Entré en la mansión a través de una pequeña ventana a nivel del suelo que aportaba una luz espectral al sótano del señor. Desafortunadamente, en su interior, la ventana se encontraba a más de 2 metros del suelo, por lo que tuve que emplear las baldas de una estantería a modo de escalera para llegar hasta abajo. Cometí la imprudencia de descender por la parte central de la estantería, en lugar de aprovechar ambos lados de la esquina para hacer un contrapeso. Iba a medio camino cuando sentí que el mueble se venía hacia mí. Afortunadamente, con mis 17 años de edad era bastante ágil y, antes de quedar sepultado bajo el peso de la estructura, di un salto felino para caer de pie, convenientemente, en una mesa de trabajo.
Sin embargo, las ollas y demás enseres culinarios alertaron a los moradores de la casa. Cuando volteé la cara, distinguí a escasos metros al mayordomo. Nuevamente brinqué y me encontré de frente, como por arte de magia, con una puerta que conducía a unas escaleras. Subí tres pisos raudo y veloz, siempre perseguido por el incansable sirviente. Cuando llegué al último piso, abrí la primera puerta a mi alcance que resultó ser la de la biblioteca. Curiosamente tenía una mesa de billar en el centro y a los lados muebles lleno libros que se veían a través de puertas enrejadas. Sólo la pared del fondo estaba desnuda y en su centro se encontraba una ventana circular. Del lado derecho, también había una pequeña mesa con una lamparita encendida y, al lado, un sofá individual donde estaba sentado una persona vestida con una bata y que, al tiempo que leía, fumaba una pipa.
Pareció no advertir mi presencia, pero cuando el mayordomo abrió la puerta, decidí no arriesgarme y correr a la ventana por el lado izquierdo. Del otro lado del cristal, se distinguían las ramas de un árbol que, si lograba alcanzar, me permitiría descender al jardín con facilidad y recuperar la libertad. El mayordomo creyó que me tenía rodeado por lo que se detuvo un momento para recuperar el aliento, mientras veía como me acercaba a la ventana y la abría. Iba a saltar cuando, por pura intuición, me di cuenta de que me convenía más entregarme y aceptar mi castigo por muy desagradable que éste pudiese ser.
Agaché la cabeza, me dirigí a la mesa y puse mis manos a ambos lados de la misma.
—Proceda Stevens —dijo con su flema británica Lord Bunbury.
Me di cuenta de que tenía que impresionarlo. La única forma era creciéndome al castigo. Iba a ser muy desagradable, pero era el único medio.
Stevens cogió de la biblioteca un bate de cricket con la mano derecha, mientras que con la zurda asió mi cuello y me obligó a doblar mi tronco hasta ponerlo en posición paralela a la mesa. Antes de empezar me ofreció un pañuelo para que lo mordiera mientras que me apaleaba. Empezó el tormento y, pese a que me concentraba en no mostrar debilidad alguna, no podía impedir que de mi garganta emanara un sonido gutural que fácilmente podía ser interpretado por una flaqueza de espíritu. Además, mi cuerpo se estremecía en cada golpe.
Después de ver los primeros azotes, el señor de la casa se aburrió y continuó con su lectura. Había que hacer algo distinto. Escupí el trapo y empecé a hablar.
—¿Esto es todo lo fuerte que puedes golpear Stevens? Mi abuela, que en paz descanse, lo haría mucho mejor.
Continúe soltando mis bravuconadas que exasperaban al mayordomo, quien me golpeaba tan fuerte como podía. Por un momento sentí que las fuerzas me flaqueaban y que me encontraba cercano al desmayo. Fue entonces cuando oí la voz providencial del amo.
—Es suficiente, Stevens. Prepárele un baño a nuestro joven invitado el cual nos complacería se quedara con nosotros en esta humilde morada. Habrá que mudar sus vestimentas.
Lo supe en ese momento. Mi vida había dado un giro de 180 grados. Nunca más volví a usar mi camisa andrajosa y mis zapatos llenos de agujeros. En cambio los suéteres de Cashmere, bufandas de seda y sombreros galoneados pasaron a ser mi atuendo cotidiano.
Días más tarde, nos subimos al Rolls-Royce para ir a la cámara de los lores. Sin embargo, el chófer, que había sido contratado pocos días atrás, dobló a la izquierda en una bifurcación y nos perdimos. Finalmente, desembocamos en un túnel donde se encontraban unos mendigos bebiendo cerveza. Mi protector y yo bajamos para preguntar como volver sobre nuestros pasos, cuando ocurrió lo inesperado. Mi protector fue herido mortalmente con un balazo en el estómago y yo recibí otro en el hombro. El chófer huyó cobardemente, dejándonos a la mereced de esos despiadados.
Lord Burnbury se encontraba tumbado en la acera desangrándose. Yo estaba a su lado sentado y apoyado a la pared. No sé porque, pero pese a lo comprometido de la situación, sabía que yo iba a sobrevivir. Veía morir a la única persona que se había interesado en mí, pero no sentía nada cuando me desperté en plena mañana del 25 de diciembre de 2010. Había sido visitado por el espíritu de Dickens el cual no me había mostrado mi verdadero ser. No sabía si me regocijaba en el sueño de la muerte de Lord Bunbury porque iba a ser millonario o, si por el contrario, lloraba su pérdida. Para compensar esa carencia, el espíritu me dejó este pequeño cuento.
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