Extramuros

Heredarán la tierra

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En varias publicaciones he comentado que el partido MORENA y sus aliados, tienen altas probabilidades de alzarse con la victoria en la carrera por la silla presidencial. No se han hecho esperar los cuestionamientos formulados en contra de su abanderado y caudillo, así como en contra de quienes aspiran a obtener un cargo de elección popular portando esas siglas. Ninguno de ellos aguantaría el escrupuloso análisis de un pueblo ecuánime, con el suficiente tiempo, y bajo el ejercicio de contraste de ideas y propuestas.

Todos los nombres que están en una lista de candidatos, hombres y mujeres, no están ahí por casualidad, ni por su capacidad profesional, sino que se posicionan de acuerdo a la importancia de los intereses que representan. Esto es, los intereses de grupos dentro de los partidos o dentro de facciones de interés económico. Siempre he opinado, aunque de forma muy rústica, que en política cada perro tiene dueño; así, unas veces les toca ser dueño, y en otras ocasiones deberán ser perros. Lo que les importa es que aun están vigentes y que su influencia aún decanta las decisiones, de acuerdo a sus intereses y a los de sus verdaderos dueños.

Es posible que atrás hayan quedado las ideologías, o que éstas jamás hayan existido. Los que alguna vez persiguieron altos objetivos en aras de un ideal, quizá hoy ven menguados aquellos ánimos que otrora bullían en su pecho, y finalmente aceptaron que suban o bajen —tirios o troyanos—  sólo mirarán por los intereses de unos cuantos, y no por el bienestar general.

Si el resultado de las elecciones se pareciera a la mayor parte de las actuales encuestas, veríamos a una nueva camada de protagonistas poderosos pontificando ante los medios de comunicación, blandiendo las banderas de las viejas tesis ideológicas que nunca prosperaron.

Heredarán todas las responsabilidades hasta donde sus miradas puedan llegar ante la vastedad del territorio mexicano. En sus manos, temblorosas por la impresión, se acunarán y modelarán los anhelos y aspiraciones de los mexicanos. Es muy posible que también observemos diluvios de acusaciones en contra de todo lo que les precedió y sobre las cuales construirán los argumentos sobre sus decisiones o los pretextos de sus errores. Heredarán esta tierra, así como el peso descomunal que significa gobernarla. Entonces sabrán que cuando se asume una responsabilidad sobre la construcción o la reforma de instituciones no basta con un decreto para que suceda. Cada decisión tiene impactos presupuestarios y genera transformaciones en la vida de los ciudadanos.

Tierra

Todos los andamios de poder que conocíamos como inamovibles y omnipotentes, caerán, para que otros levanten los suyos. Sostendrán, los intereses de los nuevos dueños y las nuevas tesis, los gobernantes. Conoceremos a las cortes de los nuevos poderosos y sus excentricidades.

¿Dónde está el ojo de la cerradura que abre la puerta hacia el futuro? Quizá podamos acechar a través de él y ver lo que hay detrás, lo que nos espera; las consecuencias de nuestras decisiones; las repercusiones en las vidas y destinos de las personas que pueblan este país, en donde la sensatez es un bien que parece haber entrado en una etapa de extensión. Esas ventajas no existen. La democracia consiste en confiar en la responsabilidad y madurez de cada individuo al emitir un voto, mediante el cual otorga el mandato a un extenso grupo de personas con determinadas características y cualidades para tomar decisiones trascendentales.

Este periodo de campaña no lleva la divisa de la inclusión. Ni siquiera las alianzas y pactos entre partidos políticos han ponderado la importancia de coaligarse bajo una plataforma política común que proyecte lo que en un futuro pudiera convertirse en una plan nacional de desarrollo. Sólo los discursos y el aplausómetro , acompañados de encuestas con las más rebuscadas interpretaciones, dibujan en nuestras mentes ciudadanas lo que pudiera ocurrir.

Heredarán esta tierra, con sus enormes retos y problemas, con sus grandes recursos y sus inseparables intereses. Quienes auguran grandes cambios podrán constatar que el enorme aparato burocrático que envuelve a un gobierno hace que las decisiones bajen a cuenta gotas y que los beneficios corran el enorme riesgo de diluirse en el camino. La tarea de gobernar es una constante lucha por mantener el poder y por edificar el futuro. Sabrán que traducir un discurso en hechos es un largo y sinuoso proceso, y que pavimentar su camino también está plagado de falsas adhesiones; que existen antiguos acuerdos con amarres intrincados y que es necesario armar escenarios para sumar las voluntades y hacer que las más altas aspiraciones de un país puedan ver su primera luz.

La voluntad política es un dibujo complicado. No basta con ordenar que tal o cual cosa suceda o que deje de suceder. La voluntad política suele ser selectiva, y con frecuencia tropieza con el confort del estatus quo y con los privilegios que crecen al amparo del poder. Esa tan mencionada voluntad política es intermitente y no es otra cosa que la manifestación de un interés cortoplacista.

Estamos muy cerca de ver cuánto dura la popularidad y el temple. El reloj de la política avanza muy rápido, y el poder es una bebida embriagadora. Heredarán el poder, pero también sus riesgos y sus consecuencias.

No vengo a que me hablen del PRI: ¡ya lo conozco!

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Parece que las tendencias que emanan de las encuestas revelan que lo más seguro es que el partido MORENA y sus aliados se alzarán con el triunfo en la elección del presidente de la república. La coalición que encabeza el PAN camina seguro en algunos frentes, y con gran habilidad política ha podido generar confianza y simpatía por un buen número de sus candidatos. Por otra parte, el partido que actualmente gobierna México, el PRI, no ha podido fincar claramente una tendencia que le favorezca. Todo indica que continuará en el tercer lugar de las preferencias en la elección presidencial, y en las gubernaturas en juego no ha sido muy competitivo, excepto en el estado de Yucatán.

El candidato del PRI a la presidencia de la república, José Antonio Meade, claramente es el candidato con mejor trayectoria como servidor público y un perfil profesional que destaca ampliamente sobre todos los demás, se encuentra estancado en el tercer lugar. Los pactos que los líderes internos realizaron en su momento, para armar sus listas de candidatos, no han podido seducir al electorado y arrimarle votos a su candidato presidencial. La estrategia no fue buena, hubo demasiadas concesiones, aseguraron sus propios puestos y los de sus incondicionales, pero no arroparon la candidatura de Pepe Meade.

La enorme loza que Meade ha tenido que cargar, porque así lo ha querido, es el producto de malas decisiones de los gobiernos priístas; de las muestras imborrables de corrupción, el desaseo en las tareas y las finanzas de viejas e icónicas instituciones mexicanas; la irresponsabilidad en el ejercicio del poder en los procesos de desincorporación de algunas de las grandes empresas del estado mexicano; de las omisiones en los más serios problemas que aquejan a la sociedad, de enfrentamientos por cotos de poder y de una desconsideración absurda por quienes han votado por ellos y confiado en sus gobiernos. Habrá que reconocer que, del PRI, han emanado buenos y malos gobiernos, buenos y malos representantes populares. Algunos de ellos continúan en las listas, pero no precisamente aquellos que hubieran podido inyectar pasión y garra a la campaña de su candidato. Una cosa es la operación política, y otra, muy diferente, es frescura política.

Meade debe desmarcarse del cerco que han levantado a su alrededor, aunque  parezca insalvable. Ni una notita puede colarse a través de ese celoso cerco, nada que pueda restar poderes a quienes han edificado esa sólida e infranqueable muralla. La porosidad de los equipos de campaña debe permanecer, para dejar entrar sugerencias, propuestas e información de la militancia, pero se debe tener la seguridad de que ninguna estrategia al interior gotea por algún elemento poco confiable.

Meade debe asumir el papel que le vimos en la entrevista con El Burro Van Rankin hace alrededor de un mes, con un perfil de hombre bromista, echado pa’lante, con salero beisbolístico, buen rollo, sensato, maduro y, al mismo tiempo, un perfecto conocedor de la problemática nacional; en esa oportunidad no vimos al académico riguroso recitador de cifras ni al perpetuo secretario de estado, lustrando sus logros frente a un auditorio. Meade es mucho mejor, en corto y al natural.

Por el contrario, el papel del chico bueno del barrio y el de puros dieces en la calificación, no está permeando lo suficiente en la simpatía de los electores. Parece mentira, pero es así. México no está en busca de un eminente seminarista para ocupar la silla presidencial, quiere a alguien que hable su idioma, que reconozca el sacrificio de los que luchan, que sea considerado con sus esfuerzos y su confianza, que esté dispuesto —desde ahora— a enfrentarse contra todos los intereses que lo rodean y a mostrarse como es.

Enrique Ochoa Reza será relevado de sus responsabilidades al frente del PRI, por un político guerrerense muy experimentado y con fama de buen operador político, René Juárez, quien hasta hace un par de días se desempeñaba como subsecretario de gobernación en el gabinete de Peña Nieto. Juárez conoce los amasijos de la política, la dureza del poder y todos los pasillos del tricolor. René no viene a que le cuenten la historia del PRI: la conoce mejor que muchos, porque ha sido uno de los que aparecen en las antiguas páginas de su siglo de oro (el siglo pasado). La vieja guardia mira con detenimiento este movimiento en la cúpula partidista y mide las posibilidades de que este cambio haga crecer a Pepe Meade en las preferencias electorales.

Ochoa y Meade

El sentido común nos indica que un nuevo presidente del CEN del PRI, a estas alturas de la contienda, no necesariamente acarrearía más adeptos, porque aquellas operaciones políticas de antaño ya no son tan eficaces como solían serlo, hace apenas unos cuantos lustros. Lo contrario sería si viéramos a algunos candidatos plurinominales bajarse de las listas y ser sustituidos por unos más rentables, con capacidad para salir a la palestra del PRI y mostrar una cara más amable y comprometida, con un tono diferente en su discurso.

El cambio en el liderazgo del revolucionario institucional no viene a reforzar la candidatura de Meade, para remontar ese penoso tercer lugar y meterse a la jugada; la misión que René Juárez ha recibido de Peña Nieto, probablemente es la de tejer nuevas alianzas para amarrar mayorías en las cámaras federales, y así impedir el avance de la izquierda morenista y sus aterradoras propuestas.

Nivelar las fuerzas a través de las cámaras federales lleva una enorme dosis de salud democrática, ya que los extremos ideológicos tienden a moderarse en este escenario de contrapesos, a darle seguimiento a cada iniciativa, a pactar los asuntos de las agendas legislativas y a poner brida a un ejecutivo desbocado.

Es probable, mas no podríamos confirmar, que el propio presidente Peña haya entendido finalmente que haber endosado la franquicia priísta a un puñado de egresados del ITAM no fue una muy buena decisión, pero tampoco fue esa la razón de la debacle. Es probable que Ochoa Reza desconociera dónde caramba se encontraba la puerta de acceso al PRI antes de ser postulado para presidente del tricolor, pero ni siquiera eso puede explicar la amarga derrota. Toda historia tiene un principio y un final.

Tal vez, el final del PRI esté siendo escrito en este preciso momento, pero nada que haya sido tan destacado como ese histórico partido muere sin pelear. Se necesitaría ser muy ingenuo para pensar que el PRI, aun en ese lejano tercer lugar, se encuentra postrado en la lona.

México ante los debates

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Los debates se introdujeron al marco jurídico electoral con el propósito de otorgar a los electores la oportunidad de ver cómo los candidatos a los diversos cargos de elección popular contrastan sus ideas y propuestas sobre los temas de interés general, y así medir sus capacidades de disertación, conocimiento y manejo de datos específicos, además de la serenidad y control de sus emociones. Desde la introducción de los debates al escenario del periodo de campaña electoral, las cosas han traído emoción, pero creo que no se ha explotado debidamente. Y me refiero a que la explotación no necesariamente significa abuso, al contrario, buen uso.

Ese buen uso del debate, como mecanismo para contrastar ideas y propuestas, así como conocimiento y control de emociones, debe aprovecharse al máximo en nuestra joven democracia, como medida para inyectar auténticas dosis de transparencia sobre la personalidad de los debatientes, certeza sobre la formación profesional y capacidades intelectuales de los candidatos; un debate donde se denote la experiencia que dejó un buen ejercicio de su carrera profesional, ya sea en el sector público o en el privado, su actitud ante los retos y las crisis, sus reacciones ante los ataques, así como sus recursos oratorios para desmarcarse de acusaciones y esgrimir con sólidos argumentos su defensa.

Rehuir a un debate que se ofrece en un periodo electoral puede darse por tres razones fundamentales, aunque podría haber muchas más: una podría ser el trazo de una estrategia para evitar la confrontación (la cual resulta un poco ingenua en estos tiempos); la segunda puede ser el temor de perder posicionamiento ante las preferencias en las encuestas (suena razonable y más aceptable); la tercera razón podría ser la cobardía al saberse ignorante e incapaz (ésta resulta imperdonable).

El debate tiene la capacidad de proporcionar herramientas a los electores para determinar la orientación de su voto, pero además causa tal efecto, que aun los más fervientes seguidores de un candidato pudieran entrar a un plano de tibieza al verse desengañados sobre sus supuestos atributos y virtudes cuestionables; de la misma forma, aquellos, cuya decisión era vaga y dubitativa, pueden conseguir, con los resultados de un debate bien llevado, la resolución a sus dudas y desconfianzas, para finalmente definir el sentido de su voto.

Sólo en el contraste de las propuestas y proyectos pueden trazarse nuevos horizontes o enderezar ideas y conceptos que se creían acertados, pero que, a la luz de un conocimiento mayor, redefinen sus derroteros y generan certidumbre y evolución.

Debate

La política es un constante contraste y choque de ideas, en las que unas quieren imponerse a otras; en el debate puede haber concurrencias y coincidencias, acuerdos y pactos, porque nadie debe permitirse renunciar a su legítimo derecho de aceptar ser vencido con argumentos y razones, y de simplemente modificar las estructura original de su propuesta para perfeccionarla con la inclusión de las ideas de otros; de lo contrario, permanecería en la necedad, la ceguera intelectual, la ignorancia ofensiva y la superchería.

En el proceso electoral del presente año, veremos tres debates, que deberán proporcionar el tiempo suficiente para la exposición de ideas y propuestas, para emitir críticas y enfatizar sus posicionamientos, así como para generar polémica y desenmascarar a quienes lancen datos imprecisos que tiendan a maquillar la realidad.

Debatir es un arte cuando existen reglas claras, sobre todo para que los espectadores procesen la realidad en la que viven frente al análisis de los debatientes y la pertinencia de sus propuestas. La gente puede ser persuadida por las habilidades de un orador, pero cuando los temas atañen a una situación que predomina sobre una porción mayoritaria de la población, los directamente interesados pueden intuir si los métodos que se proponen pueden convenir a sus intereses o están alejados de la realidad. Quienes estén más alejados de la realidad política, económica y social de México quedarán en evidencia. Suelen tener mejor aceptación las reformas a los métodos ya existentes con la finalidad de afinarlos y ser más eficientes, que aquellos que son cien por ciento innovadores, porque sus reglas y alcances serían poco digeribles para la mayoría.

Ofrecer, a diestra y siniestra, dádivas, concesiones y regalos, puede acarrear simpatías y adhesiones, pero asomarían más temprano que tarde señas claras de irresponsabilidad, paternalismo y populismo, los cuales frecuentemente son enlistados fuera de las características propias de una democracia moderna y del fortalecimiento institucional. Esa clase de propuestas tenderían más hacia los liderazgos absolutistas, al debilitamiento de las estructuras y perversión de las vocaciones institucionales.

Quien duda mucho al exponer sus ideas es porque no las tiene muy claras, porque ignora sus alcances o porque son producto de la locuacidad o la ocurrencia. Todos somos testigos de cifras maquilladas o inventadas por el simple placer de mentir. En el servicio público no puede haber algo más peligroso y patético, proviniendo de un personaje que pretende ser presidente de la república. Por el contrario, quien expone sus propuestas de forma sucinta, clara y coherente, es porque conoce bien a su público objetivo, está al tanto de sus posibles alcances y las puede defender frente al contraste de otras propuestas, sin recurrir al manoteo, al sombrerazo y al chistorete regionalista.

Los debates son oportunidades valiosas para los candidatos que quieren darse a conocer; sus habilidades discursivas pavimentan su acenso en las preferencias. Aquellos que ya son muy conocidos tendrán pocas cosas que mostrar, y existe la posibilidad de que sean calificados más severamente. La habilidad de un buen polemista es manipular a su adversario para arrastrarlo al campo de sus conocimientos más notables, evidenciar sus carencias e irrelevancia en sus propuestas, y finalmente vencerlo con la razón, sin regodearse de ello.

Debate podio

Cabe señalar que hay posicionamientos indefendibles y factores que desprestigian a quienes enarbolan su defensa, sea ésta por razón de estado, por concurrencia ideológica o mera simpatía académica. En esos casos, el escenario de un debate público no es precisamente el mejor escenario para la apología heroica. La corrupción, el tráfico de influencias, la irresponsabilidad pública y los intereses de grupo, son temas que hieren a México y que los electores no van a perdonar, por más juramentos y promesas.

Ciertamente, nadie es químicamente puro e inmaculado. Todos, por el simple hecho de actuar, pueden haber cometido errores; sin embargo, la memoria de los mexicanos parece resultar muy flaca y selectiva. Así que los discursos de erradicación de la corrupción por el simple hecho de su santísima presencia, no son otra cosa que tomaduras de pelo, que, más allá de generar adhesiones, deberían provocar extrema precaución, porque ya en el gobierno suele darse todo lo contrario.

Declarar que renuncian a un avión presidencial, o no, es tan irrelevante como vestirse con traje y corbata, o arremangarse la guayabera. Esa clase de declaraciones no llevan sustancia respecto a las acciones de gobierno, sino que hablan de prejuicios y falsas poses.

En los debates, los candidatos están solos, armados de algunas notas y datos que resumen lo que ya saben de sobra, no requieren de extensos legajos ni de asesores que les dicten fórmulas. En la arena del debate político, las únicas armas de los protagonistas son sus habilidades oratorias, sus capacidades intelectuales, su sensibilidad frente a la situación que impera en el país, su experiencia personal en el servicio público y sus conocimientos.

Los mexicanos disfrutaremos de todo cuanto acontezca alrededor de los debates políticos de los candidatos a todos los puestos de elección popular. En este periodo de campaña electoral, veremos quiénes saben más, a quiénes conocemos mejor y cuáles son sus propuestas para remontar los prejuicios del pasado, enfrentar los retos de hoy y consolidar los cimientos del futuro de México.

El fenómeno de la salud democrática

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Los procesos democráticos en México no sólo dependen de resultados electorales. Cuando hablamos de un sistema antidemocrático frecuentemente pensamos en que las cuentas de las casillas electorales no reflejan la voluntad de la gente, que son opacas, que hay dudas sobre los resultados, que las autoridades están amañadas. Eso no es precisamente un sistema antidemocrático, más bien sólo es una pequeña parte –aunque importante– de todo el sistema. En el aspecto electoral, México cuenta con reglas generalmente aceptadas por las fuerzas políticas.

Lo electoral es sólo el comienzo, así que los resultados que emanen de un proceso electoral aceptable con el mayor apego posible al marco jurídico electoral, deben ser un buen inicio. Ciertamente, toda norma es perfectible y a la luz de su aplicación van surgiendo dudas sobre si fue acertado o no establecer determinados procesos y decisiones. Este marco jurídico no es más que el producto de la negociación entre las fuerzas políticas del país en el Congreso o las legislaturas estatales, lo cual no siempre significa que las leyes son el reflejo de la voluntad y anhelos de la sociedad a la que representan.

Una vez electas las autoridades y representantes populares ante las cámaras, su papel es justamente diseñar y echar a andar políticas públicas que favorezcan a la mayor parte de los mexicanos: una mejor distribución de la renta, instituciones más sólidas, un régimen laboral más justo que regule la relación obrero-patronal, un federalismo más coordinado, estrategias más eficientes de seguridad y un sinfín de tareas asignadas a las tres esferas de responsabilidad gubernamental, de acuerdo al principio tomista de la subsidiariedad.

En las últimas décadas, los consensos son más valorados que la opinión de las mayorías. Por ello los órganos legislativos tienen instancias donde se pondera la inclusión responsable de las propuestas, con el propósito de contribuir a escenarios políticos menos ríspidos y cada vez más tersos. Es por esta razón que las asambleas de los partidos políticos no pueden ni deben ser la última instancia de decisión sobre las modificaciones al marco jurídico. En ese plano, ningún político representado en las cámaras, debe usar su mayoría para imponerse, sino para buscar mayores consensos y acuerdos incluyentes.

Si el partido y aliados del Presidente de la República no alcanza la mayoría absoluta en el la Cámara de Diputados y el Senado, es muy posible que salga en busca de nuevos acuerdos políticos para poder echar a andar sus programas de gobierno. Esa negociación debería ser pública, a efecto de conocer sus objetivos y evaluar sus alcances; pero además, toda política emprendida por el ejecutivo, también llevaría el ADN de otras fracciones políticas y con ello, se evitan los extremos ideológicos, haciendo que todo pueda moverse en un espectro político mucho más moderado.

Un gobierno responsable no debe decantarse por los extremos ideológicos. Los gobiernos más eficientes procuran ser más pragmáticos a la hora de tomar decisiones, es decir, tomar en cuenta aspectos estadísticos, condiciones regionales, fortalecimiento sectorial, generación de empleo, repercusiones en los mercados, así como la estabilidad política nacional y las reacciones internacionales. Un gobierno, aun cuando haya surgido de procesos electorales democráticos y transparentes, está sometido a graves riesgos a la hora de tomar decisiones, porque puede detonar olas de descontento y movilización social, además de repercusiones en los escenarios internacionales donde participa.

México se encuentra inmerso en un proceso electoral muy complicado, dado el posicionamiento ideológico de los que, hasta el día de hoy, parecen ostentar las preferencias del electorado. La mayoría de los protagonistas políticos son blanco de acusaciones por la opacidad en el manejo de sus finanzas personales y la falta de rigor en el ejercicio de sus obligaciones fiscales; así como tráfico de influencias, corrupción y un largo etcétera. Los casos han llegado a tal extremo que la población se ve desencantada del proceso electoral y prefiere mantenerse al margen.

Tomando en consideración los escenarios que pudieran resultar de los comicios de julio próximo, es muy posible que cualquier mayoría sea únicamente relativa y no absoluta; lo cual obligará a los gobiernos que surjan del proceso electoral a generar nuevas alianzas y pactos políticos, como vehículos para poder generar las condiciones mínimas de gobierno. Quien resulte ser la o el Presidente de la República, no podrá gobernar solo, ni su discurso podrá polarizarse irresponsablemente, a ese fenómeno podríamos denominarle salud democrática. Es una especie de pesos y contrapesos, que aunque no sean enteramente confiables, procuran que ninguno de los poderes se desboque.

Hasta el momento, los discursos de quienes pretenden ocupar la silla presidencial, hacen poco énfasis en los consensos políticos, aun cuando prácticamente todos –excepto una candidata independiente– provienen de coaliciones de partidos; sin embargo, aún nos falta conocer y analizar las propuestas de campaña y los métodos que piensan emplear para aplicarlas en caso de resultar electos. México está a la expectativa de fórmulas novedosas e incluyentes. Será muy interesante ver cómo plantean los escenarios de solución y los mecanismos de ejecución.

Había una vez un frente…

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El debate continúa entre los partidos políticos. Unos ya renunciaron a la mesada del INE por el tiempo que resta para el fin de año, pero otros más no la sueltan so pretexto de que, si renuncian, ese dinero sería administrado por el gobierno y los precandidatos del PRI. Casi todos los mexicanos sabíamos que finalmente unos darían el dinero y otros se negarían a hacerlo. El PRI trataría de tirar el balón al tejado más alto y quizá en la negociación ganar parte de lo mucho que ha perdido. Aún falta ver cómo resultan sus esforzados intentos por abrirse paso.

El frente integrado por el PAN, PRD y MC, todavía parece un grupo de dos hermanos y su papá que salen de paseo. ¿A dónde irán de paseo? Nadie lo sabe, porque no se ha definido el rumbo. Es terriblemente débil el argumento de que las coaliciones no pueden integrarse por partidos de ideologías opuestas. Alrededor del mundo hemos visto estos casos ‒dignos de una tesis doctoral– amasando grandes éxitos electorales y otros éxitos más en el ejercicio de gobierno. El secreto está en pactar acuerdos permitidos por la ley y debidamente registrados ante los órganos electorales, con el propósito de construir una oferta política (o plataforma política) común que seduzca al electorado, que pueda convencer a la ciudadanía, que en la eventualidad de ser favorecidos con el voto mayoritario, dicha oferta política se convertirá en ejes de gobierno. Lo más fácil es invitar a tres amigos y firmar un oficio. Lo difícil es generar pactos y acuerdos trascendentales para dar certidumbre a la ciudadanía y coherencia a la actuación de un gobierno surgido de un frente pluri-ideológico.

En el plano legislativo, las plataformas políticas deben de expresar las prioridades para un grupo parlamentario, basadas en las más sentidas preocupaciones sociales, porque en realidad lo que le interesa al pueblo es la calidad de nuestras leyes y no las grandes cantidades de iniciativas de ley hechas sobre la rodilla y llenas de trampas. Una plataforma política legislativa debe concurrir en propuestas con las del poder ejecutivo, con la previsión de que las legislativas se conviertan el soporte jurídico y político de las del ejecutivo.

Actualmente contamos con una Ley que obliga a los partidos a registrar una plataforma política, como documento ideológico que sustenta las propuestas de campaña y posicionamientos sobre determinados temas sensibles para el electorado. Esos documentos son tan largos y tan poco didácticos que ni los candidatos los leen jamás y tiene muy pocas probabilidades de convertirse en un plan de desarrollo nacional, estatal o municipal. Por ello, es necesario que la plataforma electoral se convierta en una auténtica antorcha que brille por la calidad de sus propuestas, que sea constantemente debatida y contrastada con otras más, surgidas de partidos o coaliciones opuestas. Ante un panorama como ese, la ciudadanía sabe distinguir cuál de todas esas propuestas le puede convenir e intuye cuáles son las que son hijas de la fría retórica y la omnipresente mentira.

Hablar de una coalición e incluso sentarse a la mesa para realizar algunas lecturas y hacerse tomar infinidad de fotografías, es un teatral absurdo de Ionesco, una pieza sin sentido carente de sustancia. Un frente político conformado por partidos cuyas ideologías sean diversas, sólo pueden encontrar coherencia en pactos trascendentes de campaña con miras a conformar un gobierno, el cual genere confianza en el electorado y certidumbre en el futuro de un país.

Es una tarea de titanes mover una coma de nuestras leyes electorales y cuando éstas pueden realizarse, es al costo de terribles concesiones políticas. La democracia electoral mexicana, quizá haya avanzado, pero la democracia social, laboral, de salud, educativa, van a una velocidad mucho más reducida. Por ello, es preciso que justamente en el escenario político-electoral diseñemos nuevos esquemas de participación que establezcan reglas exhaustivamente claras para hacer avanzar una coalición. Que una coalición no se cuaja con una mesa de diálogo y un par de oficios dirigidos al órgano electoral. Coligarse para gobernar es quizá, el máximo reto que tiene cualquier partido político, no sucede sólo con expresarlo para que se publique a ocho columnas. Coaligarse para gobernar es mucho más. Significa crear el ambiente propicio para un diálogo político con la mano abierta; hacer un esmerado ejercicio de diagnóstico y detección de puntos concurrentes; construir una oferta política posible; recuento de aspiraciones; coalición propiamente dicha; selección democrática de candidatos; campaña y elección, pero aún falta gobernar, y luego conservar el poder para la coalición. Crear una coalición no es como contar un cuento…

La muerte del equilibrista

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El debate de los partidos políticos, hoy se centra en lo que siempre les ha interesado: el dinero; y eso es lo que al pueblo trae enfermo. La imprudencia de los partidos políticos ya es inaguantable y lo único que están provocando es la formación de una ola gigantesca de desánimo que socaba la, ya de por sí desacreditada, democracia mexicana, que ha consumido el tiempo de los partidos políticos, sin que ninguno de ellos tenga una agenda social, de madurez institucional, de análisis del desempeño de los programas gubernamentales o de revisión de la deuda histórica con las comunidades nativas de esta tierra que hoy llamamos México.

Hoy más que nunca, es importante debatir sobre la idoneidad de los mecanismos para emprender la reconstrucción de los pueblos que han sido afectados por los huracanes y sismos acontecidos durante el mes de septiembre del 2017 y prospectar el futuro de las familias que han sido sumidas, aun más, en la pobreza extrema. A gran parte de la sociedad nos resulta verdaderamente repulsivo sólo pensar que las aportaciones y donativos de millones de mexicanos de todo el país, así como de extranjeros amigos de México, vayan a parar a la campaña de algún candidato al puesto que sea…

Ninguna propuesta formulada hasta ahora ha podido ser tragada por los ciudadanos, así que mucho cuidado… Hay que tomar mejores decisiones hoy, porque el “hubiera” no existe… Si para garantizar la transparencia en el manejo de recursos y supervisar la calidad de las acciones de recuperación de la infraestructura, así como en la edificación de los nuevos hogares de miles de hermanos nuestros, es necesario recurrir a los más prestigiados organismos internacionales, debemos hacerlo… Que nadie diga que convocar a estos organismos para verificar la buena marcha de las acciones pueda ser un flagelo para la soberanía e integridad del país… Por favor, no lo hagan…

El ánimo solidario de los mexicanos iba por muy buen camino y, casi como un ruego, pido que el mal ejemplo de los partidos políticos no cunda en la sociedad para patear el alma cívica, porque tristemente hemos visto asaltos de camiones y centros de acopio destinados a los pueblos más lastimados por los fenómenos naturales más recientes, cometidos por descerebrados grupos radicales a quienes no se les debe tocar ni con el pétalo de una rosa. Pero eso es sólo la estratificación de la inconciencia, unos hasta arriba y los otros hasta abajo.

Por si fuera poco, ya estamos en tiempos electorales, por lo que cualquier movimiento en falso puede causar la muerte del equilibrista. Cada tema o propuesta, desata declaraciones encarnizadas, ya sea con fundamentos o no. El consenso es un diamante inalcanzable en esta época, porque la balanza es tan sensible, que cualquier decisión no supervisada pudiera decantar las preferencias para unos y otros. Por eso las decisiones tardan en tomarse, todas deben ser medidas desde diversos ángulos. Mientras tanto, los miles que perdieron sus hogares están esperando respuesta a sus gravísimas necesidades. A ellos no los entretienen los dimes y diretes entre unos y otros.

El gobierno federal, como es de esperarse, ya ha tomado todas las riendas para emprender la reconstrucción; es decir, que el debate está posicionado sobre los partidos. Los titulares de Secretarías del gobierno federal y demás servidores públicos, continúan  sus visitas y levantando censos para medir la verdadera dimensión de la catástrofe, porque con las casas, bardas y escuelas derrumbadas o seriamente deterioradas, aparecen males aun más profundos, como la pobreza extrema, el desempleo, la falta de atención médica, el analfabetismo, la violencia regional, los abusos en comunidades, la debilidad de las autoridades municipales y delegacionales (CDMX) y una complicada madeja de problemas sociales y políticos, que también será necesario resolver.

El reto es mayúsculo y todas las acciones que pudieran ser detonadas para enfrentarlo, trascenderán el período constitucional de la actual administración federal, y quizá también trascienda la próxima. Así que lo que haya que decidir ahora deberá ser el resultado de cálculos bien hechos, no queremos que el equilibrista pierda concentración y se precipite al suelo.

La eclosión del México nuevo

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Otra gran prueba es la que México recibe con los sismos que han sucedido en lo que va del mes de septiembre, eso sin contar los destrozos causados por los huracanes en el Golfo y el Pacífico. Cada uno de estos sucesos pone en marcha acciones de respuesta gubernamental y genera una cadena solidaria en la que la población se vuelca a tratar de mitigar el sufrimiento de sus hermanos. Eso significa que nuestro grado de resiliencia es alto y confiable, aun cuando necesitemos depurarla con mejor planeación y mecanismos confiables para el restablecimiento de la seguridad y progreso nacionales.

Es difícil tratar de comparar las catástrofes recientes a las ocurridas a mediados de la década de los ochenta, cuando el sureste sufrió el embate del huracán Gilberto y el sismo de 8.1 del 1985 casi diezmó la capital del país. Los mexicanos éramos una sociedad distinta, con comunicaciones decimonónicas, verticalidad política y una prensa complaciente del poder en turno. La capacidad de respuesta del gobierno federal era débil y lenta, no por causa de incapacidad, ni por falta de profesionalismo, sino porque el dibujo social era muy distinto al de hoy y la presión social aún estaba despertando.

El derrotero de los acontecimientos catastróficos recientes, quizá nos lleve a catapultar al país hacia sistemas más eficientes de planeación, a generar respuestas más rápidas, a afinar el tino en la toma de decisiones y a proceder de forma más diáfana ante la sociedad. Ello va a generar progresos importantes si se sincretiza con nuestra cultura, la cual tiene serias tendencias hacia la improvisación, la irresponsabilidad y el maniqueísmo.

En la próxima década, veremos los primeros reflejos en la arquitectura, como casi siempre se manifiesta en las sociedades modernas; luego en los trazos carreteros y demás infraestructura de comunicación terrestre, portuaria y aérea; lo anterior avanzará a la par de las primeras generaciones de jóvenes que surjan con el perfil que les proporcione la reforma educativa Chuayffet-Nuño ‒de la cual hablaremos por décadas‒, las nuevas fórmulas en materia energética habrán generado ya los destellos que se esperan; tendremos mayor cultura y certidumbre acerca de intercambios comerciales y su impacto en las economías regionales; un sistema de justicia sin tantos dobleces y un sistema de seguridad con mayor prestigio y que contribuya a la paz. Si ello no se dibuja desde hoy, lo siguiente no será evolución, sino involución.

La prospección no es una materia de futurólogos o videntes, sino de mentes que tengan fresca –y de primera mano– la comprensión de México frente al concierto internacional, así como un conocimiento profundo de la sociedad mexicana y el territorio nacional. Los políticos que lideren este escenario, no serán encarnaciones de Moisés ante las masas, sino que tendrán destacadas habilidades para seducir a sus seguidores desde las redes sociales; estos nuevos líderes deben poseer un perfil híbrido entre la formación técnica y la sensibilidad social, conocimiento y olfato político.

Catástrofes como las que han ocurrido recientemente en el país resquebrajan la fibras de la sociedad actual, pero no para derruirla, sino para que de ello eclosione un país diferente. Los sismos y huracanes están empezando a tener un impacto más allá de la pérdida de vidas humanas y materiales. Se atisba cercanamente el surgimiento de nuevas corrientes y nuevas tendencias que no llegarán a nosotros por generación espontánea, arribarán como producto de un gran movimiento social democrático, mucho más allá de las ambiciones y las siglas de los partidos políticos.

Los pequeños poderes

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Hace algún tiempo, no sólo leí, sino que disfruté el libro de Moisés Naim, “El fin del Poder”. Desde el título podemos ver dos tipos de interpretación en castellano. El fin como un objetivo preciso, o bien, como el final, “the end” del poder. Y de acuerdo a su tesis, los poderosos con cada vez menos poderosos, los gobiernos son más difíciles de tripular y ‒algo inédito– los micropoderes están siendo los nuevos protagonistas.

Todo quien haya tenido la oportunidad de participar en la conformación de un gobierno, estará relacionado de alguna forma con lo que expone Naim. En ocasiones, todo ese ímpetu y energía para trasformar las realidades o encarnarse como agente de cambio, de pronto se ve frenado por la realidad, por los diques legales, por los grupos de interés y por aquellas fuerzas pequeñas que amagan a los gobiernos.

Esas mismas fuerzas pueden obrar bien y ser aliados en la transformación de las circunstancias de la sociedad en su conjunto; sin embargo, también puede proceder con movimientos (sincronizados o no) desestabilizadores que trastocan los planes de cualquier gobierno o gobernante, por poderoso que se les pudiera percibir. Ese fenómeno es recurrente en muchas partes del mundo y largas son las listas de ejemplos que gritan que cualquier cosa puede ser posible para estos micropoderes.

Y es que el heno seco agarra lumbre a una velocidad impredecible. Sólo requiere una pequeña chispa para que una conflagración surja de la nada y borre, rápidamente, todo cuanto estuvo ahí y que parecía imperturbable, inamovible, intocable. Esos micropoderes están respaldados por el simple ejercicio de su libertad, por los medios masivos de comunicación y, sobre todo, las redes sociales; la gente que conforma estos movimientos se sustenta en su educación cada vez más cualificada, lo que lleva a incrementar su poder de análisis y compresión de los escenarios políticos. De sus posicionamientos puede surgir una ola pequeña que se hace enorme e imparable en cualquier momento.

Los micropoderes hoy influyen en forma decisoria en la vida de los partidos y llegan a influir en sus tendencias; pueden interferir en la vida de una región e incluso de un país; esos pequeños poderes no siempre se ostentan con siglas sino que actúan bajo una divisa ciudadana apolítica que se activa y se ralentiza cuando los poderes supremos o gubernamentales van más allá de determinadas líneas trazadas por el interés general, la ley o las nuevas banderas ideológicas generacionales.

Es curioso que aquella frase que reza: “El pez grande se come al chico”, ha comenzado a mutar. Podemos afirmar que en el campo de la política esa vieja máxima hoy es debatible.

Se acercan los tiempos en que esos micropoderes que campean en todos los estratos de la sociedad, decanten sus preferencias, le hinquen los dientes a las propuestas políticas de los partidos, induzcan al resto de la sociedad a la reflexión de los temas, y hagan que los que se ostentaban poderosos se amadamen.

Dada la clara tendencia antisistema mostrada por la sociedad mexicana en la última década, en la que la credibilidad en los partidos políticos va en franca decadencia, esos pequeños poderes están llamado a ser una de las fuerzas que mueva el fiel de la balanza. Es difícil encontrarlos, son pequeños en verdad, pero están ahí escuchando y opinando –principalmente en redes sociales‒,  manifestando sus preferencias ideológicas e incidiendo en el sentir general.

Ojo con ellos… Quien tenga esas fuerzas de su lado, puede hacer la diferencia y ser el vencedor de la contienda. Al tiempo…