Muchos estudiosos han planteado la historia como una suma de ciclos, eminentemente repetitivos, una especie de viaje por múltiples espejos que se repiten una y otra vez. Una ciclicidad cuyas ondas azotan y van conformando el devenir humano a través del tiempo.
Hoy estamos en un momento en que diversas placas tectónicas de nuestra forma de vida chocan, en forma aleatoria, transformando toda la idea de “normalidad” que habíamos construido durante las últimas décadas. Es así como, el orden europeo, post Segunda Guerra Mundial y la caída del Muro de Berlín, se encuentra cuestionado, por nacionalismos, movimientos independentistas y desconfianzas mutuas. Los nostálgicos del fascismo, nazismo y comunismo, han encontrado, indistintamente, en migrantes subsaharianos, latinoamericanos y ciudadanos de países de Europa del Este, argumentos y eco para alimentar sus distintas visiones totalitarias. Los grupos terroristas islámicos, por otra parte, nos recuerdan, cada cierto tiempo, que Dios sigue siendo un gran argumento para el horror.
En Latinoamérica seguimos entrampados en encontrar fórmulas que posibiliten, de una buena vez, que nuestras naciones salgan del subdesarrollo. De tiempo en tiempo, algunos países parecieran estar listos para el despegue, pero allí se quedan, en la cornisa y, en forma patética, vuelven a caer en viejas prácticas, donde caudillismo, populismo, improvisación e irresponsabilidad política hacen de las suyas. En muchos sentidos, somos un continente que da siempre dos pasos hacia delante e, inevitablemente, uno hacia atrás; todo esto, desde luego bien maquillado de “buenas intenciones”.
Mientras todo esto ocurre, o más bien se ha venido manteniendo en el tiempo, el narcotráfico y la violencia han capturado policías, ejércitos, jueces y políticos. Sociedades enteras ceden frente a su poder; sin importar el color político, año a año el pulso de la droga late con más y más fuerza entre nosotros. Los grandes consumidores de ésta, Estados Unidos, y como ya se señaló Europa, viven sus propios cataclismos. La primera potencia del mundo decide en estas horas su destino para los próximos años; algunos piensan que incluso se está jugando la suerte de la democracia occidental. ¿Y qué pasa mientras tanto con los hindúes y los chinos? Occidente pareciera insistir en evitar mirar la ola, el tsunami, que los gigantes asiáticos surfean, o más bien galopan hace años. El pragmatismo de Oriente, nacido de pavorosas hambrunas y crueles guerras, ha sido capaz de, en apariencia al menos, adaptarse a la revolución tecnológica de la que son constructores y protagonistas y al orden político-autoritario de sus gobernantes. ¿Estarán siendo felices podría alguien preguntarse? No lo sabemos, o más bien no lo entendemos los occidentales. Hay lógicas que aun no tienen una buena traducción.
Todo esto, mientras el calentamiento global y el cambio climático han desaparecido de la agenda pública, dejando toda la atención al Coronavirus, que más allá de los buenos deseos, con toda claridad, nos “acompañará” durante todo el 2021. Si el primer movimiento de ese terremoto sanitario-económico fue duro, la réplica amenaza con ser aún peor.
¿Está todo perdido? Para nada. ¿Cuántas veces no nos ha pasado esto a lo largo de la historia del ser humano? La diferencia esencial, es que hoy la simultaneidad y la rapidez de la información parecen dotar de un angustioso vértigo a la ciclicidad de los cambios. Psicológicamente estamos viviendo un cambio de era en el que el tiempo lineal fuerza al tiempo psíquico a pensar y actuar al mismo tiempo. La creatividad, el desarrollo de nuevas ideas y formas de entender la realidad hacen de estas primeras décadas del siglo XXI un momento único en el desarrollo humano. En el futuro muchos nos encontraran enormemente valientes al hacer sido capaces de soportar este embudo del tiempo; pero sobre todo nos envidiaran.
Con todas nuestras precariedades psíquicas y económicas, pese a nuestra cercanía con el desamparo y el dolor; con todos nuestros temores, aprendiendo a convivir con la tecnología como nunca antes lo habíamos hecho; con nuestras drogas, nuestra violencia, e inestabilidad política; con profundas diferencias culturales, con enormes desigualdades a todo nivel, habremos fundado una nueva forma de habitar nuestro planeta. El futuro será lo que llegue a ser, en buena parte, gracias a nuestra resiliencia e imaginación.
En definitiva, porque habremos sentido que podíamos perderlo todo es que decidimos luchar y lograrlo todo.
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