Tiranía, mérito y universidad

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“El acceso a la educación superior es el último de los prejuicios aceptables”, sentencia Michael Sandel en su indispensable libro La Tiranía del mérito: Qué ha sido del bien común.

Se refiere a que, si antes la discriminación giraba en torno al color de la piel, el origen étnico o incluso la orientación sexual –prejuicios que, por supuesto siguen presentes, pero son inaceptables social y jurídicamente–, ahora la discriminación “aceptable”, legitimada por la narrativa del mérito es el credencialismo: los que tienen acceso a la universidad y a la globalización –las élites educadas–, frente a los que han quedado fuera de la modernidad.

Empero, hay una diferencia fundamental entre ambos tipos de prejuicios. En el primero es absurdo culpar a la gente de su origen étnico o color de piel; sin embargo, en el segundo, quienes no han accedido a estudios superiores, dice la narrativa meritocrática, es porque no quieren, o bien, porque no son suficientemente inteligentes. En otras palabras, son culpables de su fracaso.

meritocracia
Imagen: Aikee Vergara.

En esa falsedad consiste la tiranía del mérito. En alimentar el mito de que la gente exitosa lo es porque lo merece y, en consecuencia, la gente excluida lo es porque no se ha esforzado lo suficiente. Afirmar lo anterior es no reconocer que el privilegio también se hereda.

El mérito y la cultura del esfuerzo explican en mucho el desarrollo, cierto, pero pensar que “nos hemos hecho solos”, que la suerte y circunstancia no han jugado un papel fundamental en explicar el éxito o el fracaso, es un mito muy peligroso. El origen social tiene mucho que ver con el destino, por más que la literatura motivacional nos diga lo contrario.

Algunos botones de muestra. Según datos de la ANUIES, en su informe “Visión y Acción 2030 (2018), sólo 8.3% de la matrícula total en educación superior proviene del quintil de ingresos más bajo. En Estados Unidos, sólo 5% de los estudiantes de las universidades “Ivy league” provienen de familias de ese quintil más bajo.

Por su parte, el COLMEX, en su informe “Desigualdades en México” (2018), señala que sólo 2% de los hijos nacidos en hogares del quintil de ingresos más bajo logra escalar en su vida adulta al quintil más alto. México sigue siendo uno de los países más desiguales y con una de las tasas de movilidad social más bajas en el mundo.

¿Cuáles son las perniciosas consecuencias del mito meritocrático? Que a los ganadores los hace arrogantes y a los perdedores los humilla. Esto, afirma Sandel, explica la polarización social del Brexit o del trumpismo. Es terreno fértil para los populismos.

tirania del merito
Imagen: Conclusión.

Aquellos que logran ingresar a la universidad, de acuerdo con Sandel, desarrollan inconscientemente un sentido de superioridad sobre aquellos que no pudieron ingresar. Atribuyen su éxito a una cuestión meramente de capacidad personal, cuando en realidad otros factores fuera de su control determinaron en gran medida el hecho que hayan podido acceder a estudios de nivel superior.

“El acceso a la universidad no debe ser el único camino para tener una vida decente y respetable”, concluye Sandel, “sino que debemos recuperar la dignidad del trabajo para todos”. Tiene razón. Incluso en Estados Unidos, 64% de la población no cuenta con título universitario. En México es el 80%.

La meritocracia tiene pues un lado obscuro. Las universidades tenemos mucho por hacer para mesurar sus excesos, para formar estudiantes sensibles y empáticos con los menos afortunados. Nadie se hace solo.


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