Cuenta una historia que un cercano a Sócrates se le acercó para tratar de compartirle un jugoso chisme acerca de otro conocido.
Si pasa tres filtros, le respondió el famoso filósofo, con gusto escucho la historia. El otro hombre accedió y pidió pasar el primero.
—¿Lo que me vas a decir es absolutamente cierto? —, preguntó Sócrates.
—No, me dijeron que lo escucharon y por eso…—, Sócrates lo frenó de inmediato.
—¿Lo que me vas a decir es bueno o amable? —, le lanzó de nuevo como segundo filtro de la historia.
—Todo lo contrario, se trata de… —y tuvo que callar nuevamente cuando vio que Sócrates alzaba una mano en señal de que se detuviera.
—Falta un filtro —le explicó—, así que todavía puedes contarme la historia: ¿Lo que me vas a decir es útil o necesario que lo sepa?
Con el semblante derrotado, el hombre respondió bajando la vista —No, francamente, no lo es.
—En ese caso, si lo que vas a decir no es cierto, bueno, amable, útil o necesario, entonces mejor no digas nada —, y Sócrates se dio la media vuelta.
De entre nuestras muchas necesidades sociales, una que nos urge es la construcción de criterio. Discernir entre lo que es importante, verdadero y útil, como en el caso de los tres filtros. Hablar sobre bases de doctrina es discutir sin sentido, estemos de acuerdo con lo que nos ocurre en México o lo rechacemos tajantemente.
Vivimos en una sociedad en donde la privacidad es casi inexistente y la información es instantánea, lo mismo que los rumores y las falsedades. Cada uno decidimos qué datos usa y comparte, sin embargo, eso no nos hace una comunidad informada, ni tampoco juiciosa respecto de lo que ocurre a nuestro alrededor.
No hay día en este cambio de época en que la visión de quienes celebran y quienes aborrecen no se hagan cada vez más antagónicas. Cuando lo hablo (en persona de preferencia) con otros, confirmo que hay razón en ambas partes, pero también existe una división que se ensancha peligrosamente por prejuicios, estigmas y datos imprecisos.
Porque si en realidad estamos en una transformación completa de régimen y las resistencias a la misma son el resultado de los avances, no pueden entenderse muchas de las decisiones que toma el gobierno de la República o los riesgos que asume al tomar acciones que no siempre terminan bien.
Pongo un ejemplo que ocupó la agenda pública la semana pasada y en el arranque de ésta: la renuncia del secretario de Hacienda y sus comentarios posteriores sobre su decisión. Si bien su salida probó que la economía nacional aguanta este tipo de impactos, al día siguiente nos enteramos que fue el propio presidente quien insistió en que ésta sucediera de inmediato y no esperaran hasta el fin de semana, cuando las condiciones hubieran sido menos perjudiciales.
En juego, nada más, quedó la enorme posibilidad de que los mercados interpretaran la renuncia de manera distinta a como sucedió.
Entiendo que en la realidad “el hubiera” no existe más que como especulación, pero se corrió mucho riesgo al usar un acto de autoridad para medir el estado económico y político del país. Se hizo un manejo de la crisis inmediato, concedido, aunque al costo de no poder prevenir todas las consecuencias.
Dicen que, en una pelea de elefantes, el único que sufre es el pasto. Como sociedad no podemos permitir que ésa sea la nueva normalidad. Somos una democracia joven, que necesita más que nunca de ciudadanos activos, bien comunicados, organizados y participando en las decisiones que se toman.
Todo lo demás no es bueno, ni cierto, ni útil, ni amable, ni necesario para mejorar.