No se perdió la magia, lo que pasa es que se descubrió el truco.
Candidman.
En Latinoamérica, las ideológicas debieran ser un tema de interés permanente en las escuelas. Me refiero al estudio de las ideologías y sus intereses, sobre todo del siglo XX a la actualidad.
No hablo de filosofía ni de historia política sino de estadísticas políticas para hacer análisis comparativos de los gobernantes. De manera específica, ubicar creencias, juicios, planes de gobiernos y resultados concretos.
Con las nuevas tecnologías no es difícil encontrar datos objetivos porque hay lluvia de información mediática (actualizada), institucional (organismos gubernamentales e internacionales), y científicas (independientes).
Educar objetivamente a los estudiantes de hoy les permitiría a los votantes tomar decisiones electorales inteligentes y libres sobre consecuencias, no sobre propósitos y discursos. En ese sentido, los indicadores serían los factores objetivos, no los fanatismos.
Muchos factores históricos han sido derivaciones subjetivas, no la verdad objetiva. Por eso existen varias visiones de un mismo hecho. En la actualidad es más difícil el sesgo. Verbigracia, las situaciones socio-política-económica-culturales actuales, donde según el apego político e interés se escriben las páginas. Pero los datos ahí están pese a lo que argumenten los fanáticos.
Y es que los resultados electorales históricos (las alternancias recurrentes) evidencian que los líderes (de izquierda o derecha) no llegan al poder por la convicción ideológica de los electores, más bien esgrimen que toman decisiones sobre la base del respeto al pueblo que los eligió, porque –según ellos– éste está de acuerdo con sus formas de pensar.
Sostengo que esto no es cierto, de lo contrario, ¿por qué las alternancias? Aunque haya quienes opinen que 4, 5 o 6 años no son suficientes para demostrar resultados, el que es buen gobernante no necesita la eternidad para demostrarlo, y el mal gobernante ni dejándolo de por vida.
Aquí la cuestión es que si los proyectos son buenos –como dicen–, por lo menos el partido en el poder debiera ser reelecto sin manipulaciones, sin lavado de cerebros, engaños, clientelismo, fraudes ni argucias.
En la práctica, los electores votan por factores envolventes. La gran mayoría no vota racionalmente o por convicción, sino por afición a los candidatos, por filiación, relación o por decepción.
Otra fórmula que ha llevado a muchos al triunfo electoral son las campañas negras, sucias o de contraste, no por convicción ideológica y sí por intereses particulares.
Yo no he sabido que en Latinoamérica una elección haya ganado porque los electores en su mayoría digan: “voto por Fulano, por su pensamiento smithsianista” (Adam Smith, ideólogo del capitalismo), o que en el esquema democrático salgan a las calles a defender a alguien por su convicción marxista (Carlos Marx, ideólogo del comunismo). ¡No!
Los electores en su mayoría no son dialécticos. La gran mayoría ni siquiera sabe de los ideólogos que impulsaron los sistemas, por lo mismo no votan por las ideologías sino por sus propios intereses y beneficios. Y precisamente lo que debería evitarse es la ignorancia del pueblo.
Es más, de acuerdo a estudios empíricos que yo mismo realicé, ni siquiera votan por el bien de la nación o el país. Al votante sólo le interesa su propio beneficio, y cuanto más el de su familia, de manera que si no encuentra privilegios personales es fácilmente utilizado y arropado por el discurso del nacionalismo, del patriotismo, el desarrollo, y el progreso que otros sustentan con su ideología. ¿Les suena familiar?