Florian Henckel von Donnersmarck

Florian Henckel von Donnersmarck y la belleza de la verdad

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En 2007 se estrenó en México La Vida de los Otros (Das Leben den Anderen, 2006), una excelente película alemana que, entre otros premios, había ganado los de Mejor Guión y Mejor Película del Cine Europeo. Basada en una ficción de espionaje muy bien elaborada, la obra es tan disfrutable por su valor puramente cinematográfico como por el interés que despierta el guion sólido, escrito por el propio director de la cinta. Florian Henckel von Donnersmarck pasó cuatro años consultando archivos e investigando con expertos el tema de los fines y los métodos utilizados por la Stasi, el órgano de inteligencia de la antigua República Democrática Alemana.

Uno de tales métodos es el que describe su personaje, Gerd Wiesler (interpretado por Ulrich Mühe), un convencido del régimen, y que consiste en mantener despiertos a los detenidos: “la falta prolongada de sueño hará que con el pasar de las horas los inocentes se pongan coléricos ante la injusticia, mientras los arrogantes traidores se mantendrán tranquilos”, afirma ante los jóvenes a quienes está entrenando en el “arte de torturar a los opositores”. Como la suposición anterior, otras pretendidas “teorías con base científica” sobre el comportamiento humano soportaron un estado sin derechos en el que la persecución y el encarcelamiento podían ser tan arbitrarios como los móviles personales de los altos mandos.

El mismo Wiesler comenzará su misión sin conocer la verdadera causa por la que le exigen encuentre elementos para destruir la vida del poeta dramaturgo Georg Dreyman (interpretado por Sebastian Koch). Sabe que debe reportar cómo pasa Dreyman el tiempo, qué lee, quién lo visita, de qué habla con sus amigos, con su novia… tiene que escuchar detrás de cada muro, sobre todo el de la intimidad. Pero lo que a Wiesler se le revela mientras espía a esa pareja transforma poco a poco su visión del mundo, una realidad que antes desconocía, en la que existen la poesía, el talento artístico, la fidelidad, el amor. Con la misma cadencia perfecta, el público descubre que la mirada del delator es la de un ser humano: no puede sino nublarse cuando mira de verdad y comprende el sufrimiento del otro.

Nacido en una familia católica de la aristocracia de Colonia, Alemania Occidental, en 1973, el joven cineasta Florian creció entre Nueva York, Bruselas, Fráncfort y Berlín del oeste; cursó estudios superiores en San Petersburgo, Oxford y Múnich… es decir, no vivió en carne propia el régimen de la RDA. Es por eso, creo, que lo más sorprendente en La vida de los Otros es esa combinación de franqueza y empatía con la que logra exponer una situación de la que en 2006 aún no se hablaba abiertamente. Uno diría que su película es una revisión sin tabús de la historia del país y representa un testimonio de que esa sociedad ha alcanzado su madurez.

Cinta de gran poder expresivo, pensamos que Das Leben des Anderen sería el único homenaje que un director hasta entonces desconocido dedicaría a la generación que vivió en la Alemania de la RDA. Además, porque Florian Henckel von Donnersmarck siempre se había considerado “ciudadano del mundo”. Pero, como él mismo lo confiesa, “desde la distancia, el país de origen te sigue moldeando de muchas formas y ocupando gran parte de tu pensamiento; no puedes extraerte a su Historia y tampoco de la política”.

En 2010 se estrenó The Tourist, una nueva versión de la película francesa El Secreto de Anthony Zimmer (2005) que había ganado, entre otros premios, un César, y cuyos derechos fueron vendidos a Hollywood. El elegido para dirigirla fue Donnersmarck, descubierto por esa industria gracias al Oscar a la Mejor Película Extranjera otorgado precisamente a La Vida de los Otros. En la versión hollywoodense, se trata de una combinación de thriller y comedia romántica, protagonizada por Johny Depp y Angelina Jolie, quienes se detestaron durante el rodaje. Y quizá ese hecho haya influido en el resultado cinematográfico que, para muchos críticos, es pobre. Para el director representó una pausa-distanciamiento de temas graves, aunque en su cabeza había empezado a gestarse un nuevo trabajo incluso más ambicioso que La Vida de los Otros.

gala el turista
El actor Johnny Depp, el director Florian Henckel von Donnersmarck y la actriz Angelina Jolie asisten a la sesión de fotos de “El Turista” en el Hotel Villamagna (Fotografía: Zimbio).

Werk Ohne Autor (2018) es, en palabras de su director, el resultado de muchos años de trabajo muy duro; un intento por expresar todo lo que él piensa respecto al arte y también sobre Alemania. De tema tan ambicioso, parece normal que “Obra sin autor” en su traducción literal, La Sombra del Pasado, según se estrenó en España o Never Look Away, como se le conoce internacionalmente, dure 188 minutos pero, en todo caso, cada uno de esos minutos es un placer. El guion, escrito por el mismo Donnersmarck, está basado en diferentes hechos de la vida y obra de varios artistas, en particular, del pintor alemán más cotizado del mundo, Gerhard Richter. Pero la interpretación de esos hechos es muy libre: por una parte, el director cree fielmente en la ficción y, por la otra, si el pintor alérgico a los reflectores aceptó entrevistarse con Donnersmarck fue justamente porque no se trataba de una biografía. Incomprendida por algunos, la elección de Tom Schilling en el papel protagonista es, en mi opinión, otra prueba de que el personaje de Kurt, joven pintor criado en la Alemania Nazi y en la postguerra de Berlín oriental, no pretende representar a Richter. Si sus circunstancias de vida se parecen, simplemente la constitución física de Schilling no tiene nada que ver con el aplomo de la otra personalidad un tanto imponente. En cambio, sólo con la mirada Schilling logra comunicarnos la magia del momento en el que el artista es arrastrado por su intuición.

En cuanto a la obra en la que se inspiró de entrada, el cineasta habla de un cuadro de Richter, Mujer con Niño, sobre el que el propio pintor había contado que se trataba de él mismo sentado en el regazo de su tía materna. Al poco tiempo de tomada la foto en la que él se basó, la joven mujer esquizofrénica fue asesinada por el régimen nazista como parte del programa de salud que buscaba asegurar la supremacía de la raza aria. Años más tarde, el destino quiso que el suegro de Richter resultara quien fuera director de la clínica en la que habían esterilizado a su tía. Semejante “historia humana”, como la llama von Donnersmarck, constituía para él un convincente punto de partida para lanzarse a un cuestionamiento sobre la batalla entre arte e ideología, intuición y ciencia, así como sobre la frontera entre la creación y la locura. Además, cuenta, siempre le había intrigado el hecho, tan generalizado en Alemania después de 1945, de que la víctima y el victimario vivieran bajo el mismo techo y encima tuvieran que ponerse de acuerdo para reconstruir el país.

Hombre extremadamente culto, Florian von Donnersmarck menciona un argumento del cineasta Elia Kazan como otra de las ideas que quiso explorar al escribir Never Look Away: “el talento artístico de los genios es la costra en la herida que la vida les infligió”. Es una metáfora que funciona, considera, pues mientras más grande la herida más lo es también el talento que la regenera. Dice encontrar “fascinante” la idea de que el ser humano tenga la opción de crear algo grandioso a partir de un trauma. Y precisamente fascinante es la fuerza inherente con la que desarrolla el relato, en particular, pienso, hacia dos vertientes principales: por un lado, el papel del arte a través del tiempo y según distintas ideologías y, por otro, desde la gestación del artista a nivel individual hasta que el poder de su propia obra devela el misterio de un drama familiar que es a la vez el de la Historia de Alemania.

En cuanto a la fotografía, aunque von Donnersmarck aún no sospechara que su película sería nominada a un Oscar, ya había decidido presentarla a través de imágenes extraordinarias. Por eso hizo prometer a Caleb Deschanel, a quien considera una súper inteligencia, que rodaría el guion que entonces todavía no comenzaba a escribir. En sus palabras, Werk ohne Autor necesitaba grandes imágenes cuya fuerza evocadora fuera innegable pero que a la vez permanecieran en el ámbito de la intimidad, como las que había creado Caleb para El Corcel Negro o La Pasión de Cristo. Y en efecto, en la mirada de la cámara de Deschanel incluso las imágenes de los horrores de la guerra en Never Look Away resultan perturbadoramente bellas; especialmente en combinación con la banda sonora.

Cuestionado en entrevista sobre algún consejo que daría a los jóvenes cineastas, Florian responde: en un principio, la diferencia entre llevar a cabo una idea tal cual uno la imagina, o sólo casi igual, resulta muy pequeña, pero aun así no debe aceptarse pues a medida que el proyecto avanza esta diferencia se vuelve masiva. Quizá fue por ello su empeño en que se cumpliera otro de sus sueños para la película: la participación del compositor inglés Max Richter, casualmente de mismo apellido que el pintor. El músico vive a dos horas y media de Londres y nunca se desplaza de su casa ni un ápice por motivos de trabajo. “Si alguien no quiere llegar hasta mí es porque no me necesita realmente”, opina. Pero Donnersmarck tenía claro que lo necesitaba, así que aceptó las exigencias.

Así fue como Max Richter, emigrado de Alemania cuando era niño, prometió crear para él la música más alemana que nunca hubiera compuesto. Según cuenta el cineasta, las dos semanas que pasaron juntos fue una magnífica experiencia en la que él redescubrió la música de su país junto con una dimensión más profunda del contexto de sus propios personajes. Descrito en sus propias palabras, Richter es un filósofo de la música y su banda sonora alcanza al espectador incluso físicamente, hace que sus órganos vibren.

Una de varias propuestas que existen para responder cuál es el tema principal de “Obra sin autor” es que desarrolla la premisa “lo que es auténtico es hermoso”. Es la tía quien se lo dice al niño, futuro artista durante un episodio de dilución esquizofrénica. Al respecto, el director contesta que la frase aparece en un poema de John Keats, uno de los principales poetas británicos del Romanticismo. No es un postulado que él crea a toda costa; sin embargo, ya que según sus investigaciones la respuesta de muchos artistas a la pregunta sobre qué buscan es, la verdad, mientras otros, quizá lo más honestos, dicen que es la belleza, le pareció que valía la pena explorar la conexión que hay entre las dos categorías. En mi opinión de espectadora de su cine no puedo sino agradecer la plena manifestación de ambas.


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