Cultura y presupuesto
Nota: esto es sólo una reflexión a partir de fuentes públicas, no una investigación periodística.
El pasado 3 de mayo, el presidente Andrés Manuel López Obrador firmó un memorándum con nuevas medidas de austeridad para toda la administración pública federal.[1] En este memo (pese a las peticiones de principio que, desde luego, me voy a pasar de largo porque nadie me va a responder) se avisa sobre la reducción del gasto público en diversas partidas, se solicita el ajuste a la estructura autorizada, se anuncia que no se permitirán comisiones internacionales salvo aprobación del Ejecutivo, se limitan viáticos, publicidad, gastos de papelería y de honorarios destinados al llamado “capítulo 3000”, es decir, a la partida 33901, “subcontratación de servicios con terceros”; entre otras cuestiones, ciertamente superfluas algunas de ellas y de las que se ha abusado sistemáticamente en sexenios anteriores.
Varias cosas salen a flote: en principio, el memo de Andrés Manuel comienza con un exhorto a los funcionarios públicos de “vivir en la justa medianía”. Lo que me interesa ahora es relacionar esto: 1) con el pronunciamiento del subdirector de la Coordinación Nacional de Artes Visuales, Gerardo Cedillo, igual de reciente y no oficial (pero sí ante medios de información), sobre la suspensión de exposiciones internacionales en recintos públicos, siendo igualmente afectados tanto los del INAH como los del INBAL[2]; y 2) con la reciente declaración de la periodista, curadora, crítica e investigadora del arte Ingrid Suckaer, quien dirigió una carta a la secretaria de cultura, Alejandra Frausto, con el fin de solicitarle una explicación (varias explicaciones, diría yo, y con justa razón), respecto del trato y respuestas que recibió de Mariana Aymerich, titular del Festival Internacional Cervantino, al intentar presentarle una propuesta de exposición con artistas indígenas contemporáneos. Aymerich manifestó que, en pocas palabras, las artes visuales no le habían aportado nada al FIC.
La cosa está así: los canales oficiales de información sobre la situación en el sector cultural son ambiguos en relación del estatus que la cultura reporta para la presente administración. ¿Importa, pero es superflua? El martes 14 de mayo la revista Proceso sacó un artículo sobre la supresión del programa de exposiciones temporales de la galería de la SHCP. En la prensa no vemos más que golpes al presupuesto de todas las entidades de la administración pública federal, y en lo particular, no vemos programas expositivos ni propuestas concretas (críticas, conscientes) de la Secretaría de Cultura. De acuerdo, una exposición temporal internacional puede implicar un alto costo que no es “necesario” cubrir. En el artículo de Chilango sobre el porqué se terminan las exposiciones temporales internacionales en la CDMX, leemos sobre una nueva apuesta por revisiones de los acervos locales, por nuevas líneas curatoriales, en vez de gastar millones en seguros, comisarios, impuestos, embalaje y traslado de bienes culturales que desearíamos ver, pero no nos es necesario por ahora (sí, estoy siendo eufemística). Gerardo Cedillo, subdirector de la Coordinación Nacional de Artes Visuales capoteó con bastante gracia las preguntas, pero sin herramientas políticas para dar una respuesta satisfactoria (porque ningún funcionario las tiene). Que conste que lo conozco y lo respeto muchísimo por su integridad y por su trabajo, a lo que voy es que, para quienes hemos estado dentro del sector y en líneas fronteras, las razones que se aducen son del todo absurdas y conducidas (insuficientemente) por un aparato de cultura que zozobra en su falta de planeación.
Dice Chilango: “el funcionario comentó que se trata de una nueva línea que busca apostar por el arte nacional y nuevas líneas de investigación, en lugar de las muestras monumentales y de convocatoria numerosa”, con lo cual podemos estar muy de acuerdo, máxime en tiempos de austeridad, pero lo que se obvia es que se hicieron exposiciones internacionales (la calidad, júzguela el público) en años anteriores que no repercutieron en costo alguno para el gobierno federal. Hablo en primera persona por la muestra Caravaggio. Una obra, un legado, que aun cuando parte del público no entendió el título: UNA obra, UN legado (#seteníaquedecirysedijo), no costó ni un peso para la APF; se deja de lado que muchas de estas muestras (esfuerzos considerables de gestión por parte de los directores de los museos y nada más que de ellos) se deben a la inversión de sus patronatos, asociaciones de amigos, fundaciones o a una excelente relación de conveniencia mutua con instancias de la iniciativa privada para concretar estos proyectos. El público no hubiera podido presenciar exposiciones como las que se realizaron en años anteriores en el MPBA, en el Munal o en el MAM sin esta concurrencia de voluntades y presupuestos. Y no me refiero sólo a lo realizado durante el gobierno de Peña Nieto, sino en los doce años precedentes también.
¿Qué es lo que nuestro presidente no entiende? La pregunta sólo es retórica y no tiene respuesta lógica. Lo que hay que considerar es: 1) que el sector cultural está compuesto por mucho más que la función pública; 2) que la participación (económica y en opinión) del sector privado es fundamental en un medio gubernamental que no se basta solo y que, 3) no existe la cultura en el Plan Nacional de Desarrollo más que en un vago y manido discurso populista. ¿Qué vamos a hacer? Ciertamente, tomar acción por lo más importante, que es no morir en el incendio y reducir nuestra huella de carbono, porque no hay exposición que salve nuestra situación ambiental si no actuamos en serio. Pero, de ahí a pensar que el limitar (cancelar) el acceso del público mexicano a muestras culturales emblemáticas que, si no vinieran, no podrían ser vistas y apreciadas por muchos; que un adecuado programa cultural restaña el tejido social y nos hace pensar en mecanismos de acción y valor para resolver problemas juntos, que un programa museístico no es superficial ni “fifí” (odio el término), sino una oportunidad de generar reflexión y convergencia, lejos de división entre los mexicanos… (tomemos aliento): falta mucho. ¿Pasaremos de la austeridad republicana a la pobreza cultural y económica? La metáfora de la “pobreza franciscana”, hecha por AMLO el pasado mes de febrero, es muy desafortunada.[3] La pobreza no tiene que ver con la austeridad y ésta no deviene en la otra. Espero que esta administración recuerde que también las exposiciones nacionales requieren inversión presupuestal y no menor. Que las piezas se restauran para su exhibición o se deterioran, que también se trasladan aunque sea de manera local, que también implican un gasto en seguros y que los discursos conforme a los que se arreglan las exposiciones también generan un gasto en nómina y/o en la partida 33901. Reducir o eliminar gastos superfluos es imperativo, pero no confundir el cuidado del patrimonio y la obligación de presentar muestras dignas al público con austeridad. Demeritar eso es miseria.
Pues si de acuerdo con sus comentarios, desgraciadamente el presidente de nuestro país toma decisiones sin analizar las consecuencias y no existen planes alternos
muy de acuerdo con usted.