Lorena es abogada y madre. Su día inicia desde las 5 de la mañana para que antes de irse a su despacho deje preparado el desayuno de sus dos hijos, ponga sobre la mesa el material escolar y ordene un poco la vivienda. Aunque no recibe ni un peso por ello, cuando llega de su centro de trabajo lava la ropa del día siguiente y alista algo para cenar.
Ahora bien, Lorena no es una. Todo lo contrario, representa a muchas mujeres que viven en carne propia la injusticia laboral desde su propio hogar. Por medio de un trabajo múltiple, que contempla el nivel profesional, doméstico y de cuidados, es víctima de falta de derechos, reconocimiento y remuneración.
De acuerdo con el Consejo Nacional de Evaluación de la Política de Desarrollo Social (Coneval), en promedio las mujeres del país dedican 27.8 horas semanales para trabajo de cuidados no remunerados. Es decir, casi el doble del tiempo empleado por los hombres en tales tareas (15.2 horas por semana).
En su “Informe sobre Pobreza y Género 2008-2018”, el Coneval expuso también que las mujeres ocupan de 2.2 a 3.2 veces más tiempo que los hombres en quehaceres domésticos. Es decir, mientras ellas invierten alrededor de 22 horas a la semana, ellos apenas ocupan 8.2.
Por si eso no fuese suficiente, la injusticia también está presente entre las mismas mujeres. Resulta que una mujer en situación de pobreza dedica más espacio de sus días a las labores de cuidados o del mantenimiento de la casa.
El Coneval demostró que de 2008 a 2018, las mujeres en condición de pobreza aumentaron en 4.4 horas a la semana sus tareas de cuidadoras, mientras que quienes no lo están, lo hicieron en 3.7. Asimismo, el incremento del quehacer doméstico en personas de escasos recursos fue de 2.3 horas, aunque de las que están económicamente más estables aumentó sólo en 0.4.
De esta manera, con la gran cantidad de tiempo que las mujeres invierten en “labores del hogar” —y que muchas piensan es su responsabilidad— el género femenino ha perdido oportunidades para desarrollarse en otros ámbitos. Por ser o estar en función de los roles de madres, hijas o “amas de casa”, desestiman su desarrollo.
Pandemia incrementa injusticia laboral de las mujeres
Aunque la división injusta de roles y tareas siempre ha existido, la pandemia del virus SARS-CoV-2 la acentuó. Medidas como el “Quédate en casa”, hicieron que las mujeres trabajen más de lo usual, pierdan su desarrollo profesional y reduzcan sus ingresos.
Para el Coneval, las causas del aumento de trabajo en las mujeres ocurrió en el 2020 principalmente por dos factores: falta de clases presenciales y el cuidado de personas vulnerables a la COVID-19.
Por un lado, el Consejo explicó que las mujeres han tenido que invertir más tiempo en la educación y recreación de la población infantil. Por otro, advirtió que se le ha asignado la tarea de proteger a grupos susceptibles al nuevo coronavirus, tales como los adultos mayores.
Además, el organismo expresó que las labores de limpieza aumentaron para las mujeres. Detalló que la permanencia en la vivienda y las labores de sanitización ante la propagación del virus, provocó una mayor inversión de tiempo no remunerado en los quehaceres cotidianos.
Y es que aunque las labores del hogar deben ser repartidas y no asociadas con el género, la desigualdad en México es una gran constante. Tan es así, que va en aumento el número de mujeres que asume como su único trabajo el quehacer doméstico.
Según los datos arrojados por el Coneval, del cuarto trimestre del 2019 al 2020, la población femenina que reportó como ocupación la labor doméstica sin remuneración aumentó en 1.3 millones. Con ello, alrededor de 21 millones de mujeres trabajan en sus viviendas sin recibir un sueldo a cambio.
Injusticia laboral en las mujeres fuera del hogar
Por si no bastara la mayor carga en el hogar, las mujeres enfrentan grandes obstáculos en el terreno laboral externo. La discriminación y la exclusión que padecen hacen que su carrera profesional se vea truncada.
Con base en el informe del Coneval, las mujeres se enfrentan en mayor medida, a la problemática de salarios bajos. Resulta que durante el 2018 el 63.8 por ciento de los hombres se ocupó en “trabajos masculinizados” y con ello obtuvieron remuneraciones más altas.
Sumado a lo anterior, las mujeres son más excluidas del seguro social y mayormente propensas a empleos sin remuneración.
Finalmente, conviene decir que las mujeres deben ser disociadas de los roles que representan. Cuando la sociedad las separe de responsabilidades culturales que cargan y simplemente las acepten como sujetas de derechos, sus condiciones de desarrollo se transformarán.