imaginación

El elixir del Homo Sapiens: mandacium versus narrans

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La esencia de la especie de la que hablaré hoy no es una evidencia revelada gracias al encuentro casual de un grupo de fósiles en una cantera o un arroyo explorado por un paleoantropólogo británico en un cañón abrupto del África subsahariana. Tampoco, por desgracia, es una verdad de expansión mundial. Es, simplemente, la máxima expresión de quien está a tu lado o en tu memoria. De esa líder o ese líder a quien sigues en Facebook, en Instagram o Linkedin. ¡Sí! tu blogger, tu escritora, tu maestra; tu líder empresarial, tu párroco, el ministro de la corte, el político a quien admiras o tu deportista amado. Esa, ese o eso en quien crees, lo que te hace sentir el llamado a seguir su palabra y su acción. Pues los hombres somos encantados por la armonía de la emoción, de ese sonido de mágica flauta que al cantar nos hace flotar y bailar, reír o llorar, imaginar o pensar; porque la creencia es el elixir del movimiento, es la chispa, el leit motiv: una fuerza semejante a la que encantaba a la enigmática cobra de anteojos en Bentong, cuando la armonía del sonido y movimiento del maestro Abu Zarin Hassin sonaba por los aires, antes de que una cobra incrédula sospechara del encantador y lo mordiera y lo dejara sin vida.

En 1838 se publicó un misterioso libro escrito por G. Pym. En él se narraban las aventuras del autor: un marinero que había explorado la Antártida, lugar recóndito y desconocido que daba lugar a la imaginación en aquellos momentos. La gente pensaba, y algunas teorías científicas lo atestiguaron, que una gran garganta en aquel inhóspito territorio albergaba grandes civilizaciones. Los barcos caían devorados por el inescrutable hueco marino. Ahí en donde se arraiga la ignorancia, la incertidumbre o lo desconocido, se allana el terreno para que cabalgue la imaginación con desmedida fuerza. Se crean historias que se vuelven mitos, que no son otra cosa sino explicaciones que están entre lo creíble y lo increíble. Ese libro del que hablo después se publicó bajo el nombre de su verdadero autor: Edgar Allan Poe

El gran narrador se basó en la ciencia de Jeremiah Reynolds y J. Cleves Symmes Jr., quienes habían publicado teorías y evidencias sobre la Antártida. Recordemos que Symmes escribía:

“Declaro que la tierra es hueca y habitable por dentro; conteniendo una serie de esferas sólidas concéntricas, una dentro de la otra, y que esté abierta en los polos entre los grados 12 y 16; Prometo mi vida en apoyo de esta verdad y estoy listo para explorar el hueco, si el mundo me apoya y me ayuda en la empresa.” –John Cleves Symmes Jr., Circular No. 1.

ficcion del antartico
Imagen: H. Commons.

La novela de Pym provocó rumores y creencias. Se publicó como si fuera un viajero real. Artilugio que Poe copió del Crusoe de Defoe, pues no se supo que era una ficción; se pensó que había sido escrito por el mismo náufrago Robinson, quien la publicó una tarde de abril de 1717, habiendo regresado de su aventura. La “Robinsonada” dio pauta a un género literario, el realismo de ficción, una centuria previa al Gordon Pym de Poe, que dicen algunos, fundó otro género: la ciencia ficción.

En días pasados dos ficciones han apuntalado las discusiones de los diarios, los tuits y las videollamadas y han puesto a las reinas en jaque. No es para menos, la ola de rumores o su impacto social nos han despertado o sacado un poco de la vigilia tortuosa de la pandemia y de la política.

Oliver Dowden, el Ministro de Cultura británico, pidió a Netflix aclarar al público que la exitosa serie “The Crown” es una ficción. Pues sin tal aclaración la gente comenzaría a confundir la ficción con la realidad, dijo: “Sin esto me temo que una generación de espectadores que no vivió esos eventos pueda confundir la ficción con la realidad”. La serie, cuyo recuento y narrativa tienen de un hilo a millones de netflixvidentes, ya había dado de qué hablar cuando en la tercera temporada se sugería que la mismísima y excelentísima reina Isabel II había tenido un affaire con Lord Porchester, el entrenador hípico de la realeza.

Por otra parte, la belleza de Queen Gambit ha generado que 20 millones de jugadores se inscriban en las federaciones de ajedrez; que en Google ocurran millones de búsquedas diarias sobre el juego, que en eBay se hayan incrementado en 250% la búsqueda de tableros de ajedrez; o que las ventas de Goliath games y Ches.com hayan aumentado en 170 y 400% respectivamente. Además, el elixir de la creencia ha llamado a hordas de mujeres a que se registren en los últimos meses en la federación de ajedrez. La proporción es que el número de mujeres inscritas en los últimos meses se equipara a las inscritas en cinco años. La ficción mueve, nos hace creer, soñar y cambia nuestro comportamiento. No dudemos que en poco tiempo la lista de campeones mundiales de ajedrez se deslumbre con el halo y la belleza femenina. Los Fischer, Karpov, Kasparov y Anan serán seguidos por una lista de campeonas.

Otro gran rumor ha invadido las redes a partir del coronavirus: Bill Gates y otros (algún par) millonarios crearon el virus para hacer más dinero y dominar al mundo. Las teorías de la conspiración cobran vida porque la incertidumbre, la duda y la ignorancia dan vuelo a la imaginación. Es más fácil creer en lo simple que en lo complejo, la mente siempre agradece la simplicidad. La conspiración siempre es más simple que una teoría de un código biológico muerto que cobra vida al instaurarse en un ser vivo: código que se creó como una mutación y encuentro de especies.

ficciones de la pandemia
Imagen: Ben Garrison.

En el magnífico podcast que Gates y Rashida Jones conducen, Ask big questions (episodio 3), invitan al aclamado autor de Sapiens, Yuval Noah Harari a develar ¿por qué creemos en mentiras? No resumiré aquí todo lo dicho, querida lectora y querido lector, te invito a que lo escuches; simplemente comentaré aquel gran encuentro.

Rashida comienza preguntando a Bill sobre el rumor de que él creó el coronavirus, e invita a una reflexión profunda. Yuval llega después, pero lo atestan con un primer cuestionamiento: has argumentado que todos nacemos mentirosos (we all born liars). Ante lo cual el profesor de historia arremete que lo importante no está en el concepto de mentira sino en la ficción y hace una exposición magistral sobre la diferencia. En pocas palabras, la ficción se funda sobre la tela narrativa y estamos cableados con ella; la diferencia entre una mentira y una ficción se da en la creencia y la intención de quien la emite. El Papa, dice Yuval en algún momento, “no se levanta pensando que engañará a millones con el evangelio que predica, él cree en esa narrativa y por eso la cuenta”. La maravilla de la ficción que nos hace movernos es porque creemos en ella.

El podcast y la exuberante charla me recordaron la lectura de E. Cassirer sobre la filosofía de la cultura y la filosofía de las formas simbólicas. La misión académica del sabio de marburgo no era tanto explicar cómo se componen las formas culturales y los símbolos, sino comprender y analizar su estructura y especificidad, por eso ve que el arte se funda en la intuición, el mito en la imaginación y el lenguaje y la ciencia en los conceptos, y las equipara, pues su función es semejante:

“Tanto la ciencia, como el mito y el arte forman mundos de imágenes en los que no se “refleja” algo empíricamente dado, sino que más bien se “crea” algo con relación a un principio autónomo. No son diversas maneras de revelarse al espíritu algo real en sí mismo, sino los distintos caminos que sigue el espíritu en el proceso de objetivación”Cassirer, Las ciencias de la cultura.

Te recuerdo, lectora y lector, que para Cassirer la objetivación no es otra cosa que la autorrevelación del espíritu, y el espíritu es el ser creado por la misma cultura. Es decir, tú y yo nos revelamos, nos desenvolvemos a través de esas expresiones. Tanto el arte, la ciencia, el mito y el lenguaje nos ayudan a conocernos mejor y a ser: nos dicen cómo y quiénes somos, de dónde venimos y porqué y para qué estamos aquí.

Rashida, Yuval Noah Harari y Bill Gates
Fotografía: Twitter @harari_yuval.

La habilidad de crear mitos y ficciones es lo que nos ha permitido crear comunidades. Ésa es la tesis de Harari en Sapiens. El poder del hombre viene de ese elixir, en el creer ficciones y ser movidos por ellas. En el podcast aclara algo: “Esto no es lo mismo que decir que la humanidad se funda en una mentira, sino en la capacidad de cooperar basados en creer en aquello que no vemos ni tocamos sino sólo imaginamos”. Y sustenta lo ya escrito, pues cuando contamos eso que creemos (la mayoría de las veces) es porque lo creemos no porque querríamos engañar al otro. Así el nazi creyó en la supremacía aria tanto como tú y yo creemos en la ciencia o un musulmán en Alá, y todo el mundo moderno creemos en el dinero.

La complejidad del mundo moderno consiste en identificar a los pseudólogos. A esos que mienten y saben que mienten, pero convencen cuando hablan, y diferenciarlos de los visionarios, que como Symmes o Peter Morgan (el creador de The Crown) muy probablemente creen que lo que cuentan es cierto y que están develando la verdad. Si es así, los griegos nos dejaron desarmados de conceptos. Verdad y mentira son insuficientes para un diálogo entre creencias que se prueban falsas o creencias que se prueban verdaderas. El origen de los conceptos de la verdad y la mentira tienen su origen en un mito, en una narrativa que supone que la mentira es una mala réplica de la verdad.

Cuenta Esopo que la mentira fue creada por un ayudante de escultor cuando su maestro se distrajo al estar creando la escultura de Aletehia (la verdad). Hefesto, el maestro, se salió de su taller porque escuchó voces y dejó solo a su discípulo y éste creó una copia de Aletheia. El alumno era Dolos (de ahí viene Doloso). El maestro quedó sorprendido de la obra al aprendiz y su cercanía a Aletheia, pero a Dolos no le dio tiempo de hacer los pies a su escultura. De ahí decimos que cuando la verdad y la mentira caminan una da pasos firmes y la otra se tambalea y es insegura. El tiempo, el juicio y el análisis darán su veredicto.

ficcion y realidad en the crown
Imagen: Hello!

Algo que siempre pasa es que entre creyentes uno denosta al otro: las grandes guerras oponen creencias, no verdades ni falsedades. Y estamos tan desarmados para el diálogo entre creyentes de diversas ficciones, pues hemos evolucionado siempre mirándonos el ombligo, creyendo nuestras historias y pensando que el otro, el pueblo de al lado, el que no cree en lo que creemos está equivocado.

A mí me cuesta mucho trabajo comulgar con quien piensa que el coronavirus es un mito, una mentira o un complot. Pienso siempre que basta con que salga y vea, o se exponga al virus y caiga enfermo. Pero esa persona tiene sus “evidencias” y sus creencias.

Los que creemos en la ciencia podemos ser puestos a prueba también, tal y como mi amigo y maestro Gerardo Piña expresó en una clase de su curso sobre la literatura de lo fantástico, al hablar de aquel instinto que nos nubla cuando nos arropamos de lo sobrenatural: “los reto a quienes son muy científicos a que vayan al mercado de Sonora o a donde están los brujos, que conozcan y pongan a prueba su fe, y digan ‘chamán yo no creo en esto, por favor hazme un embrujo o un mal agüero a mí y a mi familia para demostrarte que esas son puras mentiras’”.

El diálogo entre creyentes que se funda en el opuesto “verdad o mentira” es infructuoso, sólo conlleva la descalificación. Requerimos de nuevos conceptos y nuevos procedimientos. El tapiz de la modernidad está inundado de ficciones, navegar por esas narraciones a veces fantásticas, a veces realistas, es el nuevo arte al que seremos llamados. Después de todo, el apelativo Sapiens “sabio”, ha quedado grande a la humanidad; algún antropólogo alemán propuso narrans (de la épica y la narrativa), y siempre hemos estado tentados a confundir la ficción con la mentira (homo mandacium) pero pocas veces hemos analizado la intención original de los relatos. Colón dijo haber descubierto la ruta para llegar a las Indias, pero descubrió un nuevo continente: no dijo mentiras, sin embargo estaba equivocado.


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El placer de las ciudades

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En tiempos de anormalidad bien vale la pena recordar e imaginar. Se sube usted entonces a la máquina del tiempo y comienza a volar hacia atrás y hacia adelante en búsqueda de mejores momentos, instantes más livianos y libres que aquellos por los que transita hoy.

Lunes, después de desayunar en el magnífico Buvette huevos pochados, tostadas con salmón y yogurt picante, una copa de champagne y un magnifico café doble, se va usted por Grove Street para empezar un largo paseo matinal por el West Village. Recorre las pequeñas calles del barrio, no necesita un mapa, se deja llevar por el colorido de las casas, explora las galerías de arte y las boutiques que florecen por todas partes.  Se zambulle en el corazón de la comunidad LGBT; pasa por la Jefferson Market Library y luego mientras se come un helado que compró en Magnolia Bakery, se va tranquilamente, perdiendo el tiempo, gozosamente, hacia Chelsea. Horas después, el viejo Montreal le abre sus puertas; sus calles zigzagueantes lo llevan hasta la orilla del río San Lorenzo donde toma una bicicleta y se va pedaleando hasta el Mont-Royal para, después de pasear por sus senderos y admirar la ciudad desde las alturas, se sienta entre varios cientos de personas a ver una obra de Shakespeare que se representa esa tarde allí, al aire libre. A la noche el restaurante Damas lo deslumbra con sus sabores sirios acompañados de buen vino francés.

placer de las ciudades
Ilustración: Ale Giorgini.

Como casi siempre, está nublada Lima este martes. Callejea sin rumbo por Barranco, las buganvilias de todas las tonalidades caen por los muros de piedra y juegan con las puertas de distintos colores. Aguanta la respiración, cruza el Puente de los suspiros, pide el deseo de rigor y llega a Dédalo a sorprenderse con sus joyas, artesanías y muebles; se toma un café de aroma intenso en el patio de atrás y continua su camino en busca del mar. El almuerzo es un festín de sabores en la Rosa Naútica; luego del pisco sour catedral, el arroz negro con langostinos, los ceviches y los postres lo empujan a la calle con nueva energía para gozar con los sonidos y voces de La Paz y su Mercado de Brujas.  Llega la puesta de sol, usted se va caminando por La Rambla de Montevideo, tomando mate, al tiempo que los tambores de candombe lo invitan a bailar imaginando el “chivito” con el que terminará el día.

Miércoles en Sao Paulo, los millones de corazones que laten en la ciudad se sienten, pero en Vila Madalena el tiempo tiene un ritmo distinto. Cientos de artistas muestran sus trabajos en cada esquina y recodo; la música es una banda sonora permanente que no molesta, sino que muy por el contrario da ritmo a todo lo que allí se exhibe. Rato después en el Mercado Municipal se devora un sándwich de mortadela gigante (el más famoso de la ciudad) bañado por una mostaza picante impactante, no sólo por su sabor, sino porque su efecto, que, como un rayo, se abre camino desde su boca hasta su cerebro. Afortunadamente tiene una cerveza muy helada a mano que le permite animarse a uno y otro y otro bocado. Llueve ligeramente en Quito hoy en la tarde, pero eso no impide que llegue al Cerro del Panecillo a ver desde la altura su Centro Histórico, para luego irse por la Calle de la Ronda conversando de todo y de nada, recordando otras caminatas que ha hecho, por ejemplo, por Guadalajara, lo que le permitió llegar por casualidad esa tarde de diciembre, después de visitar la FIL, a La Fuente, la cantina con los mejores tacos de lengua que podrá comer en su vida acompañados de tantos tequilas que el resto del menú quedará guardado en un delicioso y nebuloso rincón de su memoria.

Río de Janeiro, pintura, acuarela
Río de Janeiro (Pinterest).

En Santiago de Chile, nadie se pierde nunca ya que la cordillera de Los Andes lo acompaña a usted de norte a sur, siempre. No importa el punto de la ciudad en la que se encuentre, las montañas están ahí, donde se vayan sus ojos. Hoy jueves, va usted caminando por el Barrio Lastarria, sube luego por Providencia hasta llegar al restaurante Liguria y se da cuenta que ha llegado al paraíso si es que le gustan la historias de amor atormentadas y las buenas discusiones políticas acompañadas de los mejores sándwich, los que en este país son una institución nacional.  Chemilico, Chacarero, Barros Luco, de Mechada, Barros Jarpa, Ave palta…, pensará usted que necesita un diccionario, pero rápidamente se dará cuenta que lo mejor es probarlos todos mientras el carmenere hace de las suyas.  Casi sin darse cuenta está ahora en Bogotá en La Candelaria admirando el arte urbano, luego de haber visitado el Museo del Oro, que lo ha dejado boquiabierto tal como lo hará el Museo Antropológico de Ciudad de México cuando lo visite este sábado.  El realismo mágico existe y se vive en Andrés carne de res, la locura de un continente ebulle allí entre arepas, bandejas paisas, ballenatos y cumbia, todo muy bien hidratado con ron y cerveza.

vista de Quito, Ecuador
“Vista de Quito” de Germán Pavón (flick).

Hoy es viernes en Buenos Aires y su cuerpo lo sabe. Pasa la mañana de librería en librería, visita Libros del Pasaje, Clásica y Moderna, El Ateneo y Cúspide; cada cierto rato charla con amigos y desconocidos en los pequeños cafés que quedan por allí, las medialunas y facturas desfilan frente a usted, al igual que capuchinos, cortados y americanos. Sabana Grande en Caracas lo invita a caminar en el tiempo, en búsqueda de la arquitectura moderna del siglo XX venezolano, come una barquilla de chocolate y luego se marcha a refrescarse al Parque Los Chorros y pasea, simplemente pasea por la naturaleza y el agua. Entonces, cayendo la tarde, usted pasa por La Habana y se va directo al Floridita y después de cargar “combustible” en la “cuna del daiquirí”, sale por la calle Obispo y redescubre las callejuelas de La Habana Vieja a ritmo de son, dejando que la brisa tibia de la tarde le alegre el corazón y lo deposite a la noche nuevamente en Buenos Aires para cerrar el viernes en Misheguene celebrando un Shabat gastronómico inolvidable, allí, en pleno Palermo, mientras los mozos bailan y cantan, usted devora Bureka de hongos y huevo, Guefiltefish, Meorav yerushalmi, muy bien aterciopelados con malbec.

buenos aires, ilustracion
Buenos aires de noche (Pinterest).

Bazar del sábado en Ciudad de México, Plaza San Jacinto, todos los colores, todas las voces, el sol de la mañana, las artesanía, las joyas, el laberinto de pequeñas tiendas, los mazahuas que bordan estrellas y sueños en sus paños blancos, un poco más allá pintores y músicos exponen su arte en las calles empedradas, niños comiendo tortas de jamón y tomando agua de jamaica. Sale luego por Galeana y luego Magnolia hasta llegar al San Ángel Inn donde lo esperan Escamoles a la mantequilla y Huachinango a la veracruzana. Reposa los tequilas en la terraza, contemplando el jardín; ya con renovado entusiasmo parte al Museo Antropológico a reencontrarse con el origen de todos nosotros. Por la noche mientras camina frente a la playa en Copacabana, mira la luna en Río de Janeiro y piensa en rematar la semana explorando las calles de San Juan o de Ciudad de Panamá.

Es domingo, sea en Chicago, San José, Córdova, Monterrey, Viña del Mar o Ciudad de Guatemala, usted comienza a tararear “vagando por las calles, mirando la gente pasar el extraño del pelo largo sin preocupaciones va” y se pierde en el placer cotidiano que vive en nuestras ciudades.

paseando por las ciudades del mundo
Ilustración: Behance.

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