El elixir del Homo Sapiens: mandacium versus narrans

Lectura: 8 minutos

La esencia de la especie de la que hablaré hoy no es una evidencia revelada gracias al encuentro casual de un grupo de fósiles en una cantera o un arroyo explorado por un paleoantropólogo británico en un cañón abrupto del África subsahariana. Tampoco, por desgracia, es una verdad de expansión mundial. Es, simplemente, la máxima expresión de quien está a tu lado o en tu memoria. De esa líder o ese líder a quien sigues en Facebook, en Instagram o Linkedin. ¡Sí! tu blogger, tu escritora, tu maestra; tu líder empresarial, tu párroco, el ministro de la corte, el político a quien admiras o tu deportista amado. Esa, ese o eso en quien crees, lo que te hace sentir el llamado a seguir su palabra y su acción. Pues los hombres somos encantados por la armonía de la emoción, de ese sonido de mágica flauta que al cantar nos hace flotar y bailar, reír o llorar, imaginar o pensar; porque la creencia es el elixir del movimiento, es la chispa, el leit motiv: una fuerza semejante a la que encantaba a la enigmática cobra de anteojos en Bentong, cuando la armonía del sonido y movimiento del maestro Abu Zarin Hassin sonaba por los aires, antes de que una cobra incrédula sospechara del encantador y lo mordiera y lo dejara sin vida.

En 1838 se publicó un misterioso libro escrito por G. Pym. En él se narraban las aventuras del autor: un marinero que había explorado la Antártida, lugar recóndito y desconocido que daba lugar a la imaginación en aquellos momentos. La gente pensaba, y algunas teorías científicas lo atestiguaron, que una gran garganta en aquel inhóspito territorio albergaba grandes civilizaciones. Los barcos caían devorados por el inescrutable hueco marino. Ahí en donde se arraiga la ignorancia, la incertidumbre o lo desconocido, se allana el terreno para que cabalgue la imaginación con desmedida fuerza. Se crean historias que se vuelven mitos, que no son otra cosa sino explicaciones que están entre lo creíble y lo increíble. Ese libro del que hablo después se publicó bajo el nombre de su verdadero autor: Edgar Allan Poe

El gran narrador se basó en la ciencia de Jeremiah Reynolds y J. Cleves Symmes Jr., quienes habían publicado teorías y evidencias sobre la Antártida. Recordemos que Symmes escribía:

“Declaro que la tierra es hueca y habitable por dentro; conteniendo una serie de esferas sólidas concéntricas, una dentro de la otra, y que esté abierta en los polos entre los grados 12 y 16; Prometo mi vida en apoyo de esta verdad y estoy listo para explorar el hueco, si el mundo me apoya y me ayuda en la empresa.” –John Cleves Symmes Jr., Circular No. 1.

ficcion del antartico
Imagen: H. Commons.

La novela de Pym provocó rumores y creencias. Se publicó como si fuera un viajero real. Artilugio que Poe copió del Crusoe de Defoe, pues no se supo que era una ficción; se pensó que había sido escrito por el mismo náufrago Robinson, quien la publicó una tarde de abril de 1717, habiendo regresado de su aventura. La “Robinsonada” dio pauta a un género literario, el realismo de ficción, una centuria previa al Gordon Pym de Poe, que dicen algunos, fundó otro género: la ciencia ficción.

En días pasados dos ficciones han apuntalado las discusiones de los diarios, los tuits y las videollamadas y han puesto a las reinas en jaque. No es para menos, la ola de rumores o su impacto social nos han despertado o sacado un poco de la vigilia tortuosa de la pandemia y de la política.

Oliver Dowden, el Ministro de Cultura británico, pidió a Netflix aclarar al público que la exitosa serie “The Crown” es una ficción. Pues sin tal aclaración la gente comenzaría a confundir la ficción con la realidad, dijo: “Sin esto me temo que una generación de espectadores que no vivió esos eventos pueda confundir la ficción con la realidad”. La serie, cuyo recuento y narrativa tienen de un hilo a millones de netflixvidentes, ya había dado de qué hablar cuando en la tercera temporada se sugería que la mismísima y excelentísima reina Isabel II había tenido un affaire con Lord Porchester, el entrenador hípico de la realeza.

Por otra parte, la belleza de Queen Gambit ha generado que 20 millones de jugadores se inscriban en las federaciones de ajedrez; que en Google ocurran millones de búsquedas diarias sobre el juego, que en eBay se hayan incrementado en 250% la búsqueda de tableros de ajedrez; o que las ventas de Goliath games y Ches.com hayan aumentado en 170 y 400% respectivamente. Además, el elixir de la creencia ha llamado a hordas de mujeres a que se registren en los últimos meses en la federación de ajedrez. La proporción es que el número de mujeres inscritas en los últimos meses se equipara a las inscritas en cinco años. La ficción mueve, nos hace creer, soñar y cambia nuestro comportamiento. No dudemos que en poco tiempo la lista de campeones mundiales de ajedrez se deslumbre con el halo y la belleza femenina. Los Fischer, Karpov, Kasparov y Anan serán seguidos por una lista de campeonas.

Otro gran rumor ha invadido las redes a partir del coronavirus: Bill Gates y otros (algún par) millonarios crearon el virus para hacer más dinero y dominar al mundo. Las teorías de la conspiración cobran vida porque la incertidumbre, la duda y la ignorancia dan vuelo a la imaginación. Es más fácil creer en lo simple que en lo complejo, la mente siempre agradece la simplicidad. La conspiración siempre es más simple que una teoría de un código biológico muerto que cobra vida al instaurarse en un ser vivo: código que se creó como una mutación y encuentro de especies.

ficciones de la pandemia
Imagen: Ben Garrison.

En el magnífico podcast que Gates y Rashida Jones conducen, Ask big questions (episodio 3), invitan al aclamado autor de Sapiens, Yuval Noah Harari a develar ¿por qué creemos en mentiras? No resumiré aquí todo lo dicho, querida lectora y querido lector, te invito a que lo escuches; simplemente comentaré aquel gran encuentro.

Rashida comienza preguntando a Bill sobre el rumor de que él creó el coronavirus, e invita a una reflexión profunda. Yuval llega después, pero lo atestan con un primer cuestionamiento: has argumentado que todos nacemos mentirosos (we all born liars). Ante lo cual el profesor de historia arremete que lo importante no está en el concepto de mentira sino en la ficción y hace una exposición magistral sobre la diferencia. En pocas palabras, la ficción se funda sobre la tela narrativa y estamos cableados con ella; la diferencia entre una mentira y una ficción se da en la creencia y la intención de quien la emite. El Papa, dice Yuval en algún momento, “no se levanta pensando que engañará a millones con el evangelio que predica, él cree en esa narrativa y por eso la cuenta”. La maravilla de la ficción que nos hace movernos es porque creemos en ella.

El podcast y la exuberante charla me recordaron la lectura de E. Cassirer sobre la filosofía de la cultura y la filosofía de las formas simbólicas. La misión académica del sabio de marburgo no era tanto explicar cómo se componen las formas culturales y los símbolos, sino comprender y analizar su estructura y especificidad, por eso ve que el arte se funda en la intuición, el mito en la imaginación y el lenguaje y la ciencia en los conceptos, y las equipara, pues su función es semejante:

“Tanto la ciencia, como el mito y el arte forman mundos de imágenes en los que no se “refleja” algo empíricamente dado, sino que más bien se “crea” algo con relación a un principio autónomo. No son diversas maneras de revelarse al espíritu algo real en sí mismo, sino los distintos caminos que sigue el espíritu en el proceso de objetivación”Cassirer, Las ciencias de la cultura.

Te recuerdo, lectora y lector, que para Cassirer la objetivación no es otra cosa que la autorrevelación del espíritu, y el espíritu es el ser creado por la misma cultura. Es decir, tú y yo nos revelamos, nos desenvolvemos a través de esas expresiones. Tanto el arte, la ciencia, el mito y el lenguaje nos ayudan a conocernos mejor y a ser: nos dicen cómo y quiénes somos, de dónde venimos y porqué y para qué estamos aquí.

Rashida, Yuval Noah Harari y Bill Gates
Fotografía: Twitter @harari_yuval.

La habilidad de crear mitos y ficciones es lo que nos ha permitido crear comunidades. Ésa es la tesis de Harari en Sapiens. El poder del hombre viene de ese elixir, en el creer ficciones y ser movidos por ellas. En el podcast aclara algo: “Esto no es lo mismo que decir que la humanidad se funda en una mentira, sino en la capacidad de cooperar basados en creer en aquello que no vemos ni tocamos sino sólo imaginamos”. Y sustenta lo ya escrito, pues cuando contamos eso que creemos (la mayoría de las veces) es porque lo creemos no porque querríamos engañar al otro. Así el nazi creyó en la supremacía aria tanto como tú y yo creemos en la ciencia o un musulmán en Alá, y todo el mundo moderno creemos en el dinero.

La complejidad del mundo moderno consiste en identificar a los pseudólogos. A esos que mienten y saben que mienten, pero convencen cuando hablan, y diferenciarlos de los visionarios, que como Symmes o Peter Morgan (el creador de The Crown) muy probablemente creen que lo que cuentan es cierto y que están develando la verdad. Si es así, los griegos nos dejaron desarmados de conceptos. Verdad y mentira son insuficientes para un diálogo entre creencias que se prueban falsas o creencias que se prueban verdaderas. El origen de los conceptos de la verdad y la mentira tienen su origen en un mito, en una narrativa que supone que la mentira es una mala réplica de la verdad.

Cuenta Esopo que la mentira fue creada por un ayudante de escultor cuando su maestro se distrajo al estar creando la escultura de Aletehia (la verdad). Hefesto, el maestro, se salió de su taller porque escuchó voces y dejó solo a su discípulo y éste creó una copia de Aletheia. El alumno era Dolos (de ahí viene Doloso). El maestro quedó sorprendido de la obra al aprendiz y su cercanía a Aletheia, pero a Dolos no le dio tiempo de hacer los pies a su escultura. De ahí decimos que cuando la verdad y la mentira caminan una da pasos firmes y la otra se tambalea y es insegura. El tiempo, el juicio y el análisis darán su veredicto.

ficcion y realidad en the crown
Imagen: Hello!

Algo que siempre pasa es que entre creyentes uno denosta al otro: las grandes guerras oponen creencias, no verdades ni falsedades. Y estamos tan desarmados para el diálogo entre creyentes de diversas ficciones, pues hemos evolucionado siempre mirándonos el ombligo, creyendo nuestras historias y pensando que el otro, el pueblo de al lado, el que no cree en lo que creemos está equivocado.

A mí me cuesta mucho trabajo comulgar con quien piensa que el coronavirus es un mito, una mentira o un complot. Pienso siempre que basta con que salga y vea, o se exponga al virus y caiga enfermo. Pero esa persona tiene sus “evidencias” y sus creencias.

Los que creemos en la ciencia podemos ser puestos a prueba también, tal y como mi amigo y maestro Gerardo Piña expresó en una clase de su curso sobre la literatura de lo fantástico, al hablar de aquel instinto que nos nubla cuando nos arropamos de lo sobrenatural: “los reto a quienes son muy científicos a que vayan al mercado de Sonora o a donde están los brujos, que conozcan y pongan a prueba su fe, y digan ‘chamán yo no creo en esto, por favor hazme un embrujo o un mal agüero a mí y a mi familia para demostrarte que esas son puras mentiras’”.

El diálogo entre creyentes que se funda en el opuesto “verdad o mentira” es infructuoso, sólo conlleva la descalificación. Requerimos de nuevos conceptos y nuevos procedimientos. El tapiz de la modernidad está inundado de ficciones, navegar por esas narraciones a veces fantásticas, a veces realistas, es el nuevo arte al que seremos llamados. Después de todo, el apelativo Sapiens “sabio”, ha quedado grande a la humanidad; algún antropólogo alemán propuso narrans (de la épica y la narrativa), y siempre hemos estado tentados a confundir la ficción con la mentira (homo mandacium) pero pocas veces hemos analizado la intención original de los relatos. Colón dijo haber descubierto la ruta para llegar a las Indias, pero descubrió un nuevo continente: no dijo mentiras, sin embargo estaba equivocado.


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Anónimo

Simplemente ay quien suelta el caballo y nosotros con nuestra ignorancia hacemos el desmadre.

Guillermina enriquez lopez

Así es

Anónimo

Pena te debería dar publicar tantas idioteces, más lamentable que gente como tú se dedique a buscar como justificar tanta mentira, corrupción y ambición . Una estupidez creer que un virus se transmitió de un murciélago a un hombre por qué se lo comió . Otra estupidez creer que un pedazo de tela te protege contra un virus que mide 10 nanometros. Y la estupidez más grande el creer que estos psicóticos del Gates y el Fauci quieren el bien de la humanidad cuando todo mundo sabe que tienen todo el interés de vender la dichosa vacuna hecha al vapor. Luc Montagner nobel de medicina es a quien deberías citar , no a este mequetrefe.

Tt

Cállese, este artículo está bien documentado, si no va a aportar, por favor no critique. Gracias.

elias

comparto plenamente es màs los chinos nunca han comido murcièlagos, entre otras cosas, y este tipo da la pauta de ser otro comprado por el deep state o un incrèdulo que tiene el cerebro tan cerrado como un huevo.pena por el que nunca haya leido que el tèrmino conspiranoico se creò justamente para dejar como locos a los sque enseñan la verdad… go all. 😉

cecy.avila

Qué post tan interesante… invita a seguir leyendo!!! Gracias.

Lau

Cuando deconstruimos el concepto científico de Verdad, nos volvemos humildes, empáticos y solidarios.
La narrativa, el relato, es la forma mental de ordenar el sentir lo que es. Infinitos sentires como seres en el mundo, infinitas verdades.
La verdad es una novela de ficción mental.
Abrazo, David, excelente relato disparador de reflexiones.

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