La ceremonia fue muy similar a las que se hicieron en el pasado, con una salvedad: era el inicio de la primera fuerza de este tipo que estará enfocada en el patrullaje de calles y colonias, es decir, de tareas que hasta el fin de semana correspondían, en teoría, a las policías municipales, estatales y a la extinta Policía Federal.
Cubierta la laguna legal que no definía claramente las atribuciones del Ejército y la Marina en tareas de seguridad cotidiana, la Guardia Nacional nació de la idea juarista de contar con un cuerpo que llevara a toda la República el mensaje de orden y combate al delito desde la imagen social de respeto y eficacia que, en general, tenemos de nuestras Fuerzas Armadas.
Durante siete meses, el gobierno de la República dio sus argumentos para formar la Guardia Nacional en lugar de la Policía Federal y en abierta falta de confianza a las corporaciones estatales y municipales. Varios de ellos, la corrupción interna, la infiltración del crimen en sus filas, la falta de preparación e incluso de efectivos suficientes, fueron ciertos; aunque otros no tanto, como la afirmación de que la Policía Federal no estaba capacitada o que su estructura no podía aprovecharse completamente.
No es menor la afirmación del fin de semana de que del éxito de la Guardia Nacional depende el éxito de la Cuarta Transformación. Los delitos y la violencia no ceden en el primer semestre del año, lo que confirma que, al crimen organizado, que incluye desde el ladrón de autopartes hasta el líder de plaza de un cártel, le tienen sin cuidado el escenario político o las medidas que se han tomado en materia administrativa. Ellos están en su negocio y seguirán en él al costo que sea, a menos que se acaben los incentivos que lo impulsan.
Ese precio es la violencia, la mayoría de las veces cometida en contra de sus víctimas, que necesitan para infundir el terror suficiente para inmovilizarnos como sociedad. Pero ésa es su estrategia, la que han seguido por décadas mientras eran auspiciados por autoridades e intereses que se beneficiaban de las enormes ganancias que produce el crimen; espero que la entrada de la Guardia Nacional les quite ese manto de protección del que gozaron por tanto tiempo.
¿Cómo lo sabremos? Bueno, creo que los ciudadanos tenemos perfecto conocimiento sobre lo que ocurre en nuestra calle, en nuestra colonia y en nuestro Estado, sólo que no lo denunciamos, desconfiamos de las autoridades de justicia, y no estamos abiertos a participar en las posibles soluciones que reduzcan los delitos.
Entiendo que el Estado mexicano tiene la obligación de brindarnos seguridad y que nosotros estamos enfocados en llevar una vida de trabajo, digna y responsable; sin embargo, es una realidad que esa abulia nunca nos ha funcionado porque le deja al gobierno toda la responsabilidad de solucionar los problemas.
Si queremos que funcione la Guardia Nacional, y para efectos prácticos, cualquier iniciativa de seguridad que se tome, debemos participar, coordinarnos mejor y colaborar como vecinos, colegas de trabajo, padres de familia y hasta miembros de un club deportivo.
Escribo esto en una cafetería, mientras una joven va a la barra por el té que ordenó. Con toda naturalidad pierde de vista su computadora personal, un reproductor de música y una tableta electrónica. La observo y quedo pendiente de un patrimonio que fácilmente alcanzaría varios miles de pesos a precios de calle a cambio de mercancía robada.
Justo cuando quiero explicarle esto, se voltea y olvida su teléfono celular en el mostrador; me pongo de pie, lo tomo, y se lo devuelvo. Su cara es una mezcla de sorpresa, horror y alivio. Fue una distracción de segundos, pero es todo lo que necesita un delincuente.
Podríamos empezar con eso.