La pandemia no es una guerra, sin embargo, al 3 de agosto de 2020, a nivel global, las muertes acumuladas llegan a 691,738, con 18,193,291 casos confirmados, y lo más preocupantes es que en los últimos días el promedio de muertes diarias se estanca en aproximadamente 5,230 personas. Está claro que sus consecuencias y afectaciones médicas, sociales, económicas y psicológicas serán enormes y diferentes en cada país.
Por lo pronto, tenemos estimaciones del Fondo Monetario Internacional (FMI) de un decrecimiento global de 4.9% para el 2020, con un 95% de países disminuyendo su ingreso por persona y una recuperación que será lenta y dispareja.
Las estimaciones de la Organización Mundial de Comercio (OMC) son también bastante pesimistas, ya que prevén para este año una disminución global del comercio internacional, sin precedentes, de más del 18.5%.
Bajo este contexto uno se pregunta si una catástrofe de este tamaño no sería razón suficiente para que se reviva la cooperación internacional para recuperar la salud y el crecimiento económico, con posiciones de los principales líderes coordinadas para alcanzar de manera exitosa metas comunes.
Haciendo un símil con lo que pasó después de la Segunda Guerra Mundial, nuestra respuesta debería ser que, por el tamaño de la crisis y su afectación global, sería fundamental revivir la cooperación internacional, con el objetivo de recuperar la salud, el empleo y el comercio internacional.
Sin embargo, nos encontramos ante dos escenarios muy diferentes, por un lado, la propuesta de China bajo la iniciativa de la nueva ruta de la seda, conocida como BRI (Belt and Road Initiative), que si bien fue presentada por el presidente Xi Jinping desde 2013, ahora ha retomado mucha fuerza geopolítica hasta alcanzar el apoyo de más de 100 países y la participación de 68. Y, por otro lado, nos encontramos con el líder mundial, Estados Unidos, y otros países desarrollados buscando abandonar la globalización y regresar a temas de autosuficiencia y proteccionismo.
La propuesta del BRI se puede decir que es la fórmula que busca China para posicionarse como el futuro líder mundial. Este argumento lo soportan la creación de un número importante de instituciones para respaldar esta iniciativa, tales como el Banco Asiático de Infraestructura (AIIB), el Banco de Desarrollo de China, el Grupo Internacional de Shanghái, etc., así como una cantidad enorme de recursos destinados a apoyar y financiar este proyecto.
Como comentan Arturo Oropeza Casas y otros autores en su libro China. The Belt and Road Initiative. A Global Transformation, el gobierno chino ha indicado que todas las naciones son bienvenidas a la iniciativa, bajo un contexto de beneficios tanto para países en desarrollo como para los subdesarrollados. El BRI tiene como objetivo construir cinco rutas conectando seis corredores económicos, tanto marítimos como terrestres a través de tres continentes: Europa, Asia y África. El proyecto contempla la construcción de vías de ferrocarril, carreteras, puertos, aeropuertos, zonas libres de impuestos, etcétera.
El Economist menciona que el BRI tendrá múltiples retos que agrupan en tres categorías:
1. Estabilidad política de diferentes países,
2. Riesgos legales, principalmente en países con estado de derecho débil, y
3. Problemas financieros para pagar deudas adquiridas con las instituciones creadas bajo esta iniciativa.
Por otro lado, nos encontramos con algunos países que ven esta iniciativa con mucho recelo, entre ellos Japón, India, algunos países europeos y Estados Unidos, entre otros.
El mejor ejemplo de este complicado tema son las declaraciones de Robert Lighthizer quien considera un tema de vulnerabilidad estratégica la dependencia de Estados Unidos con 2 trillones de dólares anuales de comercio de productos médicos, aproximadamente el 5% de su comercio internacional.
Es importante recordar que las tensiones comerciales y políticas entre China y Estados Unidos empezaron mucho antes del COVID-19. Con China tratando de ocupar los espacios de influencia que Estados Unidos ha dejado en los últimos años: la cancelación del TPP, la salida del Acuerdo de París, por tan sólo mencionar un par. Por otro lado, vemos que desde que empezó la pandemia más de una docena de países ha impuesto tarifas y cuotas a materiales críticos.
Esta presión sobre los líderes políticos contrasta con la reacción de las naciones del G-20 después de la crisis del 2008 y 2009, que actuando de forma coordinada y de manera muy favorable restringieron el proteccionismo y favorecieron la globalización, dando como resultado un periodo de recuperación y crecimiento global importante y prolongado.
Leyendo un reporte de Stewart M. Patrick de junio 2020 en el WPR (World Politics Review), destaca que la historia nos sugiere que el desarrollo del multilateralismo dependerá de tres cosas: nuevas ideas, liderazgo político y un balance global favorable de poderes.
Creo que no está claro y ni estará, en el mediano plazo, cuál será el resultado final de esta iniciativa de China y la disputa por el poder geopolítico, pero sí debiera ser motivo de un análisis profundo para establecer cuál tendría que ser nuestra postura y estrategias de comercio en el corto, mediano y largo plazo, sobre todo bajo el contexto político actual de nuestro vecino del norte.
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Muy interesante. Pienso que ya es momento de repensar la situación actual y buscar nuevas fórmulas en las que se piense en la humanidad primero. Estas guerras olvidan a millones de personas que no tienen ni lo básico mientras otras, muy pocos, tienen la mayor riqueza. No hablo del comunismo o socialismo sino de pensar en opciones diferentes.