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Defendamos a los organismos autónomos

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Como si no estuviéramos rebasados en México por la cantidad y la diversidad de problemas y conflictos, iniciamos este año de incertidumbre con una renovada embestida contra los órganos constitucionalmente autónomos. En esta ocasión, contra el Instituto Nacional de Transparencia, Acceso a la Información y Protección de Datos Personales (INAI), el Instituto Federal de Telecomunicaciones (IFT) y la Comisión Federal de Competencia Económica (Cofece), aunque se enmarca en una constante de conjunto: el socavamiento del sistema de contrapesos del Estado democrático de derecho que, con grandes esfuerzos y avances trascendentes, México ha ido construyendo a lo largo de más de tres décadas.

Hay mucho en juego: baluartes fundamentales del Estado mexicano; un proceso de desarrollo democrático y de ingeniería constitucional orientado a afincar equilibrios; una arquitectura institucional para mejorar las capacidades sustantivas de nuestros gobiernos, a través de la especialización y la profesionalización de funciones, así como su separación y, sobre todo, sustracción del poder político y de las veleidades de la competencia por el mismo. Este andamiaje no sólo debe valorarse y mantenerse, sino ser fortalecido.

Amagos y efectos negativos consumados

No podemos desestimar los riesgos de retroceso democrático y en competencias institucionales. De hecho, ya ha habido efectos negativos puntuales, como en el caso de los órganos regulatorios del sector energético, cuya autonomía ha sido desmantelada en los hechos, vía la colocación de funcionarios con un perfil inclinado a la militancia o la afinidad política e ideológica, en vez de los criterios técnicos. A estas alturas es claro que ello ha introducido una alta incertidumbre jurídica en el sector, mermando la inversión y abriendo áreas de conflicto y litigio nacional e internacional.

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Imagen: Estelí Meza.

Otra consecuencia negativa de este proceso de corrosión institucional, ya consumada, fue la liquidación del Instituto Nacional para la Evaluación de la Educación (INEE), en perjuicio de la necesidad de evaluar objetiva e imparcialmente al proceso educativo, por tanto tiempo rehén de intereses políticos y sindicales, al igual que el sistema educativo público en general. La nueva reforma educativa dio paso a un amorfo Instituto Nacional para la Revalorización del Magisterio y la Mejora Continua de la Educación, supuestamente con autonomía técnica, pero de cuyas actividades se sabe muy poco, aunque ya desde el nombre se explicita, por omisión, que el tema de la evaluación dejó de ser prioritario.

Otra muestra de erosión más, inclinada al escándalo, reside en el desgaste de la credibilidad de la Comisión Nacional de Derechos Humanos (CNDH), catapultado con el impugnado proceso de relevo en su titularidad.

Igualmente, destacan las amenazas a la independencia de Banco de México, como la reciente iniciativa para obligarlo a comprar dólares en efectivo, que sigue en turno a la que impulsaron, en el 2019, senadores para que el Congreso asumiera funciones regulatorias que le corresponden al banco central, en ese caso vía la imposición de niveles y condiciones de comisiones bancarias. No menos alarmantes ha sido el acoso al Instituto Nacional Electoral, por ejemplo, a través de proyectos de reforma que incluso han planteado la vuelta al esquema previo a la transición democrática, cuando la Secretaría de Gobernación se encargaba de organizar las elecciones.

No pasó mucho tiempo desde que se frenó otra iniciativa del Senado que generó mucho ruido, dirigida a crear un nebuloso Instituto Nacional de Mercados y Competencia para el Bienestar (Inmecob), el cual tendría funciones regulatorias en materia de competencia económica, energía y de telecomunicaciones y radiodifusión. La intención era fusionar a la Cofece, al IFT y a la Comisión Reguladora de Energía.

Ahora se vuelve a la carga, pero desde Palacio Nacional y ya de plano sin ni siquiera autonomía de papel, de ornato discursivo o como intención secundaria: que secretarías de Estado absorban al IFT, la Cofece, y el INAI, Comunicaciones y Transportes, Economía y Función Pública, respectivamente. En todos los casos se incurriría en la condición de fusión de las funciones de juez y parte, sujeto regulado y ente regulador.

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Imagen: Nexos.

El ahorro más caro

Es preciso defender a los órganos constitucionalmente autónomos e igualmente a aquellos a los que se ha dado algún grado de independencia técnica para fines de imparcialidad, especialización y consistencia, en aras de otorgar estabilidad, certidumbre y “piso parejo” a agentes económicos o actores sociales y particulares. Es fundamental para la democracia, el Estado de derecho y, en general, para el progreso de México.

Los ahorros que pueda hacer un gobierno, que son la razón aducida para eliminar estas instituciones, pueden ser altamente costosos o incluso ruinosos para el Estado mexicano, que trasciende a los proyectos políticos que se suceden en su seno.

Más aún, son los ciudadanos quienes terminan pagando ese tipo de ahorros, y muy caro. Habría que pensar a favor de qué se utiliza una bandera de austeridad: ¿de la nación o de un gobierno en turno y su proyecto político? ¿Qué costos tendría la eliminación o el debilitamiento de cada uno de estos organismos no sólo en dinero (por ejemplo, al abrir cauces a la discrecionalidad en la asignación de precios, tarifas o cuotas), sino sobre todo de derechos?

Tomemos el caso de la Cofece: un desenlace altamente probable de su desaparición sería un ahorro mínimo, con el costo de construir de cero o la curva de aprendizaje en la transferencia de funciones a la Secretaría de Economía, a cambio de una factura verdaderamente onerosa para la sociedad y los consumidores, con espacios para la concentración monopólica de mercados, prácticas anticompetitivas o captura de mecanismos de regulación.

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Imagen: El Universal.

Hay que pensar en términos de costo-beneficio; de ahorros improbables versus beneficios y derechos concretos para los ciudadanos. En esa línea, el supuesto ahorro de eliminar estos organismos es mínimo en términos relativos: en caso de desaparecer el IFT, el INAI, la Cofece y la CNDH, no llegaría ni al 0.1% del gasto anual de la Federación.

Otro ejemplo ilustrativo: el IFT costará alrededor de  1,510 millones de pesos este año; comparemos con la refinería de Dos Bocas, a la que se le canalizarán más de 45 mil millones, a pesar de que está destinada a amplificar las pérdidas de las finanzas públicas en el sector hidrocarburos. Recordemos que Pemex, antes de la pandemia, perdió más de 346 mil millones de pesos en 2019. En cambio, se estima que la reforma de telecomunicaciones y su órgano de desarrollo y regulación, el IFT, han generado ahorros en favor de los usuarios por 540 mil millones de pesos. Bastaría con ponderar los costos de telefonía móvil para los usuarios, que han bajado casi 44% en seis años.

Es falso que las instituciones autónomas del Estado mexicano no hayan dado resultados en beneficio de la sociedad. En cambio, los riesgos son muy claros: por ejemplo, los beneficios que han obtenido los usuarios de servicios de telecomunicaciones podrían diluirse.

Lo que hay que hacer es perfeccionar y fortalecer estos órganos. Corregir donde sea necesario, pero no cortar de tajo. La austeridad, real o como aspiración, no puede ser argumento para disminuir derechos, acabar con equilibrios democráticos y erosionar activos del Estado mexicano. Sería el ahorro más caro.

México necesita más contrapesos e instituciones con mayor solvencia técnica y operativa, no menos.


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La psicología moral: deber, integridad, discordia, honor

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El bien o el mal, lo noble o lo indigno, lo lícito o lo prohibido, lo justo o lo indebido, la virtud o el vicio, la lealtad o la traición, el honor o la infamia, cuidar o dañar… En su recorrido vital, la criatura humana atraviesa un campo minado por dilemas morales. Hemos visto que viene pertrechada de una proclividad natural para emprender conductas éticas, pero también que esta ingénita tendencia requiere ejercitarse, madurar y consolidarse para forjar y normar su conciencia y conducta moral. Su autoconciencia e identidad se construyen poco a poco y en buena medida con arreglo a las valoraciones o los deberes que tantas veces rebasan y desplazan sus deseos y placeres en favor de otros; tal es el amor que purifica el pensamiento y engrandece el corazón, como dijo John Milton en El Paraíso Perdido.

En la segunda mitad del siglo XIX el alemán Max Weber, un pionero de la sociología, desarrolló una noción de moralidad basada en un consenso tácito entre los miembros de una sociedad que funciona para impulsar la creencia en un mundo moral unificado y acabado. A partir de Weber ha quedado claro que, cuando controla sus acciones tomando como guías principios éticos, jurídicos o religiosos, el sujeto se comporta como agente moral porque considera las consecuencias que pueden tener sus actos en los otros, en la vida comunitaria y en el entorno. A veces el sujeto se siente obligado a actuar de cierta manera porque ha dado su palabra o prestado juramento a alguien, a una institución, a una figura interna de autoridad. En una forma de obediencia que prevalece en las organizaciones jerárquicas, como el ejército o la iglesia.  

Max Weber
Max Weber, uno de los pioneros de la sociología, hacia 1918.

Ahora bien, una persona con autonomía moral no sólo actúa de cierta forma “porque así debe ser” o “porque así actúan las personas buenas” o “porque si no, se hace reo de castigo,” sino porque ha asumido que la norma es válida. Tener este deber significa sujetarse a un requerimiento, a la obligación de actuar de una u otra manera, no por acatar órdenes, normas o mandatos, sino porque la persona las ha aceptado y valorado como plausibles y convenientes. Esta persona actúa de acuerdo a una norma que ha introyectado e incorporado como parte de su ser, de su self. Por ejemplo, muchas personas sienten el deber de ser generosas porque han aceptado que la benevolencia es un valor digno de ser observado. El concepto psicoanalítico del súper-ego parece corresponder en buena medida a esta forma de conciencia moral, una instancia que censura o delimita no sólo las acciones del individuo, sino que evalúa sus propios pensamientos, emociones o intenciones.

En su libro de 1989 sobre los orígenes del yo en la modernidad, Charles Taylor, filósofo de la política oriundo de Montreal, ha argumentado que la época moderna ha favorecido una noción de bondad humana que ha sido trascendental para modular la subjetividad en sus dimensiones políticas, estéticas y de conocimiento. Esta conexión entre el self o yo contemporáneo y la ética habría tenido sus orígenes en un giro histórico hacia la interioridad y hacia la vida ordinaria que vino a sustituir una escala de valores provista por una jerarquía encarnada en la aristocracia, en la autoridad de la iglesia o por el hecho de pertenecer a una clase o a otra. Taylor argumenta que la identidad personal y la identidad moral están necesariamente entretejidas porque los orígenes y consecuencias de la autoconciencia son inseparables de la proclividad humana de tomar una actitud ética hacia los demás.

Charles Taylor
Charles Taylor hacia 2010 y portada de la traducción al castellano de su libro sobre los orígenes del yo (self) en la época moderna.

Las circunstancias de la vida muchas veces nos enfrentan a dilemas morales, situaciones conflictivas que no tienen solución clara en referencia a principios éticos universales. En estas condiciones las personas eligen de acuerdo con criterios personales y se reconocen responsables de sus actos. Cuando logra establecer una consonancia o integridad entre sus valores admitidos y las acciones emprendidas, la persona normal siente un tipo de satisfacción referida como congruencia, honestidad o conciencia clara, mientras que si no lo hace siente culpa y remordimiento. Más aún: cuando la persona se compromete a tomar un curso de acción y una cierta forma de estar en el mundo se comporta de forma autónoma, auténtica e íntegra; es fiel a un modelo deseable de su propio ser, a un yo ideal.

La autorrealización o la individuación dependen de establecer un balance entre los anhelos y objetivos personales reconocidos por introspección y las normas sociales del entorno cultural. La persona moral atiende las demandas que surgen del diálogo y la convivencia con otros seres humanos y construye su propia identidad e historia de acuerdo con las normas que considera válidas logrando una transparencia entre sus actos y sus valores. Pero por desgracia hay quienes cultivan formas de ser y emprenden comportamientos que causan sufrimiento y daño a los demás, al tiempo que muchas otras actúan o se ven obligadas a proceder dolosamente en ciertas circunstancias. Se trata del tema del mal y la perversidad, pero no en forma de terremotos y catástrofes naturales, ni tampoco de demonios y engendros sobrenaturales, sino como formas nocivas de ser y de actuar de los seres humanos, asunto aún más aterrador que volveré a rozar más tarde, aunque me parece necesario atisbar los temas de la discordia moral y del honor.

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El famoso cuadro monumental “Guernica” pintado por Picasso en 1937 recrea el bombardeo a esa población vasca y constituye un símbolo del sufrimiento y del mal engendrado por los seres humanos a través de la guerra.

Al abordar el tema de la conciencia ética y el comportamiento moral surge necesariamente el hecho del desacuerdo como factor relevante de la identidad personal y como elemento, tantas veces trágico, de desavenencia social y política. Las discrepancias entre personas, grupos o culturas respecto a la moralidad o inmoralidad de procedimientos como la eutanasia, el aborto o la pena de muerte, entre muchos otros,  hacen surgir la cuestión de si existen o no criterios objetivos de moralidad. En este punto es interesante anotar que, además de múltiples desacuerdos morales, la etnología han encontrado que en la mayoría de las culturas estudiadas se observan ciertas convergencias significativas, como es la relevancia universal del honor. Es así que, en la ofensa que causa un insulto personal y la necesidad de responder a él, entra en juego un factor a la vez primario y complejo que se puede identificar como reputación. En las culturas analizadas ocurre el mandato o la expectativa de que quien insulta debe ser forzado a retractarse o, en caso de rehusar, deba ser severamente castigado, acaso con violencia o incluso con la muerte. La obligación del hijo de matar al asesino de su padre es una especie de ley no escrita pero perentoria en muchas culturas, muy patente en las tradiciones mediterráneas e iberoamericanas.

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Fotograma de “Los duelistas” (1977), película clásica de Ridley Scott sobre una pareja de húsares franceses a principios del siglo XIX, cuyas peleas por el honor ofendido de uno de ellos a causa de una bagatela se prolongaron por décadas.

La construcción de esta identidad moral de orden público, llamada reputación, surge muy temprano en la infancia, como lo ha analizado el psicólogo del desarrollo Philippe Rochat y hemos mencionado antes. En los últimos tiempos ha quedado claro que el progreso en el campo de la ética requiere de la investigación empírica proveniente de la psicología moral, de cómo funcionan los seres humanos y de cómo consideran que deberían funcionar en contextos morales. En este proyecto inciden campos como la etnología, la evolución biológica, la maduración en el desarrollo humano a lo largo de la vida o la neurociencia cognitiva. Las emociones morales son un excelente ejemplo de esta demanda interdisciplinaria, como veremos a continuación.


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La autonomía, la libertad y la individuación

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A partir de la Ilustración y el triple lema de la Revolución francesa, la autonomía se ha convertido en uno de los valores humanos más preciados. Sin embargo, no es fácil discernir si una persona o uno mismo es efectivamente autónomo en el sentido de ser capaz de generar su propio código de valores y con esa base emprender las acciones para realizar un proyecto de vida propio, singular y auténtico.

Para suponer que una persona es verdaderamente autónoma sería necesario ratificar que posee y ejerce de manera coordinada y oportuna las siguientes capacidades neurocognitivas, propias de un agente dotado de voluntad y conciencia de sí en referencia a su entorno: (1) disposición: la capacidad proposicional de discernir y evaluar sus propias motivaciones, deseos, actitudes, normas o creencias; (2) proyección: la capacidad prospectiva de formular anhelos, propósitos e ideales sobre su vida actual o futura; (3) resolución: la capacidad táctica de reflexionar, deliberar y elegir la mejor estrategia para alcanzar sus objetivos entre alternativas posibles; (4) dirección: la capacidad rectora para realizar los actos deliberados provenientes de sus decisiones, y de ajustarlos o corregirlos sobre la marcha; (5) determinación: el grado de firmeza, resolución y empeño con el que la persona pone en práctica sus decisiones, intenciones o deseos; (6) revisión: la capacidad metacognitiva de evaluar sus acciones y sus resultados para enriquecer su experiencia y normar su conducta futura; (7) confirmación: la capacidad testimonial de reconocerse y saberse responsable y garante de sus acciones, tanto en su fuero interno como ante los demás; (8) emancipación: la capacidad diferenciadora de vincularse con otros humanos respetando su autonomía, cuidando su bienestar y eludiendo toda dependencia; (9) indivduación o auto-realización: la capacidad sapiencial y creativa de construir una vida particular, diferenciada, independiente y benéfica.

Si bien una persona puede ser considerada moral y jurídicamente responsable de sus actos en la medida que disfruta y ejerce estas capacidades en su conjunto, se puede apreciar que no se presentan ya formadas y articuladas con el uso de la razón. El desarrollo cognitivo y moral se va alcanzando por etapas mediante la práctica de la prudencia: el conducirse de acuerdo con normas aceptables en las circunstancias usualmente complejas, y a veces opuestas, del entorno. Este enfrentamiento del yo con el medio fue un tema medular para Fichte y Maine de Biran, los filósofos del yo que revisamos al inicio de este proyecto y que fueron significativamente contemporáneos de la Revolución francesa.

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La Revolución francesa de 1789. Cartel que enaltece la unidad entre el pueblo y el ejército. Dice: “Unidad, Indivisibilidad de la República, Libertad, Igualdad, Fraternidad o la muerte” (ID de la imagen: BG1RMY).

Hay varias formas de discernir la autonomía individual en referencia al choque Yo-mundo. Una de ellas preconiza que la capacidad de elaborar deseos o preferencias y llevarlas a cabo mediante conductas derivadas de decisiones personales debe ser respetada por los demás, por la sociedad y por el estado, pues la esfera privada debe prevalecer sobre el interés público. Sin embargo, se ha subrayado que una exaltación del individuo autónomo y soberano desconoce que el ser humano es social por naturaleza y que será en el ámbito colectivo donde encontrará el espacio y los medios necesarios para desarrollarse y convivir con los demás. Como acabamos de ver en el caso del imperativo categórico, Kant concibe a la autonomía como el ejercicio del autocontrol y el autogobierno para emprender conductas responsables de acuerdo a normas que la persona acepta como adecuadas y deseables para todos. La autonomía será entonces característica de la persona comprometida con un proyecto moral que se subordina en mayor o menor medida a los intereses comunitarios y sacrifica su iniciativa si perturba la convivencia y el bienestar ajeno. Pero también advertimos que si se concede a la comunidad una razón superior, esto ha dado lugar a prácticas represivas sobre el individuo cuando detentan poder quienes se abrogan la razón, sea ésta de orden religioso, ideológico o político, y tratan de imponerla sobre los demás.

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La autonomía es un ideal no sólo personal sino grupal, institucional, regional o nacional. En esta figura de la UNAM se simboliza por un árbol que florece en plenitud merced a sus sólidas raíces.

Parece ocurrir una ineludible colisión entre el derecho individual a la mayor libertad posible y la restricción de opciones por la sociedad. En nuestros tiempos las naciones se mueven hacia una globalización económica y cultural que, más que favorecer individuos diferenciados, autónomos, libres y responsables, parece imponer una especie de identidad masiva. La libertad personal resulta un valor lejano y aún peligroso, como lo adelantó durante la Segunda Guerra Mundial el psicoanalista Erich Fromm en su célebre libro “El miedo a la libertad” de 1941. Sin embargo, a pesar del pesimismo que se deriva de la situación mundial, el ideal de la autonomía sigue conservando fulgor y atractivo, a juzgar por las exigencias de respetar la iniciativa y la decisión del individuo, como sucede con el aborto o la eutanasia.

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“El miedo a la libertad” de Erich Fromm originalmente escrito en inglés durante la Segunda Guerra Mundial.

El pensamiento que madura con el existencialismo y se redefine en la “posmodernidad,” propone una versión más individualista de la autonomía y lo hace cuestionando o incluso vapuleando la noción misma de “sujeto.” Esto puede parecer contradictorio, porque ¿cómo se puede favorecer una autonomía individual sin afirmar la primacía o la existencia misma del sujeto? La respuesta a esta aparente paradoja, si interpreto correctamente el planteamiento, está en la negación de un yo abstracto en términos de representación mental de uno mismo y la reivindicación de la persona concreta, corporal e histórica. En este sentido, se puede conceder que la representación de uno mismo debe justipreciarse, pues se trata de un constructo mental, un yo virtual que figura a una entidad concreta: la persona de carne y hueso. Aunque esta crítica no desvanece la noción de sí mismos que tienen la mayoría de las personas, su interés está en despertar en el individuo la motivación para cuestionar su naturaleza y proporcionarle algunas herramientas conceptuales para emprender la tarea. Si bien la razón es necesaria para cuestionar y redefinir la autonomía y la individualidad, también se requiere una labor introspectiva y contemplativa, como lo hemos repetido. Una forma de discernir la paradoja Yo-mundo está en plantear el desarrollo de la conciencia moral como la búsqueda de un balance entre los valores aceptados y asentados en la comunidad y los principios de arraigo más personal. La autonomía es un fruto en crecimiento porque supone la búsqueda de integridad, autenticidad y lealtad a principios libremente asumidos y que forman parte de la identidad personal. La trayectoria ética de la persona consistirá en descifrar, obedecer o desobedecer por sí misma los elementos que garanticen su moralidad mediante el análisis crítico de los códigos imperantes, de los que asume como válidos y de los que expresa en su conducta.

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Grabado de Gustave Doré ilustrando la ruptura de las Tablas de la Ley por Moisés. El episodio del Génesis bíblico manifiesta la conciencia moral en conflicto con la realidad social y el mandato religioso.

La persona logrará autonomía en la medida que vaya alcanzando un proyecto independiente con sus propias reglas, más que acatando las de otros o de la cultura. La autonomía en formación constante es una indivduación: la labor de construir una existencia peculiar, única, pulida, capaz de dejar huella. Unos meses antes de ser asesinado, cuando se le preguntó cuál era concretamente su mensaje, Gandhi respondió: “mi vida es mi mensaje”.


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Kraus, el médico filósofo. Reseña del libro “La morada infinita”

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La morada infinita, es un libro que como en su propia portada dice, es de lectura obligada para “entender la vida y pensar la muerte”.

En este texto, el autor Arnoldo Kraus parte de un principio fundamental, la autonomía de la voluntad. Para Kraus la vida –mi vida– es mía, y por ende puedo disponer de la misma, particularmente cuando las condiciones en que vivo no me parecen dignas.

Esta autonomía se basa en lo que el autor denomina “nuestra compañera perene”, la conciencia, elemento fundamental al momento de tomar decisiones que nos atañen de manera personalísima. Me queda claro que para Kraus el debate se ubica entre calidad de vida versus calidad de muerte, ya que nacer y morir es una condición natural e incluso necesaria para la subsistencia del planeta mismo.

Comparto con el autor respecto de esa absurda pretensión de reproducción ilimitada, reproducción sin muerte es imposible. Esta fantasía es absurda ya que “la muerte, siempre está agazapada entre nosotros”.

Para Arnoldo, la autonomía de la voluntad debería ser irrestricta en principio, y sus únicas limitantes deberían ser: no afectar los intereses de terceros. Así pues, en este contexto, disponer de la vida –de mi vida– tendría que ser un asunto que atañe únicamente a cada uno de los individuos en lo personal.

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Ilustración: Neil Webb.

Sin embargo, el Derecho –siempre complejo e intrincado– inventó un concepto que siempre tendrá manipulaciones ideológicas y que se contrapone al concepto de autonomía de la voluntad. Ese concepto es lo que los abogados denominamos “orden público”.

Desde la perspectiva jurídica, el orden público se convierte en un elemento que autoriza restringir la autonomía de la voluntad de los ciudadanos.

En ese sentido, se parte del supuesto que sólo pueden renunciarse los derechos privados que no afecten directamente a dicho orden o interés público, y esto sólo es posible cuando la renuncia, además, no perjudica derechos de terceros.

Entre los más evidentes derechos irrenunciables podríamos mencionar los siguientes: Derecho a la vida, a la igualdad, a la no esclavitud, a pensar, a la integridad física y a la seguridad jurídica, entre otros.

Y es precisamente bajo este argumento que, temas relacionados con la vida, siempre serán objeto de debate.

Para el autor, la medicina ha cambiado radicalmente y esto es así a partir del uso y –en muchos casos abuso–de las tecnologías, el exceso de trabajo de los médicos que laboran en las grandes instituciones de salud y por la “nociva intervención de los abogados”.

Esta última frase del autor del libro resulta lapidaria por tres cosas: el abuso del derecho por parte de abogados, despachos jurídicos y jueces, la ignorancia de los médicos respecto del derecho, y la absoluta falta de comunicación entre ambas profesiones.

En los hechos tenemos un exceso de legislación, México es un país sobre-regulado. Para un médico, lo lógico es que temas como reproducción asistida, deben estar regulados desde la legislación sanitaria. Sin embargo, para el abogado tradicional, es muy probable que opine en oposición y crea que estos temas son –predominantemente– de incidencia familiar, por lo que deben regularse desde el derecho civil. Esto demuestra nuevamente que algo estamos haciendo mal, tanto médicos como abogados, pues la “multidisciplinariedad” de las ciencias, simple y llanamente no se da.

En el texto queda en evidencia el problema de la fuerte incidencia de la religión católica en la regulación jurídica –e incluso extra jurídica– de nuestro país, en temas relacionados con la vida.

No es fácil ser hombres libres y liberarnos de atavismos como la religión, siempre será más fácil ser dócil y seguir al mecías, que aceptar nuestra humanidad y con ello nuestra responsabilidad ante la vida. Así pues, entre las creencias mágicas y el orden público, es fácil, como bien lo señala el autor, “expropiar la conciencia”.

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Ilustración: Jose David Morales.

Kraus habla de la autonomía y empoderamiento de los pacientes, a mí me gustaría hablar de la autonomía y el empoderamiento del ciudadano. Pero quizá ambos estamos perdidos, en el caso de Arnoldo porque los pacientes –particularmente viejos o terminales– están en un muy mal momento para empoderarse. Y en mi caso, porque dudo que más allá del Estado, el sistema, permita a los ciudadanos dicho empoderamiento.

En la actualidad el “ser social” vive y goza de la inmediatez, es poseedor de grandes apetitos externos, pero como bien lo señala el autor, “está yermo de inquietudes internas, vacío de aspiraciones, de autodeterminación”.

Por último, me parece, mi querido Kraus, que al médico se le educa para ser “paternalista” y no para promover la autonomía. Abundan médicos que con orgullo creen que lo suyo es una cruzada contra la muerte, no entienden que –como tú también lo señalas– están equivocados. La obligación del médico es con su paciente, no con la muerte, aunque vea a ésta como un rival a vencer –y, por cierto, nunca logrará–.

Dices que el bien morir es una de tus obsesiones, lo cual comparto y aplaudo, pero bien morir implica bien vivir, y no todas las personas estamos conscientes de ello.

En fin, para todos aquellos que deseen leer un texto inteligente y comprometido con el tema del final de la vida, La morada infinita. Entender la vida, pensar la muerte, es un libro que seguramente sabrán apreciar.


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