Se dice que toda obra tiene algo de autobiográfico. Aún si ciertos hechos no corresponden a su historia personal, el autor los interpreta según experiencias propias, por las que también es capaz de identificar e identificarse con cualquier sentimiento humano. Nada más cierto que en el caso de Barry Jenkins y su cinta, Luz de Luna (Moonlight, 2016). Ganadora, entre muchos otros reconocimientos, del Globo de Oro para Mejor Película Dramática; los Oscars de Mejor Película, Mejor Actor de Reparto y Mejor Guion Adaptado, y el Premio Mejor Actor, en el Festival de Mar del Plata, la película trata sobre la vida y el devenir de un joven negro de un barrio desfavorecido en la ciudad de Miami. Está basada en la pieza de teatro In Moonlight Black Boys Look Blue (A la luz de la luna los jóvenes negros se ven azules), en la que el autor Tarell Alvin McCraney narra el calvario de su infancia y juventud.
Múltiples circunstancias unen las vidas de Jenkins y McCraney: los dos vivieron en Liberty City, el suburbio en el que también se rodó la película y que, igual de pobre y semiderruido a través del tiempo, contribuye a crear en la cinta la sensación de una historia atemporal. Sólo un año de diferencia de edad hizo que el director y el escritor no se conocieran en la escuela, pues frecuentaron las mismas. Hijos ambos de madres drogadictas, los dos fueron acogidos bajo la protección de otra persona que hizo para ellos las veces de madre sustituta. “El texto de Tarell parecía hecho de memorias de mis memorias”, explica Jenkins. Pero, lo más significativo es que, a pesar de las dificultades, los dos se convirtieron en artistas exitosos. Y, casualidad afortunada, se encontraron para lograr una excelente película.
La verdadera intimidad de las relaciones y la de las personas con el lugar donde estas relaciones se desarrollan, parece ser uno de los temas recurrentes en el trabajo de Jenkins. Igualmente lo es su interés por las pequeñas historias personales de gente hasta cierto punto marginada, como él mismo se ha sentido desde siempre en su país. Es el caso de su primer cortometraje My Josephine (2003), en el que un joven árabe-estadounidense nos hace partícipes de sus reflexiones mientras pasa el tiempo junto a una colega en su lugar de trabajo. Se trata de una lavandería (inspirada en una real) que tras los ataques del 11 de septiembre ofrece lavado gratuito de banderas de Estados Unidos. En esa época la gente decía que los árabes eran “los nuevos negros”, así que decidí utilizar mi experiencia de sentirme “el otro” para empatizar con mis personajes, dice el director.
En su adolescencia había decidido dedicarse al futbol para ganarse respeto en un ambiente hostil, y gracias a ese deporte obtuvo una beca universitaria. Así que fue en la Universidad Estatal de Florida donde se topó con un curso de cine. Al principio se sintió acomplejado entre gente que consideró muy talentosa. Pero, para evitar la competencia, buscó fuentes de inspiración en el cine extranjero de autor, lejos de sus compañeros. Escribió un ensayo sobre el hongkonés Wong Kar-wai (director, entre otras, de In the Mood for Love, 2000), por el que ganó un lugar en el simposio estudiantil de Telluride, Colorado en Estados Unidos, un primer triunfo que le abriría las principales puertas en el futuro. Después de la escuela se mudó a Los Ángeles y trabajó en la productora de Oprah Winfrey, un ambiente de gran aprendizaje pero demasiado exigente para él. Fue quizá el trauma de su infancia disfuncional, comenta, lo que lo hizo abandonar el cine para lanzarse en una especie road trip por tren a través de Estados Unidos, para terminar estableciéndose un tiempo en San Francisco.
El rompimiento de una relación amorosa lo hizo volver a su vocación con la cinta Medicina para la Melancolía (2008), una comedia romántica del cine independiente y de bajo presupuesto en la que una pareja aprende a conocerse, paseando por San Francisco a través de conversaciones que van desde la música rock hasta la identidad de la raza negra. Jenkins declara haberse inspirado directamente en Vendredi Soir, de su directora favorita, la francesa Claire Denis. Y los cinéfilos en ese tiempo tomaron nota de un debut muy prometedor, cinta rodada en quince días que apareció de repente con un puñado de nominaciones en los Premios Independent Spirit y desató entre los creadores afroamericanos una pequeña nueva ola de cine elegante.
Otra vez en el camino de su vocación, Jenkins pasó tiempo intentando hacer despegar otros proyectos, entre ellos uno basado en el texto de McCraney. En agosto de 2013 lo encontramos en un auditorio del Festival de Telluride, dirigiendo la presentación de 12 Años Esclavo de Steve Rodney McQueen. Además del director, está en el podio Brad Pitt como uno de los productores de la película. Es después del evento que Jenkins recibe una invitación por parte de la misma productora, y que la posibilidad de Luz de Luna empieza a convertirse en un hecho.
Con aire de seguridad pero sin perder una cierta modestia, Jenkins habla de las influencias más evidentes en su película. Dice que la idea de una estructura en tres partes, infancia, adolescencia y adultez de Chiron, el personaje principal, le vino de Three Times del maestro taiwanés Hou Hsaio-hsien (The Assassin es otra de sus obras más conocidas). Los tres actores que personifican a Chiron son en realidad muy diferentes pero, con muy buen tino, Jenkins requirió que tuvieran la misma mirada. Y es cierto que la mirada es uno de los elementos por los que, como espectadores, no sentimos interpelados por Chiron a lo largo de toda la película. Asimismo, Jenkins reconoce Ratcatcher de Lynne Ramsay (directora también de We Need to Talk about Kevin) como una fuente directa de inspiración. Declara que en el momento de lanzarse en su proyecto pensó, ninguno de estos directores nació con una cucharilla de plata en la boca, así que yo también puedo hacerlo.
En entrevista conjunta Jenkins y McCraney hablan de Moonlight como de “nuestra película”, quizá porque aunque no compartan la misma sexualidad, ambos reconocen en el guion el proceso de crecer como una dolorosa etapa en la que para sobrevivir tuvieron que refugiarse en sí mismos. La historia se ancla en una realidad que es terrible y, al mismo tiempo, tiene el tinte de un sueño. El público se siente en peligro dentro de un barrio donde conviven los más pobres negros, caribeños, sudamericanos, todos intentado pertenecer, y a la vez se encariña con quienes de entre ellos son capaces de sacrificarse para preservar la inocencia de niños que ni siquiera son los propios. En su belleza, la vegetación exuberante expone descaradamente la soledad de las personas, al mismo tiempo que el suburbio resplandece con luz propia a cielo abierto, en el colorido de las casas iluminadas por el sol y, sobre todo, gracias a la presencia del mar que brinda a los habitantes, entre ellos a Chiron, un remanso de paz parecido al paraíso.
Una descripción del sonido en Luz de Luna que me parece muy atinada, dice que la película habla más durante sus silencios. Es gracias al manejo de dichos silencios, en mi opinión al estilo Won kar-wai, que aparece el verdadero rostro de las personas, como los destellos azules a los que alude el título de la pieza teatral de McCraney. Pero si hay expresión en el mutismo es porque esta forma parte de la espléndida banda sonora creada por el compositor Nicholas Britell. Durante la lectura del guion, a Britell le impactó la maestría de Jenkins para expresar con tal hondura la intimidad de los protagonistas. Aún antes de ver el primer montaje sabía lo quería lograr con el “tema de Chiron”, que es el eje central de su banda original: que los acordes de piano dieran la impresión de adentrarse en los sentimientos y emociones del personaje, de la misma manera tranquila, titubeante y respetuosa, diría yo, que Chiron explora en su interior. “La primera palabra que me viene a la mente es poesía”, declara Britell al referirse al trabajo de Jenkins. “La manera de crear la película la ha dotado de belleza, intimidad, ternura, sensibilidad… Todo eso es lo que intenta captar el ‘Tema de Chiron’”, agrega Britell. Y yo pienso que lo logra.
Según cuentan ellos mismos, la participación en Moonlight transformó la visión de quienes trabajaron en la cinta. Por su papel de madre toxicómana, Naomie Harris, por ejemplo, que no fuma ni bebe y nunca ha probado una droga, aprendió a ver más allá de la adicción para reconocer a una persona completa, con deseos y aspiraciones, y que merece compasión. Janelle Monáe se identificó plenamente con su rol de Teresa, la protectora de Chiron, pues tuvo primos dedicados al tráfico de droga: ahora se siente interpelada respecto a la responsabilidad de orientar y proteger a cualquier joven más allá del ámbito de su familia. El propio director, Barry Jenkins, confiesa haber tenido sus reservas en algún momento en cuanto a dirigir una historia en la que el protagonista es gay, hasta que entendió que sería una cobardía no hacerlo y se asumió a sí mismo no como hetero u homosexual sino como el hombre que cuenta la historia.
Creo que a nosotros como público Luz de Luna nos ofrece en lenguaje estético universal, un medio de empatía con cualquier ser humano en su lucha por definirse a sí mismo, más allá de sus preferencias sexuales, su nivel socioeconómico o el color de su piel.
Esta película se encuentra en Netflix.
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Excelente artículo, gracias!
Siempre muy interesantes y atinados sus análisis y comentarios.
Muy bien escrito y interesante, gracias Gabi por tu artículo que me da gana de ver la película.