La sala de conferencias de uno de los más elegantes hoteles de la ciudad estaba llena, salvo por un asiento vacío, y con las puertas cerradas. Desde una de sus ventanas se divisaba el parlamento; lugar maldito de los asistentes a la reunión. Todos los participantes eran oficiales de alta graduación del ejército del aire. Había más zopilotes en los uniformes que en todos los zoológicos de la nación. Nadie hablaba. Ni siquiera se oían los saludos coloquiales entre compañeros de armas, pues la hora era seria. Finalmente, el general Peca, el de mayor graduación, se acercó al atril ayudado de su bastón. Su frente pintaba un ralo mechón blanco y su mano temblaba fruto de una larga vida de celebraciones etílicas.
—En estas horas oscuras para nuestra patria, en que un gobierno traidor quiere destruir el legado de nuestro amado líder, quiero dirigirme a ustedes, mis queridos compañeros de armas para explicarles mi pensamiento y lo que debemos hacer. La hora de los partidos políticos ha pasado. Hablan mucho pero sólo consiguen llevarnos al caos. Ni siquiera aquellos bien intencionados consiguen solucionar de manera definitiva los problemas de este país. Tan solo consiguen darle estabilidad económica y poco más. Ni siquiera se atreven a combatir las mentiras ideológicas de la izquierda, pues tal es el miedo que tienen a perder votos. Sí, los representantes de la derecha, por mucha simpatía que podamos tenerles, son unos cobardes. Y como es normal, nuestros enemigos han olido ese miedo y se han crecido. Desde que murió nuestro amado caudillo, este país ha pasado varias crisis económicas y se ha convertido en Sodoma y Gomorra.
Pornografía, prostitución, homosexualidad y transgenerismo han aflorado aquí. Han tergiversado la historia de nuestro país para hacernos pasar por los malos de la película, cuando lo único que hicimos fue salvar a la patria del caos judeo-masónico-comunista. Por cierto, nuestros enemigos de antaño eran despreciables, pero gente seria y comprometida con sus ideales. No como estos payasos marxistas-bolivarianos de ahora que tan sólo buscan el poder por el poder y tan sólo usan la ideología para arrastrar a las masas de borregos. Pero todo eso se podría remediar con una buena gestión económica y una educación responsable en los valores de la patria, así como con centros sanitarios para curar a esos pervertidos sexuales. Sin embargo, lo que no tiene arreglo; lo que no tiene marcha atrás…
En ese momento, el general Peca se vio acometido por una fuerte tos que interrumpió durante varios minutos su discurso. De hecho, tuvo que hacer acopio de toda su fuerza para mantenerse en pie con la ayuda del atril y, una vez que se hubo sentido mejor, sacó un pañuelo donde aún tosió unas cuantas veces. Una vez recuperado de su tos y tras garantizarle a sus compañeros de promoción que sólo era un constipado y no coronavirus, visto el pánico que les entró a los que estaban más cerca, continuó con su alegato.
—Decía que lo que no tiene marcha atrás, es la ruptura del país. Compañeros, otra vez la patria nos necesita, pero esta vez debemos de asegurarnos de completar la tarea de nuestro amado líder. Tenemos que matar a todo aquel que no piense como nosotros. 30 millones de personas.
—Pero, señor –interpeló un joven oficial–, los votantes de los partidos rojos y regionalistas no suman más de 20 millones. ¿No pensará ejecutar a los nuestros o a menores de edad?
—Usted siempre fue bueno con los números Gutiérrez. En efecto, quedan 10 millones. Pero estése tranquilo. No pienso matar a ningún votante de la derecha ni a los infantes. Y eso que a los del partido naranja les gusta jugar a dos bandas, pero incluso con ellos seré clemente. No, compañeros. Los 10 millones faltantes saldrán de esas masas de cobardes y vagos que no se atreven a acercarse a las urnas. En el fondo prefiero a los idiotas que votan a nuestros enemigos. Al menos creen en algo, aunque están equivocados. En cambio, los abstencionistas, con su total desidia, son cómplices de nuestros enemigos, aunque ellos se crean liberados de ideologías y religiones. En realidad, esa gentuza no hace más que negarles los votos a nuestros simpatizantes con los que poder ganar las elecciones.
Y, se haga como se haga, nunca se podrá evitar, en un sistema democrático, que esas rémoras existan. Por eso, hay que acabar también con ellos. Sé que lo que les pido no es fácil, pero les pido que piensen en nuestra nación como un enfermo con la pierna gangrenada. Si queremos salvarla hay que extirpar, por muy dolorosa que sea la experiencia. Les dejaremos unos minutos para reflexionar antes de emitir su voto. Ésta es la única democracia que nos podemos permitir en este país; la castrense.
Todo el mundo se quedó en silencio, compungido ante la gravedad de las acusaciones y el doloroso remedio que tenían que aplicar. Las caras de los asistentes parecían de mármol. Habían jurado lealtad a la patria y había llegado la hora de cumplimentar el juramento.
Varios ruidos al mismo tiempo los sacaron de sus ensoñaciones. Eran las ventanas y las puertas rotas por donde entraban miembros uniformados.
—¡Policía! ¡Levanten las manos! Quedan detenidos por confabulación contra el orden establecido y rebelión.
Fue entonces que los militares reunidos mostraron su verdadero carácter. El general Peca se cagó en sus pantalones, mientras que la mayoría alegaba que habían sido llevados con engaños y que desconocían de qué trataría la reunión. Incluso unos cuantos lloraban y suplicaban de rodillas que no los fusilaran.
Desde la puerta del salón, el teniente Miranda, que había abandonado su asiento al principio de la sesión para alertar a las autoridades, veía disgustado a sus compañeros de promoción al tiempo que pensaba “Y estos eran los valientes que querían entregar su vida por la patria. ¡Qué vergüenza!”.
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