Que tiemble el Estado, los cielos, las calles
Que tiemblen los jueces y los judiciales
Hoy a las mujeres nos quitan la calma
Nos sembraron miedo, nos crecieron alas
“Nos sembraron miedo, nos crecieron alas”, línea de la “Canción sin miedo” de la cantautora mexicana, Vivir Quintana, es más cierta que nunca. Este 8 de marzo ha quedado demostrado que ni muros de metal, ni un mortal virus, ni los intentos por deslegitimar al feminismo, son suficientes para que las mujeres seamos una sola voz: la de la justicia.
Las vallas que rodean Palacio Nacional pretendían intimidar y las mujeres escribimos sobre ellas; la pandemia de COVID-19 intentó silenciar y las mujeres abrimos nuevos espacios; el tiempo electoral procuró dividir y las mujeres nos unimos.
Este Día Internacional de la Mujer hace hervir la lucha. Quienes puedan hacerlo en las calles serán afortunadas por apropiarse de espacios físicos. No obstante, aquellas que deban permanecer en casa o en el trabajo, también lo serán porque seguramente gritarán desde donde estén. Y nadie debe ser juzgada.
Desde puntos como el Monumento a la Revolución, muchas mujeres marchan para pedir justicia. Con sus carteles recuerdan nombres y a través de pintas resignifican monumentos y edificios a fin de recordar que la transformación no va sin nosotras.
Mientras tanto, otras mujeres gritan a la distancia. Entre fotografías violetas, mensajes de apoyo, videos de concientización y hasta “cacerolazos” apoyan la causa, la de ellas, la de todas.
Y claro que habrá mujeres que prefieran mantenerse al margen y que ni siquiera apoyen el movimiento. Sin embargo, eso no importa, porque el feminismo exige justicia por todas aquellas que no están y protege a las que siguen de pie sin distinción.
No olvide sus nombres señor presidente
A cada minuto, de cada semana
Nos roban amigas, nos matan hermanas
Destrozan sus cuerpos, los desaparecen
No olvide sus nombres, por favor, señor presidente
“No olvide sus nombres, por favor, señor presidente” es el mensaje que las mujeres le han dado a Andrés Manuel López Obrador con las vallas de Palacio Nacional convertidas en memorial. Cada letra plasmada en ese mal llamado “muro de la paz” es un grito de justicia por las mujeres muertas, desaparecidas, violentadas.
Las vallas implementadas por el Gobierno Federal pretendían contener, pero en realidad se convirtieron en un recordatorio para que las autoridades no olviden el dolor y la sangre derramada en cada feminicidio del país. Los colectivos feministas, las madres de desaparecidas, las mujeres demostraron que para la sed de justicia no hay límites y mucho menos si son de metal.
Quienes tiñeron en blanco los nombres de las víctimas han creído más que las propias instituciones. En este sentido, el movimiento feminista se ha convertido en un acto de fe y empatía.
Las mujeres marchan, gritan, pintan y queman por otras mujeres que no conocen. Y sin embargo, lo hacen porque la violencia de género es una realidad que al afectar a una, hiere a todas.
Si tocan a una, respondemos todas
Yo todo lo incendio, yo todo lo rompo
Si un día algún fulano te apaga los ojos
Ya nada me calla, ya todo me sobra
Si tocan a una, respondemos todas
“Si tocan a una, respondemos todas” es la manifestación más clara de que las mujeres son revolucionarias a diario. Aunque es triste, las mujeres no sólo debemos pedir justicia, libertad y seguridad, sino transformar los valores que la misma sociedad nos impregnó.
Una mujer hace revolución no únicamente cuando sale a las calles con pañuelos verdes o violetas —aunque claro que lo realiza—. También es revolucionaria cuando acepta que otras mujeres son aliadas, cuando exige un salario digno, cuando le cree a una víctima, cuando se libera de un agresor —aún si se trata de un padre, hermano o novio—, cuando deja de ser madre, esposa o cuidadora y simplemente es.
Hoy, a partir de hoy, y para siempre, las mujeres “nacemos para ser libres y no asesinadas”, “existimos porque resistimos”, “somos el grito que no podrán callar” y unimos las voces para exigir “ni una menos”.