La destrucción de la institucionalidad

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José María Benjamín González.

La destrucción del sistema político y de gobierno brasileño es una clara experiencia del proceso de destrucción que en la materia hoy vive México. La corrupción en Brasil y su aparente combate terminó afectado todo el entramado económico y social, obligando a que cada actor político y empresarial relevante terminara actuando para salvarse así mismo. Generando de esta manera un caos institucional y un repudio social. Odebrecht es sólo un nombre empresarial de una red empresarial que involucraba a las más importantes empresas del país en sus negocios con el gobierno. Pero la red empresarial se extendió internamente en todo ese país y echó anclas en buena parte de América Latina.

De igual modo, el vínculo de la corrupción involucró a todos los partidos políticos y órdenes de gobierno. Al final, Brasil votó en el hartazgo por la ultraderecha y hoy se puede pensar que hay una decepción social y ciudadana del resultado del cambio obtenido. En México el cambio político y de gobierno desordenado han llevado ya a la contracción económica, a una mayor violencia, y a la destrucción institucional. Ello dentro de una guerra fratricida del grupo gobernante, una oposición política paralizada y amenazada desde el gobierno en sus investigaciones sobre la corrupción. Proceso este último en el que la clase empresarial comienza a ver su futuro inmediato.

La amenaza velada parece ser la brida del supuesto control político y de gobierno en tanto la conexión popular con la ciudadanía manifiestan ya su agotamiento. Al tiempo que los servicios públicos como la salud, los apoyos públicos a los campesinos, o las promesas de campaña, también expresan su empobrecimiento y las finanzas públicas hacen agua.

Los paladines del gobierno actúan en el desconcierto institucional y obvian las manifestaciones de una corrupción rapaz, a la luz de un nuevo hartazgo ciudadano que se ha tornado en rabia y reclamo ciudadano. El cambio desatado ha terminado por gobernarse caóticamente a sí mismo, sin que haya visos de quien lo rige y concite.

Cuando los pueblos encuentran a sus clamados salvadores, normalmente encuentran a sus verdugos verdaderos.

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Alberto

Tanta estupidez es propia de comentaristas mediocres al servicio de aquellos que se están por viendo afectados por la lucha contra la corrupción encabezada por AMLO.

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