Por más que se intente ocultar la verdad, no es la primera vez que el Ejército mexicano cae en total desprestigio a consecuencia de la falta de dignidad de sus miembros y la corrupción.
Los soldados siempre fueron altivos, recios y de una calidad inmejorable en cuanto a su lealtad y valores patrióticos. Ellos alentaron, consumaron e institucionalizaron la Revolución mexicana. Civiles se integraron con gallardía al sector militar para defender los ideales de la nación; se ubican, entre otros, a: Emiliano Zapata; Francisco Villa; Álvaro Obregón; Plutarco Elías Calles; Pascual Orozco; Lázaro Cárdenas, sin olvidar a Francisco J. Múgica, a Venustiano Carranza y Felipe Ángeles.
El Ejército Nacional se volvió vigilante estricto de los principios de la Revolución; a partir de que se inició el gobierno de los civiles, los militares olvidaron mantenerse guardianes de aspectos esenciales de nuestra lucha armada; se conformaron con recibir dádivas y sin duda la podredumbre los contaminó. Para mantenerlos tranquilos, los gobiernos civiles los llenaron de canonjías y de una libertad que llegó a convertirse en libertinaje. Los titulares de la Secretaría de la Defensa Nacional, no le rendían cuentas a nadie; su “lealtad” a los gobiernos civiles la “vendieron”. El dinero mal habido se convirtió en medidas de inmoralidad sin recato, negocios sucios, donde la soberbia y ambición, los acercó al narcotráfico.
Fue lamentable el triste accionar de la milicia en 1968, se les utilizó para actos de genocidio y carentes de sobriedad aceptaron el vergonzoso papel, a partir de entonces inicio su debacle. Se volvieron protagónicos de la “Guerra Sucia” en los años 70, donde incendiaron pueblos enteros.
Hermenegildo Cuenca Díaz, secretario de la Defensa Nacional durante el mandato de Luis Echeverría Álvarez, fue el instrumento para asesinar a mansalva a civiles, incluyeron mujeres, niños y ancianos, con el pretexto de luchar contra guerrilleros. Gobernantes obtusos como Figueroa en Guerrero, ordenaba, desde aeronaves, lanzar vivos al mar no sólo a luchadores sociales, también a sus familias.
El pueblo repudiaba a los llamados “guachos”, los cuales mataban, robaban y violaban, creando un ambiente de perversidad e impunidad; insistimos, la deshonra para el organismo que debe defender la soberanía, no tiene paralelo.
El maligno papel de la tropa se incrementó cuando después de la “Guerra Sucia” se les utilizó para realizar labores policíacas, sin estar preparados; eso les permitió seguir recibiendo beneficios y absoluta libertad para un sinnúmero de tropelías.
El país de pronto se militarizó, los controles se establecieron en toda la región nacional, incluyendo aeropuertos, y no se diga ciudades enteras, estuvieron y están bajo el mando de quienes eliminan civiles ante la más mínima sospecha o desobediencia.
El militarismo controla el narcotráfico del territorio y es indudable que a la fecha mantiene esa condición tan deplorable; muchos de ellos no sólo protegen a los cárteles de la droga, sino que son ellos, los altos dignatarios, los que manejan la siembra y comercialización. Sin recato alguno les dejan el control de los estupefacientes a los mandatarios, a cambio, desde luego, de importantes montos, lo cual ha permitido hacer con el Ejército el gran negocio de las drogas.
No se trata sólo de la detención del general Cienfuegos; muchos de sus antecesores están inmersos en la misma conducta del narcotráfico y el homicidio, donde obligadamente se encuentra el renglón de los famosos estudiantes de Ayotzinapa. En este sentido, son los únicos que pueden desaparecer a 43 jóvenes, que su único pecado era recabar dinero para sustentar sus gastos como internos de la Escuela Normal de Ayotzinapa, por ese hecho fueron ultimados, por quienes seguirán irremediablemente su perversa carrera antipatriótica.
Por más que se quiera responsabilizar exclusivamente el comportamiento criminal del general Salvador Cienfuegos Zepeda, él nunca actuó solo, lo hizo con los altos mandos del Ejército, con los jefes de zonas militares y ante ello, hacer una limpieza, no será tarea fácil, ya que son ellos los que cuentan con las armas y quienes mantienen el poder real en México.
Los gobiernos civiles tendrán que actuar con mucha prudencia para intentar una asepsia que reintegre al cuerpo armado de nuestro país por el sendero de la decencia y, aún más, por recuperar los valores patrios que deben ser la base de sustentación de quienes, en alguna época formaron el glorioso y heroico Ejército mexicano.
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