La Organización de las Naciones Unidas (ONU) ha desarrollado este mes de septiembre sus “naturales” reuniones de asamblea general en su 75 aniversario de manera atípica, debido a la ausencia física de dignatarios de diversas partes del mundo y el impulso de las intervenciones videograbadas a causa de la pandemia de la COVID-19. En este escenario, la palabra multilateralismo se ha convertido en el mantra que busca anteponer los intereses globales de la humanidad ante la efervescencia nacionalista que ha estado en boga en varios países en los últimos años.
Sin lugar a dudas que este inusual e inimaginable cónclave 2020 sólo denota que lo imprevisible ha sido una constante en la historia de la humanidad y únicamente proyecta una imagen de vulnerabilidad ante riesgos de diversa naturaleza a la que se puede estar expuesto. Si bien es cierto, el hecho de la no presencialidad y sí la virtualización de discursos de mandatarios de todo el planeta, no es indicativo de que estas reuniones tengan los efectos de ser menos productivas, sino más bien debe motivar la adhesión de los propios paradigmas sociopolíticos locales a un ideal común de la humanidad como lo es el progreso y el florecimiento de nuestras sociedades. Hemos podido observar cómo en la cumbre de este año se ha antepuesto una visión sanitaria de la realidad, y lo político-diplomático se ha gestionado a través de espacios alternativos mediados por la virtualidad y la “sana distancia”.
Por otra parte, es en este escenario de crisis global, como la actual, cuando surgen “nuevas” propuestas como la idea promovida por filósofos y activistas del orbe en relación a crear una constitución mundial que sirva de guía a los estados-naciones para “el buen gobierno del mundo”. Hay que rescatar que esta iniciativa fue anunciada formalmente en Roma en diciembre del año pasado y cuyo líder visible es el periodista italiano Raniero La Valle.
En mi opinión, el problema principal en la imposibilidad de llegar a soluciones duraderas y sostenibles a largo plazo en torno a los inquietantes problemas que acaecen en nuestro mundo, pasa por la observancia de lo que yo podría considerar una ética humana. Es decir, desmarcarnos de todo aquello que causa sufrimientos y daños a “el otro”. Por ejemplo, ¿por qué atacar una región determinada para dar con terroristas específicos en lugar de diseñar estrategias que logren aprehender estos grupos criminales sin causar daños a sus habitantes?
En definitiva, es interesante reflexionar cómo desde el inicio de la actual enfermedad viral, desde la Organización Mundial de la Salud (OMS) se ha hecho hincapié en la necesidad de realizar acciones concertadas y urgentes, al tiempo que han advertido que “nadie estará a salvo en tanto no estén todos a salvo”. Esta afirmación sólo constata una “necesidad” global que ha cobrado auge en las últimas décadas de globalización de las tecnologías y comunicaciones, y es que, a raíz del vertiginoso desarrollo de las mismas, el mundo se ha convertido en una “aldea”, producto de las amplias posibilidades de movilidad, lo cual evidentemente incrementa de manera exponencial los riesgos. Por tanto, sólo con trabajo conjunto y transparente interpaíses podrá afrontarse desafíos como el actual.
Posdata: El diplomático turco Volkan Bozkir se convierte a partir de ahora hasta septiembre 2021 en el presidente de la Asamblea General. En su discurso de investidura el emisario turco afirmó que “el unilateralismo sólo fortalecerá la pandemia. Nos alejará de nuestro objetivo común. En este momento de crisis es nuestra responsabilidad fortalecer la fe de la gente en la cooperación multilateral y las instituciones internacionales”.
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