Repensar la música en vivo durante la crisis sanitaria global

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18 de mayo de 2020.  El bajo operístico Günther Groissböck y la pianista Alexandra Goloubitskaia entran al escenario para interpretar un recital con obras de Schubert y Mahler. En el Teatro Estatal de Hesse, con capacidad para 1,000 personas, el público de aquella noche estaba conformado por menos de 200 espectadores, todos usando mascarillas y esparcidos puntillísticamente en las butacas. Después de tener su temporada oficial de conciertos cancelada por la crisis del COVID-19, éste sería uno de los primeros experimentos orientados a retomar las actividades musicales con la presencia del público en Alemania. El regreso a las presentaciones ocurre bajo un estricto protocolo sanitario,  que incluye desde limitaciones en la circulación de los asistentes en el espacio común y rígidas normas de distanciamiento social, hasta el requerimiento de datos personales y de contacto como condicionantes para la compra de boletos, con vistas a la detección y control de posibles contagios.

musica en pandemia
Audiencia del Teatro de Hesse en Wiesbaden, Alemania. Fotografía: The New York Times/ Gordon Welters.

La pandemia ha impuesto un punto de inflexión para el mundo de la música. Todas las músicas. Especialmente el acto de musicar en vivo, el que implica acercamientos, encuentros y una serie de intercambios físicos y afectivos, se ha estremecido. Las cuarentenas impuestas alrededor del mundo para mitigar el avance del coronavirus han roto amplias e interconectadas redes de creación, producción y distribución musicales, tanto locales como internacionales. En acciones remediales, instituciones, empresas y músicos se han apropiado de manera contundente de las redes sociales en un intento de no perder el contacto con sus públicos y rescatar parte de sus actividades. Una sobre oferta de videos y live streamings con interpretaciones musicales inundan las plataformas digitales. Algunos conciertos cuentan con excelente trabajo de producción y transmisión de audio y video, como el de Daniel Barenboim con un poco más de una decena de los músicos –cada uno con propio atril y manteniendo la distancia recomendada entre ellos– de la Ópera Estatal de Berlín, realizado a puertas cerradas con transmisión en vivo el pasado 8 de mayo.

Daniel Barenboim
Fotograma del concierto con Daniel Barenboim dirigiendo los músicos de la Ópera Estatal de Berlín (08/05/2020).

No obstante, la gran mayoría de las transmisiones son generadas desde el confinamiento, con baja producción técnica y limitada calidad de sonido. Aunque por otra parte, quizás  uno de los aspectos más atractivos de estos ejercicios alternativos de comunicación con el público, ha sido su capacidad para permitir que los artistas se muestren más reales y humanos. Este reinventarse en las redes sociales también ha propiciado a los músicos una interlocución mucho más directa con sus fans y seguidores, estrechando lazos afectivos, aunque virtuales. Mientras el lo-fi está en alta, en la medida que revela el mundo sin glamour, simple y cotidiano del músico, este acercamiento instiga a la vez una mirada voyerista sobre sus prácticas musicales, rutinas y espacio creativo.

A pesar de la conmoción inicial que estas transmisiones caseras ocasionaran al principio de la pandemia –como la de Chris Martin, músico de la agrupación inglesa Coldplay, el pasado 16 de marzo por Instagram–, la aparente saturación de la oferta de contenidos musicales en las redes no ha sido un paliativo suficiente para subsanar las pérdidas económicas en el sector, ocasionada por la cancelación de eventos, el cierre de espacios y por la poca perspectiva a corto plazo para la reprogramación de actividades artísticas presenciales. Aún más importante, además de su falta de efectividad para mantener a la extensa cadena de profesionales vinculada a los espectáculos musicales en vivo, los conciertos virtuales transmitidos a través de las redes sociales o plataformas digitales no parecen ser capaces de ofrecer una experiencia sensorial equiparable a la experiencia musical en vivo. Tanto artistas como públicos todavía buscan en el ritual colectivo el sentido mismo del fluir de lo sonoro en la retroalimentación del contacto entre sus cuerpos –y una infinidad de gestos y afectos– compartidos de manera presencial.

Éste es un tiempo sin precedentes para las artes escénicas en general y para la música en particular. El COVID-19 ha impuesto la necesidad de repensar los formatos de conciertos, shows, festivales y eventos masivos, lo que seguramente marcará un hito en la vida cultural y las prácticas artísticas del siglo XXI. Se impone un gran desafío que a la vez abre nuevas áreas de oportunidad para la transformación e innovación del sector. Y la dimensión de los cambios por venir y su impacto apenas empiezan a vislumbrarse.


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