ficción

El elixir del Homo Sapiens: mandacium versus narrans

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La esencia de la especie de la que hablaré hoy no es una evidencia revelada gracias al encuentro casual de un grupo de fósiles en una cantera o un arroyo explorado por un paleoantropólogo británico en un cañón abrupto del África subsahariana. Tampoco, por desgracia, es una verdad de expansión mundial. Es, simplemente, la máxima expresión de quien está a tu lado o en tu memoria. De esa líder o ese líder a quien sigues en Facebook, en Instagram o Linkedin. ¡Sí! tu blogger, tu escritora, tu maestra; tu líder empresarial, tu párroco, el ministro de la corte, el político a quien admiras o tu deportista amado. Esa, ese o eso en quien crees, lo que te hace sentir el llamado a seguir su palabra y su acción. Pues los hombres somos encantados por la armonía de la emoción, de ese sonido de mágica flauta que al cantar nos hace flotar y bailar, reír o llorar, imaginar o pensar; porque la creencia es el elixir del movimiento, es la chispa, el leit motiv: una fuerza semejante a la que encantaba a la enigmática cobra de anteojos en Bentong, cuando la armonía del sonido y movimiento del maestro Abu Zarin Hassin sonaba por los aires, antes de que una cobra incrédula sospechara del encantador y lo mordiera y lo dejara sin vida.

En 1838 se publicó un misterioso libro escrito por G. Pym. En él se narraban las aventuras del autor: un marinero que había explorado la Antártida, lugar recóndito y desconocido que daba lugar a la imaginación en aquellos momentos. La gente pensaba, y algunas teorías científicas lo atestiguaron, que una gran garganta en aquel inhóspito territorio albergaba grandes civilizaciones. Los barcos caían devorados por el inescrutable hueco marino. Ahí en donde se arraiga la ignorancia, la incertidumbre o lo desconocido, se allana el terreno para que cabalgue la imaginación con desmedida fuerza. Se crean historias que se vuelven mitos, que no son otra cosa sino explicaciones que están entre lo creíble y lo increíble. Ese libro del que hablo después se publicó bajo el nombre de su verdadero autor: Edgar Allan Poe

El gran narrador se basó en la ciencia de Jeremiah Reynolds y J. Cleves Symmes Jr., quienes habían publicado teorías y evidencias sobre la Antártida. Recordemos que Symmes escribía:

“Declaro que la tierra es hueca y habitable por dentro; conteniendo una serie de esferas sólidas concéntricas, una dentro de la otra, y que esté abierta en los polos entre los grados 12 y 16; Prometo mi vida en apoyo de esta verdad y estoy listo para explorar el hueco, si el mundo me apoya y me ayuda en la empresa.” –John Cleves Symmes Jr., Circular No. 1.

ficcion del antartico
Imagen: H. Commons.

La novela de Pym provocó rumores y creencias. Se publicó como si fuera un viajero real. Artilugio que Poe copió del Crusoe de Defoe, pues no se supo que era una ficción; se pensó que había sido escrito por el mismo náufrago Robinson, quien la publicó una tarde de abril de 1717, habiendo regresado de su aventura. La “Robinsonada” dio pauta a un género literario, el realismo de ficción, una centuria previa al Gordon Pym de Poe, que dicen algunos, fundó otro género: la ciencia ficción.

En días pasados dos ficciones han apuntalado las discusiones de los diarios, los tuits y las videollamadas y han puesto a las reinas en jaque. No es para menos, la ola de rumores o su impacto social nos han despertado o sacado un poco de la vigilia tortuosa de la pandemia y de la política.

Oliver Dowden, el Ministro de Cultura británico, pidió a Netflix aclarar al público que la exitosa serie “The Crown” es una ficción. Pues sin tal aclaración la gente comenzaría a confundir la ficción con la realidad, dijo: “Sin esto me temo que una generación de espectadores que no vivió esos eventos pueda confundir la ficción con la realidad”. La serie, cuyo recuento y narrativa tienen de un hilo a millones de netflixvidentes, ya había dado de qué hablar cuando en la tercera temporada se sugería que la mismísima y excelentísima reina Isabel II había tenido un affaire con Lord Porchester, el entrenador hípico de la realeza.

Por otra parte, la belleza de Queen Gambit ha generado que 20 millones de jugadores se inscriban en las federaciones de ajedrez; que en Google ocurran millones de búsquedas diarias sobre el juego, que en eBay se hayan incrementado en 250% la búsqueda de tableros de ajedrez; o que las ventas de Goliath games y Ches.com hayan aumentado en 170 y 400% respectivamente. Además, el elixir de la creencia ha llamado a hordas de mujeres a que se registren en los últimos meses en la federación de ajedrez. La proporción es que el número de mujeres inscritas en los últimos meses se equipara a las inscritas en cinco años. La ficción mueve, nos hace creer, soñar y cambia nuestro comportamiento. No dudemos que en poco tiempo la lista de campeones mundiales de ajedrez se deslumbre con el halo y la belleza femenina. Los Fischer, Karpov, Kasparov y Anan serán seguidos por una lista de campeonas.

Otro gran rumor ha invadido las redes a partir del coronavirus: Bill Gates y otros (algún par) millonarios crearon el virus para hacer más dinero y dominar al mundo. Las teorías de la conspiración cobran vida porque la incertidumbre, la duda y la ignorancia dan vuelo a la imaginación. Es más fácil creer en lo simple que en lo complejo, la mente siempre agradece la simplicidad. La conspiración siempre es más simple que una teoría de un código biológico muerto que cobra vida al instaurarse en un ser vivo: código que se creó como una mutación y encuentro de especies.

ficciones de la pandemia
Imagen: Ben Garrison.

En el magnífico podcast que Gates y Rashida Jones conducen, Ask big questions (episodio 3), invitan al aclamado autor de Sapiens, Yuval Noah Harari a develar ¿por qué creemos en mentiras? No resumiré aquí todo lo dicho, querida lectora y querido lector, te invito a que lo escuches; simplemente comentaré aquel gran encuentro.

Rashida comienza preguntando a Bill sobre el rumor de que él creó el coronavirus, e invita a una reflexión profunda. Yuval llega después, pero lo atestan con un primer cuestionamiento: has argumentado que todos nacemos mentirosos (we all born liars). Ante lo cual el profesor de historia arremete que lo importante no está en el concepto de mentira sino en la ficción y hace una exposición magistral sobre la diferencia. En pocas palabras, la ficción se funda sobre la tela narrativa y estamos cableados con ella; la diferencia entre una mentira y una ficción se da en la creencia y la intención de quien la emite. El Papa, dice Yuval en algún momento, “no se levanta pensando que engañará a millones con el evangelio que predica, él cree en esa narrativa y por eso la cuenta”. La maravilla de la ficción que nos hace movernos es porque creemos en ella.

El podcast y la exuberante charla me recordaron la lectura de E. Cassirer sobre la filosofía de la cultura y la filosofía de las formas simbólicas. La misión académica del sabio de marburgo no era tanto explicar cómo se componen las formas culturales y los símbolos, sino comprender y analizar su estructura y especificidad, por eso ve que el arte se funda en la intuición, el mito en la imaginación y el lenguaje y la ciencia en los conceptos, y las equipara, pues su función es semejante:

“Tanto la ciencia, como el mito y el arte forman mundos de imágenes en los que no se “refleja” algo empíricamente dado, sino que más bien se “crea” algo con relación a un principio autónomo. No son diversas maneras de revelarse al espíritu algo real en sí mismo, sino los distintos caminos que sigue el espíritu en el proceso de objetivación”Cassirer, Las ciencias de la cultura.

Te recuerdo, lectora y lector, que para Cassirer la objetivación no es otra cosa que la autorrevelación del espíritu, y el espíritu es el ser creado por la misma cultura. Es decir, tú y yo nos revelamos, nos desenvolvemos a través de esas expresiones. Tanto el arte, la ciencia, el mito y el lenguaje nos ayudan a conocernos mejor y a ser: nos dicen cómo y quiénes somos, de dónde venimos y porqué y para qué estamos aquí.

Rashida, Yuval Noah Harari y Bill Gates
Fotografía: Twitter @harari_yuval.

La habilidad de crear mitos y ficciones es lo que nos ha permitido crear comunidades. Ésa es la tesis de Harari en Sapiens. El poder del hombre viene de ese elixir, en el creer ficciones y ser movidos por ellas. En el podcast aclara algo: “Esto no es lo mismo que decir que la humanidad se funda en una mentira, sino en la capacidad de cooperar basados en creer en aquello que no vemos ni tocamos sino sólo imaginamos”. Y sustenta lo ya escrito, pues cuando contamos eso que creemos (la mayoría de las veces) es porque lo creemos no porque querríamos engañar al otro. Así el nazi creyó en la supremacía aria tanto como tú y yo creemos en la ciencia o un musulmán en Alá, y todo el mundo moderno creemos en el dinero.

La complejidad del mundo moderno consiste en identificar a los pseudólogos. A esos que mienten y saben que mienten, pero convencen cuando hablan, y diferenciarlos de los visionarios, que como Symmes o Peter Morgan (el creador de The Crown) muy probablemente creen que lo que cuentan es cierto y que están develando la verdad. Si es así, los griegos nos dejaron desarmados de conceptos. Verdad y mentira son insuficientes para un diálogo entre creencias que se prueban falsas o creencias que se prueban verdaderas. El origen de los conceptos de la verdad y la mentira tienen su origen en un mito, en una narrativa que supone que la mentira es una mala réplica de la verdad.

Cuenta Esopo que la mentira fue creada por un ayudante de escultor cuando su maestro se distrajo al estar creando la escultura de Aletehia (la verdad). Hefesto, el maestro, se salió de su taller porque escuchó voces y dejó solo a su discípulo y éste creó una copia de Aletheia. El alumno era Dolos (de ahí viene Doloso). El maestro quedó sorprendido de la obra al aprendiz y su cercanía a Aletheia, pero a Dolos no le dio tiempo de hacer los pies a su escultura. De ahí decimos que cuando la verdad y la mentira caminan una da pasos firmes y la otra se tambalea y es insegura. El tiempo, el juicio y el análisis darán su veredicto.

ficcion y realidad en the crown
Imagen: Hello!

Algo que siempre pasa es que entre creyentes uno denosta al otro: las grandes guerras oponen creencias, no verdades ni falsedades. Y estamos tan desarmados para el diálogo entre creyentes de diversas ficciones, pues hemos evolucionado siempre mirándonos el ombligo, creyendo nuestras historias y pensando que el otro, el pueblo de al lado, el que no cree en lo que creemos está equivocado.

A mí me cuesta mucho trabajo comulgar con quien piensa que el coronavirus es un mito, una mentira o un complot. Pienso siempre que basta con que salga y vea, o se exponga al virus y caiga enfermo. Pero esa persona tiene sus “evidencias” y sus creencias.

Los que creemos en la ciencia podemos ser puestos a prueba también, tal y como mi amigo y maestro Gerardo Piña expresó en una clase de su curso sobre la literatura de lo fantástico, al hablar de aquel instinto que nos nubla cuando nos arropamos de lo sobrenatural: “los reto a quienes son muy científicos a que vayan al mercado de Sonora o a donde están los brujos, que conozcan y pongan a prueba su fe, y digan ‘chamán yo no creo en esto, por favor hazme un embrujo o un mal agüero a mí y a mi familia para demostrarte que esas son puras mentiras’”.

El diálogo entre creyentes que se funda en el opuesto “verdad o mentira” es infructuoso, sólo conlleva la descalificación. Requerimos de nuevos conceptos y nuevos procedimientos. El tapiz de la modernidad está inundado de ficciones, navegar por esas narraciones a veces fantásticas, a veces realistas, es el nuevo arte al que seremos llamados. Después de todo, el apelativo Sapiens “sabio”, ha quedado grande a la humanidad; algún antropólogo alemán propuso narrans (de la épica y la narrativa), y siempre hemos estado tentados a confundir la ficción con la mentira (homo mandacium) pero pocas veces hemos analizado la intención original de los relatos. Colón dijo haber descubierto la ruta para llegar a las Indias, pero descubrió un nuevo continente: no dijo mentiras, sin embargo estaba equivocado.


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Los nombres de las calles

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Él sabía que los nombres de las calles habían sido un gran debate histórico en el país. Se lo ponía un nombre a una calle, de alguna persona que había hecho algo, y ya saltaba el debate justo a veces sobre la disposición moral del personaje, y una contrapropuesta más justa. Rara vez los nombres se cambiaban. A veces se tapaban, a veces las personas las denominaban diferente, a veces se ignoraban. Era más fácil que las calles cambiaran el apellido con las modificaciones que se le veían hacer a la ciudad, que se agrandaba y se transformaba. A veces pasaban a ser avenidas, a veces boulevard, por ahí volvían a ser calles. Si les aparecía algo eran cortadas. Si no las consideraban muy importantes se volvían pasaje. Y si ya había mucha gente que caminaba en la ciudad y querían que no hubiera mucho tránsito, probaban con peatonal. Pero los nombres de las calles por nombres más justos, jamás se cambiaban

Pero esa mañana cuando se levantó e hizo su caminata tradicional vio algo que no había visto nunca, todos los carteles de nombres de las calles estaban vacíos, ya no estaban los viejos nombres conocidos, debatidos, nombrados. Se paró en medio de la plaza principal, una plaza de árboles enormes que eran un descanso para la vista. Uno de los pulmones de la ciudad le decían. Miró hacia los costados y lo mismo, las viejas calles que había tenido un nombre y una identidad, sin nombre. Casi todos de hombres que para otros hombres habían luchado por algo, generalmente algo que consideraban importante para el país, ¿a dónde habían ido los nombres? –se preguntó–.

calles en las ciudades, paraguas
Imagen: Genial Gurú.

¿Él seguiría teniendo nombre o también se había quedado sin nombre? ¿Cómo se iban a ubicar ahora? ¿Quizás los cambiarían por números, como en otras ciudades? ¿Cómo se ubicarían para orientar a las personas? ¿Iba a haber una crisis de orientación? Para él no era un problema ése, porque él no se orientaba por los nombres, sino a ojo, negocios importantes, lugares por donde había pasado, plazas, casas que llamaban la atención, monumentos, pero jamás por calle. De hecho pensaba que quizás, los nombres de las calles obedecían a su conocimiento, y aquellos que él no conocía eran los que habían cambiado.

Se fue a dormir con una sensación de culpa y de ciudad sin nombre en el espíritu. Anticipado como él era, ya había empezado a pensar cómo iba a hacerle para vivir en una ciudad sin nombre.

Cuando se despertó al otro día, y salió casi con miedo a la calle, se encontró con nombres nuevamente en los carteles. De lejos vio la ilegible letra pequeña que marcaba algo, se acercó a mirar con cierto miedo, y cuando vio el primer nombre se dio cuenta que algo nuevo estaba pasando, “Calle El gato de la señora Ofelia, animal fiel que lo ha acompañado a todos lados”. La primera calle tenía nombre de gato, del gato de una vecina cualquiera. Esto sobrepasaba los límites de lo que habían buscado los revolucionarios más avanzados de la denominación. La segunda calle que se cruzó se llamaba “Calle El Tito Marfati, el señor que tomaba un café en el café del centro todos los días a las nueve de la mañana y siempre dejaban una buena propina”. Pero mira vos, se dijo, al tito Marfati, lo conocía, había muerto el año pasado, pero que buen hombre que era.

ilustraciones en las calles
Imagen: Genial Gurú.

Enseguida empezaron sus especulaciones. Si al Tito Marfati le habían dado la calle que antes era Perú, quería decir que le estaban poniendo los nombres de las calles todas las personas buenas de la ciudad, e inclusive los animales nobles. La tercera calle, una avenida principal ya lo encontró haciendo especulaciones sobre quién podía ser, uno si quiere se adapta rápido y forma parte de lo nuevo, “Calle el Cucha Saavedra, el cascarrabias de la gomería que los tenía cortitos a todos”. Eso lo confundió un poco, conocía el Cucha Saavedra, era bravo, mal llevado, y los tenía a todos a mal traer. Sin pensar que el Cucha era difícil, también le ponían nombre a las personas difíciles. La lógica para poner los nuevos nombres lo desorientó un poco. Era hombre necesitado de lógicas de anticipar acciones, de necesitar modus operandi generales para sentirse cómodo.

Mientras llegaba a la próxima cuadra caminando por la Cucha Saavedra, se puso a pensar que quizás le estaban poniendo nombre a las calles de vecinos comunes que ya no estaban. Bueno, eso no estaba mal tampoco. La calle a la que llegó, la de la esquina, una calle cortita de seis cuadras se llamó “Calle Mirta Marfeti, le gustan las tostadas, escuchara los pájaros a la mañana, y está tranquila si todas las tardecitas habla un ratito por teléfono con sus amigas”. Eso lo despistó totalmente, la cortada, la que toda la vida había sido la Sargento Cabral, aquella que agarraba para salir a caminar todos los días, que lo llevaba directo a la plaza, calle de plantas altas, calles anchas, lindas sombras y pájaros, ahora se llamaba “Mirta Mafei, tostadas, escuchar a los pájaros…”. Y a la Mirta Mafei él la conocía, de hecho estaba caminando de frente por vaya uno a saber qué calle. Ella con una sonrisa pícara lo cruzó, lo saludó, y tomó por su calle, pero no dijo nada.

ilustraciones en las calles
Imagen: Genial Gurú.

Entonces pensó que le ponían los nombres de las calles por los nombres de los vecinos aún vivos. Más que enojarlo lo puso contento, cuántas veces había dicho que los homenajes hay que hacerlos en vida, y que todos somos únicos e importantes en este mundo. Y una cosa lo asustó, su propia calle, esperaba que no estuviera. Él era tímido, no quería de ninguna manera encontrarse con su propia calle en una esquina. Y además, qué característica iban a destacar de él, si ni él mismo conocía lo que le gustaba. Pero la calle de la plaza principal, esa avenida ancha y hermosa por la que caminaban varios, lo dejo mudo. Cuando llegó a la plaza y leyó el cartel, lo tuvo que leer dos o tres veces, porque pensó que estaba leyendo mal: “Calle la piedra gris bonita que está en la plaza al lado del monumento, la ancha y brillosa”. Se acordaba de esa piedra gris, todavía estaba ahí, la había mirado varias veces. Caramba, le habían puesto un nombre de calle a una piedra.

Ya visto todo eso volvió para su casa. Cruzó el pasaje “El pájaro que siempre se para acá, ese hornero hermoso”, que él cree haber visto más de una vez. La calle “El pepe Ferrone, le encanta el salame, los quesitos en el bar y su buena película a la noche, de las de no llorar”. Se alegró que el pepe también tuviera una calle, él conocía al pepe Ferrone. Y llegando a su casa, en la esquina, no le pareció demasiado la calle “La pulga el Ernesto, el perro del pueblo, hermoso bicho que siempre le cruza la panza a la vista de todos”. Estaba bien que el Ernesto o aunque sea esa pulga atrevida que se hacía ver por todos cuando el Ernesto se tiraba panza arriba teniendo una calle.

calles en la ciudad
Imagen: Depositphotos.

Se fue a dormir contento de haber encontrado una lógica, se le ponía calle a todo porque más que liberar un país o descubrir una montaña o crear un remedio, todo era importante. Al otro día, al salir a caminar, iba a poder caminar en la lógica más que en la incertidumbre, conocía los nombres de las calles.

Cuando llegó al otro día a la primera calle, la de la esquina, la calle de la pulga del  Ernesto, hermoso bicho que siempre le cruza la panza a la vista de todos, vino la primera sorpresa, cuando la calle ésa ya no se llamaba así sino que ahora se llamaba “Calle la salmuera de la Tita, noble remedio casero que nos ha sacado la hinchazón a más de uno”. Los nombres de las calles habían cambiado de nuevo durante la noche. Atravesó la ciudad viendo nombres de distintas cosas, entre ellos al poncho que nos ponían de chico y las botitas amarillas para lluvia. El maravilloso olor a lluvia que caía antes de las lloviznas, el relajante colibrí que aparecía en la planta roja, el marianito que siempre nos alcanzaba la pelota.

calles con semáforos
Imagen: Freepik.

Sorprendiéndose y también tranquilizándose, si los nombres de las calles eran tan rotativos, quizás nunca iba a pasar la vergüenza de ver el suyo, ni la manera en que lo consideraban. Aunque todas las consideraciones eran positivas, él mismo era negativo. En el camino fue pensando cómo se iba a ubicar la gente, pero tampoco le pareció de gran importancia, la gente si quería se ubicaba igual, y si quería se perdía igual. Su sorpresa mayor fue cuando llegó a la placita de su infancia, la del campito al lado. Le había puesto nombre al campito, a ése y todos los campitos de la ciudad “Campito el Jorge Pérez, que tantas veces jugó de relleno acá con los equipos que le faltaban jugadores y como entregó en cada partido. Buen pie, buen compañero”.

Un nombre un poco largo para un campito, pero eso no le impidieron las lágrimas, Jorge Pérez era el que tantas veces había ido de relleno. Finalmente sin querer, buscando en la ciudad, se había encontrado. Sí, pensó volviendo, la nueva manera de nombrar las cosa en la ciudad estaba bastante bien.

“A las cosas por su nombre” se fue diciendo, y durmió tranquilo esa noche.


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Planeta Tierra versión Beta: el programa favorito de la galaxia

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¿Qué tal si no somos más que un entretenimiento, un juego de video para otro planeta o civilización?

Pienso que en algún lugar del universo se juntan seres vivos alrededor de una pantalla para ver el resumen de una hora, de lo mejor y lo peor que nosotros los habitantes de la Tierra hicimos en el día. Como si fuéramos un reality show.

Imagino que el programa sería conducido por un extraterrestre y empezaría más o menos así:

Bienvenidos a su show favorito, el único en el que los concursantes no saben que son concursantes. En el resumen de hoy veremos cómo un país lanza misiles a otro… cómo raptan a unas niñas y las convierten en esclavas sexuales… cómo un grupo de rebeldes armados masacran a los nativos de un pueblo… cómo estalla un coche bomba afuera de un mercado… cómo un conductor borracho atropella a una familia… cómo el mundo lucha contra una enfermedad respiratoria… y como siempre, terminaremos con un conteo de las personas que murieron en el día, el cual es de 154,520. De esta cantidad, sólo 4,370 fueron por causas naturales. Las restantes fueron provocadas por armas de fuego, golpes, contaminación, asfixia, veneno, cáncer, diabetes, SIDA, accidentes de tránsito, enfermedades respiratorias, falta de agua y de alimentos.

programa de destruccion
Ilustración: Yuumei.

[…] Poco antes de finalizar el programa el conductor se despediría así:

No se pierdan el show de mañana, el cual estará lleno de sorpresas y de momentos especiales. Veremos muchas más muertes horribles, pero no sólo de humanos, también podremos ver la muerte de cientos de elefantes y rinocerontes por la pérdida y degradación de sus hábitats… la de miles de pingüinos que caen a las aguas heladas debido a que se derrite el hielo en el que anidan como consecuencia del cambio climático… la de cientos de miles de abejas por el uso de pesticidas… la de millones de peces por su sobreexplotación. Gracias a todos por ver el programa de hoy y no olviden votar por su acto favorito del día.

¿Se divertirá alguien al ver cómo nos portamos los humanos y cómo destruimos al planeta?


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Cinco series de ciencia ficción que tienes que ver, aunque no seas fanático del género

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Stranger Things: Netflix

 

Actualmente series como La Casa de Papel, Bojack Horseman, y Narcos se encuentran entre las más vistas por los espectadores. No obstante, hay otras series del género ciencia ficción que podría atrapar el ojo de personas que inclusive no son fanáticos de dicho estilo de fantasía.

A continuación, enunciaremos cinco series que recomendamos ver. Estas series tuvieron su fama en el pasado no hace mucho o están por liberar una nueva temporada próximamente.

Black Mirror

Es una serie británica en donde remota en un ambiente futurista no muy lejano de donde nos encontramos. La serie aborda un interesante tema tétrico sobre cómo la tecnología puede convertirse en un elemento fundamental para la vida humana, pero también puede servir como una letal arma. Ciertamente es una serie que podría reflexionar a cualquier persona sobre el inminente futuro. Hasta ahora, la serie ha tenido un total de cinco temporadas, 22 episodios en total. 

Westworld

La serie es protagonizada por el legendario actor, Anthony Hopkins, en donde se ambienta en un parque de diversiones futurista al estilo del salvaje oeste poblado por androides tan sofisticados que pueden parecerse mucho a un ser humano. El parque solo es introducido por personas de la sociedad alta y pueden crear lo que ellos puedan imaginarse que es el parque, sin importar los miedos o ferocidad del usuario. Al momento van dos temporadas, 20 episodios. 

Rick y Morty

Una serie para adultos, Rick y Morty es una serie animada de humor negro en donde Rick Sánchez considerado como el hombre más inteligente del mundo y su inocente nieto Morty viajan a una infinidad de universos en donde se hablan sobre la existencia de Dios, física cuántica y teoría de cuerdas. Asimismo, la serie cuenta con un gran número de parodias de exitosas películas como Volver al Futuro, Pesadilla en la Calle Elm, Iron Man, entre muchos otros. Cuatro temporadas, 41 episodios. 

Stranger Things

La serie tuvo un tremendo éxito el año pasado. Stranger Things está ambientado en la década de los ochenta en un pequeño pueblo en Indiana, un grupo de niños deberán resolver la misteriosa desaparición de uno de sus amigos, mientras tanto un grupo de científicos del departamento de Energía de los Estados Unidos están realizando experimentos paranormales y supernaturales, en donde utilizan a seres humanos como sujetos de prueba. La serie estrenaría este año su cuarta temporada. 

The 100

Es una serie ambientado en un mundo postapocalíptico provocado por una catastrófica guerra nuclear. Algunos sobrevivientes logran sobrevivir a este acontecimiento, viviendo en una nave espacial, el cual orbitaba la Tierra. Después de casi cien años que se desató la guerra nuclear, los sobrevivientes envían a cien personas para saber sobre el estado del planeta y asegurar si se encuentra en condiciones para colonizar. Seis temporadas, 84 episodios.

 

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