Arte y Cultura

¡Explíquela, don Pepe!

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Una de las historias más sabrosas que vale la pena compartir, es la que narra la maestra Ana María de la O Castellanos en Microhistorias del cine mexicano,[1] sobre un tal José A. Castañeda, vecino de Zapopan, Jalisco, uno de los más entusiastas pioneros del cine en Guadalajara de principios del siglo XX.

Pero antes algunas palabras sobre la “microhistoria”. Por lo regular los estudiosos se interesan más por los grandes eventos y sobresaltos de la historia nacional, o por la vida de los grandes personajes y líderes del poder, olvidándose de atender la necesidad de relatar una historia que se encuentre más cercana a la cotidianidad y al individuo “de a pie”, al hombre común o al pueblo remoto.

Pongo ejemplo: la historia “grande” nos cuenta que el presidente Plutarco Elías Calles, quien subió al poder en 1924, puso los cimientos del desarrollo futuro de México con la fundación de escuelas agrícolas y secundarias, creó importantes instituciones como las comisiones nacionales agraria, bancaria, de caminos e irrigación, banco de crédito ejidal y el banco de México, creó el impuesto sobre la renta y se fue contra la Iglesia para parar su poder. Pero los vecinos de allá en Zangoloteo de las Babuchas nunca vieron estas acciones.

plutarco e calles tomando posesion
Plutarco Elías Calles tomando posesión (Fotografía: Time to Ast).

Lo que vieron y vivieron fue que de repente ya no pudieron ir a su misa porque les cerraron las iglesias, y si se la celebraba en casa a escondidas los metían a la cárcel; que sus hijos ya no podían seguir sus clases porque les cerraron los colegios de padrecitos, que el hospital que atendían las hermanas ya no funcionaba porque las corrieron y que el ejército andaba correteando curas por todo el cerro para hacerles calzón romano con sierra eléctrica. Ejemplos de estas microhistorias, y no la “creación del impuesto sobre la renta”, fueron las que desataron la terrible Guerra Cristera (1926-1929), un fratricidio que cobró la vida de más de ochenta mil personas.

La microhistoria que hoy comparto parecería irrelevante, pero son precisamente esos detalles los que arrojan importantes elementos para completar nuestra visión sobre cierta época y su sociedad. Las “pequeñas historias” son un botón de muestra de lo que pasa en cientos de comunidades minúsculas y cuyas vidas hacen el cimiento para trenzar interacciones entre lo local, lo regional y lo nacional que mejoran la comprensión de nuestra historia mayúscula.

Fotografía: Alerta Digital (copyright desconocido).

Dicho esto, a la sopa:

Hoy Zapopan está en la panza de la zona metropolitana de Guadalajara. Pero hace muchas décadas era un pueblito cantarín que hacia 1920 tenía tres mil almas, dedicadas básicamente a la ganadería y a la agricultura y a estar amparadas por La Generala, como también se le dice a la famosa Virgen de Zapopan, que está en la magistral basílica franciscana de aquellos lares.

Como era de esperarse, todo mundo se conocía, siendo uno de los más respetados y apreciados vecinos don José A. Castañeda, no sólo porque fue presidente municipal de Zapopan, entre 1907 y 1908, sino porque cuando llegaba cualquier tipo de fiesta, sobre todo las patrias, don Pepe, al parecer de una energía detonadora, se involucraba personal y calurosamente en la organización, saliendo siempre disfrazado ora de cura Hidalgo, ora de Allende, ora de doña Josefa Ortiz o si se necesitaban Realistas para fusilar, pues también. Además, la popularidad de don Pepe era todavía más grande al ser dueño de Los Baños Castañeda, entonces un hermoso balneario al sur del pueblo que hacía las delicias de chicos y grandes y a donde los tapatíos viajaban para refrescarse en sus “albercas perfumadas con madreselvas y jazmines”.

castaneda de zapopan
Basílica de Zapopan (Fotografía: Pinterest).

Pero el giro y verdadera pasión de don Pepe era el cine. Ya antes de vivir en Zapopan había tenido dos pequeñas salas en la Guadalajara, por lo que tenía un nada despreciable acervo de películas de la época. Una vez instalado en Zapopan, don Pepe no tardó en abrir las puertas de su casa para ofrecer proyecciones: (…) así, convertido en un verdadero hombre orquesta, José Castañeda se desempeñaba como operador, ambientador y, si se quiere decir así, hasta guionista en las proyecciones de las cintas, comenta la maestra De la O Castellanos.

Como comenté, don Pepe fue uno de los precursores de la proyección de películas en la perla tapatía: En 1908, en su casa particular, en la calle de Pedro Moreno, 38, abrió el Salón Azul, que más que salón era un patiecillo acondicionado con un aparato y películas de segunda. Sin embargo, la calidad de sus películas era tan mala, que una vez terminada, el público pedía invariablemente a gritos la explicación del argumento.

Poco a poco la gente comenzó a hacer de aquellas atípicas proyecciones una especie de ritual, donde se podía gritar, chiflar y aventar toda clase de semillas, para al final exigirle a don Pepe les contará de qué diablos había tratado el filme. Más no sólo eso, el entusiasmo de don Pepe era espléndido y pronto comenzó a hacer uso de una desbordada improvisación “sonorizando” él mismo sus películas. Entonces de pronto metía ruidos, voces y efectos especiales de su invención, cacerolazos, rugidos, gritos, zapatazos, lo que fuera necesario para aumentar la “experiencia sensorial” de la concurrencia.

Cine mudo castaneda
Fotografía: Pinterest.

Como era costumbre, muchas familias de clase pudiente tenían su casa de descanso a las afueras de Guadalajara, y Zapopan era uno de estos destinos. Ahí don Pepe tenía su “casa de temporada”, como antes se decía, hasta que decidió mudarse permanentemente a ella. A continuación, ni tardo ni perezoso, el cinéfilo acondicionó su casa para sus tandas de cine con su sello personal: “Hoy les voy a dar shinito” (cinito), decía don José con voz arrastrada por falta de algunos dientes, y a continuación la voz se corría como rayo.

Don Pepe hacía dos funciones semanales que eran gratis: Instalaba su proyector en uno de los cuartos de la casa y desde una gran ventana proyectaba las películas hacia una manta que él mismo hacía. La gente llevaba sus propias sillas y se sentaban en la calle. Un vecino recuerda: Él era un señor muy pintoresco porque decía ‘El cine ya se descompuso, se compone con un aplauso’. Entonces todos aplaudíamos y la película volvía. Como era mudo el cine, algunas veces había gente que no entendía y a mitad de película gritaba ‘¡Explíquela don Pepe, explíquela! Entonces el señor Castañeda apagaba el aparato y salía a la ventana a contarnos quiénes eran los personajes y de qué trataba aquello. Le aplaudíamos y continuaba.

cine castaneda
Fotografía: Revista Esfinge.

El cineclub del señor Castañeda se hizo famoso y pronto gente de la misma Guadalajara recorría la distancia para asistir a su función, que comenzaba a las ocho de la noche. Tanto el público como él, disfrutaban al máximo de las películas, aunque fueran en capítulos o en partes, ya que las películas que proyectaba en algunas ocasiones eran muy especiales: se trataban de pedazos de cintas que él mismo unía y que en muchas ocasiones sólo encontraban sentido gracias a su famosa elocuencia.

Entre las películas favoritas de los zapopanos estaba la primera película de corte cómico acerca de un niño que hace cualquier cosa para robarse un pastel, traducida al español como Willy quiere comer sin pagar. Otra de las muy aplaudidas era Maciste, una serie de películas que mostraba la historia del típico héroe fortachón y bondadoso que luchaba por el desprotegido por medio de su fuerza sobrehumana. En esta cinta, dice la maestra De la O Castellanos, don Pepe mañosamente paraba el proyector a medio rollo y preguntaba al público: ‘¿Queréis que shiga Mashiste, o no queréis?’. ¡Sí!, contestaba la multitud y así don Pepe continuaba la proyección.

Pero no sólo don Pepe saltó a la historia del cine por sus inolvidables y excéntricas proyecciones, sino porque a él se le debe el famosísimo grito de “¡Cácaro!”, ahora en desuso. Este alarido de guerra se utilizaba junto con rechiflas, mentadas de madre y gritos a por mayor, cuando se interrumpía la película en el cine, hasta que el operador arreglaba el desperfecto.

El divulgador de historia, Alejandro Rosas, comenta: Para 1911 este empresario instaló en dicha ciudad la carpa Cosmopolita y contrató a Rafael González para encargarse de la proyección de las películas. Todo el mundo conocía a éste, no por el gusto que ponía en su trabajo, o la admiración que le provocaba el cine, sino porque de joven había sido atacado por la viruela y su rostro mostraba las huellas de la enfermedad: estaba cacarizo. Le decían el “Cácaro”, y cuando había algún problema con la proyección, don José gritaba: ¡Cácaro, Cácaro! Era tan pintoresco el personaje, que a veces se quedaba dormido durante la proyección y no cambiaba el rollo de la película. Con el tiempo el grito se convirtió en parte del ambiente cinematográfico y llegó para quedarse.

Definitivamente hacen falta enterarse de más microhistorias como la de don José A. Castañeda, del mero Zapopan, hombre sencillo que nunca cobró un peso y sólo buscaba el caluroso aplauso de su público.

“El Cácaro” (Fotografía: El Cronista de Tacuba).

El padre de la microhistoria en México, Luis González y González, autor de una verdadera joya de libro, Pueblo en Vilo (1968), decía con sabias palabras que la microhistoria era la historia pueblerina, la historia parroquial, de la patria chica, municipal, concreta, de campanario, y debe de ser, ante todo, el relato verdadero, concreto y cualitativo del pretérito de la vida diaria, del hombre común, de la familia y el terruño. Así, las microhistorias no sólo enriquecen la macrohistoria, sino que le dice ¡bájale de crema a tus tacos!, porque:

Soy un hombre común
de carne y de memoria
de hueso y de olvido.
Ando a pie, en autobús, en taxi, en avión
y la vida sopla dentro de mí
pánica
hecha la llama de un lanzallamas
y puede súbitamente
cesar.
Soy como tú
hecho de cosas recordadas
y olvidadas
rostros y manos, la sombrilla roja al mediodía
en Pastos-Bons,
difuntas alegrías flores pajaritos
luz de tarde luminosa
nombres que ya no sé
bocas alientos caderas
todo
mezclado
esa leña perfumada
que se enciende
y me hace caminar (…).[II]


Notas:
[1] Microhistorias del cine mexicano, Eduardo de la Vega (coordinador).Universidad de Guadalajara, UNAM, Instituto Mexicano de Cinematografía, Instituto Mora, México, 2000, p.-156, sig.
[11] Gullar, Ferreira: Hombre Común y otros poemas, Calicanto Editorial, Argentina, 1979.


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Pablo de Lora, un filósofo incómodo

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Lo sexual es político y jurídico. Éste es el título del último de los libros escritos por un buen amigo, se trata del filósofo del derecho Pablo de Lora, profesor de la Universidad Autónoma de Madrid.

El libro aborda, desde una perspectiva sincera y franca, diversos tópicos siempre candentes, analiza a partir de diversas perspectivas los siempre complicados temas relacionados con la sexualidad, entre otros: la identidad de género (ahora tan en boga) la homosexualidad, la transexualidad, la violencia de género y la perspectiva de género, el matrimonio (en sus nuevas y contemporáneas variantes), la identidad de género, la maternidad subrogada, la violencia machista o la prostitución.

Como se podrá apreciar, ninguno de los temas es en sí mismo pacífico, ni mucho menos neutral o fácil de tratar. Ésa es en principio la mayor aportación del autor, atreverse a analizar temas que eventualmente son complicados. Otro mérito indiscutible es que el autor sale de la comodidad de “lo políticamente correcto” cuestionando ideas y dogmas, viejos y contemporáneos.

censura
Ilustración: Significado.

Pablo –como decimos en México– “no tiene empacho en entrarle al toro por los cuernos” al cuestionar desde una perspectiva estrictamente académica, temas controversiales. Tampoco le quita el sueño poner en entredicho la corriente dominante que le tocó vivir.

Una preocupación evidente en su obra son las consecuencias jurídicas derivadas de que aceptemos, así sin más, la identidad que cada quien decida asumir respecto del género. Se pregunta si la voluntad es suficiente para que cada uno de nosotros pueda, libremente autodefinirse como varón o mujer.

Para este autor, la intromisión del Estado no debe ser algo que los ciudadanos entreguemos fácilmente, el Estado, en todo caso, tiene que justificar plenamente el “por qué” ha de intervenir en el plano más íntimo de los ciudadanos.

De Lora cuestiona, y me adhiero a ello, al paternalismo estatal como el que vivimos hoy en México, con un presidente que más que presidente, pretende ser mi papá, mi mentor, mi guía, y decirme cuáles son las virtudes morales a las que me debo adherir.

En ese sentido, los argumentos de Pablo me recuerdan mis años de estudio, aquellos que desvelándome para mi siguiente presentación en clase, John Rawls me hacía cavilar hasta dónde debía permitir la intervención del Estado en mi vida privada, en mis decisiones. Ese Rawls que aboga por el reconocimiento pleno de nuestra mayoría de edad.  

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Ilustración: Manolo Vela.

Me parece (a riesgo de equivocarme) que Pablo se ubica en una posición precisamente rawliana, aquella del velo de la ignorancia, y es precisamente desde ahí que cuestiona, pregunta y medita.

Por último, debo decir que a Pablo de Lora lo han quemado en leña verde, como si estuviéramos en la época de la Santa Inquisición. A mediados de diciembre, Pablo (quien presumo ateo) supo lo que era la crucifixión cuando quiso dar una conferencia en un seminario sobre género, organizado por el Barcelona Institute of Analytical Philosophy (BIAP) en la Universidad Pompeu Fabra. Ahí, un grupo de intransigentes que, seguramente no habían leído su libro, o si lo hicieron no entendieron el mensaje, se opusieron a que dictara la conferencia a la que había sido invitado.

Cabe decir que así lo dijeron algunos titulares españoles: “Más de 200 profesores de Filosofía se unen en contra del boicot feminista a un docente en Barcelona”. No soy filósofo, ni español, ni madrileño, ni barcelonés. Soy apenas un admirador de personas como Pablo, de quienes se atreven, se cuestionan, por eso me sumo como el profesor 201 que se manifiesta en contra de este tipo de boicots, no sólo contra Pablo de Lora, sino en contra de las ideas, de la libertad de expresión y de la libertad de que los académicos podamos abordar cualquier tema sin miedo y sin tapujos.

Veo en lo que le sucedió a Pablo, el futuro inminente en mi sociedad, en mi país. Y debo decir que me aterra.


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La verdadera Lolita de Nabokov

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En un artículo de El País, Antonio Muñoz Molina escribió acerca de una entrevista a Nabokov. El escritor ruso había preparado las respuestas de antemano y usaba unas pequeñas fichas para contestar. Esto cambió cuando el entrevistador se refirió a Lolita como a una niña un poco perversa. Me imaginé a Nabokov olvidando sus apuntes para hablar de una cuestión de especial interés para él. Le daba tristeza que así vieran a Lolita cuando, en realidad, era una niña lastimada de la que habían abusado sexualmente. Lo sorprendente es la cantidad de lectores que la han interpretado como a una “niña mala”. Muñoz Molina reconoce que él mismo había caído en ese error. Nabokov pensaba que la confusión podía deberse a las portadas de los libros y a las caracterizaciones en las películas, en donde la retratan mayor de lo que era en realidad. Para mí, una de las escenas más perturbadoras del libro es cuando Humbert Humbert describe las rodillas huesudas de la niña. A esa edad fue secuestrada por él; en la portada que tengo ahora frente a mí, en lugar de una pequeña de rodillas huesudas, veo a una adolescente de lentes oscuros en forma de corazón, comiendo una paleta tan roja como su boca. Sin embargo, me parece que las interpretaciones de la novela van más allá de cómo la han vendido algunos medios.  

Vladimir Nabokov
Vladimir Nabokov, escritor de origen ruso (Fotografía: El País).

Se ha discutido acerca de si las mujeres escriben de manera distinta a los hombres. El artículo de Muñoz Molina me hizo preguntarme: ¿Leen distinto los hombres y las mujeres? Según el escritor y columnista, él vio a Lolita como lo que era en realidad gracias a sus conversaciones con mujeres. Para ellas, era una víctima, no la manipuladora cuya historia sería menos dolorosa.Independientemente de si esto se deba a condicionamientos sociales o no, en general, los hombres y las mujeres tienen gustos distintos en cuanto a lectura. Lo interesante sería descubrir cómo se acercan al mismo libro. Lolita es la novela ideal para discutir la cuestión porque toca dos temas que han definido a nuestra especie: el género y el poder que otorga ser físicamente más fuerte. Los movimientos feministas son tan diversos que sería difícil compaginar con todos. Confieso que hasta hace poco nunca me había involucrado en serio en las discusiones. Defendía la paridad en los salarios por un mismo trabajo, la igualdad de oportunidades y la revaloración de las labores domésticas; comulgaba con las ideas de Virginia Woolf y de Simone de Beauvoir y me interesaban teorías como el transfeminismo, por poner un ejemplo. Sin embargo, quizás porque he tenido la suerte de nunca haber sido víctima del machismo, mi solidaridad con los movimientos feministas era tibia.

Para que un libro afecte, se debe descubrir en el momento adecuado. Leer a Herman Hesse a los 50 años no es lo mismo que a los 20. Lo contrario aplicaría para novelas como El sentido de un final, de Julian Barnes. En mi caso, Nell Leyshon me abrió los ojos. Hay una escena en El color de la leche que cambió mi forma de involucrarme con el feminismo. Se trata de cuando el pastor que abusa de la protagonista cree que ella lo disfruta. Su actitud me hizo recordar la arrogancia de quienes se niegan a darle valor a las palabras de las mujeres, por la simple razón de que van contra sus propios intereses. Es fácil justificar el acoso diciendo frases como: “cuando las mujeres dicen que no quieren, es porque sí quieren”. En El bosque, otra novela de Nell Lehyson, cuando un soldado en la calle insiste en que responda a sus avances, Sofía piensa:

Siempre este miedo, sólo porque eres mujer. Imagínate que hubiera un modo de evitarlo, que pudieras transformarte y volverte invisible.
Imagina que el pelo se te pudiera retraer, meterse por la raíz y enroscarse dentro del cráneo, y que sólo las puntas quedaran visibles en la cabeza, como si lo llevaras pelado al rape. Imagina que la cintura se te llenara y los pechos se encogieran, instalados junto al corazón, y te quedara el torso duro y liso (…) que toda la blandura de tu cuerpo te pudiera abandonar.
Imagina ser un hombre.

Lolita teresa
“Teresa soñando”, Balthasar Klossowski de Rola (1938).

Para muchas mujeres, así transcurren sus días: en la calle, en el trabajo, incluso dentro de lo que debería ser el refugio de la casa. Esto no significa que los hombres sean animales en busca de presas, pero sí que llevamos siglos de una educación y una cultura diseñadas por ellos. En su artículo, Muñoz Molina se refiere al hecho de que su lectura de Lolita cambió después de escuchar el punto de vista femenino, lo que me lleva a la pregunta inicial: ¿Las conclusiones a las que llegamos cuando leemos están condicionadas por nuestro género? Independientemente de nuestra educación o de nuestros prejuicios, ¿nuestra condición hormonal afecta nuestras lecturas?

Nuestras experiencias hacen que nos identifiquemos con un personaje, que un libro nos conmueva, nos frustre o nos llene de nostalgia. Lo que para un lector pasa desapercibido, a otro puede marcarlo. Y los seres humanos solemos tener experiencias distintas desde los primeros años de vida dependiendo de nuestro género. Quizás para un hombre sea más fácil que para una mujer ver a una Lolita un poco depravada porque nunca estaría en una situación como la suya. A Nabokov le frustraba que no se considerara su obra maestra como un libro tristísimo, pero las interpretaciones son eso. Puntos de vista. Y el autor ruso se metió de tal forma en la mente de Humbert Humbert que lo convirtió en un psicópata convincente. Por eso Lolita es inmortal, porque el protagonista manipula la historia para hacernos creer que la verdadera víctima es él. Y lo hace con tal maestría que es fácil caer en la trampa. Aunque parece que caen más los hombres que las mujeres.

Cuál es tu favorita de Lanthimos, Parte III. Sacrificio del ciervo sagrado: desmantelamiento de la familia

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Baste decir que El Sacrificio del Ciervo Sagrado de Yiorgos Lanthimos ganó el premio Mejor Guion en Cannes 2017, para justificar la sugerencia de no perdérsela. El reconocimiento lo compartió con Nunca estarás a salvo de Lynne Ramsay pero, además, estuvo nominada al menos a una treintena de premios en otros festivales internacionales del mismo año y ganó Mejor Película en el Festival de Sitges.

¿Qué, o incluso a quién, estaríamos dispuestos a ofrendar con tal de restablecer el equilibrio roto en nuestro cómodo entorno acostumbrado? Como todos los que ha escrito el griego en colaboración con su compatriota Efthymis Filippou, dicho guion premiado plantea una situación que, aun si parece absurda, desata una serie de cuestionamientos en el espectador. Un hombre ha muerto quizá debido a la negligencia del cirujano cardiovascular que lo atendió tras un accidente (se trata de Colin Farrell, quien después de su participación en Langosta vuelve a ocupar un papel estelar con el director griego); llámese destino, justicia divina o algo que en todo caso no se explica, confiere al hijo del fallecido el poder de hacerse justicia a través de la pérdida que el culpable de la suya, es decir, el doctor, debe sufrir. En una lectura desde la mitología podría decirse que la arrogancia del médico atenta contra el universo divino, rompiendo la armonía entre éste y el de los hombres, y que para reinstaurarla de manera que garantice el funcionamiento de la comunidad humana es necesario resarcir a los deudos del fallecido por medio de un sacrificio.

Mucho se ha repetido erróneamente que la película de Lanthimos se basa en el mito de la tragedia, Ifigenia en Áulide de Eurípides, en la que se requiere que la joven sea inmolada por Agamenón, su padre, quien solicita el favor de los dioses para emprender la Guerra de Troya. En algunas versiones, la diosa Artemisa exige el sacrificio de la chica a cambio de un ciervo que le habían matado, en otras, el papel del animal es de ser sacrificado en lugar de la joven. En todo caso, según lo explica el mismo director, el título de la película surgió sólo cuando se dieron cuenta de que el guion tenía algunos paralelismos con la tragedia; fue entonces cuando consideraron interesante que el nombre de su obra evocara un pasaje milenario de la cultura occidental. Lo mismo pasa con las locaciones o los actores, para Lanthimos todo surge del guion: El tiempo que paso con Efthymis escribiendo trato de no pensar en nada más. Tengo que sentirme confiado en que tenemos una historia que funciona, después ya pensamos quién podría participar y dónde nos gustaría que tuviera lugar.

portada ciervo
Imagen: BTG.

En este caso se trata de Cincinnati en Estados Unidos, aunque no se dice porque poco importa. Los hechos se desarrollan en un ambiente blanco y aséptico que se repite entre un hospital privado de lujo, el lugar de trabajo, y la mansión donde vive el doctor Murphy con su esposa (interpretada por Nicole Kidman), su hija adolescente y otro más joven, Bob. Como en todas las cintas de Yiorgos, el ambiente físico coopera para causar en el espectador la sensación de extrañeza incómoda característica de su cine. Va de acuerdo con la actuación casi robótica; diálogos recitados monótonamente, verdades graves reveladas cono si fueran conjuros y sin ninguna emoción… sin embargo, intrigan tanto que el espectador no quiere perder la palabra ni el gesto que pudieran ser la clave del misterio.

No es sino hasta la segunda mitad de la cinta que Colin Farrell demuestra enfado; el joven “Martin” parece ser responsable de la enfermedad que acosa a los suyos. El actor Barry Keoghan cuenta que Lanthimos no le dio más que ese nombre como información sobre el personaje que debía representar. Sin embargo, el también protagonista en Dunkerke, logra en el caso de esta película, el reconocimiento de Mejor Actor de Reparto en el Irish Film and Televisión Award, entre otros premios y nominaciones en otros certámenes. Su personaje combina el sentimiento de inadecuación de la juventud con un poder terrible. Ingenuo y a la vez maléfico, encarna por sí solo uno de los temas que inspiraron a los guionistas: un adolescente en absoluto control de una situación aterradora.

Otra de las ideas presentes en el guion es la de los errores que se comenten en el mundo de la salud y el de la incertidumbre que viven los médicos, siempre inseguros de si son o no, igual que Dios, responsables de la vida y de la muerte. Pero, sin duda, el tema central de la historia es que cuando algo va mal revela las deficiencias en las relaciones; hay siempre un punto débil en la manera en la que estructuramos nuestra vida y afectos:  aún al interior de una familia, el afán del bienestar personal supera incluso al instinto de protección de la descendencia. Lanthimos quería “explorar” (palabra que utiliza constantemente) los conceptos de justicia, culpa, sacrificio y, sobre todo, a la naturaleza humana cuando alguien se enfrenta a un dilema. Como ha expresado, intentó generar un cuestionamiento sobre todos estos temas. Mi opinión es que la cinta consigue ampliamente ese objetivo.

La técnica del griego en cuanto a la dirección de actores parece ser la economía total de indicaciones. Dice que durante el rodaje está abierto no sólo a factores ambientales o climáticos sino a lo que cada actor aporta con su presencia. Deja fluir a la gente y a los lugares y observa cómo su guion va adquiriendo verdadera forma a la hora que es habitado. Anima a los actores a no pensar sino aproximarse a las situaciones a nivel inconsciente, sin buscar significados que ni él mismo conoce; les pide que no actúen y, así, no reflejen sus intenciones pues ésa es la forma natural de proceder. De todas maneras, como dice Kidman, los diálogos contienen su propio ritmo y, en palabras de Farrell, es imposible poseer el papel, “uno sólo dice las líneas y la magia emerge”. En el caso del Sacrificio del ciervo sagrado, antes de la filmación el director trabajó con el grupo de manera que se integraran como una familia, pero a través de actividades que nada tenían que ver con el argumento ni los diálogos de la película.

Personaje muy importante en esta cinta, la cámara de otro de sus colaboradores habituales, Thimios Bakatakis, participa como la “presencia otra” que le faltaba al guion, según el director. Aparece siguiendo a la gente; entra en cada plano arrastrándose como un reptil voyerista. Desde lo alto, hace ver más largos y estériles los corredores, más ominosas las escenas íntimas captadas desde una esquina inferior. El choque de planos cerrados y abiertos provoca claustrofobia, y una banda sonora excepcional completa la sensación de angustia. “Empecé a usar música para crear ambientes en, Langosta, mi película previa”, afirma el director griego, “y ahora se ha convertido en parte importante de mi trabajo. Mientras edito sigo descubriendo nuevas partituras e intento imaginar el efecto sonoro que darán a la película”.

sacrificio ciervo
Ilustración: The New Yorker.

El que predomina en el Sacrificio del ciervo sagrado es de una estridencia desesperante que recuerda a cintas como, Ojos bien cerrados y Odisea del espacio del director Stanley Kubrick, para las que el rumano György Ligeti, alumno de Bartók, compuso la música. Es el sonido antimelódico y obsesivo de un mal augurio, logrado con obras precisamente de Ligeti, Gubaildúlina, Christou… en intrépida combinación con el canto a capela de Kim (la actriz Raffey Cassidy en su papel de hija adolescente de la familia Murphy) interpretando Burn de la jovensísima compositora Ellie Goulding.

Por otro lado, en la cinta reaparecen elementos ya considerados constantes en la obra de Yiorgos: entrada en la acción a partir de escenas intrigantes que a lo largo del desarrollo se van aclarando; según afirma él, “lo dicho gradualmente es más interesante y propicia el compromiso del público”. Tampoco podían faltar los planos incómodos de sexo extraño, muy adecuados al universo del doctor Murphy: “El anestesista sí puede matar al paciente, el cirujano no”, dice en algún momento, imagino que en triste referencia a sus relaciones que se dan como bajo anestesia.

En mi opinión, otra constante en su obra es la abundancia de detalles que, si no aclaran, sí esbozan la complejidad del pensamiento de Lanthimos: “Tú no eres Dios” se escucha en la tele que proyecta El día de la marmota, película preferida de Martin y que insiste hacerle ver al médico; como primera secuencia en el Sacrificio del ciervo sagrado aparece un corazón latente y enseguida los guantes sucios de sangre que el cirujano tira a la basura… Uno diría que ningún diálogo, ninguna imagen son puestas al azar y aunque la insistente “exploración” de Lanthimos no le entregue –ni a nosotros– respuestas concretas, sí le abre vez con vez nuevas perspectivas. Para aprovecharlas como espectador mi sugerencia en este caso es rendirse ante la fascinación que despierta la película, si bien atentos a todo detalle, también dispuestos a recibir sus contenidos a nivel inconsciente.

El Zapata encabeza una tercia triunfal

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El cuarto de la tarde de la ganadería de Pozo Hondo de nombre “Gitano” (en memoria de un toro inmortal de la ganadería de Torrecilla, lidiado en 1945 por Manolete), fue como los tres primeros, un poco tardo, positivamente noble y de embestida cadenciosa, que permitió la interpretación del toreo variado e imaginativo en los tres tercios de Uriel Moreno “El Zapata”.

El tercio de banderillas del cuarto fue un tres en uno; dos pares al violín y uno al cuarteo, para cimbrar a los aficionados que le invitaron a dar una vuelta al ruedo al concluir el brevísimo momento en que el cárdeno, bragado, fue adornado con los garapullos, que así se denomina también a las banderillas.

Con el capote había realizado unos lances que surgen de la imaginación de un novillero tlaxcalteca y que él denomina “Tacita de Plata”, en recuerdo de la plaza de Tlaxcala. En su ruedo se le ocurrió pegarlos al alumno de Uriel, quien también entre otros lances de invención mexicana, revivió el de La Vizcaína de la autoría de Arturo Álvarez, conocido como “El Vizcaíno”.

zapata toreo
Uriel Moreno “El Zapata”, torero mexicano (Fotografía: AlToro México).

Como además realizó con gran determinación la suerte suprema, el juez de plaza, Enrique Braun, le otorgó dos trofeos sumándose al primero que merecidamente obtuvo del primero por una faena en la que supo lidiar con variedad de capote, banderillas y muleta, las embestidas de Señorito.

Así, al finalizar la corrida, se fue en hombros de los aficionados y se coloca como candidato fuerte a integrarse a los carteles que, a partir del próximo domingo y hasta el 16 de febrero, se presentarán en La México.

Empezando por el 19 de enero, en el que una apuesta que se agradece programan a dos toreros a caballo, el luso-hispano Diego Ventura y el mexicano Emiliano Gamero con toros de Los Encinos, primer mano a mano de toreo a caballo de la historia, del ruedo monumental.

La ganadería de Pozo Hondo tuvo una buena reaparición en La México, muy pareja en cuanto a tipo, con pelajes de diferentes tonos y en los que sobresalió en los cuatro primeros la nobleza y claridad en la embestida; si bien eran tardos, defecto más notorio en quinto y sexto, todos de diferentes maneras permitieron al máximo la expresión de los integrantes del cartel del 12 de enero.

toreo a caballo
Fotografía: La México

Jerónimo con el segundo de la tarde logró momentos de gran sentimiento interpretativo en la muleta, y aún a pesar de lo defectuoso de la ejecución de la suerte suprema, logró un trofeo. Los naturales que tejió serán inolvidables por el trazo templado y lento en su recorrido que esgrime el esteta capitalino, sobrino de quien fuera una gran figura, “El Ranchero” Aguilar.

Trofeos que seguramente perdió Antonio Mendoza, con la suerte suprema no pudo alcanzar las cuotas de alto voltaje, que su toreo de pies muy firmes en la arena posibilitó con la muleta.

Se le vio desenvuelto, ejecutando con gran temple los muletazos, toreando muy ceñido, y demostrando que tiene muchas cualidades para merecer la oportunidad de que lo incluyan más frecuentemente en los carteles.

Se conjugaron pues, tres interpretaciones con un encierro de gran calidad de Pozo Hondo, que nos permitieron a los aficionados salir con la sonrisa de ser testigos de una tarde en la que brilló el toreo mexicano, en diferentes estilos y matices.

Parásitos, la película de Bong Joon-Ho

Lectura: 2 minutos

La razón de ser del capitalismo, y del ahora renovado neoliberalismo, es la diferencia de clases, la “motivación” de tener lo que otros tienen, la estigmatización de fracaso, el enaltecimiento del “éxito”, son el motor de su progreso. Parásitos, la película del director de Corea del Sur, Bong Joon-Ho, se muestra como una crítica al capitalismo y, sin embargo, va mucho más allá.

La historia reúne a dos familias, que viven en circunstancias completamente opuestas: una familia que habita en un sótano en ínfimas condiciones, con empleos temporales, carecen de Internet y sueñan con tener wifi en toda la casa, comen fast food, la madre fue medallista olímpica y escapó de Corea del Norte, con dos hijos talentosos, el hijo habla perfectamente inglés. La otra familia es muy rica, vive con lujos inimaginables para una mayoría social, dos hijos pequeños, coches europeos, sirvientes. La lucha de clases; las familias representan las diferencias sociales, una es la antítesis de la otra. El drama desata la ambición humana, de lo que somos capaces por ascender de estatus, que es justamente lo que el sistema quiere que hagamos. La familia pobre entra en la vida de la familia rica, haciendo a un lado a los sirvientes con trampas y difamaciones, eso es válido en un sistema donde la ética es un estorbo para alcanzar el éxito. La familia rica los integra como parte de sus lujos, ellos no son humanos, son herramientas que hacen su vida más fácil, para eso es el dinero. El progreso significa que entre menos hagamos, más avanzados estamos, y el dinero compra tiempo que a los ricos les permite delegar tareas para estudiar, viajar, vestir mejor, verse bien, ésa es la gran diferencia, unos usan su tiempo para trabajar y sobrevivir, y otros lo usan para ser felices.

En una metáfora de la perdición, del caos que destruirá a las dos familias, una gran tormenta inunda la ciudad, los ricos viven en la cúspide de la montaña, ven la lluvia desde su hermoso jardín, los pobres bajan hasta su casa, es un trayecto doloroso y denigrante, al llegar, su sótano está inundado y sus pocas pertenecías, entre ellas la medalla de la madre, están perdidas en el agua. Las diferencias están en la forma de vivir y padecer la realidad, del juego del sistema que hace de los privilegios de unos los motivos de otros. La idea de un sistema más justo es ilusoria, la injusticia es su razón de ser, en un momento de la historia, el padre pobre dice “nunca tengo un plan, el que hace planes puede fallar, sin plan no hay fallas”, sin dinero no podemos controlar la vida, a más dinero más planeación y prevención.

La crítica es rebasada por la estética, la película es elegante, las actuaciones son teatrales, la musicalización lleva una edición virtuosa, es una lección ver un argumento sólido sin panfletarismo, sin el maniqueísmo de buenos o malos. Es la tragedia de vivir en la utopía de la injusticia generalizada, que los humanos hemos inventado para someternos a la autoexplotación que detona la autoestima.

El arte, Zapata y la polémica

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A David y Daniel Maya, jóvenes universitarios.

En semanas pasadas, surgió una amplía polémica sobre la obra La revolución de Fabián Cháirez, incluida como parte de la exposición que se presenta en el Museo del Palacio de Bellas Artes, Emiliano. Zapata después de Zapata.

La obra, como varios habrán leído en reseñas y hasta notas en la televisión, causó revuelo por la forma en que se representó al líder revolucionario Emiliano Zapata. Quien nunca había visto la obra, seguro se la encontró como parte, incluso, de los emoticones del celular. Otros, supieron de su existencia a partir de las protestas y de una trifulca suscitada en el propio Palacio.

En casa se volvió parte de la plática de la cena de fin de año. Y antes, un alumno me enseñó que en la funda de su teléfono traía la imagen de la obra como símbolo del derecho a expresarnos de forma libre.

La polémica fue escalando distintos niveles. Al momento de escribir esta columna, leo que en Morelos se encabezó una protesta ante el presidente.

Me detengo en dos ejes de las discusiones: el valor de la pieza como obra artística y el derecho a la libertad de expresión.

Comienzo con la primera. ¿Es arte o no lo es? El filósofo alemán, fundador de la Hermenéutica, Hans Georg Gadamer (1900-2002) abordó la problemática de entender el arte contemporáneo: el artista, antes del siglo XX, buscó conmover al espectador a través de su obra. La fidelidad de un retrato, la magnificencia de un paisaje, la devoción por una imagen religiosa, fueron varios de los fundamentos en la apreciación artística. La historia, la tradición y el contexto (sobre todo religioso) fueron el bagaje cultural que nutrió la estimación del arte mismo.

En el siglo XX vino el cambio (por no decir, el choque). El artista buscó ahora la provocación en la apreciación artística. Se alejó de la tradición y de la historia. Lo religioso, uno de los parámetros hasta ese momento, se modificó. La medida ya no fue lo divino. El cambio demandó un mayor entendimiento por parte del espectador. El arte ya no pudo entenderse a partir de la imitación de la naturaleza, del hombre mismo o de representaciones religiosas. Gadamer afirma que lo que cambió fue el contexto. Surgió una nueva religión: la religión de la cultura.

Y así, propios y extraños –como suele decirse–, se vieron inmersos en un mundo de formas artísticas diversas, divergentes y, las más de las veces, turbulentas.

arte picasso
Pablo Picasso, “Las señoritas de Avignon”, 1907. Óleo sobre tela. 2.43 x 2.33 m. Museo de Arte Moderno. Nueva York, E.U.A. (Fotografía: Flickr).

La obra de Cháirez no es la primera obra que sufre el descrédito de no ser considerada arte. Picasso con sus formas “sin forma” del cubismo estuvo expuesto a comentarios que causaron escarnio. Las señoritas de Avignon, de 1907, es un ejemplo de ello (imagen 1). La representación de cinco mujeres trabajadoras de un burdel en Barcelona, de la mano de su configuración en formas geométricas nunca antes vistas. Los ready-made del dadaísmo encabezados por Marcel Duchamp también causaron revuelo como fueron los casos de La fuente (1917) y L.H.O.O.Q. (1919) (imagen 2). La primera, un mingitorio convertido en obra artística. La segunda, un cartel de La Mona Lisa al que el artista pintó barba y bigotes convocaron a la inmediata descalificación de esas obras. La desacralización de las obras icónicas fue una de las características de los movimientos de vanguardia de la primera mitad del siglo XX.

En la década de 1960 y de forma más evidente a partir de los ochentas, la creación y aceptación ante este tipo de representaciones artísticas fue indiscutible. Las tendencias artísticas en el siglo XXI nos han sorprendido. Su diversidad, en varios casos, ha provocado todo tipo de emociones estéticas que van de lo agradable hasta lo desagradable. Pero también se han vuelto reflejo de la sociedad que somos. La “religión de la cultura” no ha permeado los niveles completos de la sociedad. La educación, no sólo escolar sino en todos los sentidos, es la base de la misma.

Y aquí está la cuestión del otro de punto de vista respecto a la obra de Zapata. Más que la libertad de expresión se trata de la intolerancia ante este tipo de manifestaciones artísticas. ¿De dónde surge la intolerancia? De varias vertientes, pero tal vez la más importante, de nuestros aprendizajes. Y cabe preguntarnos, ¿qué clase de sociedad mexicana somos? ¿Qué clase de sociedad queremos ser?

Tal vez lo que sucede es que no entendemos la obra de arte y carecemos de la sencillez suficiente para reconocer la falta de recursos propios para la apreciación artística. Ante esto, no queda más que juzgarla con expresiones de disgusto y hasta de violencia (que van de la mano de la intolerancia). La clave está en la Educación (con E mayúscula). Ése debería ser el verdadero punto de discusión en estos momentos.

La exposición Emiliano. Zapata después de Zapata se presenta en el Museo del Palacio de Bellas Artes hasta el 16 de febrero de 2020. De martes a domingo, de 10:00 a 17:45 horas. Boleto por 70 pesos. Entrada libre a profesores y estudiantes con credencial vigente, adultos mayores con INAPAM y menores de 13 años. Domingos, entrada libre.

Desert Music

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El arte es para vomitar a la realidad, para llevarla adentro, tocando lo más oscuro y sacarla, tal vez más terrible, tal vez más insoportable. La existencia no tiene tiempo, ni siquiera es nuestra, pensamos que la vivimos, que le damos un sentido y desde ese punto en que no podemos cambiarla nos demuestra que estar aquí, que ser lo que creemos que somos, es una ilusión de nuestra vanidad. Entonces llega el arte y nos enfrentamos a algo que nos deja vivir, sentir que se puede cambiar un ápice nuestra insuficiente condición. La pesadilla intemporal y eterna de la frontera mexicana, ese lugar del tránsito penitente, en el que la degradación se concentra infranqueable, agujero claustrofóbico del que sólo se escapa con un poema, canta William Carlos Williams, ante un cadáver sin piernas y sin brazos que podría ser un huevo o un montón de harapos, “¿Cómo decir lo que ha de ser dicho?”, “Sólo el poema”.

“Sólo el poema” y el poema está sólo, y el arte está sólo y la creación está sola, y vivimos esta realidad, la padecemos, mentirosos decimos que la gozamos, falseando creemos en lo que hemos hecho de nosotros y en el puente entre El Paso, Texas, y Ciudad Juárez, el poeta ve un cadáver. “Sólo el poema medido con exactitud, imitar y no copiar, la naturaleza: no copiar la naturaleza”, el arte no copia, imita, observa, aprende, se traga eso que desea y lo vomita, y ahí está la obra, ahí está la realidad y así, como leer un poema o como ver un dibujo, entendemos algo, intuimos que por fin, eso de tan insoportable tiene explicación, tiene que estar ahí, en ese instante y ser para nuestro ser, ser para el arte.

poema williams
William Carlos Williams, escritor estadounidense (Fotografía: LitKicks).

Los que no quieren ver dicen con parca ignorancia “pintura retiniana” negando la presencia de los sentidos en la contemplación, los sentidos que nos obligan a tragar esa realidad y nos empujan a asimilarla pedazo a pedazo con un poema o un dibujo. Detenidos, esperamos el símbolo que contiene esa cotidianidad que no soportamos, balbuceamos la metáfora que la sublima, refugiados en el artificio de la forma, podemos soportar lo que nos es dado, lo que nos ha condenado, y acumulamos en la memoria poemas, imágenes, música que significan el todo que nos acorrala, y así, adoramos aquello que aborrecemos. La prostituta que baila grotesca, los gringos borrachos y a Williams “se le atraganta el poema” porque debe salir, debe ser expulsado así con la violencia en que entró esa suciedad, ese cadáver. “No consigo escapar”, “No consigo vomitarlo”, “Sólo el poema escrito, el verbo lo trae al ser”. La belleza, la presencia misma de la obra, es un cuerpo destazado, el artista toma sus pedazos y los lleva al color, los reúne en palabras, los desbarata en música, y sobrevivimos gracias a esos despojos.

El arte, sacarlo todo, no cargarlo dentro, dejarlo atrás convertido en poema, en algo que ya no es ese momento, que es todos los momentos, que se queda ahí, triunfando sobre este espanto que no comprendemos, “una agonía de la autoconciencia” y que nos seduce, nos convence, de que esa agonía tiene sentido, recompensa y final, mientras alarga el camino sin salida.