Construcción Ciudadana

Acuerdos y nuevos contratos para México

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Justo en la conferencia mañanera de ayer, a cuatro días de su primer informe presidencial, el titular del Ejecutivo anunció un acuerdo que hace unos meses era impensable e incluso motivó (escrito por él mismo) la renuncia de Carlos Urzúa, ex secretario de Hacienda, de nuevos contratos con las empresas constructoras de gasoductos.

En otras ocasiones he insistido en que la velocidad con la que se dan los acontecimientos ahora impide observar con claridad lo que ocurre en el país. También complica el análisis de todo el ruido que genera la batalla pública y constante entre quienes rechazan cualquier cosa que diga o haga el presidente y aquellos que lo defienden a ultranza.

Es decir, ni todo está a punto del colapso, pero tampoco estamos aún en el paraíso prometido en campaña. Y eso no es necesariamente negativo cuando hablamos de inversión, confianza, consumo y desarrollo.

Inversión.
Imagen: Comología.

La aparición pública (no recuerdo una ocasión semejante) del empresario más emblemático del país, al lado del presidente del Consejo Coordinador Empresarial, y los ejecutivos de las compañías privadas, con el nuevo secretario de Hacienda en la segunda fila y un presidente feliz, feliz, feliz, de fondo, es una poderosa señal económica en cualquier nación y envía un mensaje de certidumbre que no había cuajado hasta entonces.

Es importante entender que esta administración, para bien y para mal, rompe paradigmas todos los días. No tiene un marco de referencia porque el más cercano sucedió hace doce años cuando el actual presidente era Jefe de Gobierno de la Ciudad de México. Hoy las condiciones son distintas, igual que las personas. Existe un estilo de gobernar en donde se mezclan muchas ideas, políticas y principios, a los que en definitiva no estábamos acostumbrados con el PRI o el PAN.

Sin embargo, después de este acuerdo, es difícil pensar que se improvisa o se cuenta con un poder absoluto para obligar a empresarios de esa talla a coincidir con la visión del presidente. No hago un lado el peso que tiene la figura del Ejecutivo en la vida nacional, pero los tiempos que vivimos son distintos y por eso más riesgosos.

En primer lugar, porque la dirección de este gobierno es una y no creo que vaya a variar en los próximos cinco años. Habrá momentos de flexibilidad, de negociación, de acercamiento y de distancia, pero en su núcleo, esta administración federal seguirá adelante con sus proyectos y sus ofertas políticas a como dé lugar.

Santa Lucía.
Fotografía: Milenio.

Por otro lado, que dentro de sus proyectos de desarrollo cuestionados (la terminal de Santa Lucía y la refinería de Dos Bocas) se encuentren otros mil 598 más, será una excelente noticia para las mujeres y hombres de negocios que buscan invertir; lo que pienso que ya está cerrado, finalmente, es retomar la construcción del Nuevo Aeropuerto en Texcoco, más por un asunto de principios y de política, que de economía.

Me gustaría pensar que, luego de este anuncio, pudiéramos ver el tiempo que se pierde en angustiarse por lo que se comparte en redes sociales o por los retazos de noticias que desbordan nuestros teléfonos celulares, igual que por los mensajes que celebran cualquier evento favorable.

Éste es un país con un enorme potencial que ha sido carcomido por la corrupción, la impunidad y la desigualdad, pero las posibilidades de crecimiento siguen ahí y han estado durante décadas, sólo que muy mal repartidas.

Por ello considero que podemos hacernos un favor y reflexionar qué tipo de ciudadanos queremos ser, cómo deseamos participar en este cambio de época y cuál será nuestra aportación para juzgar con objetividad cuando estemos bien y exigir que se rindan cuentas y se corrija el rumbo cuando no sea favorable.

Ciudadanos irreconciliables

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Es posible que el simple acto de una persona hacia lo correcto sea suficiente para inclinar la balanza a favor de que todos podamos vivir un poco mejor; sin embargo, se necesitan miles de actos como ése para provocar un cambio real y duradero.

Modificar nuestra conducta es una tarea compleja, que demanda disciplina, convencimiento y una buena dosis de persistencia. Todas son condiciones que exigen voluntad y compromiso hasta en los peores momentos.

Aun así, no hay en nuestra historia como especie, un sólo suceso que haya cambiado para bien que no necesitara de esas virtudes. En el fondo, el progreso no se gana con la tecnología, los recursos o los gobiernos; avanzar significa organizarnos en comunidad bajo reglas distintas, valores distintos y objetivos muy precisos enfocados en prosperar.

En cada época han existido episodios en donde se ha buscado provocar a una de las fuerzas más poderosas que existen: el miedo. A diferencia de otros sentimientos, el miedo paraliza, evita la solidaridad y saca lo peor de nosotros mismos. Es la condición ideal para quien busca dividir a un grupo de personas y enfrentarlas entre sí.

División ciudadana.
Ilustración: @ARES.

Me resisto todavía a pensar de que estamos en una etapa así, a pesar que diariamente recibo muchas pruebas que me muestran todo lo contrario. Pero el optimismo no es necesariamente creer en que todo saldrá bien todo el tiempo, sino que cualquier problema puede tener una solución.

Muchas personas me preguntan con frecuencia qué podemos hacer para reducir esta ansiedad que nos ocasiona la política, la economía, la situación global, la violencia y la inseguridad. Me cuesta trabajo responder, pero encuentro un remedio inmediato: hablemos.

Pero no a través de las redes sociales, que no sólo imposibilita el conocernos bien, sino que se han convertido en un griterío cibernético en el que, nadie escucha o se manifiesta la falsa versión de que todos estamos perfectamente. En realidad necesitamos es sentarnos a hablar de lo que nos molesta, nuestros desacuerdos y acerca de aquello que nos genera incertidumbre en el futuro.

Entablar una conversación y escuchar verdaderamente a otros jamás ha sido un ejercicio sencillo, no llegamos a este punto de conflicto en el mundo, y en México –por accidente–, nos faltan décadas de aprendizaje sobre cómo no escuchar los argumentos de alguien más sin tratar de imponer nuestras propias ideas. No obstante, ya sabemos hacia dónde nos lleva esta manera de relacionarnos.

Voz.
Ilustración: Shutterstock.

Continuar descalificándonos sin sentido y perder de vista lo importante para lograr, por fin, el desarrollo de este país, tiene sólo una dirección: volvernos ciudadanos irreconciliables, a quienes no habrá manera de convencer que somos una sola sociedad.

Y una sociedad así, termina tolerando cualquier abuso o replegándose, esperando a que en algún momento pase el temporal. Los sucesos afuera y adentro de nuestro país dan una mala señal acerca de que esto es pasajero, son fuerzas económicas en conflicto, intereses de grupos que pelean para no perder privilegios, y un sistema político que está resistiéndose a dejar el poder, forzado por uno aparentemente nuevo que trata de imponer nuevas reglas que no son comprendidas fácilmente por la mayoría de nosotros.

Dice un proverbio chino que “ojalá y vivas en tiempos interesantes” como una manera de desear momentos difíciles en los que pueda templarse el carácter. Estos son, no hay duda, de los más interesantes en la historia de México; la diferencia es que tenemos la oportunidad de ponernos de acuerdo, porque los gobiernos van y vienen, sobre todo en un modelo democrático al que nunca podemos renunciar, quienes seguimos somos nosotros, las y los ciudadanos de bien, que debemos dejar de envolvernos por el ruido y comenzar a escucharnos.

Crimen imaginario

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Walter White nos convenció en “Breaking Bad” que un modesto profesor de preparatoria podía convertirse en un eficaz traficante de drogas. Muchas de las series y películas con mayor popularidad en plataformas multimedia o en el cine, presentan a villanos relacionados con el crimen organizado que, hasta la llegada del héroe, cuentan con recursos económicos y logísticos inagotables, los cuales difícilmente se obtienen con un puesto de docente de química básica.

Esta idea romántica de que la estructura del crimen es una especie de fiesta sin fin, tal y como luego vemos en varios videos musicales, donde las mujeres y hombres atractivos conviven mientras corre el alcohol, llueven dólares y todo el mundo llega en autos deportivos, se ha vuelto una preocupación para nuestras autoridades federales y también lo debería ser para nosotros como ciudadanos.

La realidad es que el crimen opera de manera muy distinta. Como cualquier otra corporación de grandes dimensiones –y el crimen es una de las más grandes que tenemos–, existen diferentes niveles de acceso, dependiendo de las aptitudes y las funciones que se desempeñen. Es decir, los escalafones de la delincuencia empiezan abajo, en las tareas simples, engorrosas y aburridas, para de ahí ir ascendiendo.

Narco cultura.
Fotografía: Time Magazine.

Tiene mucho más peso alguien que tiene aptitudes para contar dinero, por ejemplo, que quien sólo podría vigilar en una esquina para alertar sobre la presencia de las autoridades (los conocidos como “halcones”). En esta lógica, por cada líder que tiene capacidad de comprar lujos, existen cientos de empleados que apenas subsisten, ilusionado por alcanzar algún día el nivel de “jefe”.

Si esto suena poco creíble, tomemos en consideración dos casos públicos, el primero, la asesina de uno de los dos israelíes en Plaza Artz, en la Ciudad de México. De acuerdo con la información que se ha hecho pública, la joven mujer (33 años) tenía como profesión matar por encargo a razón de cinco mil pesos por persona. Vivía en una modesta casa al oriente de la capital y es madre soltera a cargo de un menor. A pesar de sus evidentes capacidades para cometer un crimen tan atroz, sus honorarios no tienen nada que ver con ninguna de las o los asesinos profesionales que las películas y las plataformas han hecho tan populares.

El segundo punto de referencia es la reciente subasta de joyas, muchas decomisadas a miembros del crimen organizado, y la incorporación a este ejercicio de la famosa casa de Zhenli Ye Gon, el presunto empresario de nacionalidad china que amasó tanto efectivo que tuvo que guardarlo en las alacenas de la cocina.

Son los dos extremos de una enorme empresa llamada crimen mexicano. Ésa que creció a tal tamaño que ningún gobierno, estatal o federal, podrá solo contra ella, aunque ningún ciudadano tampoco.

Y como cualquier compañía, la delincuencia organizada se promueve y hace su mercadotecnia para atraer a quienes piensan que las oportunidades de construir un patrimonio legal, cada vez son menores.

Niños en el crimen organizado.
Fotografía: Ciudadanos en Red.

Lo mismo ocurre con las y los jóvenes que se quedan sin acceso a la educación, ven el esfuerzo mal retribuido de sus padres en las fábricas y en el campo o las limitaciones de todo tipo en sus comunidades, donde sólo queda trabajar para la administración municipal o para el crimen local, que muchas veces son lo mismo.

Seguramente, ellas y ellos aceptan condiciones precarias de empleo (como los que toman un trabajo formal) con la meta de crecer dentro de la organización y, en algún momento, ocupar un sitio predominante que les dé los ingresos, la comodidad y el respeto que miraron en una pantalla de televisión desde que eran niños.

Es posible que la realidad supere a la ficción, pero la economía jamás ha sido superada por la fantasía, y sus reglas son implacables con quienes actúan de forma legal, como con quienes no lo hacen. Y aunque el negocio es multimillonario, los gastos, la nómina, los sobornos, la logística, las operaciones de lavado, hacen que el paraíso del crimen esté reservado para pocos, mientras el resto vive una trama más cercana a una de las magníficas películas de Luis Estrada.

Hoy, el presidente de la República y su gobierno buscan lanzar una campaña que desmitifique al crimen y ponga en blanco y negro lo que sucede realmente con la mayoría de sus integrantes. Sugiero que, mientras sucede, nosotros empecemos a cambiar de canal y a cambiar de valores.

Criterio, no doctrina

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Cuenta una historia que un cercano a Sócrates se le acercó para tratar de compartirle un jugoso chisme acerca de otro conocido.

Si pasa tres filtros, le respondió el famoso filósofo, con gusto escucho la historia. El otro hombre accedió y pidió pasar el primero.

—¿Lo que me vas a decir es absolutamente cierto? —, preguntó Sócrates.
—No, me dijeron que lo escucharon y por eso…—, Sócrates lo frenó de inmediato.
—¿Lo que me vas a decir es bueno o amable? —, le lanzó de nuevo como segundo filtro de la historia.
—Todo lo contrario, se trata de… —y tuvo que callar nuevamente cuando vio que Sócrates alzaba una mano en señal de que se detuviera.
—Falta un filtro —le explicó—, así que todavía puedes contarme la historia: ¿Lo que me vas a decir es útil o necesario que lo sepa?
Con el semblante derrotado, el hombre respondió bajando la vista —No, francamente, no lo es.
—En ese caso, si lo que vas a decir no es cierto, bueno, amable, útil o necesario, entonces mejor no digas nada —, y Sócrates se dio la media vuelta.

Discernir.
Imagen: Blog Hotmart.

De entre nuestras muchas necesidades sociales, una que nos urge es la construcción de criterio. Discernir entre lo que es importante, verdadero y útil, como en el caso de los tres filtros. Hablar sobre bases de doctrina es discutir sin sentido, estemos de acuerdo con lo que nos ocurre en México o lo rechacemos tajantemente.

Vivimos en una sociedad en donde la privacidad es casi inexistente y la información es instantánea, lo mismo que los rumores y las falsedades. Cada uno decidimos qué datos usa y comparte, sin embargo, eso no nos hace una comunidad informada, ni tampoco juiciosa respecto de lo que ocurre a nuestro alrededor.

No hay día en este cambio de época en que la visión de quienes celebran y quienes aborrecen no se hagan cada vez más antagónicas. Cuando lo hablo (en persona de preferencia) con otros, confirmo que hay razón en ambas partes, pero también existe una división que se ensancha peligrosamente por prejuicios, estigmas y datos imprecisos.

Porque si en realidad estamos en una transformación completa de régimen y las resistencias a la misma son el resultado de los avances, no pueden entenderse muchas de las decisiones que toma el gobierno de la República o los riesgos que asume al tomar acciones que no siempre terminan bien.

Carlos Urzua.
Ex secretario de Hacienda, Carlos Urzua (Fotografía: La Silla Rota).

Pongo un ejemplo que ocupó la agenda pública la semana pasada y en el arranque de ésta: la renuncia del secretario de Hacienda y sus comentarios posteriores sobre su decisión. Si bien su salida probó que la economía nacional aguanta este tipo de impactos, al día siguiente nos enteramos que fue el propio presidente quien insistió en que ésta sucediera de inmediato y no esperaran hasta el fin de semana, cuando las condiciones hubieran sido menos perjudiciales.

En juego, nada más, quedó la enorme posibilidad de que los mercados interpretaran la renuncia de manera distinta a como sucedió.

Entiendo que en la realidad “el hubiera” no existe más que como especulación, pero se corrió mucho riesgo al usar un acto de autoridad para medir el estado económico y político del país. Se hizo un manejo de la crisis inmediato, concedido, aunque al costo de no poder prevenir todas las consecuencias.

Dicen que, en una pelea de elefantes, el único que sufre es el pasto. Como sociedad no podemos permitir que ésa sea la nueva normalidad. Somos una democracia joven, que necesita más que nunca de ciudadanos activos, bien comunicados, organizados y participando en las decisiones que se toman.

Todo lo demás no es bueno, ni cierto, ni útil, ni amable, ni necesario para mejorar.

Tranquilizar al país

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El inicio de la Guardia Nacional definirá gran parte de la estrategia de seguridad del gobierno de la República, pero tanto sus detractores, como los más fervientes apoyadores de ésta nueva corporación, se equivocan si le apuestan todo a su fracaso o a su éxito por sí misma.

Regresar la paz y la tranquilidad a nuestras calles y colonias no recae nada más en un nuevo cuerpo de seguridad nacional. Ésa es sólo una parte de la posible solución. Falta atacar las causas, dejar la simulación y apoyarse en los ciudadanos para cerrarle el paso a las oportunidades de operación que hoy tiene el crimen en México.

Con el arranque de la Guardia Nacional, la semana pasada, junto con la estrategia contra las adicciones anunciada la mañana del viernes pasado, quedan abiertas las líneas de acción que se ha trazado el gobierno para lograr revertir la violencia, esa misma que durante el primer semestre del año alcanzó niveles no vistos.

Delincuencia uniformada.
Fotografía: El País.

Ésa es la tarea del Poder Ejecutivo y es su obligación; sin embargo, a los ciudadanos nos corresponden otras tareas igual de importantes para obtener seguridad pública.

El más importante, construir un puente de confianza con la Guardia Nacional. Que nadie se engañe, el mensaje de la Guardia es uno de orden y de disuasión. Aunque contempla el contacto inmediato con la población civil, su orientación es militar y sus instrucciones son la de establecer una frontera clara entre ellos y la influencia que tienen los criminales en las comunidades, es decir, su prioridad es combatir el delito, al mismo tiempo que evitar ese caos que provoca la delincuencia por medio del temor y el dinero.

El riesgo es que en muchos lugares se le siga teniendo más confianza a los criminales que a la Guardia, ya que ésta es nula desde hace muchos años hacia las policías estatales y municipales.

También será un obstáculo que la ciudadanía siga convencida de lo inútil que es denunciar delitos del fuero común o prevenir crímenes que no sean de alto impacto. No será sencillo acomodar las atribuciones de la Guardia con la de las policías locales, pero nuestro trabajo es seguir denunciado por todos los medios posibles lo que afecte nuestro buen y bien vivir.

Protesta de la Policía Federal.
Fotografía: CNN en Español.

Manipuladas, o no, las protestas de policías federales son un aviso de lo complejo que será incorporar a las diferentes corporaciones bajo el techo de una Guardia que necesita consolidarse rápidamente. En gran parte dependerá de nosotros y la recepción que le demos a sus integrantes. Hay muchos estados que claman por su presencia y en otros todavía no se entiende bien qué y cómo desempeñarán sus funciones.

Los que seguirán sin muchos cambios serán los delincuentes. A ellos siempre parece tenerlos sin cuidado si se trata de Policía Federal, Guardia Nacional o Ejército de salvación. Son las consecuencias de la impunidad, la corrupción y el débil tejido social que nos aqueja desde hace décadas.

Hoy contamos con una nueva oportunidad para recuperar la confianza ciudadana y darle la credibilidad (que tendrá que ganarse) a la Guardia Nacional.

Es un asunto de seguridad que no debe mezclarse con la política, ni con los intereses que vienen con ella. Si no, como ocurre usualmente, los que quedamos en medio somos nosotros y nuestras familias.

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 Erradicar el acceso a las armas de fuego

(Luis Wertman en “Imagen Noticias” con Francisco Zea)

Hemos leído en cifras oficiales que los primeros seis meses de este año, comparado con los mismos periodos en años anteriores, han sido probablemente o definitivamente los más violentos que se han vivido. Se tiene registrados 94 homicidios diarios, de los cuales 43 sí fueron crímenes de violencia, mientras que los otros 51 no tienen que ver con el crimen organizado. Pero, entonces, ¿de qué son? Se ha visto que están relacionados con hechos pasionales y riñas entre conocidos del mismo barrio, y el gran problema es que las autoridades no han podido dar solución a estos eventos cuando debe atacarse, en primer lugar, el acceso extremadamente fácil y sencillo, y en total desorden, las armas de fuego. Y lo segundo, son los altos contenidos de consumo de alcohol en este tipo de delito. Aunque haya resistencia, es necesario que todas las autoridades y niveles de gobierno hagan una cruzada de desarme voluntario.

Arranca la Guardia Nacional

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La ceremonia fue muy similar a las que se hicieron en el pasado, con una salvedad: era el inicio de la primera fuerza de este tipo que estará enfocada en el patrullaje de calles y colonias, es decir, de tareas que hasta el fin de semana correspondían, en teoría, a las policías municipales, estatales y a la extinta Policía Federal.

Cubierta la laguna legal que no definía claramente las atribuciones del Ejército y la Marina en tareas de seguridad cotidiana, la Guardia Nacional nació de la idea juarista de contar con un cuerpo que llevara a toda la República el mensaje de orden y combate al delito desde la imagen social de respeto y eficacia que, en general, tenemos de nuestras Fuerzas Armadas.

Durante siete meses, el gobierno de la República dio sus argumentos para formar la Guardia Nacional en lugar de la Policía Federal y en abierta falta de confianza a las corporaciones estatales y municipales. Varios de ellos, la corrupción interna, la infiltración del crimen en sus filas, la falta de preparación e incluso de efectivos suficientes, fueron ciertos; aunque otros no tanto, como la afirmación de que la Policía Federal no estaba capacitada o que su estructura no podía aprovecharse completamente.

Ceremonia de la Guardia Nacional.
Fotografía: El Sol de México.

No es menor la afirmación del fin de semana de que del éxito de la Guardia Nacional depende el éxito de la Cuarta Transformación. Los delitos y la violencia no ceden en el primer semestre del año, lo que confirma que, al crimen organizado, que incluye desde el ladrón de autopartes hasta el líder de plaza de un cártel, le tienen sin cuidado el escenario político o las medidas que se han tomado en materia administrativa. Ellos están en su negocio y seguirán en él al costo que sea, a menos que se acaben los incentivos que lo impulsan.

Ese precio es la violencia, la mayoría de las veces cometida en contra de sus víctimas, que necesitan para infundir el terror suficiente para inmovilizarnos como sociedad. Pero ésa es su estrategia, la que han seguido por décadas mientras eran auspiciados por autoridades e intereses que se beneficiaban de las enormes ganancias que produce el crimen; espero que la entrada de la Guardia Nacional les quite ese manto de protección del que gozaron por tanto tiempo.

¿Cómo lo sabremos? Bueno, creo que los ciudadanos tenemos perfecto conocimiento sobre lo que ocurre en nuestra calle, en nuestra colonia y en nuestro Estado, sólo que no lo denunciamos, desconfiamos de las autoridades de justicia, y no estamos abiertos a participar en las posibles soluciones que reduzcan los delitos.

Entiendo que el Estado mexicano tiene la obligación de brindarnos seguridad y que nosotros estamos enfocados en llevar una vida de trabajo, digna y responsable; sin embargo, es una realidad que esa abulia nunca nos ha funcionado porque le deja al gobierno toda la responsabilidad de solucionar los problemas.

Policía Federal
Fotografía: Cadena Noticias.

Si queremos que funcione la Guardia Nacional, y para efectos prácticos, cualquier iniciativa de seguridad que se tome, debemos participar, coordinarnos mejor y colaborar como vecinos, colegas de trabajo, padres de familia y hasta miembros de un club deportivo.

Escribo esto en una cafetería, mientras una joven va a la barra por el té que ordenó. Con toda naturalidad pierde de vista su computadora personal, un reproductor de música y una tableta electrónica. La observo y quedo pendiente de un patrimonio que fácilmente alcanzaría varios miles de pesos a precios de calle a cambio de mercancía robada.

Justo cuando quiero explicarle esto, se voltea y olvida su teléfono celular en el mostrador; me pongo de pie, lo tomo, y se lo devuelvo. Su cara es una mezcla de sorpresa, horror y alivio. Fue una distracción de segundos, pero es todo lo que necesita un delincuente.

Podríamos empezar con eso.

Liderazgo efectivo

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Pedimos a gritos que nuestros líderes, o quienes se asumen como tales, nos resuelvan todos los problemas que nos aquejan. No importa si es la inseguridad o la falta de servicios de salud de calidad, la educación o el desarrollo económico, la responsabilidad de encontrar soluciones está en quienes detentan la autoridad y el poder.

Para eso votamos, opinamos en redes sociales, pagamos nuestros impuestos y tratamos de conducirnos lo mejor posible en sociedad, para que los elegidos en democracia cumplan con sus promesas y den las respuestas que tanto exigimos.

Pero este intercambio de papeletas por cargos tiene algunas fallas importantes. Una principal es que sólo nos compromete cada tres y cada seis años a participar en el diseño del país y de las políticas públicas que nos ayudarían a progresar. Otra muy relevante, es que nos deja poco espacio a los ciudadanos para influir y dejar una huella en el destino de la colonia, la ciudad y el estado en los que habitamos.

No niego que es cómodo el acudir a la urna (si lo hacemos), cruzar con el crayón la alternativa de nuestra preferencia, doblar la hoja, depositarla donde corresponde, y presumir luego el pulgar pintado de tinta indeleble. El problema es que ésa es apenas una parte del proceso de la democracia y está lejos de ser una participación civil activa.

Gran Depresión.
Fotografía: ar.usembassy.gov.

Tomemos como ejemplo la Gran Depresión de 1929. Una serie de decisiones económicas nacionales e internacionales se convirtieron rápidamente en una crisis económica sin precedentes. En ese momento el mundo no estaba globalizado como ahora y la peor parte se la llevaron los ciudadanos de Estados Unidos, lugar donde se originó, para después esparcirse a otras naciones.

Durante los diez años siguientes la inseguridad, la pobreza, la caída de la renta per cápita, asolaron a muchos países hasta casi el inicio de la Segunda Guerra Mundial en 1945. Hasta ese momento no se había registrado una recesión económica tan prolongada en el mundo.

Mientras Franklin D. Roosevelt proponía a los estadounidenses el Nuevo Acuerdo para reformar instituciones, crear sindicatos, impulsar la construcción, ampliar los derechos sociales a la población más pobre para reconstruir el mercado interno, en Alemania surgió la figura nacionalista de Adolfo Hitler con la bandera de recuperar el orgullo patrio a partir de criticar a otras culturas, a los migrantes, y al comercio internacional.

Ya se había sufrido una Primera Guerra y, aunque nadie buscaba el conflicto, las presiones sociales llevaban al extremo a muchas sociedades que exigían un líder, cualquier líder, que les diera al menos la ilusión de ir hacia adelante.

Dudo que los estadounidenses de Roosevelt fueran más democráticos que los alemanes de Hitler, de hecho, en ambos casos hubo votaciones directas para elegirlos e instituciones democráticas que avalaron el resultado; lo que ocurrió es que la forma de ejercer la autoridad y el poder fueron diametralmente distintas, aunque las dos sociedades pedían las mismas respuestas ante la crisis mundial.

Franklin Delano Roosevelt.
Franklin Delano Roosevelt, ex presidente de los Estados Unidos (Fotografía: ABC.es).

De esas decisiones dependieron el inicio de la segunda gran guerra que trajo una nueva tragedia cuando todavía no se salía de la primera. Naciones como Gran Bretaña, Francia, Rusia, eligieron líderes fuertes que pudieran enfrentar una catástrofe, al mismo tiempo que otros países cayeron en manos de la demagogia y el racismo.

Se tomaron medidas que hoy serían impensables. En plena guerra, por ejemplo, se suspendió la fabricación de automóviles para dedicar la línea de producción a vehículos militares. En el caso de México, ahí comenzamos nuestra relación comercial y de migración con nuestro vecino del norte, produciendo, vendiendo y trabajando a todo vapor, allá y aquí, para sostener la causa de los aliados en Europa.

Ante el horror de la guerra nadie pedía demasiado (conservar la vida y la casa ya eran un logro) y hubo una consciencia de que todos podían ser responsables de las consecuencias en uno u otro lado. Era el mundo el que estaba en juego.

No comparo esa época con la actual, pero hay rasgos que observo con preocupación. Hablamos mucho, pero participamos poco; nos negamos a escuchar a quien no piensa como nosotros y estamos convencidos de casi cualquier mentira que nos envían al celular. Gritamos en el ciberespacio, aunque no dialogamos en persona. Es más fácil y cómodo descalificar, que hacer una autocrítica sobre el tipo de ciudadanos que realmente somos.

Si la historia tiende a repetirse, lo que siempre he dudado, valdría la pena analizar qué tanto estamos haciendo nosotros, cada uno, por evitar la división, el odio, el racismo, el clasismo y los prejuicios en nuestra sociedad, para que no se repitan momentos vergonzosos de nuestra historia como especie o que aquellos capítulos en los que hemos demostrado ser una sola humanidad puedan servirnos de lección para no repetir los mismos errores.

La hora de la verdad

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Mark Twain, uno de los grandes escritores norteamericanos de la historia, dijo que el coraje es la resistencia y el control del miedo, no su ausencia. Durante muchos años ya, México ha sido un país que ha vivido en el miedo más absoluto por un sinfín de razones.

La inmediata es la inseguridad, en las últimas cuatro décadas el sistema de procuración de justicia fue abandonado a su suerte y sustituido por la corrupción y la impunidad para quien, arriba o abajo, decidiera cometer un crimen como forma de vida.

El desarrollo del crimen en todas sus variantes sólo podía suceder a partir de la desigualdad social y económica, que siempre trae falta de oportunidades e incentivos para la ilegalidad. No ayudó que la política tradicional, esa que tanto daño ha hecho a cada una de las esferas ciudadanas, girara en torno al debilitamiento de las instituciones y de las corporaciones policíacas.

Además, fortalecimos entre todos una nueva escala de principios en la que importaba el resultado y no la manera en que éste se consiguiera. Hace unos días, luego de que un delincuente relevante fuera detenido en un lujoso complejo de departamentos, uno de sus vecinos trataba de convencerme de que era imposible saber las actividades del criminal porque vestía ropa “de marca”, manejaba autos de alto costo, y, en resumen, “se veía de dinero”.

Desigualdad.
Ilustración: El Financiero.

Cómo enchuecar las cosas en ocasiones parece más sencillo que hacerlas bien desde un principio, alimentamos problemas que luego se voltearon en contra nuestra. Cada sexenio postergamos los cambios, las reformas y los ajustes que construyeran un Estado de Derecho y consolidaran un mercado interno que sigue ahí, con 125 millones de mexicanas y mexicanos, según la medición más reciente del INEGI.

Pero lo mismo nos ocurrió con la salud pública, la educación, la protección civil y hasta la economía. Aplazamos las soluciones por medidas de emergencia que nada más favorecieron a ciertos intereses que veían en cada crisis nacional una oportunidad de aprovecharse de los recursos públicos y naturales.

Desde hace más de dos años, nuestro principal socio comercial ha decidido desconocer ese carácter y convertirnos en su enemigo favorito. El gobierno anterior trató de llegar a acuerdos con quien no los quería, y eso precipitó su salida del poder. A su favor quedaba la firma de un nuevo tratado de libre comercio que suplía al primero que fue la joya de la corona del intercambio económico entre ambas naciones.

Aranceles de Trump.
Ilustración: Daka (Fuente: Contra Réplica).

Hoy, estamos a las puertas de un nuevo episodio de conflicto comercial por la amenaza de tarifas a todos los productos mexicanos que se exportan a Estados Unidos. Para dimensionar el tamaño del problema, este miércoles acuden a la reunión los secretarios de Relaciones Exteriores, de Hacienda, de Economía, de la Defensa Nacional, de la Marina e incluso el presidente del Consejo Coordinador Empresarial. Es decir, seguramente se pondrán en la mesa todos los ángulos de la relación bilateral más importante que tienen los dos países y los riesgos que implica una sanción tarifaria como la que se anunció para el próximo lunes.

Pero en el fondo, lo que está en juego es la posición que tendrá cada nación a partir de ahora. Estados Unidos, sus empresarios y sus ciudadanos, no pueden seguir por el camino del provocador que los encabeza sólo por un tema de reelección presidencial y México debe dejar claro, de una vez y por todas, que tampoco es la piñata del vecino y menos su patio trasero.

Ésta es la hora de que todos, como sociedad, mostremos liderazgo y dignidad. Es irrelevante la preferencia política en estos momentos, se trata de la unidad y el apoyo que le debemos al país y a las autoridades que lo encabezan. Dialogar no significa debilidad, negociar no es igual a sometimiento, pero el respeto en el trato debe ser la máxima exigencia.