¿Puede cambiar nuestro destino hoy?
Karl Egan[1] ha señalado que la educación no es para el futuro, es para el presente. Niños, niñas y jóvenes necesitan herramientas para enfrentar los retos vitales del presente. La educación como ha dicho John Dewey debe “emancipar a los jóvenes de la necesidad de morar en un pasado ya superado”[2]. Los maestros y padres debemos apoyarlos para desarrollar el discernimiento y la capacidad para afrontar el mundo en el que viven con conocimientos y no con miedo irracional. Cuando Egan revisó las teorías de la recapitulación, aquellas que sostienen que el proceso educativo debe revivir el proceso civilizatorio para que los niños comprendan la historia de los instrumentos intelectuales contemporáneos, se percató que el esfuerzo de recapitular es inútil si la adopción de esos instrumentos es sólo una acumulación de conocimientos. La educación debe posibilitar al niño la comprensión de los instrumentos intelectuales disponibles en su época. Así, aprender a escribir a mano tiene la misma relevancia educativa que escribir en un teclado o en una pantalla, y tanto una como las otras deben utilizarse y comprenderse. Pero tiene aún mayor relevancia comprender cuál es el papel que esos instrumentos de escritura tienen en el registro, preservación y expresión de las ideas. Es importante ayudar a los estudiantes a dominar las técnicas y, más importante aún, apoyarlos para que puedan comprender cómo esos elementos tecnológicos median nuestros procesos intelectuales.
La economía fantasma
Recientemente leí “The Human Cost of Ghost Economy”[3] (El costo humano de la economía fantasma), artículo aparecido en la revista digital Longreads de Melissa Chadburn, y llamó mi atención pues revisa las condiciones de trabajo en la ya mencionada “economía fantasma”.
Todos conocemos a un fantasma. Los “sobrecalificados” y aquellos que no tienen una preparación académica, los muy jóvenes para poder obtener un empleo por su inexperiencia, o de una edad avanzada para aprender los nuevos trucos en un empleo de alta demanda cognitiva y técnica, las madres solteras, los inmigrantes, la gente sin hogar, el ejército que el mercado laboral considera “fantasmas”. Y, sin duda, hay una intermediación de empresas que reclutan y contratan una fuerza de trabajadores “invisibles” que realizan las tareas que nadie querría realizar… si su situación personal no se los exigiese. Es decir, la organización de la economía capitalista en nuestro tiempo ha generado una situación normalizada en donde un número muy importante de empleos, con las peores condiciones laborales, con sueldos ínfimos y sin ningún reconocimiento social empiezan a proliferar. En Estados Unidos la contratación bajo demanda se ha convertido en uno de los elementos constitutivos de la economía, una economía fantasma que, según Melissa Chadburn, constituye más del 2% del total de la fuerza laboral de ese país. La vida de los protagonistas de la economía fantasma es lúgubre: horarios rolados en fines de semana, tareas a la intemperie o en salones cerrados, mínimas prestaciones, contestando llamadas telefónicas, imposibilidad para convivir con sus familias, salarios ínfimos. Es decir, condiciones infrahumanas.
El dar visibilidad a este fenómeno es esencial para comprender cómo viven millones de personas en el mundo y nos permite replantearnos el papel que tiene la educación en tiempos de la transformación vertiginosa de las tecnologías de la mente y las experiencias vitales en la sociedad del conocimiento.
Los robots realizan desde siempre tareas pensadas para seres humanos
El desarrollo de sistemas autónomos “inteligentes”, en especial la robótica, se ha desarrollado a lo largo de los últimos cincuenta años merced a la búsqueda de elementos que mejoran las condiciones de producción del capitalismo y contribuyen a disminuir los costos del trabajo humano. Son “trabajadores” que realizan sus tareas sin condiciones, más allá de la alimentación de energía y un mantenimiento de rutina. Operan con algoritmos que cada vez son más complejos y desde hace pocos años “aprenden”. El aprendizaje de máquinas en alguna de sus tres vertientes (ensayo y error, supervisado y no supervisado) ha generado un proceso de sofisticación y sus “logros” son sorprendentes. Aunque la velocidad de aprendizaje de robots y sistemas autónomos ha disminuido en los últimos años, su capacidad para realizar tareas pensadas para humanos compite en esferas de la actividad intelectual e incluso la rebasa.
En este sentido, es un motivo para la reflexión cuál será el resultado de la sustitución paulatina de trabajadores humanos con robots o sistemas autónomos. La sofisticación de estos sistemas es de tal magnitud que muchas tareas intelectuales son realizadas casi en totalidad por sistemas autónomos.
En mi opinión, ha llegado la hora en la que todos los estudiantes de los niveles básicos deben desarrollar además de la capacidad para utilizar tecnologías de la mente como la escritura manual, el uso de sistemas complejos para la representación visual o la redacción con hipervínculos, un pensamiento computacional muy profundo. Su capacidad para redactar código, para escribir algoritmos y para entrenar máquinas “inteligentes” es ya un elemento esencial en la educación contemporánea. Su aprendizaje debe darse en el contexto del aprendizaje de las matemáticas, las ciencias y el conocimiento del medio. Nuestros niños y niñas deben aprender matemáticas no sólo utilizando lápiz y papel sino también calculadoras y escribiendo programas de cómputo.
Esta misión es de la mayor importancia para evitar que la esclavitud de los empleos de la economía fantasma se reserven a los humanos, mientras que las actividades intelectuales se reserven a las máquinas.
Así, frente a la proliferación de trabajos basura (“bad jobs”, como les ha llamado Zeynep Ton) en la economía fantasma y en la economía informal, debemos preparar a los más jóvenes con habilidades y destrezas que les permitan aprovechar las oportunidades que surgen por los cambios vertiginosos que las tecnologías del conocimiento provocan en la organización de la sociedad. Con una dinámica social alimentada por artefactos del conocimiento colectivo y la economía del compartir (sharing economy) es indispensable desarrollar nuevas habilidades intelectuales. El problema es que no pueden desarrollarse habilidades metacognitivas en entornos en los que las tecnologías del conocimiento son inaccesibles o sólo se brindan en enfoques pedagógicos muy pobres que desperdician el poder de la mediación técnica en el aprendizaje.
Como he dicho en otras colaboraciones para El Semanario, la mediación tecnológica es pertinente si se da en un contexto de generación a soluciones inéditas para los niños y jóvenes. Estas situaciones o experiencias de aprendizaje deben valerse de la heurística, los retos y la exploración en “areneros” de ideas. Permitir a los estudiantes explorar con esas tecnologías para generar soluciones a problemas conocidos o inéditos, preservar todas las ideas que se generan en esa interacción y evitar la descalificación de las soluciones que se ofrezcan, es una condición que debe prevalecer en el aula. No es infrecuente que los docentes se adelanten a presentar soluciones o a impedir la experimentación de los estudiantes. Temen quizá que el salón luzca desordenado o que el docente luzca “sin control de grupo” como espetan los tradicionalistas que obstruyen el proceso creativo en aras de un orden y disciplina ciegas en el aula, o que consideran el manejo de la tecnología como un fin en sí mismo.
No es infrecuente que en las experiencias de aprendizaje los chicos generen ideas geniales. Hace ya unos diez años pedí a las autoridades me permitieran trabajar con alumnos de primer grado de educación media básica una clase de Tecnologías. Pedí a los chicos que participaran en un proceso para generar soluciones a problemas que fueran de su interés. Se trataba de elaborar, con ayuda de un programa de modelado 3D denominado Sketchup un artefacto útil para cubrir una necesidad social. Algunos chicos diseñaron cápsulas microscópicas para suministrar medicamentos y comunicar a un médico las mediciones de factores biológicos en la sangre de los enfermos realizadas por la cápsula. Y aunque sea una idea que se considere imposible de realizar por un adolescente, ilustra cómo puede vivir en el aula su relación con la tecnología y cómo organizar el proceso metacognitivo relacionado con la creatividad y la inventiva.
Apenas el semestre pasado en la universidad, mis estudiantes de Pedagogía experimentaron en el entrenamiento de Inteligencia Artificial con el propósito de evaluar cómo se puede desarrollar habilidades metacognitivas en niños.
La escuela es un espacio en el que puede experimentarse con la realidad para comprenderla y desarrollar las habilidades necesarias para transformarla. El hecho de que los chicos conozcan y utilicen los instrumentos técnicos disponibles, significa prepararlos para el presente y no sólo para el futuro. Si comprenden su tiempo pueden proyectar su vida.
[1] Egan, K., Mentes Educadas, Cultura, Instrumentos cognitivos y formas de comprensión, Paidós, 1997.
[2] Dewey, J., citado por Egan, op. cit. p.51.
[3] https://longreads.com/2017/12/13/the-human-cost-of-the-ghost-economy/
Buenas tardes, me llega a la mente que para logar el objetivo de tener mejores alumnos, debería entonces de existir una materia de aplicaciones tecnológicas, quitando aquella que no tenga un impacto en el aprendizaje
Si de acuerdo. Aunque ahora hay un nuevo modelo
Edicativo que considera que se medie con tecnología el aprendizaje en todas las materias. Y es muy importante aprender como aprender con la mediación de tecnologías digitales.
Como siempre un estupendo artículo, estimado Miguel Ángel.
Hablar de la economía fantasma me recuerda al “Manifiesto ciborg”, de Donna Haraway, en el cual se refiere a esta entidad cibernética y humana, como un recurso imaginativo para recomponer el status y las relaciones de la mujer y sociales en general; un organismo sin pasado, sin convicciones, sin anhelos, sin prejuicios ni limites “humanizados” pero con una gran aceptación y participación en el mundo globalizado…
Muy atinado Eduardo. El costo humano de la nueva economía exige una reflexión amplia. Este bteve artículo quiere desatar una reflexión. Gracias por tu comentario