La relación bilateral de México y Estados Unidos podría dar un vuelco a partir de los resultados de las recientes elecciones de aquel país, particularmente por la manera de hacer política del actual presidente y del que, casi con certeza, será su sucesor a partir del 20 de enero próximo.
Y es que son evidentes las posturas diametralmente opuestas de los, hasta hace pocos días, candidatos demócrata y republicano sobre asuntos clave de interés de la nación vecina, pero, sobre todo, el muy particular estilo de gobernar del presidente saliente, irreverente, mordaz, agresivo y proclive a la confrontación, frente a un político de carrera, centrado en la ortodoxia que, a diferencia de su oponente, ofrece una imagen de moderación, conciliadora y con enfoque reflexivo sobre los temas de la mayor relevancia para su país, tanto en lo interno, como en el ambiente global.
Pese a la actitud asumida por el actual mandatario, para impugnar la elección, cosa anunciada desde la campaña, todo apunta a que el demócrata Joe Biden asumirá el cargo como el cuadragésimo sexto presidente de Estados Unidos y la Señora Harris como la primera vicepresidente, con un llamado a la unidad del pueblo norteamericano, tan deteriorada por la dinámica de alta conflictividad interna en la que se sumergió el proceso –ciertamente catalizado por el discurso disruptivo del candidato republicano– y más orientado a la concordia internacional.
El virtual habitante de la Casa Blanca a partir del 20 de enero de 2021, no tiene gran problema en el diseño de su agenda, al menos para los primeros meses de su administración, basta con dar un giro de 180 grados a las posturas que el actual gobierno asumió durante su gestión, a saber: la polarización social interna; el posicionamiento sobre el cambio climático; la ruptura con la Organización Mundial de la Salud; el manejo de la pandemia; el tratamiento de la política migratoria; los derechos humanos y la relación con América Latina y El Caribe, entre los más relevantes.
Claramente, se advierte que el cambio de rumbo en la política del vecino país, ya anunciada desde los primeros discursos, tendrá repercusiones inmediatas en la relación con el gobierno mexicano, en principio, por la identidad mostrada por éste, con las políticas emanadas de Washington en temas bilaterales altamente sensibles, que alcanzaron, por momentos, abiertos tonos de amenaza y ofensa, con las cuales, aún en medio de candentes polémicas, México estuvo de acuerdo.
Es evidente, pese a los señalamientos en contrario, que la relación con el virtual próximo mandatario estadounidense es prácticamente inexistente y forjar un entendimiento, al menos cordial, no será nada fácil. En todo caso, podría esperarse un tratamiento diplomático a secas, basado en la visión, los objetivos e intereses del nuevo gobierno, quizás sin mayor acercamiento o incluso, con abierto desdén.
Las especulaciones, frente a un errático cálculo político, en cuanto a la futura relación entre ambos mandatarios, ya corren generosas augurando frialdad, en primer término, por la actitud, que se tomó como descortesía elemental, cuando en su visita a Estados Unidos, el presidente mexicano omitió, cuando menos, el saludo protocolario al candidato demócrata. En segundo término, por la cautela asumida ante el resultado electoral, para reconocer y felicitar el triunfo de Biden, en tanto no se resuelvan los procedimientos legales, lo que muchos interpretan como un tácito y esperanzado apoyo al presidente Trump.
Elemental sería suponer que ya la maquinaria diplomática mexicana, en su clásico trabajo prospectivo, tenga diseñados los escenarios y las estrategias consecuentes para acometer los retos que el futuro inmediato depara a nuestro país frente a su principal socio comercial, sempiterno e irremediable vecino, con visiones, no necesariamente convergentes, ante problemas comunes de gran y trascendente envergadura, especialmente para México, en un panorama asimétrico, con crisis económica, alto índice de inseguridad y violencia, con graves problemas de salud y elevada corrupción, que lo ubican en una sensible posición de vulnerabilidad y riesgo de confrontación interna.
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