Para Inés, mi amada hija de 14 años, quien me contó esta historia,
y quien, al igual que Remy: ama cocinar, ama los sueños, ama jugar.
El juego es el tiempo de cada tiempo. Su memoria ejecutada como acto, su simbolización anticipada.
Hace un par de semanas se ha oficializado lo que comenzó como una ocurrencia, luego tomó forma de juego y, finalmente, es un proyecto “serio” en marcha.
La era digital, caracterizada por numerosas formas de la colaboración y la horizontalidad, ha dado a luz, en plena pandemia, con teatros y cines cerrados, una adaptación a teatro musical de Ratatouille, la cinta de Pixar.
Sobre la plataforma TikTok, caracterizada por la extrema rapidez sus contenidos –15 segundos–, la adaptación anunciada de Ratatouille será nada menos que el resultado de miles de videos subidos por personas de todo el mundo.
Entre la amenaza del coronavirus y las energías creativas buscando sus propios caminos, la invitación a jugar a subir a TikTok fragmentos en homenaje a la cinta de Pixar prendió rápidamente.
Según consiga el New York Times, Emily Jacobsen, una joven y desconocida profesora norteamericana de 26 años, habría sido la punta de la hebra, de este fenómeno de juego, creatividad y redes.
La joven Jacobsen, fanática de la cinta y del teatro, leyó un día cualquiera sobre los planes de Disney de abrir una atracción dedicada a Ratatouille el próximo año en su parque de Florida.
Acto seguido, cuenta el New York Times, “mientras limpiaba su apartamento, empezó a cantar una canción sobre Remy. Adoptando un tono alto, grabó lo que describió como “una balada de amor” para la rata – “Remy, la ratatouille / La rata de todos mis sueños / Te alabo, mi ratatouille / Que el mundo recuerde tu nombre” – y publicó un video de la melodía en TikTok”.
El juego de Jacobsen no tardaría en ser el juego de miles. Cantar, recitar, actuar; grabar un video de 15 segundos; subirlo a una plataforma sin fronteras; erigir una nueva comunidad global: la comunidad que juega el juego de (re)hacer Ratatouille.
En lo más profundo de lo humano está el juego. Quizá no seamos la única especie que juega, otras lo hacen. Pero sí la única que además de jugar, imagina.
Muy probablemente somos la única que al acto de jugar le introduce un elemento esencial: imaginar. Y con ello, dotamos al juego de un sentido trascendente.
Jugar es, así, la base sobre la que se erige la cultura, en su sentido más amplio. A través del juego simbolizamos y aprendemos; nos hacemos parte de una comunidad.
Los animales también juegan, se argumentará.
Y no se falta a la verdad. Subyace, sin embargo, un elemento clave: la construcción de rituales y capacidad para transmitir de generación en generación los juegos aprendidos.
Nacido en Leiden, Países Bajos, el historiador neerlandés, Johan Huizinga, alcanzó celebridad mundial con su libro Homo Ludens, un ambicioso y original ensayo sobre los alcances civilizatorios del acto de jugar.
En cierto modo, Huizinga abre el universo de lo no serio, el juego, al examen por parte del ámbito de lo (siempre) serio, el estudio y la reflexión académicas.
Si el neerlandés va a introducir la noción de orden lúdico, al hacerlo, sin proponérselo quizá da paso, a través de este concepto, a nuevo orden en relación a cómo el acto de jugar va a ser asumido.
Cada juego indica algo, será otra de las aportaciones centrales que Huizinga heredará a los estudios lúdicos posteriores a él.
Cada juego, completa, constituye su propio sentido de territorialidad, un propio mundo dentro del mundo físico del tiempo y espacio comunes.
Cuanto juego se ejecuta “son todos, por forma y función, áreas de juego, es decir, terreno desterrado, aislado, cercado, áreas santificadas, dentro de las cuales las reglas propias especiales son válidas. Son mundos temporales dentro de lo ordinario”, dice Huizinga.
Resulta notable, sin duda, por eso, que la cinta tenga en el centro cocinar, y estando el acto de cocinar tan estrecha e internamente ligado tanto a la creatividad como al sentido de colaboración, el resultado sea esta suerte de ensalada de colaboraciones que hoy luce original y apetecible.
Su fin, se ha decidido, será además noble.
La compañía de producción teatral Seaview ha anunciado que la adaptación se presentará el próximo 1 de enero y estará disponible durante tres días más. El propósito es recaudar fondos para el Actors Fund.
Si la pandemia, ese flagelo que ha ensombrecido para siempre este año, ha traído desolación y encierro, el juego, la imaginación, las energías para simbolizar están ahí, más allá de cualquier calamidad.
Si te centras en lo que dejas atrás, no podrás ver lo que tienes delante, dice Remy, en algún momento de Ratatouille.
Las cosas son así. No se puede cambiar la naturaleza, pretende por su parte desanimarlo Django, su padre, con lo que intenta ser una dosis de realismo.
El cambio es la parte de la naturaleza en la que podemos influir. Y comienza cuando decidimos, rebate finalmente Remy, y sigue adelante.
El cambio comienza cuando decidimos. También cuando jugamos. Y al jugar somos más que cada uno; somos más que todos juntos.
Entonces.
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