Escrutinio Casual

No todo es lo que parece, percepción vs realidad

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Aún está muy reciente el citado caso del “robo de mercancía” por un repartidor de Grupo Bimbo a un tendero que, entre otros agravantes públicos, pertenece a la comunidad de la tercera edad. Hace poco más de una semana empezó a circular en medios digitales y redes sociales este videoclip que de forma casi impecable retrataba el momento en el que el colaborador de la empresa metía algunos productos que tomaba del estante, a su chaleco a la vez que surtía otros más. Fue un material impactante, incendiario… a primera vista: indignante.

A quien me haya hecho favor de leerme, sabrá que los temas relacionados con comunicación y reputación me apasionan, son mi profesión. Por ello es que este caso me parece muy relevante e interesante, esta vez desde la perspectiva del fondo y no tanto de las formas. Retomando los hechos, fue cuestión de minutos para que una buena parte de la comunidad reunida en internet comenzara el escrutinio público de una marca muy bien conocida para los mexicanos que, incluso, pienso yo, es muy querida por la mayoría de la sociedad y que prácticamente nunca se había visto envuelta en una situación de esta naturaleza que pusiera en entredicho su reputación corporativa y su integridad moral como empresa.

En medio de una conversación creciente, llena de memes, retos y burlas, la compañía reaccionó en un principio poniendo a su Director General para México, en un video en el que se le veía responder y reconocer el mal actuar del colaborador, pero a la vez, apelando a las acciones que habían emprendido contra el infractor para separarlo de la compañía e imputarle cargos ante la justicia, quien tendrá la última palabra. Esa fue una buena reacción, fue bien recibida en los primeros momentos por usuarios de redes y medios de comunicación que reconocieron la pronta respuesta y la transparencia del discurso. La situación parecía contenida.

Sin embargo, “el mágico internet”, volvió a encender la conversación, esta vez con nuevos videos que retrataban, con menor obviedad (por lo menos los que yo pude ver), hechos similares donde colaboradores guardaban en sus ropas producto de los estantes que surtían. Esto pasó de ser un problema de comunicación y relaciones públicas, a parecer un problema de operaciones, de proceso de selección, de la inminente necesidad de tener mejores pruebas de confianza para garantizar el funcionamiento correcto de la fuerza de ventas que, por cierto, es un modelo de distribución y negocios que forma parte del éxito rotundo de la compañía en México y posiblemente en el mundo. La compañía volvió a responder ‒aunque esta vez se notó un poco tarde la respuesta‒ en el mismo formato de video, pero ahora se presentaba el presidente y director del grupo Daniel Servitje. Eso sin duda reforzaba un mensaje de preocupación y ocupación en atender el suceso y mejorar, porque efectivamente habló de fortalecer procesos y formas de trabajo.

Aún así, el escrutinio ha seguido y creo que se convertirá en uno de los casos de crisis, icónicos de este año, por lo menos.

Pero, casi no vi a nadie cuestionando otras posibilidades, es decir, el primer video estaba muy bien grabado. De hecho, hasta había una explicación proactiva para ello, un familiar del señor tendero había camuflado en una bolsa de frituras un teléfono celular que, puesto en otro anaquel estuvo preciso y claro, como agente del Mosad para grabar el ilícito. Y yo no sé usted, pero ciertamente un celular no es el mejor instrumento para grabar, es decir, cuánto tiempo tiene uno que dejar el aparato grabando, para capturar el momento preciso y entonces, qué tipo de celular se necesita para ello, la capacidad de la memoria, una llamada entrante o un mensaje pueden interrumpir la grabación. Simplemente me genera dudas la precisión y calidad del material.

Como usted, yo condeno el hecho, me parece correcto que se le exija a la compañía que mejore, me parece correcto que haya ofrecido disculpas y que se castigue al culpable. Pero en esta época de hipertransparencia y convulsión política, también me gusta reflexionar sobre otras posibilidades no tanto para reflexionar sobre la solución sino para entender otros porqués.

Muchas veces, no todo es lo que parece. ¿Qué piensa usted?

El valor de la reputación

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Una tendencia que ha cobrado cada vez más relevancia en el mundo moderno es la gestión de la reputación, aunque ciertamente suena bastante etéreo cada vez que se escucha y creo que la pregunta inmediata tiende a ser “¿eso qué es?” y “¿cómo se hace?”.

Empecemos por lo básico, la reputación no es otra cosa más que la mezcla de percepciones y opiniones que terceras partes tienen de nosotros, o de un producto o un servicio. Se ejemplifica pensando en esta situación: “tú reputación son aquellos comentarios que los comensales en una mesa hacen de ti cuando vas al baño”.

¿Es relevante? Sí, mucho más cuando este intangible nos ayuda a vender más o ser mejores, y su efecto puede ser tan poderoso para construir como para destruir.

¿Y quién hace una gestión reputacional dentro de una organización? La pregunta tiene por lo menos un par de caminos interesantes y útiles:

  1. Todos dentro de una organización, desde el CEO, hasta el personal de seguridad o de recepción, son parte activa de la gestión de la reputación; ése es el primer camino de respuesta,
  2. y en el escenario ideal (organizaciones avanzadas y con recursos) debería de existir un CRO (Chief Reputation Officer), que bien podría ser la evolución del director de comunicación o relaciones públicas, aunque no necesariamente; aquí el segundo camino.
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Imagen: https://hablemosdeempresas.com

Pero es necesario saber que la reputación y su gestión no son obra del buen sentido común de los directivos o miembros de organización, se necesita analizarla, entenderla y desarrollar un plan que nos ayude a profesionalizar y medir su gestión. Por lo anterior, que me parece que algunas veces puede sonar tedioso o intimidante, comparto algunos pasos que podrían ayudar a desarrollar una estrategia básica de gestión reputacional, para usuarios interesados pero no necesariamente avanzados:

  1. Lo que quiero decir y ¿cómo quiero ser percibido?
  2. ¿Qué comunidades me interesan?, ¿qué comunidades se interesan en mí?, ¿cómo ser parte de ellas?, y ¿qué esperan de mí?
  3. Gestión de riesgos. ¿Tengo claro un posible manejo de conflictos?, ¿cómo me anticipo a esas situaciones?
  4. Indicadores de desempeño. ¿Qué quiero lograr?, ¿en cuánto tiempo?, ¿para qué?, ¿cómo lo he hecho?

A pesar de que sí se requiere un grado de especialización relevante, la gestión reputacional no es una labor reservada para grandes organizaciones o marcas, de hecho, es más común ver a este tipo de entidades atravesar por dificultades de esta índole al dar por sentado que, teniendo un amplio nivel de penetración y reconocimiento, no es necesario invertir o profesionalizar su gestión reputacional. Es entonces cuando se pone en contexto que 80% del valor de una marca tiene que ver con su reputación.

¿Lo habían pensado?

Prepararse para lo inesperado

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Pareciera casi una práctica habitual para los que trabajamos en gestión de crisis corporativa o institucional que nos llamen a colaborar cuando los problemas se están presentando, pues en ese momento es cuando se buscan fórmulas casi milagrosas y el tiempo se suma a la lista de factores críticos a controlar. Sin duda, nadie está exento, y curiosamente no hay una regla que salve diferencias entre una organización multinacional o PyME respecto a estar preparados para una crisis.

Por eso aprovecharé este espacio para compartir algunas claves que son fundamento básico para gestionar correctamente una situación inesperada y crítica:

Primero. Desarrollar un atlas: Si bien es cierto que una crisis no se sabe cuándo ocurrirá, sí podemos adelantarnos e identificar aquellos temas, situaciones o hechos que puedan poner en riesgo nuestro negocio durante los próximos seis o doce meses. Este ejercicio se inicia basado en dos criterios; deben de ser temas que:

  1. a) puedan afectar la continuidad de las operaciones de nuestro negocio y
  2. b) puedan afectar la reputación de nuestro negocio. Si aplicamos esos filtros, podremos iniciar un buen atlas de riesgos.

Segundo. Establecer un protocolo de gestión: Durante un suceso de contingencia o crisis, lo peor es improvisar, debemos aplicar inteligencia emocional que será siempre más eficiente, si nos apegamos a un proceso claro, definido y con roles específicos, y si no se cuentan con los recursos para que un experto ayude a desarrollar esa ruta de acciones, la alternativa es basarse en el proceso administrativo (planeación, dirección, organización y control) para desarrollar una metodología útil, por supuesto, siempre considerando las características propias de nuestra empresa.

Tercero. Capacitar al equipo de trabajo: Apegados al protocolo desarrollado, es fundamental que ese material no se quede archivado, necesitamos instruir al equipo que nos ayudará a hacerlo funcionar en caso de emergencia.

Cuarto. No sobreactuar: Es común que los miembros de una organización tiendan a ver problemas como crisis y eso es en sí, peligroso. Debemos ser lo suficientemente hábiles como para poner las cosas en perspectiva y recordar la siguiente máxima: “que la estrategia se imponga a la coyuntura”. No sumemos leña a un fuego que puede apagarse a mano.

capacidad de respuesta
Foto: www.capacitarteuba.org

Quinto. Instruir a los representantes: Es un error común pensar que en una crisis el que debe de hablar es el Director General o el CEO, eso simplemente sobre expone a la organización, limitando drásticamente su capacidad de respuesta interna y externa. Si al máximo representante no le va bien en esa primera respuesta, las opciones siguientes serán difícilmente aceptadas por las comunidades con las que interactuemos. Es fundamental tener un equipo de voceros oficiales con habilidades suficientes para saber lidiar con ese tipo de circunstancias, por lo menos tres.

Sexto. Prevengamos fugas: Es fundamental que ampliemos nuestro criterio y entendamos que no sólo se debe de trabajar con el personal directivo para gestionar situaciones de crisis, es muy útil y estratégico también instruir a otros colaboradores que pueden ser puntos de contacto naturales de nuestra organización, y donde muchas veces sólo por falta de indicaciones se generan fugas de información que suman a una situación crítica: recepcionistas, personal de seguridad, asistentes, personal operativo en plantas, fuerza de ventas. Y si bien, no serán voceros, sí deben de saber cómo canalizar una solicitud de información con las personas adecuadas para no especular ni comprometerse innecesariamente.

Espero que estos sencillos pasos ayuden a alguien a tener más sensibilidad sobre cómo enfrentar situaciones inesperadas. Uno nunca sabe cuándo lo requerirá.

La emoción y la excelencia

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De forma recurrente llega a mi pensamiento la reflexión de mantener y sobrepasar la calidad del trabajo que realizamos en el equipo de la empresa a la que pertenezco. Esta idea se acompaña en un contexto donde, desde luego, pienso en el compromiso que tenemos para con los clientes que trabajamos y la satisfacción que se siente cuando superamos expectativas y forjamos relaciones de largo plazo que generan, entre otras cosas: credibilidad, recomendación y ganancias (fundamentales para mantener cualquier labor).

En mi particular experiencia, la búsqueda interminable de la calidad y los buenos resultados, han sido fácil de mantener vigente: me gusta lo que hago, lo disfruto enormemente y eso de alguna forma me lleva a tratar de hacer las cosas lo mejor posible cada vez, y aportar algo al equipo o a las personas con las que colaboro.

A pesar de haber encontrado el eslabón perdido de la automotivación, también he aprendido lo difícil que es transmitir y contagiar el uso de esta herramienta a las personas. Más allá de citar algún estudio referente a la relevancia del trabajo en equipo, al momento de conseguir grandes resultados o ser muy productivos, afortunadamente lo he experimentado en primera persona. Es cierto que puede haber individuos muy capaces en sus diferentes profesiones, pero ninguno lo será tanto como la suma de todos ellos trabajando hacia un fin común ‒aplíquese a una Pyme, una transnacional, un gobierno o una sociedad‒.

equipo de trabajo

Me parece una labor fundamental de quienes lideramos equipos de trabajo de alto desempeño, tener en claro que la consecución de objetivos debe basarse en aspectos cualitativos más que cuantitativos y velar por ese balance lo más posible. Debemos ser objetivos también, y asumir que hoy día el estilo de vida laboral y la globalización nos hacen pasar por un momento crítico donde el alto desempeño, las jornadas largas y la competencia profesional, nos ponen a prueba para llegar al logro de ese anhelado equilibrio vida-trabajo del que tanto se habla últimamente ‒no siempre se puede‒, pero no significa que no deba de ser una meta.  Inclusive, considero que este adagio sobrepasa generaciones y aplica de la misma manera en la actualidad como hace 50 años: grandes logros, requieren grandes sacrificios.

Creo firmemente que, si somos capaces de encontrar nuestra verdadera vocación, la ruta de crecimiento profesional, aprendizajes, sacrificios y logros, se hará sostenible casi de manera natural. Entonces, tal vez, la búsqueda de la excelencia será motivada por la emoción de descubrirla y llegar más lejos. Necesitamos divertirnos más, atrevernos más, co-laborar más y cuestionarnos más.

Todos somos minoría

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Pensando en la acelerada transformación que venimos atravesado, en diversos ámbitos, en los últimos 15 años, ciertamente hemos cambiado bastante a nivel social. Recuerdo que al inicio de ese camino cuando los equipos encargados de planeación estratégica, lo mismo en áreas operaciones que en marketing o comunicación, diseñaban sus planes, realizaban profundos y tardados estudios de mercado para acabar agrupando al consumidor o cliente en básicamente los mismos rubros demográficos que empezaron a implementarse desde la década de los años 50 por las agencias de publicidad. Era interesante también cómo nos referíamos a distintos grupos dentro esas segmentaciones que nos parecían minorías: los que trabajaban fuera de las ciudades, los que simpatizaban por uno u otro partido político, los que profesaban una religión distinta a la católica, los que tenían diversas preferencias sexuales, etcétera. Aún así, solían caber todos en la famosa escala de clasificación A, B, C+, C, D+, D, E.

Parecía que después de superar la etapa de investigación y segmentación, era relativamente sencillo enfocar nuestras estrategias para llegar a la audiencia deseada de manera correcta.

Pero era curioso cómo se contaba, por ejemplo, ese famoso mito urbano entre los hombres de clase media y alta sobre el tipo lectura que compartían al momento de irse a cortar el cabello; generalmente sabían entre ellos rumores y datos muy precisos (o no), relacionados con personajes de la farándula nacional (fiestas, romances, telenovelas de moda, etc.). Ante eso, ¿será que las empresas que se anunciaban en esas revistas de espectáculos, y habían hecho todo su proceso de investigación, dirigían sus esfuerzos a ese target o es que estaban fuera de la segmentación? El sentido común nos debe de dar la respuesta. A estas personas, yo incluido, no nos unía un segmento social, sino intereses compartidos que no conocen de ingresos o estatus social.

mayorías y minorias ajedrez

Sin embargo, no fue sino hasta el auge de las nuevas tecnologías de la información cuando se puso de manifiesto, de manera inobjetable, el cómo nos relacionamos y comunicamos más allá de una red social. Hoy en día todos somos minoría, de alguna manera: los que tomamos soya, los que son alérgicos al gluten, los hípsters, los que aman a los animales, los que cuidan los bosques, los millenials, los que usamos corbata, las feministas, los que hacen crossfit y un largo etcétera.

A la fecha, los niveles sociales empiezan a ser cada vez menos eficaces, hablando de planeación estratégica en cualquier rubro. Ahora más que nunca conectamos por afinidades, lo mismo en nuestra localidad que en cualquier parte del mundo ‒literal‒. Hablamos sobre el mismo tema con gente que tiene muchos o escasos recursos porque nos interesa lo mismo. Esto ciertamente supone un cambio grande, relevante y avanza muy rápido.

Para los que somos estrategas en comunicación, esto requiere no sólo entendimiento, sino un reto constante respecto al aporte de valor ‒que debemos generar‒ ante conversaciones activas, sólidas y ya existentes donde el objetivo está en lograr conectar de manera natural con estas comunidades y tal vez convertirnos en una voz relevante, pues con o sin nosotros existen y evolucionan.

¿Estamos listos para gestionar este cambio? No sé ustedes, pero desde que entendí este nuevo modelo, el big data adquiere forma y valor para mí como especialista en planeación estratégica en comunicación.

El bajo perfil ya no es una opción propia

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¿Alguna vez se ha buscado usted mismo en Google? ¿Qué aparece al teclear su nombre? ¿Le gusta o no le gusta lo que ve?

Mantener un bajo perfil es cada vez más mito y un reto para todos en esta nueva sociedad hiperconectada; lo mismo de difícil es para una organización multinacional que para un magnate del mundo financiero que no le gustan los reflectores, o para usted y para mí que no buscamos fama.

Sin embargo, no dejo de escuchar frecuentemente que diversas organizaciones solicitan estrategias para mantener un perfil bajo que, sin duda, es una petición válida, pero resulta una tarea casi imposible de llevar a cabo. El argumento que recurrentemente expongo en esas conversaciones es que llega un momento en la vida de una organización, marca o persona, que ha alcanzado tal influencia o relevancia en su círculo de competencia, que ya no depende de sus propios medios decidir si puede tener o no un perfil alto.

El punto de análisis para comenzar, debería ir en tres vías:

  • ¿Qué hago yo o dejo de hacer para ser parte de la conversación que defina ese posicionamiento?,
  • ¿en qué canales se da esa conversación y quiénes influyen? y,
  • ¿de cuánto tiempo dispongo para diseñar mi propio posicionamiento?

ceo

En la nueva era de la información, el reto está en cómo modular el ruido (que no tiene que ser necesariamente negativo) para construir una imagen o posicionamiento que sea afín a nuestros intereses. Sin embargo, también hay consideraciones que deben tomarse en cuenta como, por ejemplo, en una situación de riesgo o crisis reputacional no es posible pretender incidir de la noche a la mañana en un posicionamiento que nunca se tuvo con anterioridad. Es decir, una percepción que se construyó en tiempo y forma de manera orgánica, difícilmente podrá revertirse en horas bajo nuestra voluntad ‒a favor‒. Es evidente que no hay fórmulas mágicas. Aunque desafortunadamente sucediera lo opuesto, una percepción positiva delineada y construida en el tiempo, sí puede ponerse en riesgo de manera rápida.

El reto está en cómo las organizaciones y las personas nos preparamos para esas indeseadas situaciones. Si bien una buena reputación puede sufrir daños ipso facto, es cierto que también ayuda tener un track récord óptimo para recuperarse de forma más eficiente. Las organizaciones que hoy día siguen argumentando que tener un bajo perfil es lo mejor para sus fines, lo que van haciendo también es ir asumiendo paulatinamente mayores riesgos reputacionales en diversos frentes, y creo que está claro que la reputación afecta directamente al negocio.

El filtro decisivo puede ser una simple reflexión: “Hoy, nos guste o no, existe una conversación sobre nosotros, ¿queremos contar nuestra propia historia o dejaremos que alguien más lo haga?”.

Al final del día, el que calla otorga.

De comunicación y liderazgo, del Dircom al CEO

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Parece que fue ayer cuando empezamos a vivir un boom acelerado de nuevas compañías basadas en California, específicamente en Silicon Valley, que surgían y se apoderaban rápidamente de nichos económicos inexistentes o transformaban otros, a la vez que modificaban nuestra manera de vivir radicalmente. Y permítanme utilizar este proceso como punto de inflexión para relacionarlo con un fenómeno que comenzó a desarrollarse a la par y me permite extenderlo a otro que veo y vivo cada día, pues con esa misma rapidez, jóvenes relacionados con ciencias informáticas y computacionales (mayoritariamente), se convertían no sólo en los nuevos rostros de los listados de los más ricos del mundo, sino en nuevos CEO de empresas poderosas, complejas y cambiantes. ¿Estaban preparados?

CEO

A pesar de que podría comentar algunos casos que responden ‒parcialmente‒ a la pregunta anterior, me interesa simplemente contextualizar más el mundo actual y la visión sobre los CEOs del futuro. Siendo contemporáneo de una generación donde vi y aprendí mucho de grandes directivos pertenecientes a las generaciones Baby Boomer y X, estuve acostumbrado a ver cómo contadores, administradores, médicos, ingenieros y abogados, principalmente, asumían cargos de alta dirección en empresas cuyo sector pudo haber sido tan distinto como el de la comunicación u hotelería, entre otros.

Lo sé, el mundo ha cambiado mucho, de una forma u otra hoy todos somos minoría, estamos practicando la especialidad de la especialidad en muchas profesiones y existen nuevos retos, lo entiendo, pero veo poco profesionales de comunicación que se conviertan en CEOs de organizaciones, en una sociedad que, me parece, ha expandido sus fronteras en todos los aspectos. Creo que el Director de Comunicación o Dircom tiene aún mucho por hacer para ampliar sus horizontes. Puedo llegar rápidamente a esta reflexión una vez que leo varios artículos en diferentes publicaciones de negocios internacionales y locales que hablan sobre las competencias que el CEO del futuro debe tener.

Expresado de otra manera, la habilidad de comunicar eficazmente es un común denominador y, en algunos casos, resulta más relevante que otras características técnicas relacionadas con el negocio. Parece paradójico, pero tiene mucho sentido, cómo convivimos, lideramos y motivamos a las nuevas generaciones ‒millennials, centennials y las que vengan‒ que buscan otro tipo de contraprestaciones más de fondo, ideológicas e intangibles, si no conectamos adecuadamente con ellos: debemos ser buenos comunicadores.

Constantemente comento con colegas la necesidad de llevar a otro nivel el sector de la comunicación. Me parece sin duda que es una labor compartida entre empresas (compradoras y consumidoras) y profesionales de la materia (consultores, Dircom’s, analistas), sin embargo, en esa misma línea de pensamiento sería interesante empezar a exigirnos más, adoptar nuevos horizontes y nuevos retos. Pensar no sólo en ser o llegar a ser líder de un área especializada, sino más bien dirigir una organización por completo; sin duda nos llevaría a ser mejores profesionales.

Necesitamos más comunicadores que puedan ser CEOs.

Hipertransparencia e hipervulnerabilidad

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El pasado domingo por la noche, bastaron una idea en dos palabras y un controversial meme retuiteado, para que, a la mañana del día siguiente, Canal Once y Televisa terminaran relaciones laborales con el autor de un hecho que seguirá marcando la democracia informativa de nuestro país y, muy probablemente, el ineludible hecho de que las redes sociales, en este caso, Twitter, juegan un papel fundamental en la nueva forma, no sólo de como nos comunicamos, sino de cómo vivimos hoy en día.

El periodismo de opinión sin duda es un género que, con la nueva era de hipertransparencia en la que vivimos, pareciera generar mayores riesgos, ¿me explico? Antes, los medios de comunicación tradicionales tenían, entre sus filas, personajes de renombre (socialmente hablando) que, mediante columnas de opinión, reforzaban la línea editorial del medio en cuestión. Este modelo hizo grandes a muchos medios de comunicación, y a muchos columnistas les valió una fama e influencia notables. El método era básico, pues uno mismo, como audiencia, podía o no leer la editorial, pero cada uno de esos espacios de opinión contaba ya con una base de simpatizantes fija, y a veces creciente. El efecto multiplicador de ese espacio era relativamente limitado, es decir, a menos que uno de los periodistas que uno prefería leer hablara de lo que el otro había escrito, pocas veces la influencia de lo dicho u opinado florecía fuera de su público cautivo.

Ricardo Alemán
Foto: El Universal.

Sin embargo, estamos viendo hoy día cómo las barreras se rompen y las fronteras se traspasan; yo, por ejemplo, no soy un seguidor activo del señor Ricardo Alemán en Twitter; sin embargo, estaba enterado de lo acontecido esa noche de domingo, en cuestión de minutos, debido a que la red social, sus algoritmos y la lista de personas a las que sigo, hacen una ágil y acertada propuesta de tendencias temáticas que pueden resultar de mi interés. No pretendo, en estas líneas, hacer un juicio de valor respecto a si estuvo bien o mal lo hecho por el experimentado y afamado periodista, me interesaron particularmente los dichos de por lo menos dos líderes de opinión que conducen programas de noticas en la radio por la mañana, que, a modo de reflexión y postura, preguntaban ¿un tweet es suficiente para despedir a una persona? La respuesta que encuentro, basada también, en mi experiencia como profesional de la comunicación es: sí, es suficiente. Las organizaciones que decidieron dar por terminada la relación con el referido personaje, seguramente, reflexionaron los pros y contras de mantener o terminar los nexos, y si entendemos que una parte del periodismo de opinión se relaciona con brindar sustento a la línea editorial del medio que facilita el espacio donde el autor se expresa, entonces hablamos de riesgos reputacionales inherentes, por lo que fue necesario definir una postura. Mención aparte se merece la movilización social digital que el tema suscitó en redes, comentarios a favor y en contra, tolerancia y mucha intolerancia también.

Las redes sociales pusieron de manifiesto que la libertad de opinión también tiene límites. Necesitamos adaptarnos a ser hípervulnerables.