Construcción Ciudadana

Remedios, hospitales y salud

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Darle valor principal a la salud física y a la mental debe ser uno de los mejores hábitos que saquemos de esta pandemia. Cuidarnos, procurarnos hacia adentro y afuera, vivir con moderación y en equilibrio será la diferencia para la siguiente emergencia sanitaria que nos toque.

Cualquier enfermedad, por leve que ésta sea, debe tener remedio en más de un sentido, tanto en recobrar la salud plena, como el no quebrar ante los costos que significa atenderse prácticamente del padecimiento que nos afecte.

El sistema privado de salud debe prevalecer y ofrecerlo, es una situación de mercado que, bien conducida, es conveniente para una economía sana; lo que no es posible, es que una enfermedad pueda arruinar a familias completas.

Para eso tenemos que empujar un sistema de salud pública que sea universal, de calidad y gratuito en la mayoría de sus servicios. Uno, el privado, complementa al otro, el público, con el objetivo de que, a partir de los cuidados que nosotros mismos nos debemos aplicar, tengamos vidas sanas y sin padecimientos que deterioren la vida en su último tramo.

remedios hospitales y salud
Imagen: Lorenzo Gritti.

Esta consciencia social de que la salud es fundamental (sin ella hablar de otras necesidades personales y comunitarias se vuelve irrelevante) debe comprometernos y hacernos corresponsables para impulsar el equilibrio de un sistema público y privado que no existe desde hace mucho tiempo.

Lo mismo con la información y las campañas de difusión que nos quiten el nada honroso primer lugar en obesidad infantil y uno de los primeros tres en obesidad en adultos, con un problema latente entre los jóvenes que ya llevan más de un año en casa sin actividad física necesaria.

La sabiduría convencional puede hacernos creer que, como la vida no está comprada, disfrutarla es una decisión correcta, pero hay otros datos que contradicen: vivimos más años, aunque en peores condiciones, sobre todo al llegar a la plenitud.

Desentendernos de esta realidad es formarse en una fila que tiene turnos muy ingratos para cuando nos toque recibir cuidados o depender de hijos y nietos (en caso de que ellos decidan hacerlo). Planear hacia un mejor futuro es un remedio poderoso; hacer todo lo posible porque sea con salud y con un conjunto de servicios que puedan asistirnos en el momento óptimo, es una forma de vida que garantiza la tranquilidad.

Estamos precisamente en la coyuntura ideal para que los ciudadanos empujemos esa agenda pendiente para que los gobiernos, en todos sus niveles, inviertan en infraestructura hospitalaria pública y abran nuevos espacios en la competencia privada para que los costos sean mucho más accesibles a quienes recurran a ella.

remedios hospitales y salud
Imagen: Behance.

Reactivar la economía también pasa por apostarle a la inversión de hospitales, clínicas, centros de salud que sean suficientes y estén bien aprovisionados de equipo y medicinas, además de construir la infraestructura que permita a México consolidar un pendiente: producir fármacos y vacunas nacionales.

Esa investigación científica urgente podría ayudarnos mucho para que la siguiente pandemia no nos tome en medio de una feroz negociación por vacunas que, si bien son un avance histórico gracias al conocimiento, hoy son una forma de diplomacia que busca establecer órdenes nuevos entre naciones que ya las concentran para su población y aquellas que no tienen una sola dosis hasta la fecha.

Se trata, en resumen, de la salud de la humanidad y de cómo las naciones se prepararán para nuevos casos de crisis sanitaria. La ciencia nos respondió, hubo colaboración en general, pero se nos olvidó algo que debe acompañar a cualquier remedio que esté dirigido a funcionar: el trapito. Es decir, la propuesta y la acción necesaria para que la cura se administre y funcione, junto con la prevención que es la mejor forma de obtener seguridad y también buena salud.


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No debería ser noticia que nuestro sistema económico efectivamente es una pirámide y que, quienes engrosan su base, no están ahí por gusto o por una tradición de sufrimiento, sino porque las oportunidades y el acceso a mejores condiciones de vida los han eludido durante al menos 50 años.

Este deterioro provocó uno de los índices de desigualdad más grandes que existen en el continente y creó una impresión de que, para que en México funcionaran las cosas, se necesitaba de la corrupción y de su fiel compañera, la impunidad.

Malcolm Gladwell, el célebre autor de varios libros acerca de la ciencia detrás del éxito y de la percepción humana, describe en una de sus obras más famosas que para lograr el surgimiento de esos “fuera de serie” que cambian economías y crean adelantos inimaginables se necesita un medio ambiente que favorezca el aprendizaje, la competencia y el acceso a educación suficiente.

percepcion
Imagen: Nexos.

Tristemente, México siguió una ruta distinta y se concentró en deshacerse de activos públicos para dejarlos en manos de mercados que rápidamente se orientaron al monopolio o a una reducción drástica de la competencia, único motor de la innovación. Pasa en las mejores naciones, pero nuestro ejemplo es un paradigma sobre cómo la concentración afecta las posibilidades de que esa famosa pirámide se achate.

Para quienes hemos tenido la oportunidad de ser empresarios (en mi caso, tercera generación) sabemos que el factor más importante de cualquier negocio es la gente y no el cliente. De hecho, Richard Branson, otro famoso emprendedor mundial, ha dicho que son los propios colaboradores los que trataran bien a la clientela, si se les trata bien a ellos primero.

Cuando uno se comporta de manera correcta con otras personas, las personas tienden a corresponder de la misma manera. Es una regla en los negocios y lo es en la vida. Pensar que las personas más desfavorecidas coquetean con la tragedia por humildad o modestia es no entender que la mayoría de nosotros sólo busca una oportunidad, y cuando ésta surge, la aprovechamos al máximo.

¿De qué otra forma podríamos entender el monumental esfuerzo de los millones de mexicanos que viven y trabajan en Estados Unidos para apoyar con su dinero a sus familias que se quedan en México? ¿O qué somos de los países que más horas trabajamos en el mundo y que en esta pandemia ahora también uno de los más productivos?

piramide mexicana
Imagen: Víctor Solís.

Se hizo fácil machacarnos con la idea de que somos una sociedad floja y mal hecha, precisamente porque eso permitía que la reducción de la punta de la pirámide fuera más rápida y constante. Esa concentración de todo, en unos cuantos intereses, se fundamenta en la noción de que no importa qué hagamos, siempre lo haremos mal o buscaremos maneras de reducir el esfuerzo que se necesita para prosperar.

No digo que ya seamos una sociedad modelo en lo que se refiere a la cooperación social, pero tampoco nos pueden hacer creer que la pobreza es producto de la indolencia o de un destino manifiesto del que sólo pueden escapar unos cuantos.

Es lo contrario, este país es rico en todos los sentidos, en particular en lo que se refiere a su gente. La supuesta división que nos aparta es superficial si se mira con detenimiento a miles de empresas pequeñas y medianas (la mayoría de la iniciativa privada nacional) y a una fuerza laboral de las más capaces del planeta. 

Tal vez lo que nos falta es conciencia sobre quiénes son los demás, quiénes somos nosotros y qué representa exactamente ver desde la punta de la pirámide a quienes la sostienen en una base que todos los días sale a dar todo su esfuerzo no para escalarla en solitario, sino para achatarla y hacer que el piso esté más parejo. Este país podría ser eso y mucho más.


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En una prueba más de templanza y de buen comportamiento social, tendremos que esperar con paciencia y orden a que nos llegue nuestro turno, y el de nuestras familias, para recibir la vacuna que nos permita entrar con seguridad en una realidad nueva a la que vivíamos hace casi un año.

Como la vida no se transforma por arte de magia y los buenos deseos se quedan en eso, si no existe el compromiso y la voluntad de hacer lo que nos toca para mejorar nuestro entorno, debemos prepararnos conscientemente para asumir que, al menos, el siguiente semestre seguirá siendo para cuidar a otros y cuidarnos del contagio.

De acuerdo con el plan nacional de vacunación que se ha hecho público, aunque no se ha formalizado como tal, los primeros en inocularse son los profesionales de la salud que se encuentran peleando, sin descanso, contra esta pandemia desde hace meses.

Después vendrán los adultos mayores, 15 millones de ellos, aproximadamente, de un total de 15 millones 400 mil que registró el INEGI en su último informe al respecto. Luego los enfermos crónicos de menos de 60 años y así hasta llegar a los mayores de 16 años. El objetivo, a decir del presidente de la República este martes por la mañana (12/enero/2021), es que con esto se reduzca la mortalidad en un 80 por ciento. Habrá, además, 120 mil personas en brigadas para llevar a cabo la jornada de vacunación más grande y rápida en la historia de México.

vacunacion golpe de suerte
Imagen: Rictus.

Fuera del debate político que no respeta ni esta situación de contingencia sanitaria, la tarea es monumental para un gobierno y una sociedad que se ha defendido lo mejor que puede del virus, a pesar de que el sabotaje de esos mismos ciudadanos al no confinarse y no respetar las medidas de sana distancia, tienen al país prácticamente entre color naranja y rojo de un semáforo epidemiológico que ya se volvió una anécdota de esta emergencia.

La clave sobre cómo terminará esta etapa y empezará la siguiente dependerá de qué factor ganará primero la carrera: el contagio o la vacuna. Para casos específicos, como el de la Ciudad de México, se aprecia complejo que la segunda pueda rebasar al primero, cuando la gravedad de la enfermedad ha saturado casi por completo a los hospitales públicos y privados.

Aun así, cada uno de nosotros puede influir determinantemente en el resultado de esta crisis si continuamos manteniéndonos en casa, usamos cubrebocas y gel antibacterial, y evitamos sitios cerrados y mal ventilados en donde se concentren otras personas. 

Sin embargo, nuestros malos hábitos sociales están bien arraigados y lo que para muchos es legítima desesperación por llevar el sustento a sus hogares, para otros es el pretexto perfecto para justificar un cansancio mental y anímico porque no hay formas de divertirse en grupo.

segundas oportunidades pandemia
Imagen: Patricio Betteo.

Buscar saltarse lugares en la fila de la vacunación o tratar de aplicársela para entonces aventar por la ventana los cuidados que nos impuso este tipo de virus, será un error en dos vías, una que es obvia por una falta elemental de solidaridad y otra que tiene que ver con el futuro de nosotros como sociedad.

Porque si no podemos organizarnos ni siquiera para esperar un logro científico como éste, para seguir adelante, ¿qué podemos esperar de cualquier otra decisión que nos involucra colectivamente?

Y si están pensando en las elecciones de este año, veamos más hacia adelante y consideremos que un fracaso en este proceso de vacunación nos podrá frente a frente con quienes somos en realidad, en lo personal y en lo grupal, lo que no cambiará con las decisiones electorales que tomemos al ejercer un voto. 

Nuestra obligación cívica es más amplia y está relacionada con el futuro de los valores, los principios, los buenos hábitos y los comportamientos correctos que nos hagan una sociedad como la que queremos, pero que no somos ni en los momentos de mayor apremio.

Seguimos teniendo la oportunidad en nuestras manos de corregir, ajustar y actuar con mesura ante lo que viene y queda de la pandemia. Si una vez que la superemos, con las enormes pérdidas que ya arrastramos, no surgimos mejores, difícilmente los gobiernos de todos los niveles que lleguen en seis meses y los que ya tenemos hasta 2024 podrán resolver nuestra apatía, falta de empatía y compromiso para hacer los cambios necesarios desde el único nivel en que son posibles: los ciudadanos.


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Primero, debemos cuidar a todos como si ya tuviéramos el virus y cuidarnos como si todos ya lo tuvieran. Con una velocidad acelerada de contagios, debido a las fiestas que no se pudieron evitar (más que a la temporada de invierno) y a una movilidad mayor por la decisión social de que las vacaciones no se perdonan, lo responsable es aislarnos lo más que podamos, mantener las medidas de higiene y la sana distancia en caso de salir.

En caso de que experimentemos síntomas, así sean leves, confinarnos de inmediato, seguir las instrucciones de un médico y contactar a las autoridades de salud, a través de los diferentes medios que están a la mano. Una realidad de esta pandemia es que muchas y muchos pacientes no se atienden a tiempo y por ello agravan su situación; en esta crisis sanitaria cada instante cuenta porque no sabemos cómo atacará este virus. 

La ventilación de todas las áreas, ya sean éstas particulares o comunales, ha probado que es condición para que no exponerse a una saturación del virus, es decir, mientras mayor cantidad entre a nuestro cuerpo, peor nos pondremos; así que no es conveniente estar en lugares cerrados, con poca circulación de aire y en grupo (el escenario de cualquier fiesta de fin de año) es la diferencia entre tener un contagio leve y uno grave.

pandemia 2021
Imagen: Nature.

Hay que organizarnos con la familia, los vecinos, los amigos, para estar al pendiente de cualquier necesidad y caso de salud que pueda presentarse. No habrá un mejor año próximo si no asumimos la parte que nos toca y actuamos para que, como una sola sociedad, esperemos nuestro turno para la vacuna y tomemos las decisiones correctas para evitar abusos en el momento en que esté disponible. 

El debate sobre quién la recibe en primer lugar y quienes esperamos en la fila es estéril y se politiza rápidamente, dividiéndonos todavía más. Creo que es un consenso general que los trabajadores de la salud tienen preferencia, nuestros adultos mayores también, los enfermos crónicos por obvias razones y de ahí por rangos de edad. Nuestra mejor defensa en lo que llega nuestro momento es cuidarnos y cuidar a los demás, tal y como ha ocurrido antes de que tuviéramos vacunas.

Eso significa que este inédito avance de la ciencia, único en la historia de la humanidad, no es un cheque en blanco, ni permite a quien la recibe aventar el cubrebocas al cielo y enterrar el gel antibacterial. Serán de seis meses a un año, todo el 2021 prácticamente, en que debemos continuar con estas precauciones si queremos evitar más tragedias, en la forma de dolorosos fallecimientos.

Entenderlo de esa manera, traerá dos beneficios: la reducción de los casos graves y de las muertes, al tiempo de que construiremos un nuevo sentido de la responsabilidad civil, que no ha sido precisamente nuestro fuerte durante este año aciago.

blanco pandemia
Imagen: SCMP.

Podemos sacarle mucho provecho a lo que hemos vivido en estos últimos diez meses y establecer las bases de otro tipo de mexicanos y de un país diferente y mejor. Si nos ponemos ese propósito como meta y lo conseguimos manteniendo la salud y la solidaridad un año más, creo que este sufrimiento habrá servido.

Pero si regresamos a nuestros mismos malos hábitos, pronostico que nuestra recuperación –a todos los niveles– será lenta, compleja y nos cobrará facturas que no podemos dimensionar todavía. 

Acudir al olvido sólo para superar una emergencia como ésta nos retrasará años en la tarea de edificar una sociedad más justa, equitativa, honesta consigo misma y corresponsable en cada una de sus acciones. Será, sin duda alguna, un precio muy alto a pagar en contra de las siguientes generaciones.

Porque este calendario no oficial de la pandemia indica que tendremos buenas noticias hasta el verano y no en todos los estados de la República, lo que anticipa que la Ciudad de México y el Estado de México, entre otras entidades, seguirán con muchos problemas sanitarios, mientras otras entidades regresan a una nueva realidad, pensando que es la vieja normalidad a la que estaban acostumbrados.

Esa disparidad de circunstancias generará un desequilibrio en lo económico, en lo educativo y en lo social que podría perjudicar a regiones enteras, principalmente a las de mayor concentración de población, de servicios y de comercio al menudeo, contra otras entidades que dependen de esta infraestructura económica para vender sus productos y muchos bienes de consumo.

consumo
Imagen: BN Americans

Además, retrasará la salida de la pandemia, porque quien vive en un estado en semáforo verde puede pensar que es buena idea cruzar a uno en color naranja o rojo (ella o él están sanos) y regresar a contagiar a su comunidad que ya estaba en otra etapa. Si hoy nos hemos hartado del confinamiento, imaginen que ahora sí experimentemos esas olas de enfermos cada tres meses y cambios súbitos de semáforo por el descontrol de la enfermedad. 

En resumen, para 2021 lo que debemos hacer es preservar la salud de otros, tanto como la propia. Actuar con responsabilidad en cada decisión que tomemos, se trate de ir al supermercado o de regresar a la oficina en algún momento, y colaborar con nuestras comunidades inmediatas.

Malgastar la oportunidad de aprovechar las lecciones de esta pandemia sólo nos acercarán a una siguiente que será varias veces peor. Tratemos de evitarlo.

Mientras tanto, a la distancia y de todo corazón, que el próximo año sea de absoluta salud, de unidad y de tiempo bien aprovechado. Felicidades.


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La salud está en camino

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Sandra Lindsay tiene un rostro que inspira mucha tranquilidad y al mismo tiempo mucha fuerza, como el que uno conoce en las enfermeras que dedican su vida a salvar la de otras personas. En una imagen que dio la vuelta al mundo, Lindsay fue la primera profesional de la salud en recibir la vacuna en Estados Unidos. Sus únicas palabras ante los cientos de cámaras fueron las siguientes: “la salud está en camino”.

Más allá de la nueva deuda que tenemos con enfermeras, enfermeros, doctoras, doctores, especialistas y personal hospitalario, resalta el gesto de una mujer que ejemplifica muy bien a quienes se convirtieron, desde hace mucho, en la diferencia entre el caos y esta agobiante temporada de pandemia que ya causa estragos en nuestro ánimo, al igual que en nuestra salud, pero que ha permitido pasar hacia un nuevo estado de optimismo. 

Porque definitivamente no ha sido gracias a la mayoría de nosotros que la pandemia evoluciona hacia la etapa de vacunación más rápida y amplia de la historia reciente de la humanidad. Unos días atrás, en la bodega de un “antro” (así como lo lee) tuvieron que sacar a 200 personas que consideraron buena idea organizar una fiesta clandestina en pleno Paseo de las Palmas y, aunque no fue la única ese día en la Ciudad de México y en el país, comprueba que vivimos con diferentes actitudes hacia lo que representa esta enfermedad y este virus.

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Imagen: Rob Tornoe.

Mientras en muchos hospitales, públicos y privados, la ocupación de emergencia está al límite, las autoridades no han tenido otro remedio que arrancar el semáforo epidemiológico de su sitio y confinar zonas enteras para evitar que la gente se congregue, tal y como sucedió en La Basílica y en el Centro Histórico, ya que ningún llamado iba a ser, ni fue, suficiente para que la gente evitara acercarse. 

Por otro lado, muchos de nosotros seguimos en aislamiento voluntario durante 11 meses consecutivos, tratando de sobrellevar los riesgos de contagio y ayudar a nuestro círculo cercano, como podemos y debemos hacer en una situación que no se terminará con la vacuna, una idea que cobra cada vez mayor fuerza para justificar estar en la calle o en reuniones.

Para los profesionales de la salud ésa es la última muestra de desprecio y falta de corresponsabilidad que podemos darles en una batalla desigual contra la enfermedad (entre otros muchos padecimientos que atienden a la par) que hoy nos tiene en completa zozobra mundial. Cuando nos preguntamos por qué no podemos organizarnos bien como sociedad, bastaría nombrar los mil y un actos de irresponsabilidad que cometemos al día para dar respuesta.

Nuestro gobierno ha solicitado 10 días de cuidados especiales (que han sido los mismos desde que en marzo no metimos a nuestras casas) para tratar de reducir, de nuevo, la velocidad de los contagios, simplemente porque no se puede hacer mucho más. La respuesta social que tengamos a esta petición dirá más de nosotros mismos que de las autoridades que nos encabezan.

Insistir en que está en nuestras manos ayudar a contener esta enfermedad no sobra, aunque termine en una plegaria y un buen deseo, no en el cambio de hábitos que hoy nos debería tener confinados y sin expectativas de festejar estas dos semanas.

salud y covid
Imagen: Goñi Montes.

Por el contrario, escucho planes, viajes, citas (todos con mucho cuidado) que no se detienen a partir de la idea de que seremos menos, de que nos hemos salvado de contagiarnos, o tuvimos síntomas leves. Lo único que no está a discusión es quedarnos y vernos a distancia, eso está descartado porque son fiestas y nadie piensa que lo son desde una pantalla de computadora.

Ahí es donde le fallamos a los profesionales de la salud que se están vacunando sin pensar en otra cosa más que en regresar a sus trincheras a salvarle la vida a otros que ya estaban cansados de tanto encierro. Tristemente los motivos no son los mismos y las consecuencias en muertes, tampoco.

Pero sucede lo mismo cuando seguimos observando el trato que damos a policías, guardias nacionales, bomberos y, en general, a cualquier autoridad que pensamos se entromete demasiado en nuestras vidas y en la supuesta libertad con la que estamos autorizados a vivirla.

Ojalá y, como dice Sandra Lindsay, la salud esté en camino. Los resultados de varias vacunas así lo demuestran y la capacidad de científicos y médicos se ha impuesto milagrosamente a la de los políticos y los grupos de interés, a partir de la enorme emergencia en que se encuentra todo el planeta. 

Lo terrible será que, a pesar de que la salud está en camino, quienes tenemos la obligación cívica de cuidarnos y luego vacunarnos, estemos caminando en sentido contrario a nuestra propia salvación.


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En “21 lecciones para el siglo XXI”, el célebre autor Yuval Noah Harari plantea el escenario en el que los algoritmos podrían volverse muy eficaces en el análisis de nuestra salud, de nuestras emociones y hasta en la predicción de algunas de nuestras reacciones a partir del análisis de la información que generamos a diario, entre otras cosas, como elegir profesión y hasta a la mejor pareja sentimental.

Hace unos días, por medio de un código “QR”, las autoridades de la Ciudad de México iniciaron una campaña para identificar cadenas de contagio a partir de que los ciudadanos ingresemos al código y compartamos datos básicos para recibir notificaciones en caso de que se dé un caso positivo de coronavirus SARS-CoV-2 en el sitio en el que estuvimos o estamos.

Por lo innovador de la solución y la aplicación directa de tecnología móvil para obtener información de primera mano sobre la movilidad de las personas, esta herramienta podría ayudarnos mucho en esta auténtica emergencia. De hecho, Google, el principal buscador del planeta, estableció estrategias similares de monitoreo vía teléfonos celulares para estimar el movimiento de cientos de miles de personas y, al mismo tiempo, ubicar también la forma en que se expanden los contagios.

Como son terrenos nunca antes explorados, existe una desconfianza natural en la mayoría de las personas a ofrecer sus ubicaciones de manera voluntaria, tan sólo por el hecho de sentirse vigilados por una autoridad en la que no confían, ni han confiado en el pasado.

problema de confianza
Imagen: Getty Images.

Aunque todos podemos reconocer que nuestra intimidad se ha reducido a mínimos en esta época y estamos dispuestos a ceder mucha de ella para comunicarnos, aparentemente una cosa es compartir la imagen de nuestro plato de comida en nuestro restaurante favorito y otra distinta ingresar un código a nuestro celular para avisarle a las autoridades sanitarias que estoy en ese sitio.

Entonces, el problema no es tanto preservar nuestra intimidad, como de gran desconfianza en quienes toman las decisiones públicas por mandato de nuestro voto mayoritario. Es decir, lo que existe es una falta de certeza en que la autoridad hará lo correcto con nuestra información o que está bien que use nuestros movimientos, aun cuando se trate de salvarnos la vida.

Pero la crisis de confianza no es novedosa, es una enfermedad endémica de nuestra sociedad que se extiende por todo el país y en esta pandemia parece que no se redujo en ningún grado y está presente más que nunca. Lo que pudo ser una oportunidad para que el tejido social se fortaleciera y nos uniéramos a las medidas gubernamentales para enfrentar esta situación inédita, pronto se ha convertido en una carrera por ver cómo nos vacunamos lo más pronto posible y seguimos igual o peor que antes.

Este comportamiento social que nos regresa a los mismos vicios y comportamientos nocivos de antes de esta histórica crisis sanitaria no debería ser la norma, aunque ha ocurrido con anterioridad. Ya veremos si en unos años, cuando hagamos la evaluación de lo que atravesamos, podamos llegar a conclusiones más optimistas que la sensación actual de que hemos decidido convivir con una enfermedad desconocida, que se complica hasta provocar la muerte de cualquier persona, y sin un tratamiento eficaz para combatirla.

confianza
Imagen: Ramona Ring.

Y mientras los decesos se apilan en un año que ha sido para el olvido –aunque no podemos darnos el lujo de perder la memoria sobre lo que ha pasado, como lo hicimos con la influenza H1N1 de la que no aprendimos mucho para esta ocasión–, vamos derecho hacia un choque social el próximo año cuando se nos junte un complejo proceso de vacunación, con las presiones económicas en un año de elecciones cruciales.

De tal manera que la tormenta perfecta no será en las siguientes semanas y, puede ser, que ni siquiera en los próximos meses, sino a lo largo de un 2021 que nos hallará más cansados, menos unidos y en peores condiciones de subsistencia.

Espero equivocarme, francamente, pero nuestra indolencia en estas últimas semanas es escandalosa, además de la brecha infranqueable de desconfianza que nos impide colaborar con unas autoridades que todos los días nos piden por favor muchas cosas que ya deberíamos hacer de forma automática, convencidos de su efectividad. Necesitamos recomponernos rápido y establecer otras aproximaciones hacia la pandemia, porque no habrá algoritmo, ni tecnología que, como dice Yuval Noah Harari, nos salve de nuestra propia estupidez como especie.


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Para quienes han librado con éxito la enfermedad COVID-19, como para los miles que la han perdido la vida durante esta pandemia, la atención del personal de salud ha sido uno de los factores que permiten hasta hoy mantener cierta esperanza sobre las posibilidades de salir lo menos golpeados posibles de una crisis sanitaria de esta magnitud.

¿Cómo agradecer a quienes se dedicaron, bajo el riesgo de contagiarse, a salvarnos la vida? ¿Cómo reconocer a quien, en el último instante que cobra esta terrible enfermedad, está a un lado de un enfermo que fallece?

Esa disyuntiva, la de una recuperación y la de la pérdida de la vida, aflige a las heroínas y a los héroes de este difícil momento, que son los profesionales de la salud. Su carga emocional no es nueva, la llevan desde que ingresan por primera vez a un hospital y se enfrentan con muchas enfermedades y padecimientos contagiosos que también pueden afectarlos.

Por eso el equipo de protección, la higiene, los protocolos de seguridad en quirófanos y en áreas de terapia intensiva. Es parte del auténtico apostolado, del noble juramento hipocrático, que es parte de la profesión médica y de la profesión del personal de salud.

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Imagen: Pat Bagley.

Pero somos humanos, con emociones y sentimientos que nos cimbran en momentos de tragedia, de pandemia, y los profesionales de la salud no son excepción. No obstante, la gran mayoría desempeñan su labor con un optimismo inusitado y una esperanza que va más allá de su propia integridad.

Esa voluntad y compromiso no es fácil de encontrar, mucho menos en un entorno donde la incertidumbre es el denominador común. Sin embargo, esta disposición ha sido crucial para que muchas personas afectadas por este tipo de coronavirus pudieran regresar con sus familias y salvar su vida.

Es una mezcla de anonimato y de sacrificio que pocas veces se reconoce y que ha generado una deuda social con cada profesional de la salud que lucha en esta emergencia mundial. Una forma de restituir esa deuda surgió a partir de una organización civil internacional llamada Faces Behind Masks, a la cual nos unimos a través de Confianza e Impulso Ciudadano, y junto con la Asociación de Litógrafos de México, otro organismo mexicano con un altruismo notable, distribuimos las primeras 10 mil fotografías para que los profesionales de la salud del Instituto Nacional de Enfermedades Respiratorias (INER) pueden ser identificados e identificarse.

Esta acción, que se ha repetido con éxito en muchos países del mundo, recibió el apoyo del formidable director general del INER, el Dr. Jorge Salas Hernández, de su director médico, el Dr. Patricio Santillán Doherty, y del Dr. Enrique Olvera, quienes fueron auténticos promotores de esta iniciativa entre sus equipos de trabajo.

Justo hace una semana, en el auditorio de uno de los mejores hospitales de especialidad en el continente, tuvimos una breve ceremonia a sana distancia para entregar los juegos de adheribles que los participantes usarán durante su jornada laboral y desecharán para evitar que se conviertan en foco de contagio.

iner rostros que salvan vidas
Imagen: El País.

Fue un momento de extraña alegría, no sólo por el éxito del proyecto, sino por la recepción de los retratos, una herramienta que el personal necesitaba para brindar esperanza a los pacientes, al igual que para mantenerla en ellos. Incluso algunos incluyeron sus apodos para que todos puedan reconocerlos de manera mucho más familiar.

¿Quién considera un regalo el estar en turnos agotadores cuidando y salvando enfermos de un terrible mal para el que todavía no tenemos cura, ni vacuna? Sólo a un grupo privilegiado de seres humanos que en un momento de su vida tomaron la decisión de que su propia existencia tenían sentido sólo si preservaban la de alguien más.

Con cada uno de ellos estamos atravesando por esta pandemia. Los números diarios, escalofriantes desde donde se les mire, explican poco lo que representan estas mujeres y hombres que se enfundan en sus trajes de protección, en sus lentes de seguridad, en sus guantes, para sacar adelante a sus pacientes. Creemos que sus fotografías en el pecho, sonriendo, con la mirada alegre, con sus cariñosos apodos escritos, ayudarán a la recuperación de sus enfermos y a la salud emocional de ellos; lo que sí garantizo es que su fortaleza ha sido y es decisiva para superar esta emergencia.

Alguna vez escuché que no encontrar a quién agradecer puede convertirse en uno de los episodios más crueles de nuestra vida. Saber a quién darle las gracias significa tener la posibilidad de reconocer la bondad, la felicidad, de uno mismo en otros, casi como mirarse en el mejor de los espejos. 

Nuestra aportación será ésa –porque vendrán muchas más entregas de fotografías en el INER y en otros hospitales–, que muchas personas tengan la oportunidad de agradecer a quienes todo el tiempo ponen su vida en la línea por otros en las peores condiciones. No hay nada peor que la enfermedad, espero que ya lo hayamos aprendido.

Vaya nuestro reconocimiento a la directiva del INER, a todo su personal, a Faces Behind Masks, a los litógrafos de México y todos los que nos acompañan y ayudan a difundir este programa que comprueba la fortaleza de una sociedad cuando decide ponerse de acuerdo y superar hasta los momentos de mayor peligro. Mientras tanto, no olvidemos cuidarnos, esto todavía no acaba.


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Desde ahora, ya sabemos que este año concluirá con uno de los peores registros de fallecimientos en la historia reciente del país, debido a la pandemia y a la morbilidad de muchas enfermedades crónicas que arrebatan la vida de miles de mexicanos cada año y ante las cuales éramos indiferentes hasta que llegó este virus desconocido y nos cambió la vida por completo.

Habrá muchas interpretaciones sobre la estrategia que siguieron las autoridades federales y estatales para manejar esta emergencia sanitaria, pero el fondo de esta crisis es la falta de un sistema público de salud adecuado, fuerte, bien financiado, que se necesitaba precisamente para una contingencia así, vamos, ni siquiera el sistema privado ha podido enfrentarla.

Con ello no afirmo que se ha resuelto de mejor o peor forma, ni creo que tenga ningún sentido compararnos con algún otro país; para cuando la pandemia inició, México contaba con el mismo sistema obsoleto de antes y apenas le dio tiempo de reconvertirlo para tratar de enfrentar la ola de contagios. A pesar del esfuerzo, insuficiente por el número de vidas que se han perdido, la falta de equipos y la urgencia de contar con más unidades médicas en cada rincón de la República, llegará diciembre y estaremos en una situación similar a la que vivimos en la mitad del año.

Felizmente las temperaturas se han resistido a bajar, aunque entramos a noviembre y no debemos olvidar que el invierno terminará hasta marzo del próximo año, así que el riesgo de una tormenta perfecta entre enfermedades pulmonares, influenza estacional y Covid-19, causarían estragos si no hacemos nuestra parte como sociedad y nos mantenemos a sana distancia, seguimos las recomendaciones de higiene y procuramos no reunirnos.

pandemia y cubrebocas
Imagen: Vouge.

La tarea se ve difícil ante el cansancio social que experimenta la mayoría y la necesidad, desde la primera semana, de millones de mexicanos de llevar el sustento a sus hogares. Este agotamiento ha relajado paulatinamente las restricciones y ha hecho que nos juntemos de nuevo sin observar las reglas mínimas de salud.

Con argumentos como “somos pocos”, “en mi familia nadie se ha enfermado”, los encuentros con personas queridas se multiplican para tratar de vencer la incertidumbre, el tedio y el cansancio por la pandemia. Hasta quienes se manifestaban indignados por la resistencia de otros al uso de cubrebocas o a que salieran en grupos a las calles, parecen haberse dado por vencidos ante un agotamiento que también los alcanzó.

Precisamente uno de los ejercicios que presentan mayor grado de dificultad es mantener la guardia arriba, es decir, los brazos en una posición que proteja la cara y los ojos. Un movimiento tan simple y que pareciera obvio, conlleva mucho esfuerzo porque se necesita de una condición física óptima que sólo da el entrenamiento y el esfuerzo. Aun así, muchos atletas se rinden y es cuando caen vencidos.

Algo similar nos está ocurriendo, al grado de pensar que llegando el 2021 habrá un nuevo comienzo, lo que es mentira. Seguiremos en esta rutina durante meses, tal vez años, hasta que se descubra un tratamiento eficaz y la vacuna pruebe sus beneficios, no antes.

Sin embargo, el exceso también de desinformación, de uso político de la enfermedad en todos los frentes y una participación social que ha disminuido con el transcurso de las semanas, pintan un panorama sombrío para una temporada final del año en la que no habrá un nuevo aislamiento (la economía no lo resistirá) y tampoco se vislumbra una cohesión ciudadana suficiente para que, desde nosotros, se suspendan las celebraciones.

pandemia covid 19
Imagen: BBVA.

Regresaremos a ese estire y afloje con las autoridades para evitar dentro de lo posible las aglomeraciones, pero no habrá medidas restrictivas como las que ya se anunciaron en Francia o en Alemania. Algunos estados jugarán con una copia de estas suspensiones de vida nocturna, pero la salida nacional será tratar de convencer, no de imponer.

Creo que ésa es una estrategia correcta, y lo fue desde el principio, salvo por la acumulación de pacientes graves que tendríamos en unas cuantas semanas. Bajo ninguna circunstancia debemos aceptar toques de queda, pero sí tenemos que alcanzar un consenso nacional de que necesitamos estar lo menos posible en las calles.

Entiendo que industrias como los hoteles o los restaurantes recibirían la puntilla en un año perdido, aunque la mayoría han logrado ser espacios libres de contagio (no de SARS-CoV-2 porque eso es imposible), gracias a una enorme inversión de recursos y de diseño de protocolos que les permite dar seguridad a sus huéspedes y clientes. El problema hemos sido nosotros que no queremos obedecer las indicaciones y ponemos en aprietos a sus equipos de trabajo.

Si lográramos convencernos de que podemos estar cierto tiempo en el mismo espacio y respetamos los protocolos al pie de la letra, se alejaría la amenaza de un nuevo cierre y podríamos pasar una temporada navideña sin afectar a una economía nacional que está en graves problemas.

Pero son decisiones comunitarias que implican enmendar errores que se han cometido por todas partes y asumir una nueva etapa en la manera en que podemos contribuir a seguir adelante. El tiempo apremia y el consenso debe obtenerse ya.

Una de las obligaciones de los gobiernos es congregarnos y establecer los parámetros para que nos organicemos con ellos. Sin embargo, nos toca a nosotros fijar nuestras propias reglas de inmediato para que nuestras familias comprendan que estamos todavía en el centro de la pandemia, bajo una vulnerabilidad mayor a consecuencia de las fallas que se cometieron en el camino y que estamos a tiempo de corregir juntos.


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