Desempolvando la Pluma

Aunque sea mínimo

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Sin duda la pandemia ha impactado nuestros hogares, nuestra salud –mental y física–, nuestra movilidad, la interacción social, etc. –ni se diga nuestros bolsillos–. El Centro de Estudios para el Empleo Formal –CEEF– estimó el año pasado que lo sueldos promedio caerían 20% a raíz de la pandemia. Y sí, al haber más personas buscando trabajo seguramente habrán de conformarse con un sueldo menor, o trabajar más horas para mantener el que tenían. Bien es sabido que los salarios en México dejan que desear. El salario mínimo mexicano es de los más bajos de la OCDE, y según la Secretaría del Trabajo éste ha venido cayendo en comparación a otros países hasta la posición 82.

En un libre mercado laboral, la demanda –aquellos que contratan– y la oferta –aquellos que ofrecen trabajar– debieran definir un salario de equilibrio el cual minimizaría el desempleo y las vacantes. El problema está en que dicho valor de equilibrio puede ubicar a la gente por debajo o por encima de la línea de la pobreza. Por ello cobra valor la discusión acerca de si establecer o no un salario mínimo para garantizar que el ingreso de una persona sea siempre digno. El asunto está en que fijar un salario mínimo superior al del equilibrio hace que haya más personas dispuestas a trabajar que dispuestas a contratar produciendo desempleo –si a todos nos ofrecieran millones al día quién no buscaría trabajo–. Por dar un ingreso digno a algunos se les niega el ingreso a otros –quizás estos hubieran preferido el ingreso no tan digno a nada–.

salario minimo
Imagen: Benedetto Christofani.

Y claro, incrementar el salario mínimo en principio suena bien pues los que menos tienen podrán ganar más –el gobierno acaba de anunciar un incremento del 15%, ¿por qué no?–. El problema está en que la productividad de los mexicanos también es de las más bajas del mundo y el salario mínimo en realidad es fijado por el mercado y no por la ley o el gobierno. Aunque los salarios mexicanos pueden percibirse como bajos, esto no es consecuencia del salario mínimo –todas las mañanas que suena el despertador y que me tengo que salir del tamal de las cobijas también siento que gano muy poco–, sino porque desafortunadamente somos poco productivos. En realidad, en 2018-2019 éramos el último lugar de la OCDE en productividad.

Si queremos mejorar los salarios en México, el gobierno debería de estar promoviendo el empleo –para generar mayor demanda en el mercado laboral y subir el punto de equilibrio–. Debería incentivar la inversión –en vez de generar incertidumbre de hacer negocios–, incrementar el presupuesto a la investigación –no bajarlo–, fomentar la creación de empresas –dejar de pelearse con la iniciativa privada–, etcétera.

El salario mínimo provoca pasiones, discusiones, y sin duda también ayuda a evitar abusos en algunos casos. Lo malo es que en muchos casos también representa la posibilidad de perder el empleo y desafortunadamente es más usado de herramienta populista que de otra cosa –al que le quede el saco que se lo ponga–.

Hablando de mínimos, mínimo mi madre ya tiene cita para recibir la primera vacuna COVID en Campo Marte –aunque los de otros tuvieron que recurrir a Biden o de plano a ver hasta cuándo–.


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Minuto y Medio

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Minuto y Medio segundos fue el tiempo que tomó para que prepararan mis dos deliciosos cocteles de camarón del conocido puesto-camioneta en la esquina de Virreyes con Iturrigaray (está por Prado Sur y les recomiendo llegar antes de la 13:00…). Desde hace ya muchos años, en este peculiar espacio, uno puede presenciar la eficiencia en persona cuando un equipo de alrededor de 5 personas, se encarga de mantener un inventario de cocteles de varios tipos y junto con un set de herramientas prefabricadas (moldes, exprimidores y medidas) son capaces de mantener un estándar de calidad y buen servicio que bien debería ser premiado.

Lástima que un ejemplo como éste sea el menos común. Por lo general la cultura de la ineficiencia y la costumbre de procrastinar son dos hábitos mexicanos que poco ayudan y mucho perjudican a nuestro grandioso país.

Según el INEGI, a pesar de que se han acumulado factores en la producción y sobre todo en capital humano, la productividad total de los factores ha decrecido .32% como promedio anual entre 1991 y 2018 (ya ni ver cómo quedará este indicador con los estragos de la pandemia). Esto significa que independientemente de que se produzca más, pues el PIB sin duda ha crecido en los últimos 30 años (y que bueno), el hecho es que para cada unidad de producto se necesitan cada vez más insumos. Es como si, aunque cada vez se vendieran más cocteles, los mismos vasos necesitaran más camarones para llenarse. Así, resulta que México es cada vez menos productivo.

trabajo informal
Ilustración: El País.

En realidad esto no sorprende cuando en el día a día observamos la dificultad que existe en nuestro país para que las cosas salgan bien desde un principio. Arreglar la casa puede resultar una monserga cuando uno tiene que estar atrás del maestro para ver “si sí va a venir hoy o no”. Igualmente un trámite gubernamental normalmente quiere decir ir del tingo al tango juntando papeles y requisitos (como en rally de boy scouts). Inclusive en la vida corporativa y empresarial es común que los procesos tarden más de lo debido y que los empleados que intentan realizar sus tareas diarias se encuentren respuestas internas como “no se sabe quién es el responsable de eso”, “ésa no es mi área”, “desconozco el dato”, “al rato te lo envío”, etcétera.

Lo grave de lo anterior es que la improductividad empobrece al país, pues el salario mínimo real (más allá del legal) sólo aumenta en la medida en que la productividad también aumente. Si ésta última disminuye, con ella lo harán los salarios y una población que gane cada vez menos, sólo mermará su calidad de vida.

Si no se da un cambio de mentalidad colectiva, en donde el “mañana” se cambie al “hoy” (como diría un expresidente que nos dejó con las ganas) y en donde el “esque” se convierta en “ya”, de poco servirán más computadoras, horas de clase, nuevas leyes, banda ancha, sistemas, etc. Mientras que a los empleados, los burócratas, los maestros, los gobernantes, los padres de familia, etc., no nos sea importante y motivo de orgullo simplemente hacer las cosas bien y en el momento, difícilmente lograremos ser más productivos.

Mientras tanto a comerse los cocteles a la de “ya” porque se hacen feos…


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Alzando la Voz

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No siempre tenemos todos a la mano herramientas para provocar un cambio, para incidir en nuestro entorno o para mejorar nuestro país –en general se necesita dinero o poder, y bastante…–. Tampoco es fácil para alguien levantar la voz desde su posición, en donde la misma logre tener impacto –menos estando encuarentenados–. Tampoco estoy seguro del impacto que yo tengo como columnista mensual ni de mi alcance. Sin embargo, sí estoy seguro de que es mi responsabilidad alzar la voz y transmitir, de forma clara y sin rodeos, que nuestro gobierno no conduce a México hacia un camino de bienestar. Por el contrario, cada día erosiona nuestra capacidad como mexicanos de construir un Estado sólido, libre y próspero.

Desde hace un par de años –tal y como muchos lo advirtieron–, se ha subido a nuestro país a un tren de malas decisiones. Advertencias ha habido muchas…

alzando la voz
Imagen: Dutch Uncle.

Lo hicieron la Sociedad Interamericana de Prensa y Reporteros sin Fronteras, al advertir que la presidencia incitaba a la violencia con sus sistemáticos ataques a los medios de comunicación con un sesgo autoritario y despectivo –¿por qué es incapaz de reconocer que comete errores?–.

Lo hicieron consultores y ONG’s como Wood Mackenzie o GreenPeace, al señalar que México daba pasos hacia atrás con la nueva política energética en la que se plantea desterrar a las energías renovables para proteger el monopolio de la CFE –o la comodidad de su Director General–, haciéndonos fallar ante nuestros compromisos con el mundo y con nuestro propio planeta –ya no se diga elevar el riesgo percibido de México como destino de inversiones–.

Lo hizo la propia UNAM, al advertir que la desaparición de los Fideicomisos por temas presupuestales violaba el compromiso del Estado de garantizar el acceso al desarrollo científico tal y como lo  cita el Artículo 3º de nuestra Constitución: “El Estado apoyará la investigación e innovación científica, humanística y tecnológica, y garantizará el acceso abierto a la información que derive de ella” –pero sí hay recursos para trenes, refinerías, aeropuertos y otras decisiones “cuestionables” por decir lo mínimo–.

Ahora lo hacen la Comisión de Competencia Económica y México Evalúa, al mencionar los riesgos que concentrar a los órganos independientes tiene en el mercado, pues es justamente su independencia lo que permite regular al mercado de mejor forma.

organismos autonomos
Imagen: Nexos.

Parece además que el tren de malas decisiones no parará, pues el gobierno se encuentra en un círculo vicioso –y con poca aptitud–. Las malas decisiones han llevado a terminar de afectar una economía ya de por sí vulnerada, y con ello, a reducir la recaudación de impuestos por parte del gobierno, lo que a su vez, los hace tomar decisiones justo como la de desaparecer Fideicomisos y concentrar órganos reguladores para ahorrarse lo que puedan, sin darse cuenta, de que al hacerlo terminan por hundir más a la economía y a los que pueden rescatarla. Esto sin duda agravará aún más la paupérrima recaudación –y si la salida del gobierno es el constante ataque a los empresarios, pareciera que no veremos la luz al final del túnel–.

Lo peor de todo es que aun, en medio de tanto predicamento, el presidente se empeña en seguir empeorando nuestra posición económica comenzando con el pie izquierdo la relación con su homólogo norteamericano.

Creo que ya es momento de alzar la voz…


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Puras buenas intenciones

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Esta época decembrina nos tocará pasarla en casa de mis suegros, en Culiacán. Ante ello, mi madre optó por organizar una comida antes de nuestra partida y así aprovechar, con Susana Distancia y en petit comité, para festejar desde Thanksgiving hasta Año Nuevo –hubo pavo, jalea de arándanos, vino espumoso… pero ahora que me acuerdo me faltaron los romeritos…–.  A los invitados nos tocó llevar el postre y entre ellos estaban unas galletitas muy monas, eso sí, con su sellote negro que decía “exceso de azúcares” –lo bueno es que el pastel que llevamos no era procesado, sino la selliza que traería–.

El problema de alimentación en México es muy claro. Según la OCDE en su estudio “La Pesada Carga de la Obesidad: La Economía de la Prevención”, cerca del 73% de la población mexicana padece de sobrepeso. Además, la esperanza de vida del mexicano se reducirá en 4 años durante las próximas décadas por enfermedades relacionadas a la obesidad.

Pocos negarán que señalar a los alimentos cuyo consumo afecta a la salud es buena idea –seguro el que la pensó tenía buenas intenciones–. Mantener a la población bien informada sin duda es una tarea relevante del Estado. Sin embargo, como diría el refrán: “de buenas intenciones está empedrado el camino al infierno”. Y es que la implementación del programa del etiquetado que entró en vigor el pasado 1° de octubre, presenta muchas áreas de oportunidad, pues lejos de ayudar empeora el asunto. En vez de informar y llamar la atención sobre aquellos productos que son nocivos, acaba confundiendo y hasta desinformando. Mientras que una bolsa de papas fritas tiene un solo sello, una bolsa de granola baja en grasa y sin gluten ¡tiene dos! –los niños acabarán comiendo papas en vez de granola… sino es que gorditas de chicharrón de la tiendita–.

obesidad en mexico
Imagen: Nexos.

No se niega que haya productos con exceso de azúcar, grasas, sodio, etc. Ni tampoco el que haya que cambiar los hábitos de consumo del mexicano señalando a los excesos. Pero si todo se señala es como si nada se señalara. El problema de la alimentación en México no se encuentra en sí en un yogurt, o en una mermelada light, sino en que tomamos más refresco que agua llevándonos a los mexicanos a ser el principal consumidor de refrescos en el mundo por persona y a figurar entre los 10 países con mayor incidencia de diabetes –pero si un jugo de fruta presenta los mismos sellos que un refresco, pues no creo vaya a cambiar mucho la cosa–.  Además, dichos hábitos deben atacarse desde distintos frentes. Por ejemplo, el hábito señalado por un análisis del CESOP de la Cámara de Diputados que indica que en México 80% de las mujeres y 62.5% de los hombres no realizan ninguna actividad física, bien podría atacarse con más –o al menos algunas– canchas públicas en las cuales practicar algún deporte.

Desafortunadamente, un país no se construye a base de ocurrencias, de iniciativas aisladas, ni tampoco de puras buenas intenciones. Es justamente porque son buenas las intenciones, que reconocer la necesidad de realizar ajustes a las reglas y a la implementación del etiquetado sería lo sabio por parte de nuestro gobierno –y sabio para mí ponerme a hacer ejercicio en vez de comer tanta galletita–.


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Las FINTECH’s, el futuro del sistema financiero mexicano y el derecho al ahorro

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Hace varios años que no escribía mi columna –o al menos no libremente–. Mucho ha cambiado desde entonces: me casé con la mujer que amo –ignorando todas las advertencias de hombres sabios–, pasé al tercer piso –ayer me encontré algunas canas en el pecho… ¡OMG!–, me cambié de casa y de trabajo.

Curiosamente, aunque hice un giro laboral pasando del sector inmobiliario hacia el sector Fintech –sufriendo un estiramiento como de chicle en el proceso–, me vuelvo a encontrar con poca claridad en la ley, algo que afecta al desarrollo de cualquier negocio pues abre la puerta a la incertidumbre. 

En temas inmobiliarios era la discrecionalidad por parte de la autoridad, a la hora de dar licencias y permisos, lo que volvía al sector en ineficiente, riesgoso y propenso a las malas prácticas –por decirlo de forma elegante–. 

Ahora me topo en el sector Fintech con una relativamente nueva legislación –la regulación bancaria en general está poco actualizada–, que aun presenta vacíos y crea (inventa) nuevas reglas del juego sobre la marcha. En consecuencia, existe una chamba descomunal para el regulador (la CNBV), cargándole la mano a funcionarios que enfrentan enormes cantidades de trabajo y una ley que deja más preguntas que respuestas –ya no hablemos de sueldos y presupuestos recortados–.  

fintech
Imagen: El Economista.

Bajo este contexto es que un sector representado por más de 400 empresas y que provee más de 60 mil empleos se enfrenta con poco apoyo gubernamental. Según el Panorama Anual de Inclusión Financiera publicado por la CNBV, sólo el 8% de las localidades tienen un punto de acceso a menos de 2 kilómetros de distancia –estados como Tlaxcala o el Estado de México tienen 5 veces menos puntos de acceso que España y la mitad que Estados Unidos–. 

No sorprenden entonces las largas filas para llegar a ventanilla. Tampoco sorprende que ir –o tratar en sí– al banco sea un dolor de cabeza. Menos sorprende que sólo 2 de cada 10 mexicanos cuenten con una cuenta de ahorro –sin duda el colchón pide menos trámites y está más a la mano que un banco–. 

regulación fintech, celular
Imagen: El País.

En cambio, sí sorprende que aún con estos indicadores, nos tardemos en perfeccionar la regulación. Si sorprende que el sector Fintech –que justamente tiene la misión de democratizar el acceso a la banca– no constituya una prioridad en la agenda regulatoria en donde el impulso a las nuevas tecnologías sean el eje para bancarizar al país, reducir el uso del efectivo y permitir a los mexicanos ahorrar su patrimonio en un lugar seguro –al menos más seguro que su alcancía o el colchón–. También sorprende que sea tan difícil entablar un diálogo con la autoridad regulatoria para discutir de todo esto y de cómo solucionarlo.

Invito al regulador –conozco a varios funcionarios con la mejor de las intenciones y capacidades– y al resto de jugadores del sector a impulsar juntos el desarrollo financiero de México, a no dejar pasar la oportunidad que tenemos de llevar a nuestro país a estándares mundiales y evitar que el sector financiero envejezca –bastante tengo con mis recién halladas canas–.