Cuatro relatos cortos sensoriales

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Lo que se ve

No se veían, se hablaban pero no se veían, en ese lugar las voces habían empezado a venir desde la nada, desde el aire, desde el silencio. ¿Cómo había pasado? No saben si de golpe o paulatinamente. Hacía años que ellos no se miraban a sí mismos, sino que miraban a los otros. Era algo más raro porque miraban a los otros, pero no los miraban ni los veían, en realidad miraban lo que querían. Y así, de no mirar sino mirar lo que querían, ya no veían, ni a los otros ni a sí mismos. Y en cierto momento se dieron cuenta de que ya tampoco miraban nada, y como no miraban nada, no veían nada. Y así fue como se encontraron con que no se veían, eran voces que iban al aire, y cuando profundizaron un poco más se percataron de que como no escuchaban después de un rato, ni su propia voz ni la de los otros, no se escuchaban más. Eran sensaciones en el aire. Fue el sabio que al pasar por la ciudad les tuvo que decir, pues nadie sabía lo que ocurría ni cómo les había sucedido eso.

Un día juntó todas las voces en la plaza y les dijo que no se veían ni se escuchaban, porque lo único que hacían era mirar a los otros, y mirando a los otros se miraban a sí mismos, miraban lo que querían de los otros.

La verdad era que habían dejado de ver a los otros y a sí mismos; habían dejado de ver todo. Y en poco tiempo el sabio empezó a escucharlos, y como los escuchó se escucharon, y al escucharse, por eso escucharon a los otros, y así, todos se volvieron a ver.

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Imagen: Julian Ardila.

Los ojos

Increíble, de los ojos les habían salido unas especies de lentes enormes, tipo largavistas, mezcla con telescopio, microscopio y mira telescópica; mezcla también de anteojos infrarrojos y lentes de sol. Estaba el cuerpo de ellos, los ojos, y adelante todo un aparato que era del tamaño de ellos mismos pero un poco más adelante. Y esos aparatos que le habían salido de los ojos, mezcla con todas esas cosas, tenían patas mecánicas y podían caminar. Los llevaban donde querían. Así que ellos iban a donde querían ir esos aparatos que les habían salido de los ojos. Y también tenían unas manos mecánicas y agarraban lo que querían. Así que las personas que habían quedado atrás de esos ojos gigantes ya no tenían acción ni voluntad, se dirigían en dirección de donde querían ir esos súper ojos que todo lo veían a la distancia y a la cercanía. Las cosas muy grandes y las muy pequeñas, lo muy visible y poco visible.

Empezó como todo lo que se pasa a sí mismo, aumentando poco a poco sin que nadie se dé cuenta, y terminó mal como todo lo que se excede. Las personas ya no tenían a esos súper ojos a su servicio, ahora ellas estaban al servicio de esos súper ojos. Era un mundo que tenía pares de súper ojos gigantes con una persona atrás que andaba por todos lados. La gente todo lo miraba, todo lo veía, pero ya no vivía. Y quienes habían pasado por otras ciudades decían que habían visto todavía ojos más grandes, de 10 o 15 metros, que arrastraban una pequeña persona atrás. Y así, habían empezado a mirar demasiado a los otros.

ojos
Imagen: Leslie Rosique.

Bochinche

Lo decía claro y lo decía siempre, tenía bochinche en la oreja, en la oreja le habitaban ruidos, onomatopeyas, gritos, frenadas, puteadas, corridas, murmullos, llamadas, señalamientos, ruidos tecnológicos, ruidos de computadoras y teléfonos. Le habían entrado de tanto hablar, y se le habían quedado ahí. No podía escuchar a nadie porque lo único que escuchaba era el bochinche que tenía en la oreja. Y cuando alguien lo veía tampoco podía escuchar nada porque lo único que se escuchaba era el bochinche que llevaba sobre sí.

Le salía de la oreja y se escuchaba cuadras y cuadras. Parecía una fonola esa oreja, un bafle, un viejo grabador de escuela con el himno sonando. Se escuchaba venir a lo lejos porque se escuchaba el sonido que le salía de la oreja, y parecía que venía una manifestación con bocinazos, pero era él, con su bochinche. Todos le huían porque con ese bochinche no se podía escuchar nada ni hablar tampoco.

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Imagen: Ricardo Mapurunga.

Zumbidos

Todo empezó con un zumbido y hasta la oreja le llegó un zumbido, él cree que de un mosquito porque le prestó demasiada atención, de modo que éste se dirigió hasta su oreja. Por eso aumentó el sonido hasta convertirse en un zumbido de una abeja, y como ahora la atención se volvió en preocupación, intensificándose más la atención hacia él, el zumbido incrementó tanto que se transformó en el zumbido de un abejorro.

Después, cierto zumbido desperfecto de otro planeta, percibido por un alguacil que le prestó una atención extraña, bajo tensión crítica, aumentó mucho más hasta volverse el zumbido de un ruido de motor de un avión. Y como miró para arriba y no lo vio, pero vio que se movían las hojas, entonces se convirtió en el zumbido del viento.

Finalmente, cuando miró bien, ese zumbido de avión, del viento, y que estaba saliendo del mosquito que se encontraba parado al lado de él, del que venía el primer zumbido, pensó que todo eso no podía estar en el mosquito sino adentro de él, pero que él se lo había adjudicado al mosquito. Entonces se concentró en el mosquito y ese tenue zumbido, el inicial, el primero, volvió a sentirlo en el mosquito.


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