¿Sabes quién eres?

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¿Eres, quien eres, o en quien te convertiste con el paso del tiempo?

La mayoría de las personas hemos dejado de ser quienes éramos para convertirnos en lo que somos.

Cuando somos niños, tenemos el mejor regalo del mundo, un regalo que no cuesta nada y que nos mantiene por siempre felices. Ese regalo es el de la inocencia.

Bendita inocencia que nos protege de todo lo malo que existe, y que nos permite creer que las cosas y los acontecimientos diarios son mágicos y perfectos.

¿Por qué hemos cambiado y abandonado a nuestra mejor versión?

Cuando vamos creciendo y nos convertimos en adolescentes, vemos cómo la realidad nos arrebata esa inocencia y nos obliga a abrir los ojos y aceptar que las cosas son como son y no como quisiéramos que fueran.

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Ilustración: Anna Goodson.

Conforme seguimos avanzando en la vida y empezamos a pensar en formar una familia propia, nos encontramos con la dificultad de conseguir un trabajo que nos permita sobrevivir y al mismo tiempo que no sea tan demandante de nuestro tiempo, para que podamos convivir en casa con nuestros seres más queridos.

Aparecen los hijos –lo más importante del mundo– y con ellos, junto con la alegría y las ganas de vivir y ser felices, también se incrementan los gastos y las preocupaciones, y emergen todo tipo de cuestionamientos:

¿Podré mantener a mi familia?

¿Seré capaz de darles todo lo que se merecen?

¿Tendré suficiente tiempo, energía y amor para darles? (…)

Y esto pensando que tenemos un trabajo, porque si no lo tenemos:

¿Qué haríamos para salir adelante? (…)

Pues haríamos todo lo necesario, y esto implica que no habría límites morales ni legales para lograrlo.

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Ilustración: Emily Wren.

Pasan los años y después de un gran esfuerzo para mantener a la familia unida y a los hijos estudiando y fuera de peligro –claro, en caso de haberlo logrado–, llega el tiempo para que ellos mismos decidan qué hacer de su vida y comiencen a trabajar y a formar su propia familia.

Si tenemos la fortuna suficiente, nuestros hijos nos convierten en abuelos y nos llenamos una vez más de energía, deseos e ilusión de vivir y seguir luchando.

Después, llega el momento en que nuestros nietos forman su propia familia, y para entonces, ya somos gente de edad avanzada y en la parte final de nuestra vida.

Ya no tenemos la misma fuerza, la misma energía, ni somos los mismos soñadores que alguna vez fuimos.

Por nuestra edad, es cada vez más difícil conseguir un trabajo o mantener el que tenemos, y entonces empezamos a depender de nuestros hijos para que ayuden con dinero para poder tener un techo en el cual vivir y alimentarnos.

Esto siempre y cuando sigamos en contacto con ellos, y si lo estamos, dependemos de que estén en una buena posición económica y de que nos quieran o puedan ayudar.

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Ilustración: Wenjia Tang.

Claro que también –si no hemos muerto por algún accidente– existe la posibilidad de que surja alguna enfermedad mortal que termine con nosotros y deje a nuestros hijos y familia en la pobreza económica –al destinar su dinero para pagar clínicas, hospitales, doctores, enfermeras, medicinas, ayuda–, y con una gran tristeza.

Pero la vida sigue para los que se quedan un rato más en ella, mientras se siguen esforzando para intentar ser felices y salir adelante junto con su familia.

Así es que la pregunta del principio, regresa a ser la pregunta del final:

¿Eres, quien eres, o en quien te convertiste con el paso del tiempo?


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Anónimo

La vida es un juego
A veces creemos que sabemos muy bien las reglas y tenemos la ventaja y otras nos toma por sorpresa y nos cambia la reglas

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