La ciudad de Roma es conocida como: “La Ciudad Eterna”, París es llamada: “La Ciudad de la Luz”, y la ciudad de Nueva York tiene el apodo de: “La Gran Manzana”. La expresión: “La Ciudad de los Palacios”, se utiliza para describir a la Ciudad de México; ya que en toda ella, podemos admirar un gran número de construcciones increíbles. Esta cita se atribuyó durante muchos años al científico alemán Alexander von Humboldt cuando visitó lo que aún se llamaba Nueva España en 1804, pero en realidad la frase la dijo el viajero inglés Charles La Trobe en 1835, cuando el país ya era independiente.
La Trobe publicó un libro titulado El paseante en México (The Rambler in Mexico, 1836), en el que explicaba que se quedó maravillado al ver la capital de México. En uno de los escritos de esta obra afirma: Mira sus obras: Las moles, acueductos, iglesias, caminos y la Lujosa Ciudad de los Palacios. El Barón Von Humboldt también se había impresionado al ver la capital de la Nueva España, tal como había escrito en su obra: Ensayo político sobre el reino de la Nueva España (1811); consideraba que era la urbe más desarrollada y moderna de las colonias españolas. En la época que realizó su viaje, la ciudad tenía 113 mil habitantes y algo más de 1 millón con las áreas circundantes.
En el mismo Zócalo capitalino podemos encontrar ejemplos que justifican el apodo de la Ciudad de México: el Palacio Nacional –sede del poder ejecutivo–; el Antiguo Palacio del Ayuntamiento o la Catedral Metropolitana; y por todo el Centro Histórico –Patrimonio de la Humanidad desde 1987– hay también obras destacadas, como el Palacio de Minería –construido en los últimos años del Virreinato–; o el Palacio de Bellas Artes (1904-1934) y el Palacio de Correos (1902-1907), ambas construcciones del arquitecto italiano Adamo Boari y realizadas en tiempos del Porfiriato. No solamente en el centro vemos este tipo de construcciones, en el Bosque de Chapultepec, podemos ver el Castillo que lleva el mismo nombre y que fue la residencia del emperador Maximiliano (1864-1867), desde el cual puede contemplarse una vista impresionante del Paseo de la Reforma. Muy cerca, también encontramos obras realizadas en la segunda mitad del siglo XX: el Museo Nacional de Antropología, el Auditorio Nacional o el Museo Tamayo de Arte Contemporáneo, las cuales destacan por su maravillosa arquitectura.
Los diferentes gobiernos, tanto federales como locales, han intentado siempre dejar su impronta en alguna obra espectacular con la que puedan ser recordados, dejando de lado, muchas veces, las verdaderas necesidades de los habitantes de la ciudad.
La urbe ha tenido un crecimiento acelerado desde finales de la década de 1940 cuando empezó a consolidarse la industrialización del país. Mucha gente se trasladó de todas partes de la República a la capital en busca de trabajo y una vida mejor. La urbe se fue expandiendo en muchas ocasiones de manera desordenada y con poca planificación para poder sostener al rápido crecimiento de la población, lo cual provocó carencias de servicios básicos en muchas colonias, sobre todo de agua potable. Por otro lado, los graves terremotos que ha sufrido el antiguo Distrito Federal en los últimos 60 años –1957, 1985 y 2017–; afectaron a su desarrollo. Aunque se empezó a invertir en construcciones que pudiesen resistir un temblor de tierra, lo cierto es que la explotación urbanística propició el rápido crecimiento de edificios en varios casos mal cimentados. Muchas construcciones que sustituyeron a inmuebles derrumbados en el temblor de 1985, tuvieron problemas con el que ocurrió en el 2017, e incluso muchos quedaron inhabitables.
Es cierto que durante la segunda mitad del siglo XX se proyectó un urbanismo moderno en donde la gente pudiera vivir en buenas condiciones. Uno de sus mayores promotores fue el arquitecto Mario Pani, quien siguió una arquitectura funcional y moderna. El Conjunto Habitacional Miguel Alemán (1947-1949) o el Conjunto Urbano Tlatelolco (1957-1964) fueron dos de sus proyectos de vivienda y urbanismo más famosos; además fue uno de los responsables en la creación de Ciudad Universitaria (C.U.) de la UNAM junto a los arquitectos Enrique del Moral y Mauricio M. Campo, en las cercanías del Pedregal de San Ángel. Aunque Pani y otros arquitectos, urbanistas e ingenieros, como Pedro Ramírez Vázquez o Bernardo Quintana, realizaron grandes obras que modernizaron diversas ciudades de México, lo cierto es que también se siguieron desarrollando asentamientos irregulares y mal planificados.
En la actualidad, la Ciudad de México tiene una gran variedad arquitectónica y urbanística, por eso podemos encontrar barrios que aún conservan características propias. Uno es el Centro Histórico de Coyoacán en el que podemos ver edificaciones como: la Casa Alvarado (sede de la Fonoteca Nacional), construida en el siglo XVIII; el Antiguo Palacio del Ayuntamiento de Coyoacán o Casa de Hernán Cortés; o la Iglesia de San Juan Bautista. Durante la época de Porfirio Díaz, se construyeron grandes casas para familias ricas, imitando el estilo colonial; algunas calles aún conservan el piso empedrado de entonces. En la actualidad, se considera el centro bohemio de la ciudad. En esta zona residieron Diego Rivera y Frida Kahlo en la Casa Azul (situada en la calle Londres); y en la Avenida Río Churubusco, está la Casa donde residió y fue asesinado León Trosky; hoy es la sede del Museo que lleva su nombre y del Instituto del Derecho de Asilo.
Otro barrio similar es el Centro Histórico de Tlalpan, situado en el norte de la alcaldía homónima. Esta villa había formado parte del Estado de México, llegando incluso a ser su capital en 1827; pero en 1855 pasó a formar parte del Distrito Federal. Conserva una distribución parecida a la de diversos pueblos o ciudades mexicanas. La Plaza de la Constitución, con el Palacio del Ayuntamiento a un lado, con un pequeño parque en medio –incluido el típico kiosco de estilo francés–, un edificio con pórticos, diversos lugares de restauración y la Iglesia de San Agustín de las Cuevas en el otro extremo de la plaza. Justo detrás del ayuntamiento, está el Mercado de La Paz, similar a los que se pueden ver en todo el país. Muchas de sus vías aledañas, conservan también la calzada empedrada, como la calle Miguel Hidalgo o la calle Magisterio Nacional, y tienen una cierta tranquilidad que parece que no estamos en una de las ciudades más pobladas del mundo.
Es un lugar con construcciones notables del siglo XVIII, como la Casa Chata o la Casa de Moneda; y otras más nuevas como la Casa Frissac, que fue propiedad del ex presidente Adolfo López Mateos y hoy es sede del Instituto Javier Barrios Sierra; o la Casa de la Cultura de Tlalpan (1986-1988), cuya fachada pertenece a un edificio que había en la Colonia Condesa: la Casa de Bombas (1907).
Estos dos barrios contrastan con la modernidad y el rápido crecimiento urbanístico del Barrio de Santa Fe, ubicado en las alcaldías de Cuajimalpa y Álvaro Obregón. Anteriormente, era una zona de minas de arena y un enorme basurero; pero cuando se clausuraron ambos, tuvo una rápida urbanización desde la década de 1980, ya que durante el gobierno de Carlos Salinas de Gortari se planificó un distrito financiero similar a La Defense, en París, pero también con zonas residenciales. Su crecimiento acelerado no ha ido de la mano con el desarrollo de una buena infraestructura y vías de comunicación y también de servicios básicos; ya que Santa Fe está en el extremo poniente de la ciudad. Sus calles están pensadas sobre todo para coches, con aceras estrechas y hay poco transporte público, lo que provoca que las vías siempre tengan un gran flujo vehicular.
En definitiva, la Ciudad de México siempre será “La Ciudad de los Palacios”. La majestuosidad de muchos de sus edificios, los ha convertido en iconos de la ciudad y desde hace algunos años, es muy visitada por los turistas. Ya no es solamente un punto de enlace para viajeros que hacen escala para ir a las playas de Cancún o de Puerto Vallarta, sino un lugar donde poder quedarse unos días y conocer una ciudad increíble con gran actividad cultural y comercial.
Pero es cierto, la gran metrópoli debe establecer políticas que ayuden a que su desarrollo urbano sea más ordenado; donde la corrupción urbanística –presente en todo el mundo– no tenga cabida, en la que el acceso a los servicios más básicos sea algo fácil y llegue a todos sus habitantes.
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