Silencio

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Me quedé sola. Por fin se fueron las voces y el cuarto volvió a llenarse de luz, dejando al descubierto los objetos que antes no podía ver, que ellas no me dejaban ver. No me voy a mover. Tengo miedo de que estén esperando el menor gesto, un bostezo, un parpadeo, el más ligero cambio de postura para llenar de nuevo el espacio que ha vuelto a ser mío.

No sé cómo llegaron ni por qué se fueron, pero sí recuerdo el tiempo en que tomaba mis propias decisiones, como ahora, sin tener que oírlas. Por eso no voy a permitir que regresen. Me voy a quedar acostada en el piso, junto a la pared, de manera que pueda ver la claridad que entra por la rendija. Viviré en silencio para que mi voz no despierte a las otras. Quizá estén muertas, pero sí sólo duermen, pueden invadir de nuevo cada rincón de mi mente.

 Se abre la puerta. Los oigo murmurar. Están desconcertados. Ayer no lograban mantenerme inmóvil y mis gritos lastimaban sus oídos. Esta mañana, amanecí quieta. Buscan en mi pasado, tratan de entender. Hablan de mí como si yo no estuviera, tienen razón. No me interesan sus palabras.

No saben que nadie me obligó a acostarme frente a la puerta para ver la luz, que no me hicieron nada cuando era niña, que así estoy bien.

Soledad.
‘Soledad’, Yvan Fabre.

Si aprieto las rodillas contra el pecho oigo la sangre pasar por mis venas hasta llegar al corazón y después al cerebro. Oigo también mi respiración, cómo rechina mi cuello, cómo truenan los huesos de mi espalda, aunque no cambie de postura. Siento los músculos de las piernas tensos. El dolor no tardará en llegar.

Las palabras se convierten en sonidos molestos, zumbar de moscas. Cuando se callan, a veces tengo miedo de que ellas, las otras, las que hicieron de mis días oscuridad, regresen. Por eso no voy a moverme, para que la luz se quede conmigo. El silencio en mi interior me llega por oleadas. Mi cuerpo está sumergido en aguas tranquilas, estoy protegida del dolor, del miedo, de la angustia, del odio, de mí. Y de las voces.

Cuando se cierra la puerta, los objetos que alcanzo a ver –las patas de una mesa, medio cajón, un pedazo de cinta– se dibujan con la claridad de los sueños. No me importan los músculos tensos, me acostumbraré a tener los puños cerrados y la barbilla en el pecho. Viviré en un oasis de silencio.

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