Hacia mayo del año pasado, cuando la pandemia empezaba a golpear fuertemente a la economía, el Centro de Investigación Económica y Presupuestaria (CIEP) hizo una interesante prospectiva sobre la deuda pública en México: con la negativa del paquete fiscal de emergencia, que se sostiene hasta ahora bajo las banderas de la “austeridad republicana” y la “economía moral”, el saldo, de cualquier modo, podría incrementarse un 15% real anual, alcanzando niveles históricos como porcentaje del PIB. En cambio, con un plan contracíclico de alrededor del 2.6% del PIB, más o menos al nivel de lo que se estaba haciendo en buena parte del mundo, el incremento de la deuda sería de 21%. Tomando prestada la contundente frase de La economía presidencial de Gabriel Zaid, “así fue y así nos fue”.
Básicamente, lo que planteaba el análisis del CIEP era que esa concepción de la austeridad iba a ser un ejemplo típico de ahorro que termina costando caro. Que acabaríamos con más deuda, sin que, como contraprestación, ésta contribuyera, como en otros países, a mitigar y recuperarnos de la crisis sanitaria y económica. El resultado: una profundización de los problemas estructurales del país que pudo haberse atenuado y aun evitado.
No se equivocaron. Salimos del año del Covid-19 como una nación más pobre y también más endeudada, entre otras razones por la obsesión presidencial de no endeudar. Y comenzamos el año que debe ser de reactivación y transición a una “nueva normalidad” con poca capacidad para recuperar terreno y para adaptarnos a los cambios mundiales acelerados con la pandemia. Según la mayoría de los ejercicios proyectivos, nos tomará, al menos, tres años regresar a los niveles de ingreso per cápita del 2018 (en 2019 fuimos uno de los pocos países cuya economía se contrajo).
Ése es el saldo de la singular estrategia económica (o no estrategia) que se adoptó en México para enfrentar la mayor recesión de la historia contemporánea:
1. Una extraña mezcla del laissez faire, laissez passer, el estandarte del liberalismo económico clásico, con una inclinación a concentrar recursos y decisiones que, en la práctica, más que centralizar, ha devenido en un caos en las funciones y las capacidades sustantivas del Estado.
2. Caos que se explica, en gran medida, porque, más que una operación articulada para realizar esa centralización, el resorte ha sido un florecimiento, con exuberancia tropical, de ocurrencias de corte caudillista (ya olvidada a estas alturas hasta la ideología).
3. Finalmente, el ingrediente base de la masa para espesar el “austero” champurrado, paradójicamente anunciado como remedio contra las dañinas calorías neoliberales: la confusión entre gobernar y hacer proselitismo, con el correlato de un voluntarismo performativo; esa apuesta a que la demagogia interminable puede, por sí sola, ganar a las vencidas a la realidad: que un surtido y mañanero repertorio de autoelogios y porras al “pueblo sabio”, simplificaciones y prejuicios, descalificaciones y trucos de distracción, además de no pocas mentiras a secas, es capaz de suplir no sólo la falta de políticas públicas mínimamente coherentes, sino a la misma ciencia o a la lógica más elemental.
Pejenomics en acción
Como con la igualmente sui géneris “estrategia” sanitaria contra el virus, “única en el mundo” según se ha presumido, difícilmente podría haberse evitado el desastre. Fuera de la retórica para propósitos políticos o como recurso de evasión, de nada sirve la reiteración de los males del pasado –presuntos o reales– como contrargumento automático a los males del presente.
En el mundo real, aquí y ahora, los recursos fiscales destinados a estímulos y apoyos de emergencia ni siquiera sumaron el 1% del PIB, frente a 3% promedio en economías emergentes del G20. A pesar del régimen de austeridad del recetario de la nueva doctrina de “economía moral” (con todo y su best seller presidencial), el endeudamiento público como relación del PIB subió casi 10 puntos porcentuales, para superar el 53%, según ha informado la propia Secretaría de Hacienda. A cambio, tuvimos una caída económica de 9%, la peor en 90 años, cuando el promedio de los países emergentes fue una contracción de 2.6%, según las últimas estimaciones del Banco Mundial.
Y el balance habría sido mucho peor si no se hubieran hecho más “ahorros republicanos” a costa de instituciones desmanteladas o fideicomisos liquidados. El Fondo de Estabilización de los Ingresos Presupuestarios, con ahorros verdaderos acumulados desde el 2014 para afrontar crisis, está a punto de agotarse, aunque el gobierno ya se había gastado más de la mitad en 2019, antes de que la pandemia nos viniera “como anillo al dedo”: arriba de 121 mil millones de pesos (más de 121 veces el presupuesto del instituto garante de la transparencia y la protección de datos personales que se busca desaparecer para seguir “ahorrando”).
Así, cuando logremos dejar atrás la epidemia, lo que puede tardar porque depende de qué tan eficaz sea el proceso de vacunación (y con lo visto en la fase previa hay suficientes motivos para preocuparse), comenzaremos a remontar esa brutal recesión con una economía muy maltrecha. Miles de empresas quebradas, millones de desempleados y muchos millones más con los ingresos mermados y condenados a la precariedad laboral. Todo eso pudo haberse mitigado: tal vez el gobierno se endeudó menos, pero para millones, el desenlace será más pobreza y necesidad de endeudarse.
¿Quién ahorra con esa “austeridad”?, ¿un gobierno en turno o el Estado y la nación?
Tomando como referencia la misma fuente del Banco Mundial, a diferencia del promedio de los países emergentes, que crecerán 5 y 4.2% este año y en 2022, respectivamente, México, tras su -9%, tendría un muy pobre rebote de 3.7% este año y la vuelta a la inercia de las últimas tres décadas, con 2.6% en 2022 (ya olvidada a estas alturas la promesa del 4% para dejar atrás el “crecimiento mediocre” del “periodo neoliberal”, en espera del invento de un “índice alternativo” que pondere la felicidad y la espiritualidad).
Vecinos distantes
Entre tanto, en Estados Unidos, el Comité de Mercado Abierto Federal pronostica una caída en 2020 de sólo 2.4% y un rebote espectacular de 4.2% en 2021 y 3.2% en 2022. Nada mal para el promotor tradicional del neoliberalismo, quien, pese a esa reputación, con patente convicción keynesiana ha gastado cerca de 3.5 billones de dólares para salvar a su economía, ha cubierto casi el total de lo que ha perdido la masa salarial con ayudas fiscales y, a fines de este año, estaría de regreso en los niveles económicos previos a la pandemia.
En síntesis, el plan contracíclico ha funcionado, y con el aliciente de la política de expansión monetaria de la Fed, que ha puesto las tasas de referencia por debajo de 0.25%, Estados Unidos se prepara para un boom de inversiones, como el que de hecho vivió el año pasado desde marzo, junto con un auge de emprendimiento. Más allá de las tensiones sociopolíticas y el turbulento final de la administración Trump, hace una década que no se registraba un número tan alto de aplicaciones para abrir nuevos negocios.
Mientras, en México, además de la ausencia de apoyos fiscales, se acosa a las empresas con auditorías y amenazas de pena de cárcel hasta por recurrir al outsourcing laboral, lo que recrudece la migración en masa a la informalidad económica.
El pretexto de que a nosotros nos costaría mucho más endeudarnos es sólo eso, porque difícilmente puede pensarse en un momento más idóneo, por necesidad y costo-beneficio, para financiarse. Para unos a mayor tasa, desde luego, pero en todos los casos, por debajo de los promedios de los mercados. Y en última instancia, depende de para qué pidas: no es lo mismo para fondear futuros elefantes blancos como la refinería de Dos Bocas, que a fin de ayudar a sobrevivir a Pymes que eran rentables y pueden volver a serlo.
El problema es otro. Y cómo no recordar, para concluir, el diagnóstico de Gabriel Zaid sobre el desastre de los años 70: los excesos del presidencialismo que todavía estamos pagando, con el banderazo de salida de Luis Echeverría declarando que las finanzas se manejan desde Los Pinos (léase ahora Palacio Nacional). “Así fue, y así nos fue”.
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