Justo en la conferencia mañanera de ayer, a cuatro días de su primer informe presidencial, el titular del Ejecutivo anunció un acuerdo que hace unos meses era impensable e incluso motivó (escrito por él mismo) la renuncia de Carlos Urzúa, ex secretario de Hacienda, de nuevos contratos con las empresas constructoras de gasoductos.
En otras ocasiones he insistido en que la velocidad con la que se dan los acontecimientos ahora impide observar con claridad lo que ocurre en el país. También complica el análisis de todo el ruido que genera la batalla pública y constante entre quienes rechazan cualquier cosa que diga o haga el presidente y aquellos que lo defienden a ultranza.
Es decir, ni todo está a punto del colapso, pero tampoco estamos aún en el paraíso prometido en campaña. Y eso no es necesariamente negativo cuando hablamos de inversión, confianza, consumo y desarrollo.
La aparición pública (no recuerdo una ocasión semejante) del empresario más emblemático del país, al lado del presidente del Consejo Coordinador Empresarial, y los ejecutivos de las compañías privadas, con el nuevo secretario de Hacienda en la segunda fila y un presidente feliz, feliz, feliz, de fondo, es una poderosa señal económica en cualquier nación y envía un mensaje de certidumbre que no había cuajado hasta entonces.
Es importante entender que esta administración, para bien y para mal, rompe paradigmas todos los días. No tiene un marco de referencia porque el más cercano sucedió hace doce años cuando el actual presidente era Jefe de Gobierno de la Ciudad de México. Hoy las condiciones son distintas, igual que las personas. Existe un estilo de gobernar en donde se mezclan muchas ideas, políticas y principios, a los que en definitiva no estábamos acostumbrados con el PRI o el PAN.
Sin embargo, después de este acuerdo, es difícil pensar que se improvisa o se cuenta con un poder absoluto para obligar a empresarios de esa talla a coincidir con la visión del presidente. No hago un lado el peso que tiene la figura del Ejecutivo en la vida nacional, pero los tiempos que vivimos son distintos y por eso más riesgosos.
En primer lugar, porque la dirección de este gobierno es una y no creo que vaya a variar en los próximos cinco años. Habrá momentos de flexibilidad, de negociación, de acercamiento y de distancia, pero en su núcleo, esta administración federal seguirá adelante con sus proyectos y sus ofertas políticas a como dé lugar.
Por otro lado, que dentro de sus proyectos de desarrollo cuestionados (la terminal de Santa Lucía y la refinería de Dos Bocas) se encuentren otros mil 598 más, será una excelente noticia para las mujeres y hombres de negocios que buscan invertir; lo que pienso que ya está cerrado, finalmente, es retomar la construcción del Nuevo Aeropuerto en Texcoco, más por un asunto de principios y de política, que de economía.
Me gustaría pensar que, luego de este anuncio, pudiéramos ver el tiempo que se pierde en angustiarse por lo que se comparte en redes sociales o por los retazos de noticias que desbordan nuestros teléfonos celulares, igual que por los mensajes que celebran cualquier evento favorable.
Éste es un país con un enorme potencial que ha sido carcomido por la corrupción, la impunidad y la desigualdad, pero las posibilidades de crecimiento siguen ahí y han estado durante décadas, sólo que muy mal repartidas.
Por ello considero que podemos hacernos un favor y reflexionar qué tipo de ciudadanos queremos ser, cómo deseamos participar en este cambio de época y cuál será nuestra aportación para juzgar con objetividad cuando estemos bien y exigir que se rindan cuentas y se corrija el rumbo cuando no sea favorable.