La semana pasada, en una noticia que ocupó su espacio en los medios de comunicación pero curiosamente no fue motivo de una relevancia mayor, la Fiscalía General de la República detuvo en León, Guanajuato, a una banda de criminales muy peculiar.
Aunque vivían rodeados de lujos y eran dueños de varias propiedades, este grupo delincuencial estaba especializado en robarle a los bancos mexicanos, vía electrónica, un promedio de 100 millones de pesos mensuales.
Bajo cualquier indicador económico vigente, una empresa que factura esa cantidad de dinero es considerada una compañía exitosa y, por el nivel de utilidades que se aprecia en el gasto que hicieron en vehículos deportivos, también queda claro que era una corporación moderna.
Vendrán los resultados de las investigaciones, pero es seguro que sabremos detalles importantes de su operación cotidiana y si fueron ellos los responsables del fraude multimillonario hecho al sistema financiero por medio del Sistema de Pagos Electrónico Interbancario (SPEI) el año pasado.
Lo que nos debe preocupar, sin embargo, es la migración que en poco tiempo llevarán a cabo muchas bandas criminales mexicanas hacia el ciberespacio. No sólo porque se trata de un negocio de enormes ganancias y riesgo mínimo, sino por la simple supervivencia de su actividad ilegal.
Si no has prestado atención en los últimos meses, existe una campaña constante de bancos, aseguradoras e instituciones financieras, para que aceleremos la digitalización de nuestras transacciones.
Desde pedirnos una huella digital o algún rasgo biométrico, hasta ofrecernos “cero” anualidad de por vida en una tarjeta de crédito si cumplimos con llevar toda nuestra actividad en línea, el objetivo del sistema económico es reducir la circulación de efectivo, ingresar la mayoría a la red y transformar los intercambios comerciales en operaciones cibernéticas.
Desde hace varios años, los criminales en el mundo también notaron este cambio y empezaron a adaptarse a la nueva realidad económica internacional. Hoy, muchos de ellos piden rescates de cuentas de correos, o archivos corporativos, exclusivamente en criptomonedas; mientras otros, como en el caso mexicano, organizan una sofisticada red de conexiones virtuales y humanas para afectar al Banco de México y a los bancos privados (los cuales, por cierto, no estaban lo suficientemente preparados).
Es necesario entender lo siguiente acerca del crimen: es flexible. Si mañana requiere de menores de edad para su negocio, conseguirá menores de edad; lo mismo si el delito pide adultos mayores o mujeres. Contrario a nosotros los ciudadanos, los delincuentes no tienen límites, prejuicios, ni estigmas, por lo tanto, tampoco tendrán ningún problema en trasladar sus actividades a donde puedan obtener más dinero con el menor peligro posible.
Hoy, una de nuestras exigencias sociales es la atención a las y los jóvenes que entran a las filas del crimen por falta de oportunidades, esas mismas que ofrecen de manera ilícita los cárteles y las bandas delictivas a sus “halcones” y sicarios, pero es posible que pronto tengamos una amenaza mayor.
¿Qué tipo de preparación tenían los llamados “Bandidos Revolution Team”? ¿Cuál era la formación de su jefe, Héctor “N”, alias el H-1 o el “Bandidos Boss”? De entender quiénes son estos “hackers” nacionales, depende la prevención de delitos que ya no son del futuro, porque están aquí desde hace varios años.
Según estimaciones de compañías especializadas, al día se producen entre 30 y 50 mil programas de “malware”: virus, códigos para espiar, intervenir y secuestrar archivos, documentos y bases de datos. Cualquier aparato de uso cotidiano puede estar en riesgo y cada vez serán más los que estén conectados a la red.
Recientemente, un presidente municipal solicitó al gobierno de la República permiso para sembrar amapola, debido a que los campesinos se quedan sin trabajo porque los cárteles de su zona ahora se dedican a la fabricación de fentanilo. En esa lógica, pronto podríamos ver nuevas bandas como la que vivía tranquilamente en León, encabezando al crimen organizado del futuro.
Uno que no necesita de logística, almacenes, casas de seguridad o nóminas de funcionarios corruptos; sólo computadoras, teléfonos celulares, servidores y jóvenes programadores que los ayuden.
¿Qué estamos haciendo todos para impedirlo?
Este artículo vuelve a encender los focos rojos ante la inminencia del robo cibernético. Urgen prácticas más seguras y, sobre todo, información preventiva. ¡Muy bueno!