La demostración de fuerza femenina del pasado fin de semana significó un rotundo triunfo para el movimiento feminista en México. Se puso de manifiesto la capacidad de organización y convocatoria, no sólo para acudir multitudinariamente a las concentraciones y marchas, sino para sustraerse de toda actividad y expresarse con el mismo radicalismo mediante su ausencia.
Tanto las masivas movilizaciones del domingo, como el paro del lunes, representan dos fases, diferenciadas pero concatenadas, de una misma estrategia de visibilización de la mujer y sus legítimas demandas de justicia y rechazo a la violencia de género, que a todas luces ha sido exitosa y aplaudida con empatía en los más amplios sectores de la población.
La abrumadora respuesta colectiva, tanto a la movilización como al paro, constituye un hecho que puede, sin exageraciones, calificarse como histórico, de trascendencia indubitable en el intercambio social y político del país, que ha de demandar, obligadamente, modificaciones sustanciales en la estructura institucional tradicional, con una orientación catalizada por la visión feminista.
El activismo estruendoso, radical y por momentos desenfrenado mostrado con la avalancha púrpura que abarrotó y desbordó el espacio de las plazas públicas en diversas ciudades, fue seguido por la ausencia, la demostración, por demás explícita, del prominente sitio que ellas ocupan y del profundo vacío que dejan, si así lo deciden, en el corazón del conglomerado social.
La poderosa exhibición de lo que la mujer representa y la gran presión que es capaz de ejercer en lo político, económico y social, no puede ni debe ser desestimada, por el contrario, debe ser analizada y reflexionada en profundidad, con todas sus implicaciones, facetas y aristas.
El 8 y 9 de marzo, son ya un referente histórico, una lección que debe ser aprendida por sociedad y gobierno para la generación de nuevos paradigmas, no únicamente sobre la condición de la mujer y el respeto a su dignidad y derechos, sino en lo que se refiere a su aportación y relevancia en la solución de los más apremiantes problemas nacionales y en la construcción de un país más justo e igualitario, que, simplemente, no será sin ellas.
El apabullante resultado de los días 8 y 9 de marzo, sin embargo, no puede quedar en el simple regocijo del éxito logrado, debe tener consecuencias, trascender a resultados, a lograr el cambio en el estado de cosas de manera propositiva y activa, la movilización es un medio, no el fin. Toca ahora dar impulso a políticas públicas concretas, al diseño de propuestas, mecanismos y acciones orientadas a generar transformaciones de fondo. Las demandas son explícitas, procede entonces proponer soluciones y acompañarlas vigorosamente para su implementación.
Debe tenerse en cuenta que, abierta o veladamente, se ha sugerido la existencia de intereses abyectos que pretenden aprovecharse del movimiento feminista para fines perversos. Se ha insinuado la infiltración de grupos incógnitos para desvirtuarlo y poner en duda su legitimidad. Ambas cosas pueden suceder, los movimientos sociales, por más transparentes, siempre enfrentarán este tipo de riesgos y otras amenazas abiertas para descalificarlos y descarrilarlos.
Valor, honestidad, unidad, metas claras y, sobre todo, oídos sordos al canto de sirenas, a la tentación política y al interés personal, son factores indispensables para la sanidad y legitimidad de un movimiento que, no sólo ha despertado la simpatía popular, sino que puede ser de trascendental aporte para la reconstrucción del deteriorado tejido social en su más amplia concepción y la recuperación del Estado de derecho.
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Este movimiento ya nadie lo para y el Estado que ha sido omisión, debe dar respuesta a las urgentes peticiones de equidad y justicia del mayor grupo social …las mujetes.Formando ciudadanía