Entre pantallas desde el Mediterráneo

La hora del té

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En estos tiempos de una “nueva normalidad” que prohíbe los viajes, ensayo maneras de descubrir el mundo y compartir la experiencia con los más jóvenes. A la espera de que la amenaza pase y cualquier aprendizaje posible nos quede en la memoria.


La puerta de la habitación de la tía Margaret era el agujero por donde entrábamos como Alicias en un país poblado de lugares y personajes maravillosos. Nos encantaba acomodarnos en su salita con muebles de ratán blanco, dispuesta frente al ventanal al lado de su cama. Sobre la mesa descansaba un enorme globo terráqueo y la pila de álbumes de pasta decorada que hojeábamos por turnos mientras la tía nos contaba relatos de sus viajes. Lo hacía con tanto detalle y entusiasmo que lo mismo sufríamos en Casablanca mientras el Siroco amenazaba arrancar a un paseante del poste de luz al que se había aferrado, que nos moríamos de ternura a orillas del lago Constanza con los perros vestidos con gabardina a cuadros entrando a restaurantes donde había un perchero para los abrigos de las mascotas. Su pasión era el mundo, solía decir con un dejo de inquietud, sin duda calculando cuántos renglones le faltaban a esa lista suya de lugares que aún no conocía. Lo seguro es que el inventario de los que ya había visitado tampoco era corto.

Aprovechaba cualquier ocasión para salir de la ciudad, ya fuera de “mudanza”, como se refería a las estancias de meses en Europa o el norte de América, que realizaba durante el verano, o a los “traslados” de varias noches en cualquier puente, hasta “excursioncillas” de una jornada en los días feriados. En el caso de las últimas, invitaba a sus alumnos del Instituto de Español para Adultos Extranjeros. Ellos iban encantados, la mayoría porque no tenía mejor plan que extender sus horas de curso con la profesora más ocurrente del plantel. Algún otro, como Charles, porque se había enamorado de ella. La vocación de Margaret por la enseñanza era innegable y frente a un público internacional de escaso vocabulario, pero dispuesto a suplir esa falta con una atención que los hacía olvidarse de pestañear, ella se inspiraba al grado de convertirse en un mago del entretenimiento. Los estatutos de la escuela prohibían la relación entre profesores y alumnos más allá de la cafetería, pero la directora fingía no enterarse de esas salidas, en nombre del gran beneficio que proporcionaban a los estudiantes y encima sin costo extra para la escuela.

mujer viajera
Imagen: Martin Oneill.

Tampoco pidió explicaciones cuando al final del curso escolar su mejor maestra le solicitó permiso para tomarse un año sabático: los rumores sobre su boda con Charles corrían por todo El Instituto. Quizá estaba segura de que, sola o acompañada, Margaret volvería, porque disfrutaba enormemente su trabajo docente, casi tanto como las vacaciones en las que, a la manera de Marco Polo, iba en busca de nuevas aventuras. La tía nos contaba que el periodo que había pasado en la tierra natal de Charles había sido la más hermosa de esas aventuras, pero como la fatalidad y el clima húmedo habían hecho que se velaran los rollos de fotos que hubieran podido testimoniarlo, reproducía para nosotros en vivo el encanto de la hora del té en los salones londinenses. No conocíamos Londres, pero todas las tardes nos hacía sentir en el teatro Her Majesty’s Theatre. En revistas habíamos visto los lugares más elegantes de la capital británica y sabíamos que incluso en el Claridge o el Ritz de Picadilly habrían envidiado la gracia del salón de té de la tía Margaret. Y según nos decía ella, sus sobrinos seríamos los únicos herederos de esa cultura que había adquirido al lado de su difunto marido. Mi Charles, suspiraba, nos faltó tiempo para tener hijos propios.

A las cinco en punto comenzaba el servicio en una tetera Brown Betty, doña Beatriz, como se refería a ella mientras le palmeaba la barriga. Nos explicaba que antes la había dejado calentarse colmada de agua hirviente para volver a llenarla con el fin de preparar la infusión propiamente. Decía que el grosor de su loza vidriada era ideal para mantener la temperatura y que, baja y gordita como era, permitía que en su interior las hojas se bañasen tan a gusto que, en agradecimiento, soltaban sin amargura su mejor aroma. Desde pequeños nos enseñó a disfrutar la bebida sin azúcar; la concesión, si acaso, eran los minutos de baño de las hojas, que fueron aumentado a medida que íbamos creciendo.

Esos brotes venidos de la India y de Sri Lanka tenían que ser recolectados a mano, secados y fermentados con métodos naturales y, en ese sentido, Margaret confiaba en la calidad de los productos que distribuía su enamorado secreto: un abarrotero del centro de la ciudad, quien nunca se atrevió a declararle su amor más que en mensajes anónimos que escondía entre los paquetes de la compra. Una vez recibido en casa, la tía almacenaba su tesoro en latas de estaño de acuerdo a la variedad de té de la que se tratara: cada lata estaba decorada con un elemento distinto de la heráldica del Reino Unido, según la región en la que más se bebía dicha variedad. En el caso de las hojas de Camellia sinensis perfumadas a la bergamota, contaba con el retrato del famoso Conde o Earl Grey. Muy temprano aprendimos a identificar los gustillos pertenecientes a los contenidos de cada lata, lo mismo que por imperfecciones mínimas reconocíamos las diferentes tacitas de su servicio bone chine. Charlotte, Emily, Anne, Jane, Emma, Diana, Leonora… las rebautizaba periódicamente de acuerdo con sus lecturas o con alguna novedad o noticia del momento. En cambio, a la jarrita de leche siempre la llamó, su majestad. Nos enseñó a calentar el contenido y ponerla en el centro de su mesa tilt top estilo Reina Ana, junto con el plato y la pinza de plata para las rodajas de limón. Si queríamos alguno de estos acompañamientos para la infusión, había que servirlos en la taza previamente, de manera que al caer el té los sabores se integraran y, en el caso de la leche, los dos líquidos se mezclaran sin necesidad de revolver. También desde muy jóvenes aprendimos que la cucharita sirve para templar la bebida si está demasiado caliente, haciéndola girar sin derramar ni una gota.

Casi enseguida de haberla llenado, los vapores que emanaban por la boquilla de doña Beatriz encendían la inspiración de Margaret y comenzaban a esparcirse por la sala envolviendo sus narraciones. La primera frase era con frecuencia el pie de foto de alguna que hubiéramos escogido nosotros. Pero aun cuando repitiéramos varias veces una imagen, ella nos contaba la historia de manera distinta. Que si había subido a su albergue en Santorini en un burro que tenía tos de perro, que si los dueños hablaban un poco de español pero no se les entendía porque eran gangosos, que si tenían un gato que bailaba sirtaki… agregaba pormenores que nos mantenían al acecho de cada nueva palabra: las devorábamos todas con el mismo gusto que los scones rellenos de nata que el señor de los abarrotes empezó a llevarle los fines de semana, a lo mejor con la esperanza de que algún día contestara sus notas. Quizá ella habría querido aceptar los avances de aquel pretendiente, o de cualquier otro de los que no le faltaron. Eso, si no hubiera estado embrujada por el recuerdo de Charles.

hora del te
Imagen: PINHAN.

Debíamos haber sido demasiado pequeños cuando él le faltó, porque no guardamos ni un rastro de la tristeza que, según dicen, persiguió entonces a Margaret. Nos contaron que estuvo a punto de dejarse morir en el extranjero. El abuelo tuvo que ir por ella y traerla de vuelta. Fue entonces cuando le acondicionaron un pequeño apartamento en la habitación del fondo, la más grande de la casa. A instancias de la abuela empezaron las reuniones en las que sus amigas y colegas iban a visitarla con el fin de levantarle el ánimo. Poco a poco y en honor de Charles, que siempre terminaba siendo el tema de conversación, las tertulias se convirtieron en ceremoniosas e inglesas tardes de té cada vez más auténticas. Con los años y la presencia de nosotros, sus sobrinos, resultaron más que sus mejores momentos del día: la razón para levantarse cada mañana cuando no estaba de viaje. Por años siguió sirviéndonos los productos que le compraba al mismo tendero, quien tampoco abandonó la costumbre de enviarle mensajes sin firma entre los paquetes. Puede decirse que a su manera ambos se guardaron fidelidad hasta el último respiro. Ella lo mantenía al tanto de las novedades incorporadas en cuestión de tés e infusiones en los salones de moda por toda Inglaterra, y él las buscaba hasta encontrarlas o hacer que se las enviaran desde cualquier parte del mundo, por más remota que esta fuera. Igualmente, creció el surtido de bollos y panecillos en la bandeja de lo dulce de Margaret: mermeladas de ruibarbo, bizcochos de comino, ganaché de chocolate negro… Y al mismo tiempo añadió una fuente de lo salado con sándwiches de gran variedad, sobre todo para los hombres, nos decía en voz baja guiñando un ojo. La estrella era el bien conocido emparedado de mayonesa ligera hecha en casa y rodajas finas de pepino, al que agregaba unas hojas de canónigo.   

Cada mes organizaba tertulias especiales para las que se entretenía discurriendo la combinación perfecta entre asistentes y preparaciones exóticas. Los festines de Margaret se volvieron célebres también entre los vecinos y con sus colegas y estudiantes del Instituto. Al grado que hasta la propia directora se consideraba favorecida cuando recibía la invitación rotulada con la impecable caligrafía de Margaret y el sello del escudo de familia de Charles. De él, ni los otros profesores ni nadie tenía un recuerdo preciso, aunque todos sabían de la importancia de su existencia en la vida de su viuda. Nosotros guardábamos en la imaginación el retrato hablado hecho por ella, un hombre alto y encantador y una mezcla de referencias imprecisas que lo situaban en diferentes lugares en épocas distintas. Pero si nos hubieran preguntado qué había sido del personaje preferido de sus charlas no habríamos sabido qué responder. Tampoco le gustaba enseñarnos fotos suyas pues, según su propia expresión, le parecía que de ninguna manera captaban la magia que se le escapaba por los ojos a pesar de que guardara el gesto impasible de la gente de su pueblo. En cambio, para suplir tal falta de imágenes, con frecuencia recordaba una nueva experiencia que había vivido al lado de su esposo, o frases que él repetía. Era muy común que Margaret encontrara circunstancias ideales en las que dichas frases eran aplicables.

La escena que más nos gustaba había ocurrido durante un fin de semana que pasaron juntos cerca de los lagos de Covadonga. Fue en un mes de abril de noches frescas y sin estrellas. Charles esperó a que cayera la tarde para salir de caminata sin llevar ningún equipo. Para remediar la aprensión de ella, la tomó de la mano y la miró fijamente por largos minutos. Después la soltó y empezó a avanzar, narrándole a cada paso lo que iba apareciendo en su campo de visión. Sígueme, la calmaba, confía en mi voz, intenta percibir lo que te cuentan mis palabras; verás cómo, poco a poco, aprendes a mirar en la oscuridad por ti misma. Si logras inventarte una versión propia de lo desconocido tendrás un panorama mucho más rico y completo que los trozos aislados que capta una lamparilla. Quizá el relato nos gustaba porque de alguna manera describía el sentimiento que nos colmaba escuchándola a ella.

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Imagen: Rosamond.

Hasta su último día, Margaret repasó para nosotros la infinidad de buenos momentos pasados durante sus viajes, con la misma gracia, el mismo gozo que habían animado nuestra infancia y juventud. Había dejado de salir de la ciudad y, sin embargo, su lista de lugares interesantes seguía creciendo con los que descubría a través de emisiones televisivas. En vez de tachar reglones, se dedicó a renovar la documentación sobre los sitios enlistados, tanto los nuevos como los que ya abarcaba el acervo de sus fotografías. En cada sección anexaba notas con referencias históricas, datos curiosos, nuevas construcciones o cambios importantes en la fisionomía de un poblado. Decía que quería dejarnos material que valiera la pena para comentarlo a la hora del té. Sin darse cuenta de que el precioso legado de sus ocurrencias espontáneas lo habíamos disfrutado por entregas desde que teníamos memoria. De esas naderías inventadas, que sin embargo hacían de sus historias un deleite, por fortuna para nosotros nunca perdió la costumbre.

Heredamos además el contenido completo de su habitación. Entre los objetos que guardaba en el armario había una caja llena de documentos que nunca habíamos visto. Nos costó algo de esfuerzo identificarla con el nombre que encontramos tanto en el acta de nacimiento como en la de bautizo: Eulalia Margarita de la Concepción de Jesús. No encontramos ninguna prueba de su matrimonio con Charles… porque no existían. Aunque nunca lo comentamos entre nosotros, tal vez lo sabíamos. Tampoco había fotos de él. Lo único que descubrimos fue una nota en inglés en la que él le pedía a Margaret que regresara a su país y dejara de perseguirlo.

Eulalia Margarita murió una tarde soleada de otoño cuando acomodaba el servicio sobre la mesa. Le faltaba sacar la última taza, pero se recostó pensando en que lo haría antes de que llegáramos, minutos antes de que dieran las cinco. En la visita previa nos había hecho reír imitando al guía chino que en el Nilo se disfrazaba de Laurence de Arabia: no había habido forma de imaginar que sería su último relato. A pesar del tiempo que ha pasado desde entonces, su salón sigue albergando todos los muebles y objetos que ella fue adquiriendo alrededor del mundo a través de los años. Cada adorno sigue ocupando el puesto que ella le dio, cada cacharro cumple el mismo cometido. Es el sitio donde nos reunimos con nuestros hijos, donde unos a otros nos contamos anécdotas y nos recomendamos lugares para visitar, cualquiera que nos parece imprescindible. La lista no para de crecer, la repasamos en torno a la mesa de Margaret disfrutando un buen té.    


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Con la atención centrada en la pandemia y sus consecuencias fatales a nivel social y económico, en la esperada vacuna que finalmente llega en medio de tanta controversia, el mundo entero parecía haberse olvidado de otros problemas.

La migración y, sobre todo, la situación de los refugiados, es uno de esos problemas que en Europa alcanza grandes magnitudes. A finales de 2020 volvió a presentársenos en las pantallas caseras vía Netflix, con His House del joven británico Remi Weekes. La película había sido estrenada en el festival Sundance en enero del mismo año y está basada en el guion del matrimonio formado por Felicity Evans y Toby Venables

En apariencia se trata de una cinta de horror, es decir, casa embrujada, fenómenos sobrenaturales y monstruos que persiguen y torturan a los protagonistas. Y en cuanto a su calidad en ese sentido baste decir que, entre muchas otras, obtuvo nominaciones del Cine Independiente Inglés a Mejor Maquillaje y Mejores Efectos Especiales.

His house, película
Imagen: Vix.com.

Pero lo que, en mi opinión, vale la pena de Su Casa es que utiliza el miedo que causa lo sobrenatural como metáfora de los peores horrores de la vida real y los fantasmas que se instalan para siempre al lado de quien los sobrevive. Un hogar postizo envenenado de racismo desde sus cimientos se alía con los demonios personales de los recién llegados con el fin de destruirlos.

La guerra de la que salieron huyendo los protagonistas podría ser cualquiera (de hecho, en la idea original del guion se trataba de Siria, pero se desplazó hasta la guerrilla y masacres en Sudán con el fin de que Weekes se identificara con la cultura y circunstancias de sus personajes). Es quizá más terrible que la explotación por desprecio que espera a los emigrados en su país de acogida. Eso es lo que les toca decidir a ellos… porque nadie imagina lo que tuvieron que soportar para llegar adonde están.

El juego entre los procesos de lucha interna que los esposos protagonistas sufren a destiempo es un disparador para que el público descubra el secreto que los separa, y al mismo tiempo los une. Una vuelta de tuerca inteligente que cambia de tono todo el relato y le da verdadero sentido: realmente vale la pena ver hasta el final para descubrirlo.


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Gran admirador del cine polaco, en 2011 Martin Scorsese fue encargado de seleccionar las que consideró obras maestras entre cientos de restauraciones digitales de la cinematografía de Polonia. Cintas de Kieslowski, Kawalerowicz, Wojciech, Zanussi, Wajda, entre otros, integraron la lista que en su opinión encarna “la descarada libertad creativa en el cine” de la que hablaba el propio Wajda. Se trata, dijo Scorsese, de películas complejas, de gran fuerza visual y emocional, que se comprometen socialmente al tiempo que presentan de manera humana e íntima la visión personal del director. Por su lado, perteneciente al cine contemporáneo, la obra del joven cineasta del mismo país, Jan Komasa, parece corresponder exactamente, desde mi punto de vista, a las apreciaciones de Scorsese recién citadas. Además de la “actuación sobrenatural, electrizante”, que el mismo director norteamericano adjudica a Zbigniew Cybulski en Cenizas y Diamantes (Wajda, 1958), y que en la obra de Komasa la merecerían, creo, los actores principales de sus largometrajes Suicide Room (2011), Corpus Christi (2019) y The Hater (2020).

Miembro de una familia de artistas, la profesión de Jan debió definirse quizá desde su infancia, cuando su padre participó como actor en La Lista de Schindler (S. Spielberg, 1993) y él conoció al director y presenció gran parte del rodaje. A los 21 años comenzó su carrera con el cortometraje Nice To See You (2003) que fue seleccionado en Cannes, y desde entonces no ha dejado de ir viento en popa.

Jan Komasa
Jan Komasa, director de cine polaco (Imagen: Semanario Voces).

El primer largometraje que escribió y dirigió, Suicide Room (título en España: La habitación del suicidio), obtuvo gran cantidad de reconocimientos y logró difusión tanto en el mercado europeo como en el de Estados Unidos. Se trata de una oscura y poderosa cinta que explora temas como la presión social y escolar en la vida de los jóvenes, el descubrimiento de su sexualidad, la depresión juvenil… En la soledad de su habitación, un adolescente desadaptado y sensible comienza una amistad en línea y descubre un espacio virtual dedicado al suicidio, finalmente un ambiente donde se siente comprendido, un mundo alternativo para personas como él, que no encajan en lo común. La película se puede encontrar en Internet para ver en forma gratuita. En mi opinión, a pesar de la dificultad de la lengua (v.o. polaco, subtítulos en inglés) y de que la narración se hace en gran parte a través de dibujos animados (recurso innovador para una película de su género, y bien logrado), me parece que Suicide Room definitivamente vale la pena.

En 2014 Komasa dirigió el documental El alzamiento de Varsovia, un híbrido documental-narración, realizado a base de filmaciones originales hechas en 1944 por dos jóvenes reporteros de la Oficina de Información y Propaganda del Ejército Polaco. El documental le inspiró la idea para su película Miasto 44 (Ciudad 44) sobre un grupo de jóvenes que se suma al movimiento de resistencia durante la ocupación nazi, confiados en la victoria que, estaban seguros, obtendrían en unos cuantos días. Con un reparto de más de 3000 extras y escenarios logrados a base de 5000 toneladas de escombro, la película se estrenó frente a un público de 12,000 personas en el Estadio Nacional de Varsovia con motivo del 70 aniversario de la Insurrección del 44. En Polonia acumuló larga serie de premios y nominaciones, y en IMDb (Internet Movie Database) tiene una calificación media de 6,7/10.

Corpus Christi (traducción literal del título en polaco, Boze Cialo) es el tercer y un excelente largometraje de Komasa. El guion fue encargado a Mateusz Pacewicz, otro talentoso joven polonés, quien volvería a colaborar con Komasa al año siguiente con el guion de The Hater. La película fue presentada en la Bienal de Venecia donde ganó un premio especial, y fue retenida como una de las cinco nominadas al Oscar para el Premio de Cine Internacional. Además de otras preseas europeas, tanto su dirección como su guion, recibieron el máximo reconocimiento en el Festival de Gdynia, Polonia. Un exdelincuente juvenil que se hace pasar por sacerdote vendrá a revolucionar la visión del culto católico en un pequeño poblado; el guion que a primera vista puede parecer poco original, se convierte, para mi gusto, en una excepcional historia de perdón y redención. Un primer plano del rostro de Bartosz Bielenia, el actor protagonista, es suficiente para intuir la belleza y el valor de la impecable y enérgica secuencia de imágenes que conforman la cinta.

Bartosz Bielenia en Corpus Christi
Bartosz Bielenia en primer plano, fotograma de la película “Corpus Christi”, dirigida por Jan Komasa (2019).

En apariencia diametralmente opuestos, los personajes principales en la obra de Komasa, pienso, guardan similitudes importantes. En The Hater, el joven antihéroe, lo mismo que el Dominik de La habitación del suicidio, es un gran conocedor de mecanismos excluyentes, porque los ha sufrido en carne propia. En su caso, convertido en un maestro de la manipulación, tanto directa como a través de las redes sociales vía Internet, planea su venganza con paciencia y frialdad. No cabe duda que el guion es singular y ambicioso pues descansa en la complejidad de la vida política de un país en el que la sociedad se disgrega en clases: quienes viven en una burbuja de lujo y confían en el modelo europeo, frente a masas de gente perdida y temerosa ante los inmigrantes, la situación económica, y el terror del extremismo; ambiente ideal para conducir la opinión pública en favor del mejor postor. 

Komasa observa la realidad de Polonia que no es muy distinta a la del resto del mundo. Si ya estábamos conscientes de la manipulación mediática que ejerce la política, su Hater nos muestra que, para éste, o cualquier otro propósito, la venta anónima de odio es un negocio muy próspero. Quien domine las herramientas de la virtualidad informática tendrá en sus manos el futuro del planeta. The Hater es una película auténticamente polonesa. Ya que por la pandemia no pudo verse en salas, tenemos acceso a ella a través de Netflix. Se trata del último largometraje de un cineasta al que, en mi opinión, hay que seguir de cerca. Sin duda distintos entre sí, los protagonistas de sus películas parecerían representar la evolución del mismo joven, rebelde, desorientado, perdido en la sociedad desigual, injusta y corrupta de siempre. Quizá se trata de una alerta solicitando la actuación responsable de cada individuo, no sea que, más que nunca dueña de las armas y harta de tanta indiferencia, la juventud empiece a gestar vengadores.


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El regreso

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Agradezco a Mariana, editora de esta publicación, su amabilidad al permitirme publicar en este espacio un pequeño relato que es recuerdo de mis vacaciones familiares y mi infancia con mi papá, nostalgia del Pacífico mexicano y, por supuesto, de mi familia.


Él fue quien nos enseñó a divertirnos saltando olas. A cada uno de sus seis hijos nos meció en las crestas cuando éramos bebés. De su mano daríamos luego los primeros pasos sobre arena mojada, persiguiendo la marea necia que nos hacía perder el equilibrio en su empeño de alcanzar de nuevo la playa. Recuerdo las vacaciones como un paraíso en la costa donde cualquier aventura estaba permitida y nada costaba caro. La incomodidad del viaje en carretera casi se me olvida, camuflada por el recuerdo del sol en la mirada de papá cuando aparecían los primeros cocoteros, por su sonrisa húmeda de sal. En la tarde comprábamos helados y luego íbamos en coche hasta el otro lado de la bahía. Nuestra diversión era verlo perderse en el océano, entre bocazas con labios de espuma, para reaparecer cada vez más entusiasmado en medio de la superficie convertida de pronto en espejo. No le tengan miedo, insistía, sólo hay que dejarse llevar. Su juego continuaba hasta que caía la noche. Entonces nos invitaba a sentarnos en alguna terraza y, sin soltar el cigarro mientras picaba un bocado de pizza, nos iba explicando la forma de las constelaciones que señalaba con el tenedor.

Era un hombre aún joven cuando se fue, una tarde de viento y aguas revueltas. No desmentimos a los del Ministerio Público que nos miraban con lástima mientras escribían “ahogamiento en el mar” en la causa del deceso. No habrían comprendido un dolor tan feliz, la certeza de que papá había vuelto a su casa.


I Know This Much Is True: “la innegable verdad” incomoda como la pornografía

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A los 46 años, Derek Cianfrance no es un cineasta especialmente prolífico. Dedicado a la Publicidad que, como él dice, es la que le “compra” tiempo para lo suyo, tarda años en lograr una película. Será por eso que de cuatro que ha hecho, al menos las tres hoy accesibles son excelentes, en mi opinión. Lo mismo sucede con la última obra que dirigió, la miniserie televisiva estrenada en 2020, I Know This Much Is True cuyo guion adaptó con base en el libro homónimo de Wally Lamb publicado en 1998.  

No debe ser casualidad que el primer largometraje de Cianfrance, Brother Tied, date del mismo año que la novela de Lamb. Tampoco, que su “estilizada propuesta blanco y negro en cámara lenta”, como ha sido descrita, aborde la conflictiva relación entre dos hermanos, tema central de la miniserie. A pesar de varios premios y buena crítica cuando fue presentada en el Festival Sundance, Brother Tied desapareció de la escena a falta de propuestas de distribución. El mismo Cianfrance confiesa que la perspectiva de rescatar del olvido su primer largometraje le entusiasmaría tanto como lo aterraría: “en esa época pensaba que el contenido estaba al servicio de la forma y no al contrario… creo que la película es algo pretenciosa y se centra demasiado en la cinemática de la imagen”. Y admite que el fantasma del fracaso lo persiguió durante años en los que se esforzaba por sacar adelante un nuevo proyecto.  

Cianfrance empezó a escribir Blue Valentine (2010, título en México, Triste San Valentín) poco después del Festival Sundance 1998. Se trata de un complejo retrato de un matrimonio americano contemporáneo, que el autor reescribió más de sesenta veces en doce años, cada vez que recibía un nuevo rechazo al guion. Finalmente, lo que parecía una condena resultó la cinta que integraría la Selección Oficial del Festival de Cannes, y obtendría las nominaciones Oscar y Globo de Oro Mejor Actriz para Michelle Williams y Globo de Oro Mejor Actor para Ryan Gosling. Cuenta el director que, trabajando como documentalista a la espera de su oportunidad, aprendió a escuchar y a atenerse a que las escenas sucedieran una sola vez. Cuando al fin rodara su película, quería hacerlo desde una perspectiva en la que realidad y ficción “coalicionaran, lo mismo que persona y personaje”. Para él, la historia representa la de un dúo-duelo entre hombre y mujer, presente y pasado, odio y amor, adultez y juventud, mutismo y expresión… el devenir del enamoramiento a través del tiempo.

Como no encontraba ningún trabajo cinematográfico que mostrara las relaciones de pareja como él las entendía, creó su propia versión. Hay muchas anécdotas en torno a este largometraje; entre las más interesantes está el hecho de que los actores hubieron de convivir durante un año al interior de la ficción: en la casa de la cinta, a expensas de salarios acordes con las profesiones ficticias y a veces teniendo que fingir armonía ante “su hija” después de un buen pleito… todo con la intención de que al rodar las escenas de su vida de pareja tras supuestos seis años de relación, la experiencia de un pasado común fuera real. Por sí solo, lo anterior justifica al menos el calificativo de honesta que, entre muchos otros positivos, merece Blue Valentine.

En sus propias palabras, la misión de Cianfrance es contar historias de familias, la interacción entre los miembros en el hogar a puerta cerrada. Confiesa que desde niño tomaba fotos de gente discutiendo y que, para él, el amor es tan luminoso como oscuro, pero no es ni blanco ni negro: “vivir en la grisura es la vida real…” Situaciones entre hermanos, y entre marido y mujer son el objeto de sus primeras obras. En su tercer largometraje, El lugar donde todo termina (The Place Beyond the Pines, 2012) aborda la relación entre padres e hijos. A la manera de una tragedia griega, habla del peso de los pecados que se trasmite de generación en generación: un antihéroe-viva-la-vida-sin-ataduras que sin embargo se entrega a la responsabilidad con tal de que su hijo no crezca sin padre como él lo hizo, y el héroe aparente que, para alejarse de la celebridad del suyo, se refugia en la policía y termina corrompido e intoxicado por la culpa.

Al origen del proyecto se encuentra otra vez Ryan Gosling. Derek cuenta que al saber que un sueño del actor era robar un banco en moto y fugarse dentro de un camión, y que uno de sus miedos era la cárcel, supo que debían trabajar de nuevo juntos. Así, crea un juego de persecución de policías tras el ratero. Y, fiel a su búsqueda de autenticidad, hace que Gosling entrene acrobacias en motocicleta para que sea él mismo, y no su doble, en algunas escenas bastante peligrosas. Agentes policiales, jueces retirados, enfermeras… gente ejerciendo su profesión verdadera imprime a la película el ambiente verosímil del drama de las relaciones humanas que cuenta Cianfrance. No sólo el público sino la crítica en general dio muy buena recepción al filme; incluso hubo quien comparó al personaje de Gosling con el de James Dean en Rebelde sin Causa (1955 dirigida por Nicholas Ray) y habló del “gran cine estadounidense del tipo que siempre estamos preocupados de haber perdido”, opinión que encuentro muy acertada en referencia a El lugar donde todo termina.

Ryan Gosling
Ryan Gosling en la película “The Place Beyond the Pines” (2012).

En cuanto al cuarto largometraje de Derek, pienso que es una prueba más de su talento como cineasta. Se trata de La luz entre los océanos, coproducción Estados Unidos, Australia, Inglaterra y Nueva Zelanda (2016, The Light Between Oceans). Narra el drama de un sobreviviente de la Primera Guerra que es contratado como guardián de un faro en las costas de Australia. Traumatizado, busca el aislamiento del puesto como un refugio. Pero la espontaneidad de una chica local le devuelve la esperanza y alegría de estar vivo. El azar presenta a la pareja la feliz opción de la paternidad que, sin embargo, conlleva un grave dilema de conciencia. Cianfrance confiesa que, harto de sus propias ideas, su reto era buscar una historia que abordara las relaciones humanas como las ve él: cada familia es una isla. Así que pasó un año leyendo “cosas que no entendía”, hasta que dio con la novela homónima de M.L. Stedman.

Hay quien dice que tras el machismo presente en El lugar donde todo termina, La luz entre los océanos tiene una visión femenina. Para el director se trata del anhelo del amor por sobrevivir a los hijos. Nominada para el León de Oro en el Festival de Venecia, la crítica acogió la cinta con poco entusiasmo. “Drama que apunta a las fibras del corazón con demasiada frecuencia como para ser efectivo”, según algunos, aunque el consenso general felicitó la actuación de los protagonistas, lo mismo que la belleza cinematográfica y una adaptación inteligente. En mi opinión, la cinta logra el afán que tenía Cianfrance en ese tiempo: rodar de manera poética en un paisaje épico al que se yuxtapone la lucha por la sobrevivencia del amor. En todo caso, pienso, vale la pena verla, y más como parte de la obra de un excelente cineasta.

La más reciente creación de Derek Cianfrance, I Know This Much Is True o, con su título en español, La innegable verdad, consta de seis episodios de aproximadamente una hora cada uno. Aunque no se relaciona con sus trabajos anteriores, por mi parte, encuentro que recoge las mismas inquietudes y conciencia del director en cuanto a los intercambios interpersonales. La historia expone una especie de viacrucis integración-desintegración que viven entre ellos los gemelos Birdsey y que se extiende y carcome también su entorno familiar y social. Uno de ellos sufre esquizofrenia paranoide, situación que determina su vida tanto como la de su hermano. Semejante conflicto, mezcla de rencor, culpabilidad, miedo y desesperación se narra entreverado con el de la misteriosa historia del abuelo materno emigrado de Italia, a quien a lo largo de la serie sospechamos como un ser aberrante. Mark Ruffalo (Los niños están bien /The Kids Are All Right (2010), En primera plana / Spotlight (2015)…)  juega los papeles de los dos gemelos, de manera tan creíblemente humana que el espectador podría jurar que se trata de dos seres diferentes.

Autor de I Know This Much Is True en su forma de novela, Wally Lamb cuenta que la carrera del libro hacia la pantalla empezó desde que la presentadora Oprah Winfrey lo recomendara en su club de lectura. Los estudios de cine 20th Century compraron los derechos y un desfile de directores, guionistas y actores coqueteó con el proyecto durante quince años, hasta que expiró el contrato. Fue entonces cuando el agente de Lamb empezó a considerar la posibilidad de una serie televisa para aquel relato de 900 páginas, y que Lamb propuso a quien le parecería ideal para representar a sus personajes. En entrevista, cita el mensaje donde Ruffalo acepta y habla de la obra: “No puedo expresar cuánto me gusta… es tan conmovedora y personal para mí de muchas maneras… conozco a esta gente, crecí con ellos… quiero hacer esto y lo haré lo mejor posible”.

Ruffalo abogó por el formato miniserie con el que el relato ganaría aire y profundidad. También fue él quien integró a Derek Cianfrance en el proyecto. Lamb reconoce que lo admiraba como director, aunque no sabía que fuese igualmente tan buen escritor. Declara haberle sugerido que se apropiara de la obra e “hiciera lo que tuviera que hacer para adaptarla”, pues piensa que libros y series son medios distintos e independientes. Considera que de varios cambios que hizo Derek respecto a la novela, el más importante es el realismo a la hora de tratar la parte italiana de la historia, cosa que cambia en la novela. Pero agrega que está agradecido con el cineasta por haber dado vida a “personas de verdad que vivían entre dos tapas”.

Centro de consulta y documentación de Lamb y luego del equipo cinematográfico de I Know This Much Is True, la NAMI (Alianza Nacional de la Enfermedad Mental) proporciona el dato estadístico de 1 de cada 5 adultos que en Estados Unidos padece algún trastorno de la mente.  La innegable verdad aborda uno de tales trastornos, y en general las miserias de la vida y relaciones, lo mismo que el compromiso que tenemos unos con otros en la familia. No da respiro; de principio a fin carece de humor y no desciende su nivel dramático. Pero podría decirse que Cianfrance es especialista en el género, narra con rigor, pero a la vez con calma y con empatía que conmueve. Es cierto que dan ganas de voltear a otro lado y negar la existencia de la enfermedad… si no fuera que, diagnosticada o no, de una u otra manera nos toca a todos. “Las historias son máquinas de empatía”, dice la actriz Kathryn Hahn, intérprete de Dessa en la serie, y habla de un ser querido que sufre bipolaridad.

Durante una reunión por video del equipo, organizada precisamente por la NAMI, también Rosie O’Donnell, quien juega el papel de la asistente social Lisa Sheffer, habla de los episodios depresivos de su hija y de los suyos propios, lo mismo que Ruffalo y que Wally Lamb refiere los de su hijo. Philip Ettinger, quien representa a los gemelos durante su juventud, comparte detalles sobre el mal de su hermano, con tanta franqueza que uno le creería a Ruffalo cuando dice que “como sociedad hoy estamos más preparados para lidiar con este material”. Sin embargo, la serie ha sido duramente atacada por algunos y, en mi opinión, no ha tenido el reconocimiento que merece; ni siquiera el Emmy al mejor actor le fue concedido a Ruffalo. Me pregunto si, como dijo un crítico francés sobre Blue Valentine y el público de Estados Unidos, estamos tan acostumbrados a la comedia insulsa que el fiel reflejo de nuestra vida privada nos ofende como la pornografía.


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Hermanos Alenda, cortometrajes de largo alcance

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Los españoles César y José Alenda son hijos de un fallecido productor de la industria cinematográfica, José Esteban Alenda. “Ventajas y desventajas que ello represente, no se formaron en ninguna escuela de cine, pero desde niños vivieron en ese ambiente, devorando películas y revistas especializadas”, según cuenta José. En 2004 fundaron la productora “Solita”, el apodo de juventud de su madre, Soledad. Su principal motivación, dicen ellos, fue la necesidad de contar historias, y la de dar continuidad a la trayectoria de su padre, aun si a él en vida nunca le demostraron mucha vocación.

En colaboración con otras productoras, en 2018 Solita Films llevó a la pantalla grande la película, Sin Fin, opera prima de los hermanos Alenda, quienes la escribieron, dirigieron y montaron. Y en mi opinión es precisamente el montaje, que de un ir y venir en el tiempo crea un buen ritmo y continuidad, uno de los factores que inyecta interés a la narración de esta historia común sobre el deterioro en la relación de una pareja. Lo original de la versión Alenda, creo, es que narra con naturalidad y empatía el primero y el que podría ser el último día juntos de dicha pareja, incitando en la imaginación del espectador o, más bien, apostando a que éste se reconozca en la cinta, el cuestionamiento en torno a un enigma que ha perseguido a muchos: los porqué, cómo y cuándo de tal deterioro.

Baste decir que la cinta ganó tres premios importantes en el Festival de Málaga y estuvo nominada al Goya a Mejor Director Novel, para apoyar la opinión de que, a pesar de que el guion descansa en la fantasía de los viajes en el tiempo, la trama no pierde interés en ningún momento y las excelentes interpretaciones de María León y Javier Rey logran adentrarnos en un drama que se siente real. Con un final tan breve y redondo como inteligente, la película propone un rescate del amor, pero, sobre todo, una reivindicación de la individualidad de cara a la pareja: una propuesta que, pienso, a todos nos vale la pena ver.¨

Como ellos mismos lo dicen, su escuela han sido los cortometrajes. Así aprendieron a dirigir, escribir, producir, montar, distribuir, diseñar carteles, producir dvds, crear efectos digitales, notas de prensa… aun a rellenar formularios para financiamentos o concursos, que es parte de la formación necesaria para los creadores de la industria. En 2014, Solita Films había coproducido un antecedente de Sin Fin, el corto Not the End, que en vez del padre parece hijo inexperto de la cinta. Como lo explica María León, los actores no habían desarrollado la química que existiría entre ellos, apenas tuvieron tiempo “de oler” a sus personajes, tanto como los directores pudieron poner a prueba las locaciones y cada elemento del guion del largo que ya habían escrito. Sobre todo, lograron la aceptación suficiente como para financiar más tarde la película. A este respecto quizá sea pertinente recordar que un cortometraje es toda aquella producción audiovisual de duración inferior a 30 minutos (de 30 a 60 minutos se considera mediometraje, y película a partir de 61) y que, por lo tanto, su costo de producción respecto al largometraje se reduce tanto como las facilidades para realizarlo aumentan. Quizá las anteriores sean efectivamente las causas de la existencia de Not the End, aunque evidentemente no es el caso de otros excelentes cortometrajes con la firma Alenda.

María León y Javier Rey
María León y Javier Rey (fotograma: Sin Fin).

El primero de ellos fue Manolo Global. Según César, el entusiasmo por contar la historia de este técnico reparador que se pierde dentro de una inmensa red de tuberías para aire acondicionado fue el motor que los llevó a fundar su productora. Por supuesto la carrera de arquitecto que cursó César influyó en el interés de los hermanos por el tema, lo mismo que determina la manera en que a la fecha enfrentan cualquier rodaje: a detalle y con una previa planificación exhaustiva. Como en toda narración breve bien lograda, tanto en Manolo Global como en la versión animada del mismo, Manolo ®,la capacidad de síntesis y dominio de la estructura dramática de los hermanos salta a la vista. Aun sin experiencia en la animación, ellos lanzaron el proyecto a una convocatoria de la Comunidad de Madrid, aprovechando el material ya reunido para Manolo Global, “ante la desesperación durante el periodo de postproducción” del mismo. Pues no sólo ganaron la ayuda de dicha convocatoria, sino que desarrollaron a tal grado la técnica de animar dibujos que un par de años más tarde estarían ganando el premio más importante de su carrera.

Relato de época a base de dibujos en tinta coloreados al pastel, La Increíble Historia del Hombre sin Sombra (2008) ganó el premio Goya al mejor cortometraje de animación. “Había que crear la atmosfera adecuada”, explica José, “para ello recurrimos al expresionismo de principios de siglo y a una narración con planos breves de animación limitada”. La historia trata de un joven sin fortuna que para ganarse el amor de una mujer vende su sombra a un misterioso personaje a cambio de una bolsa interminable de monedas de oro. “Procuramos que todos nuestros proyectos tengan un carácter atemporal y la imagen o técnica que la historia pide, en este caso un cuento animado era la única manera tanto a nivel creativo como en términos de producción”, aclara. Los objetivos fueron los suyos de siempre, entretener tanto como provocar emociones y reflexión, logrados gracias al sello original de la visión única que imprimen en todas sus creaciones.

También merecedor de un comentario, el corto-Alenda Inertial Love (2012) retoma su antiguo proyecto Homo Asfalto, en el que los hermanos quisieron experimentar con personas la técnica del stop-motion.¨¨Años más tarde retomaron el experimento, cuando el fabricante de la cámara Lomokino buscaba promocionarla. En esta historieta, la autopista es metáfora de las relaciones amorosas y el proceso cíclico por el que el enamoramiento llega y se va. Una inercia que impulsa a seguir adelante se materializa a través del protagonista que es proyectado por el parabrisas y se desplaza a toda velocidad por el acotamiento de la carretera, en contraste con el movimiento pausado del resto de la gente: increíble que en poco menos de siete minutos los directores logren captar con humor la esencia de dicho ciclo y los accidentes de su devenir. Más increíble, su maestría para darnos la impresión de que partieron del guion para eligir una cámara que se le adaptara y no viceversa…

Nominado al Goya 2012 de Mejor Cortometraje de Ficción, Matar a un Niño es otro de los grandes recomendados de entre los cuentos que nos narran los Alenda. En éste, lo hacen a través del nítido blanco y negro de una secuencia de fotos y la voz en off de un narrador, de forma tan estética como terrible es el fondo de aquello que relatan. Un niño va a morir a una hora determinada; antes de ese momento el niño es feliz, porque sus deseos se centran en pasar tiempo con su padre, porque aún tiene la inocencia para imaginar que navega, para soñar… Con algunas referencias al cuento del mismo título del sueco Stig Dagerman, pero desde la originalidad que caracteriza su punto de vista, los Alenda hacen una excepcional crónica anunciando la pérdida de la inocencia.

La que es, en mi opinión, no sólo la mejor obra de estos hermanos sino de las existentes en contra de la violencia de género, es el cortometraje El Orden de las Cosas (entre otros reconocimientos, nominado en 2011 al premio Goya Mejor Cortometraje de Ficción). Un cinturón masculino que simboliza el régimen de tiranía que además es hereditario, una gota que cae solitaria pero constante al interior de una tina, ésta a su vez símbolo de una posible microintimidad que encima se le niega a la mujer, el juguete infantil roto que nunca nadie reparará, el anillo como recordatorio de una relación que durará “para siempre”. Y luego el mismo cinturón que aparece encadenado a la tina, el agua que desborda e inunda el cuarto de baño y el departamento… la vista del mar y el cielo abierto, alguien que va dejando huellas en la arena…  En El Orden de las Cosas el equipo Alenda hace gala de su genio probado para crear las metáforas que maneja a un ritmo perfecto. La situación que se nos presenta es atroz, y sin embargo la muestran en bellísima secuencia de imágenes, cada una bien cuidada. 

Hoy gracias a la dismunución de costos que implica la irrupción del cine digital, y la existencia de plataformas de distribución y exhbición, el público tiene acceso, incluso gratuito, a gran cantidad de material audiovisual, pero especialmente los de corta duración. Mi recomendación es que lo aprovechemos sin prejucios: hablar en corto no implica que se diga poco y mucho menos de poca importancia. En mi opinión, en el caso de los Alenda sucede justamente lo contrario.


¨ Gesto solidario por el confinamiento, al menos hasta hace unos días me fue posible obtener de los hermanos Alenda –a quienes no conozco– un enlace de acceso directo a la película, tras habérselo solicitado vía email a: solitafilms@solitafilms.com

¨¨ Se trata de aparentar el movimiento de objetos estáticos por medio de una sucesión de imágenes fotografiadas.


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Florian Henckel von Donnersmarck y la belleza de la verdad

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En 2007 se estrenó en México La Vida de los Otros (Das Leben den Anderen, 2006), una excelente película alemana que, entre otros premios, había ganado los de Mejor Guión y Mejor Película del Cine Europeo. Basada en una ficción de espionaje muy bien elaborada, la obra es tan disfrutable por su valor puramente cinematográfico como por el interés que despierta el guion sólido, escrito por el propio director de la cinta. Florian Henckel von Donnersmarck pasó cuatro años consultando archivos e investigando con expertos el tema de los fines y los métodos utilizados por la Stasi, el órgano de inteligencia de la antigua República Democrática Alemana.

Uno de tales métodos es el que describe su personaje, Gerd Wiesler (interpretado por Ulrich Mühe), un convencido del régimen, y que consiste en mantener despiertos a los detenidos: “la falta prolongada de sueño hará que con el pasar de las horas los inocentes se pongan coléricos ante la injusticia, mientras los arrogantes traidores se mantendrán tranquilos”, afirma ante los jóvenes a quienes está entrenando en el “arte de torturar a los opositores”. Como la suposición anterior, otras pretendidas “teorías con base científica” sobre el comportamiento humano soportaron un estado sin derechos en el que la persecución y el encarcelamiento podían ser tan arbitrarios como los móviles personales de los altos mandos.

El mismo Wiesler comenzará su misión sin conocer la verdadera causa por la que le exigen encuentre elementos para destruir la vida del poeta dramaturgo Georg Dreyman (interpretado por Sebastian Koch). Sabe que debe reportar cómo pasa Dreyman el tiempo, qué lee, quién lo visita, de qué habla con sus amigos, con su novia… tiene que escuchar detrás de cada muro, sobre todo el de la intimidad. Pero lo que a Wiesler se le revela mientras espía a esa pareja transforma poco a poco su visión del mundo, una realidad que antes desconocía, en la que existen la poesía, el talento artístico, la fidelidad, el amor. Con la misma cadencia perfecta, el público descubre que la mirada del delator es la de un ser humano: no puede sino nublarse cuando mira de verdad y comprende el sufrimiento del otro.

Nacido en una familia católica de la aristocracia de Colonia, Alemania Occidental, en 1973, el joven cineasta Florian creció entre Nueva York, Bruselas, Fráncfort y Berlín del oeste; cursó estudios superiores en San Petersburgo, Oxford y Múnich… es decir, no vivió en carne propia el régimen de la RDA. Es por eso, creo, que lo más sorprendente en La vida de los Otros es esa combinación de franqueza y empatía con la que logra exponer una situación de la que en 2006 aún no se hablaba abiertamente. Uno diría que su película es una revisión sin tabús de la historia del país y representa un testimonio de que esa sociedad ha alcanzado su madurez.

Cinta de gran poder expresivo, pensamos que Das Leben des Anderen sería el único homenaje que un director hasta entonces desconocido dedicaría a la generación que vivió en la Alemania de la RDA. Además, porque Florian Henckel von Donnersmarck siempre se había considerado “ciudadano del mundo”. Pero, como él mismo lo confiesa, “desde la distancia, el país de origen te sigue moldeando de muchas formas y ocupando gran parte de tu pensamiento; no puedes extraerte a su Historia y tampoco de la política”.

En 2010 se estrenó The Tourist, una nueva versión de la película francesa El Secreto de Anthony Zimmer (2005) que había ganado, entre otros premios, un César, y cuyos derechos fueron vendidos a Hollywood. El elegido para dirigirla fue Donnersmarck, descubierto por esa industria gracias al Oscar a la Mejor Película Extranjera otorgado precisamente a La Vida de los Otros. En la versión hollywoodense, se trata de una combinación de thriller y comedia romántica, protagonizada por Johny Depp y Angelina Jolie, quienes se detestaron durante el rodaje. Y quizá ese hecho haya influido en el resultado cinematográfico que, para muchos críticos, es pobre. Para el director representó una pausa-distanciamiento de temas graves, aunque en su cabeza había empezado a gestarse un nuevo trabajo incluso más ambicioso que La Vida de los Otros.

gala el turista
El actor Johnny Depp, el director Florian Henckel von Donnersmarck y la actriz Angelina Jolie asisten a la sesión de fotos de “El Turista” en el Hotel Villamagna (Fotografía: Zimbio).

Werk Ohne Autor (2018) es, en palabras de su director, el resultado de muchos años de trabajo muy duro; un intento por expresar todo lo que él piensa respecto al arte y también sobre Alemania. De tema tan ambicioso, parece normal que “Obra sin autor” en su traducción literal, La Sombra del Pasado, según se estrenó en España o Never Look Away, como se le conoce internacionalmente, dure 188 minutos pero, en todo caso, cada uno de esos minutos es un placer. El guion, escrito por el mismo Donnersmarck, está basado en diferentes hechos de la vida y obra de varios artistas, en particular, del pintor alemán más cotizado del mundo, Gerhard Richter. Pero la interpretación de esos hechos es muy libre: por una parte, el director cree fielmente en la ficción y, por la otra, si el pintor alérgico a los reflectores aceptó entrevistarse con Donnersmarck fue justamente porque no se trataba de una biografía. Incomprendida por algunos, la elección de Tom Schilling en el papel protagonista es, en mi opinión, otra prueba de que el personaje de Kurt, joven pintor criado en la Alemania Nazi y en la postguerra de Berlín oriental, no pretende representar a Richter. Si sus circunstancias de vida se parecen, simplemente la constitución física de Schilling no tiene nada que ver con el aplomo de la otra personalidad un tanto imponente. En cambio, sólo con la mirada Schilling logra comunicarnos la magia del momento en el que el artista es arrastrado por su intuición.

En cuanto a la obra en la que se inspiró de entrada, el cineasta habla de un cuadro de Richter, Mujer con Niño, sobre el que el propio pintor había contado que se trataba de él mismo sentado en el regazo de su tía materna. Al poco tiempo de tomada la foto en la que él se basó, la joven mujer esquizofrénica fue asesinada por el régimen nazista como parte del programa de salud que buscaba asegurar la supremacía de la raza aria. Años más tarde, el destino quiso que el suegro de Richter resultara quien fuera director de la clínica en la que habían esterilizado a su tía. Semejante “historia humana”, como la llama von Donnersmarck, constituía para él un convincente punto de partida para lanzarse a un cuestionamiento sobre la batalla entre arte e ideología, intuición y ciencia, así como sobre la frontera entre la creación y la locura. Además, cuenta, siempre le había intrigado el hecho, tan generalizado en Alemania después de 1945, de que la víctima y el victimario vivieran bajo el mismo techo y encima tuvieran que ponerse de acuerdo para reconstruir el país.

Hombre extremadamente culto, Florian von Donnersmarck menciona un argumento del cineasta Elia Kazan como otra de las ideas que quiso explorar al escribir Never Look Away: “el talento artístico de los genios es la costra en la herida que la vida les infligió”. Es una metáfora que funciona, considera, pues mientras más grande la herida más lo es también el talento que la regenera. Dice encontrar “fascinante” la idea de que el ser humano tenga la opción de crear algo grandioso a partir de un trauma. Y precisamente fascinante es la fuerza inherente con la que desarrolla el relato, en particular, pienso, hacia dos vertientes principales: por un lado, el papel del arte a través del tiempo y según distintas ideologías y, por otro, desde la gestación del artista a nivel individual hasta que el poder de su propia obra devela el misterio de un drama familiar que es a la vez el de la Historia de Alemania.

En cuanto a la fotografía, aunque von Donnersmarck aún no sospechara que su película sería nominada a un Oscar, ya había decidido presentarla a través de imágenes extraordinarias. Por eso hizo prometer a Caleb Deschanel, a quien considera una súper inteligencia, que rodaría el guion que entonces todavía no comenzaba a escribir. En sus palabras, Werk ohne Autor necesitaba grandes imágenes cuya fuerza evocadora fuera innegable pero que a la vez permanecieran en el ámbito de la intimidad, como las que había creado Caleb para El Corcel Negro o La Pasión de Cristo. Y en efecto, en la mirada de la cámara de Deschanel incluso las imágenes de los horrores de la guerra en Never Look Away resultan perturbadoramente bellas; especialmente en combinación con la banda sonora.

Cuestionado en entrevista sobre algún consejo que daría a los jóvenes cineastas, Florian responde: en un principio, la diferencia entre llevar a cabo una idea tal cual uno la imagina, o sólo casi igual, resulta muy pequeña, pero aun así no debe aceptarse pues a medida que el proyecto avanza esta diferencia se vuelve masiva. Quizá fue por ello su empeño en que se cumpliera otro de sus sueños para la película: la participación del compositor inglés Max Richter, casualmente de mismo apellido que el pintor. El músico vive a dos horas y media de Londres y nunca se desplaza de su casa ni un ápice por motivos de trabajo. “Si alguien no quiere llegar hasta mí es porque no me necesita realmente”, opina. Pero Donnersmarck tenía claro que lo necesitaba, así que aceptó las exigencias.

Así fue como Max Richter, emigrado de Alemania cuando era niño, prometió crear para él la música más alemana que nunca hubiera compuesto. Según cuenta el cineasta, las dos semanas que pasaron juntos fue una magnífica experiencia en la que él redescubrió la música de su país junto con una dimensión más profunda del contexto de sus propios personajes. Descrito en sus propias palabras, Richter es un filósofo de la música y su banda sonora alcanza al espectador incluso físicamente, hace que sus órganos vibren.

Una de varias propuestas que existen para responder cuál es el tema principal de “Obra sin autor” es que desarrolla la premisa “lo que es auténtico es hermoso”. Es la tía quien se lo dice al niño, futuro artista durante un episodio de dilución esquizofrénica. Al respecto, el director contesta que la frase aparece en un poema de John Keats, uno de los principales poetas británicos del Romanticismo. No es un postulado que él crea a toda costa; sin embargo, ya que según sus investigaciones la respuesta de muchos artistas a la pregunta sobre qué buscan es, la verdad, mientras otros, quizá lo más honestos, dicen que es la belleza, le pareció que valía la pena explorar la conexión que hay entre las dos categorías. En mi opinión de espectadora de su cine no puedo sino agradecer la plena manifestación de ambas.


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Cine de Georgia, pequeñas grandes historias de mujeres

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Situado en el límite entre Europa Oriental y Asia Occidental, Georgia es un país de contrastes. Es la tierra natal de Stalin y, sin embargo, siempre se ha relacionado menos con él que con el vino, el canto y la Historia Antigua. La sociedad en general se rige aún a la fecha por un estricto régimen patriarcal y considera al feminismo como algo que va en contra de sus costumbres. Sin embargo, al mismo tiempo la presencia femenina tiene cabida, no sólo en el ámbito de la creación artística sino incluso en política. Como muestra baste decir que desde el 2018 la presidenta de la República es la franco-georgiana Salomé Zourabichvili.

Por otro lado, nacido en época soviética y por lo tanto ligado a ella, el cine de Georgia creció con la mirada dirigida hacia el Occidente. Más que eso, desde entonces supo trascender los límites de la cortina de hierro; tanto, que en festivales europeos las cintas aparecían en una lista aparte. Nada menos, Federico Fellini opinó que “la película georgiana es un fenómeno extraño– especial, filosóficamente ligero, sofisticado y, al mismo tiempo, infantilmente puro e inocente. Tiene todo para hacerme llorar, cosa que no es fácil”.*

Los cineastas georgianos de hoy pueden o no seguir la tradición soviética de revisar fenómenos políticos e históricos, pero la característica que los distingue y une a todos, sean hombres o mujeres, es que hacen pensar al espectador. En cuanto a las mujeres, la participación viene también del origen: data de 1920, cuando Nutsa Gogoberidze se convirtió en directora a los 25 años de edad. Artistas ambos de tiempos de la Unión Soviética, Nutsa fue cercana a figuras de la talla de Sergei Eisenstein (El acorazado Potemkin, 1925). Pero su contribución más significativa al mundo del cine fue la influencia que su ejemplo ejerció tanto en su hija Lana como en su nieta Salomé, las dos directoras con reconocimiento en Europa. Y es que especialmente en las últimas décadas una nueva generación femenina de georgianas está brillando en la escena internacional, con películas que sin duda corresponden a la descripción de Fellini. En muchos casos, los temas giran en torno a la evolución del rol de la mujer en la sociedad.

cine de georgia
Nutsa Gogoberidze, directora pionera del cine georgiano (Fotografía: Pinterest).

 Un bello ejemplo de lo anterior es My happy family (título original: Chemi bednieri ojakhi, 2017), escrita por Nana Ekvtimishvili y dirigida por ella misma en colaboración con su esposo Simon Gross. La película se presentó en los festivales Sundance y Berlín; en Sofía, Bulgaria, ganó el Premio a la Mejor Dirección. Y por primera vez para una cinta de ese país, fue comprada por Netflix.

Ekvtimishvili escribió la historia para la apertura del Festival de Cine Georgiano en Londres, inspirada en las vidas de su hermana y su madre. Su heroína es Manana, una profesora de 52 años (la Shugliashvili) que vive con sus padres, esposo, hijos adultos y yerno en un apartamento en Tbilisi, algo normal en el país, cuenta en entrevista la directora. El hijo de la protagonista parece auténticamente sorprendido cuando le pregunta por qué desea irse del hogar familiar, mientras a manera de fondo sonoro se escucha el discurso de un sacerdote ortodoxo: “Feliz es la familia que tiene una madre pacífica que se sacrifica y cría a sus hijos”.

Ya en 2013 el dúo Ekvtimishvili-Gros había hecho un brillante debut internacional con In Bloom, que en el festival de Berlín ganó el premio de la Confederación del Cine de Arte, además de haber sido seleccionada para competir por Mejor Película en Lengua Extranjera en los premios Oscar. Ekvtimishvili se basó en sus propias memorias para retratar una sociedad machista y violenta en la que no era raro que los jóvenes llevaran pistola. Centrada en la amistad entre dos chicas adolescentes, respondió probablemente a una necesidad de contar su historia en un intento por digerir la dolorosa experiencia de los años 90 tras la independencia de la Unión Soviética.

My happy family podría, en cambio, describirse muy simplemente como un drama doméstico. Casi géneros en sí mismos, la familia y/o la mujer incomprendida siguen en general el mismo código narrativo, pero en el caso de Ekvtimishvili dicha narración avanza con rara sutileza en torno al misterio de los porqués de Manana: guiado con gran sensibilidad, el espectador descubre poco a poco que, en apariencia infundado, el malestar de la protagonista es algo que lo sobrepasa. Por otra parte, las adversidades que enfrenta Manana dejan al descubierto la problemática de sus victimarios, los diferentes miembros de una sociedad de la que a su vez son víctimas y cuyo funcionamiento aprendemos a través de sus reacciones. Pero existe por suerte la promesa de la nueva generación, en este caso, una joven alumna de Manana que, sin saberlo, con sólo abrir la ventana de su mirada fresca, impulsa a la maestra madura a asumirse por primera vez como un adulto independiente. 

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Fotograma de la película “My Happy Family”, dirigida por Nana Ekvtimishvili y Simon Gross (2017).

En My happy family la cámara del rumano Vladimir Panduru (Baccalauréat de Cristian Mungiu, Premio Dirección Cinematográfica, Cannes 2016) fabrica los mejores planos imaginables de una convivencia en familia abrumadora. Encuadres cerrados persiguen todo detalle expresivo en el rostro de la protagonista, a la vez que captan como de reojo en segundos planos un caos de conversaciones y movimiento dentro del área sobrepoblada. El contraste con la paz y el silencio de las escenas que se desarrollan en un espacio alternativo hace que, junto con la protagonista, el espectador viva la soledad como una experiencia poética.

Más común que trágico, el guion de la película presenta una vuelta de tuerca que si, para algunos, puede no resultar sorpresiva sin duda es sobrecogedora, en particular debido al ritmo pausado con el que la protagonista asimila la noticia. De hecho, la primera consecuencia del shock que sufre es la manera tan sentida con la que canta en cierto momento. Pero en cuestión musical la joya de la película son los cantos polifónicos que interpreta un grupo de hombres acompañado del instrumento de cuerdas típico; no está por demás decir que los cantos georgianos como los de la película han sido declarados por la UNESCO obras maestras del Patrimonio Cultural Inmaterial de la Humanidad.

Por desgracia los nombres georgianos son difíciles de retener, pero sin duda el esfuerzo vale la pena en el caso de Nana Ekvtimishvili, que de cualquier forma seguiremos escuchando seguramente en la escena del cine internacional.  


Notas:
* “Georgian film is a strange phenomenon–special, philosophically light, sophisticated and, at the same time, childishly pure and innocent. There is everything that can make me cry and I ought to say that it (my crying) is not an easy thing” (citado en Poetry in Motion Picture, by Georgia, Santosh Mehta, 2001).


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