se lo lleva.

Al paso de los años, el escribidor creyó que había superado el macabro ejercicio de leer los obituarios. Pero hoy, en época de la nueva peste, abrir cada mañana las redes sociales es regresar a él.

Es cierto, hoy se mueren los que antes no morían: los que salían en la televisión y en los periódicos, pero sobre todo los amigos, los compañeros, sus parejas, sus padres, sus hermanos, hasta sus hijos; los contemporáneos, los conocidos y quienes te conocieron.

Un ciclo más de la vida, con o sin obituarios.


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¿Autocensura?

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La tarde del jueves 5 de noviembre, tres de las principales cadenas de televisión estadounidense interrumpieron su transmisión en vivo del discurso del presidente Donald Trump en el que hablaba de un presunto fraude electoral en su contra, por considerar que estaba diciendo flagrantes mentiras.

En México se despertaron las buenas conciencias y gritaron: ¡censura!, sobre todo en las redes sociales.

El escribidor ha sostenido y sostiene que no hubo tal censura. Que esas televisoras (empresas privadas como la mayoría de los medios de información en el mundo, que tienen propietarios y que producen información) tuvieron y tienen el derecho de transmitir lo que deseen y no difundir lo que no quieren. A eso se le llama línea editorial, en México y en el mundo.

No hubo, para ser considerada como censura, orden de ninguna autoridad federal, estatal o de cualquier dependencia gubernamental, para dejar de transmitir el discurso de Trump. De haberla habido, por mínima que fuera, hubiera sido censura. Tampoco se vulneró el derecho a la información de los televidentes, porque el sujeto obligado por esa garantía humana es el gobierno, no ningún particular. En todo caso, se trató de una descortesía, cuyos afectados seguramente dejarán de sintonizar esas cadenas y otros más se sumarán a su audiencia por el mismo motivo.

La censura sólo puede ser impuesta por la autoridad gubernamental, igual que los derechos humanos sólo pueden ser violados por las autoridades, al menos eso dicen los jurisconsultos, expertos en el derecho, en su aplicación y en su filosofía.

censura a trump
Imagen: Ramos Celis.

Pero, hay algunos empecinados que, entonces, hablan de “autocensura” de esas cadenas televisivas. Y pues, tampoco.

Luego de casi 50 años de ejercicio periodístico el escribidor cree que la “autocensura” es equivalente a la absurda expresión de “autosuicidio”. Y está absolutamente convencido de que cualquier medio de información tiene derecho a su línea editorial, producto de la decisión de sus propietarios, de sus ejecutivos y también de los periodistas que lo dirigen y por lo tanto decidir qué publican y qué no.

De creer en la “autocensura”, entonces el escribidor se habrá “autosuicidado” muchas veces. La decisión personal o colectiva en un medio, profesional y honesto, digámoslo, de no publicar una información o algún dato es producto de su línea editorial, no de “autocensura”.

Vayamos a algunas experiencias personales que no avergüenzan, sino al contrario:

En marzo de 1987, entrevisté para la revista Proceso a don Alejandro Gómez Arias, aquel líder estudiantil durante la lucha por la autonomía de la hoy UNAM en 1929 y desde entonces personaje importante para el país.

Don Julio Scherer García estaba exultante cuando le conté el contenido de la entrevista (el había sido quien realmente la consiguió) y en la plática surgió mi admiración por los cuadros originales de Frida Kahlo, entre otros autores, que había visto en la sala de la modesta casa de Gómez Arias. Don Julio, feliz.

De repente, sentí miedo. No por mí, sino por Gómez Arias y su esposa: dos ancianos solitarios, prácticamente sin familia, expuestos a la rapiña o al asalto delincuencial. Se lo comenté a Vicente Leñero, subdirector de la revista, quien me respondió con un “¿Y..?”. Pues, qué tal si al publicar las fotos de los cuadros les damos tips a los ladrones y se meten a la casa de Gómez Arias y no sólo le roban los cuadros, sino les hacen daño a él y su mujer.

Leñero no me dijo nada.

alejandro gomez arias
Alejandro Gómez Arias, orador, articulista y ensayista político mexicano (Imagen: La Soga).

Al término de la junta editorial de aquel jueves sólo dijo: Ya, no te preocupes. Y el lunes apareció una fotografía de Gómez Arias, con sus cuadros atrás, pero que no alcanzaban a reconocerse. No me arrepiento, al contrario.

Luego, al inicio de octubre de 1989, el fotógrafo Juan Miranda (el mismo de las fotos de Gómez Arias) y el escribidor viajamos a Culiacán, Sinaloa, a cubrir la muerte de Manuel J. Clouthier en un accidente automovilístico, para la propia revista Proceso.

Mientras, el escribidor reporteaba la historia, Miranda reporteaba también y encontró a quien estuvo en el sitio del accidente prácticamente luego de haber ocurrido. Y le compró un rollo de fotografías en el que había gráficas del accidente, en que se mostraba a Clouthier dentro del auto accidentado, frente al tablero, muerto, pues. Una gran exclusiva, creíamos en serio.

Orgullosos de nuestro trabajo regresamos a la Redacción. Luego de la junta editorial, Leñero me llamó y me informó que las fotos que había conseguido Juan Miranda no se publicarían; le entregó las gráficas a la encargada del archivo fotográfico y le ordenó que no podía ni siquiera enseñárselas a nadie.

—Pero, Vicente –dije–, son exclusivas.
—Y qué, cabrón. ¿Aportan alguna información? ¿Qué información o es sólo el morbo de ver un cadáver?

Esas fotografías nunca se publicaron. Y sí, no aportaban ninguna información a lo que ya se conocía.

nota excelsior
Imagen: Excelsior.

Muchos años después, en diciembre del 2009, en Excélsior, decidimos, sí en plural, no publicar la fotografía del cadáver del presunto narcotraficante Arturo Beltrán Leyva cubierto de billetes, luego de morir en un enfrentamiento con elementos de la Marina, en la ciudad de Cuernavaca, Morelos.

La fotografía ya estaba en los sitios de internet y en las incipientes redes sociales. En la junta editorial correspondiente (una docena de periodistas) se discutió la pertinencia de publicar esa fotografía. Fue un gran debate que creció: de repente en aquella sala de juntas había cerca de 40 periodistas opinando. Al final, se decidió no publicarla. Los asistentes acordaron respaldar la decisión colectiva más allá de las opiniones personales.

Al día siguiente las críticas (incluso algunas internas) se nos vinieron encima, luego de que la mayoría de los medios –realmente todos– publicaron la fotografía del cadáver del presunto narcotraficante cubierto de billetes. Fuimos los únicos que no entramos al banquete. Y apechugamos, sabedores que actuamos con honradez. Días después, las críticas se volvieron elogios cuando se supo de la matanza de cuatro familiares de un marino, muerto en el hecho, en venganza por haber participado en el ataque contra Beltrán Leyva.

En ninguno de los casos aquí narrados hubo censura o “autocensura”. Al escribidor le consta. Hubo decisiones periodísticas sostenidas por la línea editorial de esos medios, a la que todos lo medios del mundo tienen derecho, y que los periodistas y también sus lectores deben asumir.


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Disputa patética

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La patética disputa entre el Presidente de la República y los gobernadores de diez estados, agrupados en la Alianza Federalista, muestra el grado de rispidez de la confrontación política nacional y también una de las muchas entelequias constitucionales: la soberanía y la libertad de los estados de la República (federal) Mexicana.

En esencia no hay novedad. Los hechos de hoy son la repetición de los que ocurrieron en otras épocas. La transformación proclamada es en realidad la regeneración del viejo régimen priista.

Cualquier reportero que haya cubierto la Cámara de Diputados, en cualquier época del siglo pasado, sabe de las negociaciones entre el gobierno federal, los gobiernos estatales, los gobiernos municipales y otras entidades gubernamentales que acudían a la Secretaría de Hacienda y a la Comisión de Hacienda de ese órgano legislativo a buscar el presupuesto federal que requerían.

La asignación del presupuesto federal servía también para chantajes y castigos, pero no sólo del gobierno federal, sino también de los gobiernos estatales contra municipios de la oposición.

disputa politica
Imagen: El Universal.

De acuerdo con la Constitución, los estados mexicanos son libres y soberanos, y los municipios son libres. Es decir, por lo menos semánticamente, –el escribidor no es experto constitucionalista, sino un simple lector– los estados poseen una autoridad suprema e independiente y la libertad de obrar o no en otro sentido.

En otras palabras, al menos teóricamente si se hace caso a la gramática, se supone los estados que integran la República (federal) Mexicana podrían tomar decisiones soberanamente, incluso la de dejar de pertenecer a la Federación.

Pero, esas facultades constitucionales son realmente irreales en un sistema político extremadamente presidencialista como el mexicano, cuyo exceso lo convierte en una república centralista, dependiente de la voluntad única del presidente, que hoy se exacerba.

¿Un estado libre y soberano podría separarse de la federación de la que es miembro? Es de suponerse que sí, si es que es libre y soberano. Pero, ¿dónde radica y quién debe ejercer la soberanía de ese estado? Pues, en principio, es de suponerse que en los poderes Ejecutivo, Legislativo y Judicial de ese estado, pero hasta donde el escribidor sabe no existe un procedimiento legal para que un estado mexicano libre y soberano se separe de la federación y tampoco –eso lo deben contestar no sólo los juristas, sino también los historiadores– un procedimiento para que un estado se agregue a la federación. ¿Cómo fue que los 32 estados de la República Mexicana decidieron integrarse a una federación? ¿Cuál fue el procedimiento?

disputa politica
Imagen: Nexos.

Y lo verdaderamente grave es confundir “pacto federal” con “pacto fiscal”. Por supuesto que en ambas partes en disputa existe el deseo que mantener esa confusión, para obtener réditos políticos.

Pero lo cierto es que en la actualidad los estados ni son libres ni son soberanos; económicamente dependen del reparto del dinero público que haga el gobierno federal en sus presupuestos anuales. Desde hace muchos años que existen estados, sobre todos los norteños y ahora los centro con su despegue económico, que reclaman al gobierno federal por el reparto del dinero que producen los impuestos federales en sus territorios y que regresa en cantidades muy menores en el presupuesto.

Esa es la esencia del conflicto actual entre los diez estados de la Alianza Federalista y el gobierno federal o, mejor dicho, el presidente de la república, quien anunció su negativa a recibir a los gobernadores para dialogar, conciliar, negociar “por el bien de la república”, se decía antes, para no poner en riesgo la “investidura presidencial”. Un real reportero le preguntaría al presidente: ¿Recibir, escuchar y dialogar con un gobernador o un grupo de gobernadores afecta a la investidura presidencial? Si es así, ¿el presidente ya no recibirá a ningún gobernador que le solicite audiencia?

El secretario de Hacienda ya intervino en la disputa mediante mensajes en Twitter, afirmando que los gobernadores, principalmente los que provienen del PAN, no tienen razón de quejarse porque el gobierno de la transformación está aplicando las reglas del pacto fiscal federal asumidas durante el gobierno de Felipe Calderón, que en este caso es muy respetado, aunque en otras cuestiones sea el villano favorito. Otra pregunta reporteril: ¿Luego de dos años no se han podido modificar esas leyes calderonistas? Es que se tiene que modificar la Constitución, responderán; bueno, el presidente ha dicho, en otros casos como el de las energías, que si es necesario modificar la Constitución, se hará. ¿Por qué no en éste? ¿Por qué le conviene al gobierno federal tener el control económico y someter a los estados gobernados por la oposición?

disputa politica
Imagen: El Cato.

La disputa entre los diez gobernadores y el presidente de la república no concluirá en ninguna solución favorable a los ciudadanos de esos diez estados.

Y peor aún, un grupo de esos gobernadores ya cayó en la trampa que les tendió el presidente de la república: convocar a presuntas consultas populares sobre el tema; es decir, jugar en su propio terreno, en el de su discurso populista. El presidente de la república ha dicho que la demanda de esos gobernadores es una estrategia electoral. Lo dice un experto en estrategia electoral, quien tiene los recursos para darles la vuelta. Ya está ganando.

Nadie, en su sano juicio, puede negar el derecho de la demanda de los diez gobernadores, pero el primer camino elegido no ha sido el correcto. Ojalá y tengan una verdadera estrategia para enfrentar a un presidente que se niega a dialogar y que su objetivo es polarizar y dividir, con el objetivo de tener el poder absoluto. La real es una disputa por el poder.


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Los nuevos conquistadores

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Siempre hay que comenzar por el principio: el escribidor debe contar que su primer apellido es vasco; el segundo (Torres) es de origen castellano, y su nombre es germánico y significa “lancero valiente o “fuerte guerrero”.

Y no, pos ´no. No es vasco ni castellano (español, se diría ahora) y tampoco lancero ni guerrero y mucho menos valiente y fuerte. Alguna herencia autóctona debe tener, pese a que no ha conservado ningún apellido con reminiscencias indígenas.

Es un simple mexicano, mestizo, no criollo, de Apaseo el Grande, y por lo tanto orgulloso paisano de Antonio Plaza, José Alfredo Jiménez y Jorge Ibargüengoitia, entre muchos (la lista llena más de un libro) otros guanajuatenses.

Sabe que su ADN proviene como el de todos los humanos, según se cree hoy, de hace unos 300 mil años, meses más, meses menos.

La inmensa mayoría de los amigos de este escribidor son mexicanos, aunque entre ellos haya quienes tienen hasta tres nacionalidades. Casi todos tienen apellidos provenientes de los que hoy es España; otros tienen apelativos de otros países (de “Extranjia”, según decían los viejos del pueblo). Hablan español-mexicano y algunos son bilingües, trilingües y uno que otro políglota. Nadie de ellos que se sepa, habla alguna lengua nativa precolombina, aunque algunos conozcamos expresiones, tal vez “hechizas”.

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Imagen: FD Blogger.

Hoy que el gobierno de México (Estado y país que no existían en 1521) exige que España (que no existía durante la Conquista) pida perdón por la Conquista, y el Estado Vaticano (la Santa Sede, según el reconocimiento de la diplomacia mexicana) haga lo propio por la conquista espiritual, tiene una grave duda existencial:

¿El escribidor es de los sujetos que deben pedir perdón por la Conquista de hace 500 años, o debe perdonar al reino de Castilla y Aragón (que ya no existe) y al Estado Vaticano (creado apenas en 1929) por su “conquista”?

Y, pos’ no, nomás no. Ni lo uno ni lo otro. Como diría el clásico mexicano: ¿Y yo por qué? A lo que escribidor añade: ¿Y ellos, los actuales, por qué? Los de entonces, se sabe, no resucitarán; tampoco sus agraviados.

La violencia para imponer, subyugar, dominar, conquistar, está presente en el reino animal, desde antes de lo que ahora es el hombre y se llamase hombre.

La historia de la humanidad es el relato de guerras, invasiones, conquistas, descubrimientos, dominaciones… los griegos, los troyanos, los persas, los hunos, los romanos, los vikingos, los celtas, los godos y los visigodos, los germanos, los galos, los iberos, los árabes, los cruzados, los españoles, los portugueses, los ingleses, los franceses, los aztecas, los mayas, los incas, los gringos, en una apretada y reducida lista de conquistadores de sólo una parte del mundo, la  occidental.

Esos conquistadores hicieron –dirían ellos si pudieran– lo que tenían que hacer. No conocían conceptos modernos como derechos humanos, genocidio, derechos de la mujer y de las minorías. Hoy opinamos que, en nuestros parámetros, no estuvo bien lo que hicieron, pero era lo que tenían que hacer según su cultura. Imagine el diálogo entre un pretoriano, un guerrero vikingo, un soldado de Hernán Cortés o de Francisco Pizarro –conquistador de los incas en un territorio que se llamaba Tahuantinsuyo y no precisamente Perú–, con un actual defensor de los derechos humanos o compareciendo en la Corte de La Haya. Y al pobre de Cristóbal Colón que por andar buscando especies se encontró un continente entero al que ni siquiera pudo poner su nombre.

pedir perdon a Mexico
Imagen: Indymedia.

Y las “conquistas” no han terminado. El problema no es de ayer. Es de hoy. Y lo será de mañana.

Ahora la imposición, el dominio, el yugo de la conquista se hacen a través del desconocimiento de los derechos de las minorías, bajo la sombra del ganamos la mayoría de los electores; los perdedores deben sujetarse sin reserva alguna, su crítica incluida, a la mayoría. De no hacerlo, como antes, son calificados de insumisos o de paganos, merecedores de todo castigo.

Miles de años de cultura y civilización de poco han servido a los hombres, herederos de ellas, todos deseosos de poder: los nuevos conquistadores.

El escribidor no tiene que pedirle perdón a nadie, aunque tenga apellidos hoy reconocidos como españoles, y mucho menos a los muertos de ninguno de los dos bandos.