Patrimonio, identidad y memoria

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El saqueo y la legislación como tradición histórica

Ayer escuché que la UNESCO, por mediación de las autoridades mexicanas, solicitó a la casa Millon, en París, que se suspendiera una subasta en la que se implican supuestamente 95 de 120 piezas arqueológicas (las cifras varían en las notas) consideradas patrimonio de la nación mexicana. En primera instancia, pensé que la casa de subastas saldría a decir que no (como, en efecto, sucedía hasta la mañana de ayer miércoles). El embajador de México en Francia, Juan Manuel Gómez-Robledo, afirmó que se trata de joyas prehispánicas que corresponden a su legítimo propietario, es decir, nuestro país. La nota vespertina de Carmen Aristegui (https://m.aristeguinoticias.com/1809/mundo/realizan-en-paris-subasta-de-arte-precolombino-pese-a-que-gobierno-de-mexico-pidio-cancelarla/) es consecuente con esta hipótesis y detalla las gestiones que se realizaron para impedir que se subastaran los objetos. Después reparé en la debilidad de los argumentos esgrimidos por el embajador: el comercio de este tipo de piezas banaliza el valor de las mismas, contribuye al recrudecimiento del pillaje e incentiva el mercado negro. El embajador afirmó también que estos objetos son “de un valor inestimable para los pueblos autóctonos” lo que no descarto, pero dudo que estas piezas en particular significaran algo en el seno de las comunidades actuales. (Excélsior https://www.google.com/amp/s/m.excelsior.com.mx/global/unesco-interviene-ante-subasta-de-piezas-arqueologicas-mexicanas/1336834/amp). Lo que tienen estos objetos es el aura de lo que constituye un legado antiquísimo y la identidad de una nación, es decir, han sido tocadas por la magia del metarrelato identitario que se configuró en el XIX. ¿En qué estriba su valor para una colección extranjera? En muchos factores, entre ellos, el interés arqueológico, la procedencia, la antigüedad, la factura, la belleza exótica que puedan encontrar en cada pieza y, por supuesto, la capacidad de incrementar su valor y constituir una inversión.

Juan Manuel Gómez-Robledo.
Derecha: Juan Manuel Gómez-Robledo Verduzco. es un diplomático mexicano, embajador de México ante la República Francesa.

La cosa no es nueva. En octubre de 1880 se discutía en el Congreso mexicano sobre la pertinencia de que Désiré Charnay, considerado padre de la fotografía arqueológica, sacara del territorio mexicano objetos hallados durante sus exploraciones. El Ejecutivo había pedido permiso al Congreso para celebrar un contrato por medio del que Charnay pudiera llevar a cabo la exportación de manera lícita: hubo quienes estuvieron a favor y hubo quienes se manifestaron en contra. Quienes estaban a favor afirmaban que el gobierno de México no tenía la capacidad para extraer, investigar y conservar todos sus vestigios arqueológicos, y llevarlos fuera del país permitiría que se conocieran, cuidaran y apreciaran en otras partes del mundo. Otros consideraron “altamente deshonroso que objetos de su arqueología, en los que [se] debe tomar inspiraciones y datos para escribir [la] historia, figuren en los museos extranjeros y no en los nuestros” (Clementina Díaz y de Ovando, Memoria de un debate (1880). La postura de México frente al patrimonio arqueológico nacional. México, UNAM, 1990, p. 67). Llamo la atención sobre la palabra deshonroso y vuelvo al argumento del embajador de México en Francia: la banalización a la que son sometidos los objetos subastados y la valía que supuestamente éstos tienen para los pueblos autóctonos.

Si bien es obligación del gobierno mexicano velar por la conservación de lo que se considera patrimonio cultural y contamos con la Ley Federal de Monumentos y Zonas Arqueológicos, Artísticos e Históricos de 1972; si bien Francia y México suscriben la misma Convención firmada en 1970 (http://www.unesco.org/new/es/culture/themes/illicit-trafficking-of-cultural-property/1970-convention/), en la que se comprometen a respetar los bienes culturales de ambos países, todavía quedan lagunas por cubrir en lo tocante al registro y tenencia de los bienes patrimoniales. “El inciso (ii) del apartado (b) del artículo 7 de la Convención dispone que los Estados Partes se comprometen a tomar las medidas apropiadas para decomisar y restituir, a petición del Estado de origen Parte en la Convención, todo bien cultural robado e importado después de la entrada en vigor de la Convención en los dos Estados interesados a condición de que el Estado requirente abone una indemnización equitativa a la persona que lo adquirió de buena fe o que sea poseedora legal de esos bienes. De manera más indirecta, y sujeto a la legislación nacional, el Artículo 13 de la Convención contiene también disposiciones relativas a la restitución y la cooperación.” (Ibid.) La Convención contempla también la importancia de los registros y los inventarios de bienes patrimoniales levantados y actualizados debidamente por cada país.

Arte prehispánico.
Fotografía: Azteca Sonora.

El 1 de septiembre de 1918, el presidente de la República informaba acerca de la prescripción de integrar un registro de “monumentos artísticos, obras de arte, reliquias históricas y demás objetos de mérito y valor”. La Dirección General de Bellas Artes nombró inspectores y subinspectores honorarios de Monumentos y Bellezas Naturales en diversos estados de la Federación. Un año antes, en 1917, se había llamado a la creación de una Carta Arqueológica que recogiera, en un primer registro, información sobre los bienes de esta naturaleza. En 1920 se anunció felizmente su culminación y se dijo que tanto la Carta como un Directorio serían próximamente editados. Creo que la labor y el número de piezas que había que registrar superaron por mucho los esfuerzos, presupuestos y voluntades (como me parece que hasta ahora sucede). Lo hilarante es que en 1922 se volvió a anunciar la terminación de la Carta y se dijo que estaba en vías de formación la Carta Etnográfica. Seis años y nada. Se anunciaba el “ahora sí” junto con alguna otra noticia de avance (como las exploraciones en la zona arqueológica de Teotihuacan). La Ley de 1972 contempla un capítulo del registro en donde también se habla de que no basta inscribir en el registro un bien cultural, sino que debe también certificarse su autenticidad (según el Reglamento respectivo). A este respecto es interesante comentar que el INAH lo hace, pero el INBAL no lleva a cabo esos procedimientos (cuando un particular inquiere por el costo de un servicio de autentificación, el personal le sugiere que acuda ¡a una casa de subastas!).

Son muchas las circunstancias que pudieron llevar a París las piezas que fueron subastadas. Imposible conocerlas todas o saber si habían pasado tiempo en colecciones particulares de fuera. Lo que se va a poner interesante es que si, como adujo la casa de subastas Millon, se determina anular la puja, “se reclamará el perjuicio causado” (https://www.google.com/amp/s/m.excelsior.com.mx/global/unesco-interviene-ante-subasta-de-piezas-arqueologicas-mexicanas/1336834/amp) y México tendrá que pagar un dinerito (recuerden que en la Convención de 1970 se contempla el pago de una indemnización). El gobierno de México tiene una larga tradición que consiste en preocuparse por el cuidado de su patrimonio cultural, sólo que también es tradicional que haya escasos recursos económicos para hacerlo.

Subasta de piezas arqueológicas.
Fotografía: Lifestyle.

Cierro con una consideración sobre la ontología de las piezas y la argumentación de su valor inestimable para los pueblos autóctonos. Definitivamente, no creo que se banalice a los objetos por ponerlos a subasta o porque sean considerados “decorativos” (antes bien, podrían encontrarse con mejores posibilidades de exhibición y conservación; sí, en el extranjero). Vender o subastar un objeto no es banalizarlo: es insertarlo en el mercado, simple y llanamente. El embajador hacía referencia a la pérdida de la esencia de estas figurillas, con lo cual no concuerdo puesto que, ontológicamente, a ellas no les pasa nada. Son productos culturales milenarios o centenarios, sujetos, como todo, a legitimación y a valor comercial. Mi llamado es, como siempre, a hacer consciencia sobre la “identidad” que hemos forjado a punta de fuego, del chauvinismo y del patrioterismo que se sigue construyendo a pesar de la fragmentación de los metadiscursos del nacionalismo.

A las piezas no les duele si las “banalizan”, pero retóricamente se contempla un expolio. La retórica del reclamo de las autoridades mexicanas es peligrosa en ese sentido y marcha por la línea (la favorita de esta administración) de hacerse víctimas con el presunto expolio que inflige la propia historia u otros países. Si hubo saqueo, si hubo comercio ilícito (lo que aún no está comprobado), que se denuncie y se tomen acciones para solicitar la restitución del patrimonio, pero de ahí a afirmar que las piezas arqueológicas van a ser significativas para los pueblos autóctonos actuales o que se van a perder su esencia, hay un trecho. Si así fuera, quizá los objetos jamás habrían abandonado sus comunidades de origen. No es imposible conservar algo valioso en la deriva de los tiempos. El hecho es que las figurillas salieron a la puja, al mejor postor. ¿Quién las dejó salir?

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