Innovación, Tecnología y Sociedad

Metralla y desorden digital, la incomprensión a toda prisa

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La continuidad. Esa ilusión de que el tiempo podrá trascender su propia condición. Ser uno solo. Lograr ser leído como una línea. Sin grietas; ni mucho menos rupturas.

Porque la ilusión de lo continuo equivale a vencer la inevitable muerte del presente. En el presente, ser capaces de hacer y ser futuro.

Resulta paradójico, pues, que siendo tan cara la idea de que su figura, su vida, su recuerdo, tendrá continuidad en un futuro que aún no es, la no continuidad sea el opuesto complementario.

Al final se trata, en ambos casos, tanto en la obsesión de ser parte de la historia del futuro, como en romper con el pasado del que se proviene, de fundar un orden. De ordenar, no las cosas, en sí, sino el tiempo.

La prisa es la misma. Ya para marcar un inicio, verdadero, se pretende de un nuevo tiempo; ya para apuntar todo cuanto se hace a la cuenta de quien está haciendo historia, de quien ya se vio en la historia.

Anaclet Pons.
Anaclet Pons, historiador español (Fotografía: Coloquio: Anaclet Pons. ‘Historia Social e Historia Cultural’).

Significativo resulta, así, como resulta serlo en todo libro inteligente, que Anaclet Pons, comience su ensayo, tan sugerente como lúcido, El desorden digital, justamente con un largo epígrafe sobre el cambio radical que el mundo actual supone en términos de la percepción del tiempo.

El investigador catalán echa mano para ilustrar la magnitud de esta transformación sobre la manera que lo contemporáneo tiene de imaginar, describir, experimentar el tiempo, de la capacidad que Italo Calvino tuvo para prefigurar lo que vivimos a toda plenitud.

“La dimensión del tiempo se ha hecho pedazos, no podemos vivir o pensar sino fragmentos de metralla del tiempo que se alejan cada cual a lo largo de su trayectoria y al punto desaparecen”, afirma Calvino en la que fuera su última novela: Si una noche de invierno un viajero.

Lo contrario, el opuesto a esta certeza vivencial que expone el autor italiano, es la idea de que el tiempo es un cauce que se puede moldear al propio antojo, una línea sobre la que aquí se borra esto y en este otro sitio, más adelante, se coloca esto otro.

En este horizonte, pues, para nadie pasará inadvertida la singular cercanía entre las expresiones: dar una orden y poner en orden. Ejercer sobre el tiempo del otro y de lo otro, el poder de la voluntad propia.

Italo Calvino.
Italo Calvino, escritor italo-cubano del siglo XX (Fotografía: Zenda).

El libro de Pons, que lleva como subtítulo: Guía para historiadores y humanistas, no duda en colocar sin demora a la noción de tiempo en el centro del cambio que el presente ha traído consigo. Tanto, que titula al ensayo con el que arranca, Sin esperar a mañana.

La prisa se impone. Romper con el pasado, romper la continuidad ajena; instaurar en el presente, la futura continuidad propia. A toda prisa.

Sin embargo, para quien no comprende la mutación que en la percepción del tiempo implica lo digital, para quien la rechaza por no comprenderla, romper con el pasado se convertirá en una trampa para sí mismo, en un volver al pasado, quedar atrapado allí.

En medio de lo que Calvino, de modo certero, nombra e ilustra con claridad poética como “la metralla del tiempo”, la primera orden de quien detenta el poder sin comprender la época no puede ser otra que poner orden.

Mas, la idea que tiene aquel que se obstina en que el tiempo sea como era, sea lo que fue, un continuum, y no esa fragmentación y discontinuidad que es ahora, el orden habrá de ser su idea de orden: el orden del pasado.

En ese afán, el de gobernar el tiempo presente según la lógica del tiempo pasado, se impondrá a rajatabla la pretensión de centralizar como si en ello estuviese el remedio a la condición de fragmentación y dispersión que es propio de la época.

Tiempo digital.
Imagen: Reportér Magazín.

Centralizar se volverá así, se ha vuelto así, la gran obsesión del orden. La orden para poner orden es centralizar, traer todo desde los confines de la multiplicación y atarlo, anudarlo para presentarlo así, cual si un amasijo fuese en verdad una cosa única, unida.

Confusión manifiesta entre el mundo como fue y el mundo como es. La red, metáfora y realidad del mundo digital, no tiene centro, no puede tenerlo.

Ninguna red, por definición tiene un centro. Toda red, por definición, es un conjunto de nodos (nudos) que en su (des)orden construyen productivamente una nueva dimensión del (des)orden.

Atemorizado, ofuscado frente lo que no comprende, ante sus dificultades para moverse en otro orden que no sea el vertical, quien no comprende pretende contrarrestar su noción de desorden con un orden marcado no sólo por la incomprensión sino (además) por la inoperancia.

Centralizar no evitará la metralla del tiempo, en todo caso, pondrá en evidencia a quien no comprende. La red no es una metáfora, sino una forma, hoy por hoy la más, productiva del desorden.

Entre yerros y confusiones, sin esperar a mañana, la incomprensión cabalga a toda prisa.

¿Empresa del gobierno para brindar Internet?

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Improvisar cuesta

Hacia 1982 llegaron a ser más de mil. Sí, más de un millar de empresas paraestatales regadas por todo el país, administradas por el gobierno, con cargo a los contribuyentes.

Después de 1970, dice Carlos Marichal de modo textual, “las hubo de todos colores y sabores”, en eso que el mismo investigador llama: el periodo de la anarquía organizativa.

Si para 1940 el país contaba con 36 empresas de control gubernamental, sólo entre 1955 y 1970, en México se crearon 166 empresas de control gubernamental, o paraestatales, para llegar a 272, en ese periodo.

En los años que siguieron, a ellas se sumarían productoras de mezcal, embotelladoras de agua mineral, hoteles, fábricas de cloro, de jabones e incluso de sardinas enlatadas. De la de bicicletas que acabó en manos de la CTM hemos ya hablado en una colaboración anterior.

El reiterado anuncio gubernamental de que va a crear una (nueva) empresa para dotar de Internet a las regiones del país que aún no cuenta con ella, hace cernirse esos vientos del pasado sobre lo que se perfila como el modo de esta administración de encarar los desafíos del presente.

De acuerdo con un reporte de hace un par de años elaborado por el Foro Económico Mundial, para medir el grado de despilfarro de recursos públicos vía duplicidad no corregidas en instituciones, México se ubicó en la posición 99 entre 144 países analizados.

paraestatales en México

Expertos, investigadores y representantes empresariales han dejado claro ya el error que se estaría cometiendo si es que el gobierno decide acometer la expansión de Internet en exclusiva y a costa sólo de las contribuciones fiscales ciudadanas.

Se dice, en una de esas viejas creencias que pueblan el imaginario de quien juega dominó: “cuando no sepas qué hacer, acuéstate”, refiriéndose a tirar una mula, la más alta de preferencia.

Tan inviolable fue (¿es?) una suerte de regla equivalente para el mundo público del siglo XX. Cuando no sepas qué hacer: inventa una institución, crea un organismo.

Gobernar o la potestad de fundar. Construir un legado, así se decía. Instaurar. Ser recordado por aquel que fundó tal o cual instituto, comisión, centro, consejo.

El futuro, así, nunca se siente más ancho y complacido que cuando logran encontrarse con el pasado. Cuando logra, en el presente, trazar las líneas con las que, imagina embelesado, se narrarán las gestas fundadoras.

Una revisión histórica de la expansión de las empresas paraestatales en México deja ver con suma rapidez cómo mientras más crecía el número de éstas, también lo hacía la creación de instituciones públicas de manera desarticulada y en franca duplicidad.

La intención gubernamental de crear, contra toda evidencia en toda nación, una empresa que desde la lógica paraestatal se haga cargo en extender la conectividad en el país, lo confirma.

internet para todos

Establecido en 1974 como un fideicomiso público del Conacyt, el Centro de Investigación e Innovación en Tecnologías de la Información y la Comunicación, conocido como Infotec, es una de las instituciones de trayectoria y aporte más notable.

A 45 años de su creación, Infotec cuenta con una amplia, probada y exitosa experiencia en el diseño, evaluación e implementación de proyectos para el uso de las tecnologías en la entrega de información y servicios públicos a través de Internet.

La exitosa historia de este ente público, va desde la administración de la primera Red Tecnológica Nacional –la primera red de Internet en México–, en 1994, hasta la obtención del Premio Estocolmo de Innovación por la puesta en funcionamiento de portales de transparencia e información ciudadana.

Capaz de dotar con eficiencia y eficacia soluciones a la propia Secretaría de Comunicaciones y Transportes, donde es de suponer estaría sectorizada la eventual nueva paraestatal que se ha anunciado, a Infotec le debe la SCT la consolidación de su centro de datos.

A partir de 2010, la participación de Infotec ha sido determinante en el avance del proyecto de “Gobiernos locales digitales”, dotando a los municipios, la célula del régimen federal, de herramientas para la comunicación con los ciudadanos y la participación de éstos en asuntos públicos.

Infotec.
Fotografía: Infotec.

La infraestructura esta ahí. La capacidad y experiencia también. Infotec cuenta la capacidad y con un cuerpo de docentes e investigadores del más alto nivel.

No es ésta la primera vez que la administración actual anuncia acciones sin que se presente un mínimo diagnóstico, por no hablar de cronogramas, fuentes de recursos y los respectivos proyectos ejecutivos.

Utilizar los recursos públicos, que por definición pertenecen a la sociedad, para crear instituciones que duplicarán objetivos y funciones que ya existen es, en sí mismo, un contrasentido a cualquier afán de rentabilidad social.

La capacidad para generar una dinámica de trabajo colaborativo entre las propias instituciones públicas es fundamental. Ninguna administración parte de cero. Ni tampoco la historia acaba cuando un gobierno concluye su gestión.

Dispersión, duplicidad y despilfarro. Hidras a la sombra del mismo árbol: la ocurrencia. Por desinformación, necedad o mala fe, el resultado es idéntico y lo paga la ciudadanía.

La misma sociedad que pagaba la nómina de aquella fábrica paraestatal de jabones, para luego comprarlos; malos y caros.

La misma.

Internet en bicicleta

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Rondaba el medio siglo. El mundo carecía de la sincronía que presume ahora. Dos años después de su premier, porque así se usaba antes, la película fue estrenada en nuestro país. El 6 de diciembre de 1950 fue la primera vez que Ladrón de bicicletas se presentó en México.

Joya del neorrealismo italiano, Ladrón de bicicletas, es un impecable y hondo retrato de una sociedad que, tras la guerra, debe restañar las heridas. Las sociales, las económicas, las personales e internas.

El argumento sobre el que el genio de Vittorio De Sica, el legendario director de Ladrón de bicicletas construye su laureado filme, toma como punto de partida un hecho nimio. Al personaje principal le roban la bicicleta con la que trabaja.

En tiempos en que las bicicletas se encuentran en las calles de las grandes ciudades y se pueden rentar por medio de una aplicación en el celular, el asunto puede parecer incomprensible en términos de lo que desata y significa.

Mas, puesta en el mundo donde ve la luz, una de las más bellas y conmovedoras películas filmadas jamás, logra dar con el entrecruce de toda historia inolvidable: lo cotidiano, que forma parte del universo absolutamente particular de los sujetos, y lo social, que entrelaza los destinos únicos a un gran destino colectivo.

Alguna vez, aunque pueda sonar extraño para quien nació cerca de este siglo, el adjetivo “bicicletero” era una forma de llamar despectivamente a los lugares donde el “progreso automovilístico” no había arribado plenamente.

"Ladrón de bicicletas"
Fotograma de la película “Ladrón de bicicletas” (Vittorio De Sica, Italia, 1948).

Entre el mundo de la película de Vittorio De Sica y los tiempos de los carriles confinados para ciclistas y los políticos ansiosos de que los fotografíen en ellas salvando al planeta, la bicicleta, sin quererlo, claro, simbolizó a finales de los años ochenta del sigo pasado, los excesos de un proyecto económico convencido de que el Estado debía contar con empresas propias al por mayor.

Bajo el nombre de Accesorios Tubulares Integrales, el Estado asumió que la producción de bicicletas y sus partes, como reza su descripción técnica, formaba parte de una estrategia de desarrollo. Al lado de instituciones bursátiles (Somex), líneas aéreas (Aeroméxico), producción y distribución de fertilizantes (Fertimex) o constructoras de camiones (Dina), se colocó a las bicicletas.

A la postre, cuando se vino el periodo de desincorporación de esas empresas, Accesorios Tubulares Integrales, es decir, la fábrica de bicicletas que “pertenecía a todos los mexicanos”, para decirlo en la retórica de aquella época, pasó a manos de la CTM.

En días recientes, desde la más alta responsabilidad pública del país, se ha expresado la posibilidad de que el Estado funde una empresa, paraestatal, desde luego, para hacerse cargo de los servicios de telecomunicaciones, particularmente, lo que tiene que ver con asegurar la conectividad en todo el territorio nacional.

En sentido inverso a las estrategias exitosas en el mundo en las que se privilegia incentivar la inversión, por encima de “poseer” empresas que históricamente han derivado en estructuras costosas e ineficientes, en México se vuelve a hablar de paraestatales. Extraño, sin duda. Por no decir, anacrónico.

Y no se trata de que el Estado no tenga responsabilidades que cumplir. Particularmente en materia de telecomunicaciones. Ámbito absolutamente estratégico, hoy, por donde se le vea.

Mas, está claro que plantear un esquema de control mediante una empresa paraestatal a la manera en que el país produjo bicicletas “nacionales” hasta los años ochenta, pasa por alto, al menos, dos consideraciones esenciales para nuestro tiempo.

La primera, ampliar la conectividad, “llevar Internet a todos los mexicanos”, como se ha dicho desde la más alta responsabilidad gubernamental, parece loable, pero es riesgosamente insuficiente.

"Ladrón de bicicletas"
Fotograma de la película “Ladrón de bicicletas” (Vittorio De Sica, Italia, 1948).

Conectar a las comunidades de más difícil acceso, no garantizará ni los servicios de calidad que la ley confiere como derecho de los usuarios, ni mucho menos fortalece, por sí misma, la obligación constitucional del Estado de robustecer a su órgano regulador constitucional autónomo.

Sobresale como una contradicción flagrante que, por un lado, desde el actual gobierno se hable de ampliar el acceso de Internet como derecho y, por otro, se pase por alto la necesidad de contar con un regulador que pueda crear mejores condiciones de inversión, competencia y servicio.

La segunda consideración vincula el ámbito privado con el social. France Telecom, convertida en el gigante Orange, tiene una estructura en la que el Estado cuenta con un poco más de 25% de las acciones, nada más. Y aunque su presidente lo nombra el Consejo de ministros, sus decisiones corporativas no pasan por el Palacio del Eliseo, por supuesto.

México tendrá éxito en ampliar su red de conectividad en la medida en que sea capaz, desde la responsabilidad del Estado de incentivar inversión, sí, pero a la vez, de acoger e impulsar proyectos sociales que, desde ya, están surgiendo y multiplicándose desde las propias comunidades.

Expandir con eficiencia y eficacia la conectividad no es producir bicicletas; y aunque lo fuera, ya se sabe cómo terminó aquella historia.

Recordatorio, punzante, de que como se dice en algún momento de la obra maestra de De Sica, hay cosas para las que ni siquiera los rezos de una madre pueden ayudar.

La niñez en Internet, la oportunidad está ahí

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No creáis que el destino es otra cosa

que la plenitud de la infancia.

R.M. Rilke.

En los extremos. Abril, el mes que el enorme poeta inglés T.S. Eliot calificara como el más cruel, cierra cada año sus días haciendo tocar los extremos. De un lado, concluye el plazo para que las personas físicas hagan su declaración de impuestos: del otro, se celebra la infancia y a la infancia.

Nada parecería más lejano que una cosa y la otra. Hacerse mayor de edad cumpliendo las obligaciones tributarias. Solazarse en la infancia real o recordada, como ese tiempo en el que pocas fueron (o debieron haber sido) los deberes.

Ingenuidad en la niñez; responsabilidad, en la edad adulta. No están lejos, quizá.

Sobre todo si se asume que nada es más ingenuo que pensar que existe en una posibilidad para un país de desarrollo sin que de modo responsable el mayor número de sus habitantes paguen impuestos.

T. S. Eliot poeta y dramaturgo
T.S. Eliot.

Como tampoco nada hace tan adulta a una nación como hacerse cargo plenamente de que sus niñas y niños lo sean plenamente; es decir, sean niños y niñas capaces de ejercer su primer derecho: ser felices.

Conocidos hoy como nativas y nativos digitales, las niñas y los niños del presente abran de ser también algún día, adultos que, en nombre de lo que fueron, se harán responsables de quienes entonces sean niñas y niños.

La infancia no es una esencia. No permanece inmutable a lo largo de los años y las épocas. Ni como recuerdo de quien ya la vivió ni como forma de ser vivida por quienes son niñas y niños en cada tiempo determinado.

Marcada de modo inefable por el acceso a dispositivos y plataforma en línea, la niñez de nuestro tiempo pertenece, como a cada infancia ha correspondido, a la época que le ha tocado, la digital.

Se puede pensar en retrasar, o incluso vedar por completo, la interacción con los dispositivos y con el acceso a Internet. Pero lo central nunca ha recaído en los objetos o las herramientas. Los cambios de época lo son porque representan nuevas formas de pensar.

Lo digital es la experiencia, no el objeto. Así que aun habiendo niñas y niños que tengan acceso diferenciado o incluso no lo tengan, por decisión de los padres, las ideas, las nuevas maneras de organizar la información y de representar al mundo están ahí.

sorpresa con internet
Fotografía: Panda Security.

Los modos “en red”, horizontales, colaborativos, descentrados, antidicotómicos de construir la realidad, a la manera que corresponde a lo digital, han llegado para quedarse. Están ahí y se expande con rapidez.

De acuerdo con la organización Net Children Go Mobile, la edad promedio de acceso a Internet se ha ubicado en los siete años. La encuesta anual sobre usos de TICs que realizan el INEGI en nuestro país coloca la edad más baja en seis años.

En cuanto a porcentajes, el INEGI ha establecido que un poco más de 7 millones de niñas y niños entre 6 y 11 años son usuarios de la RED, lo que representa el 10% del total de mexicanos conectados a Internet.

Tengan acceso o no a esa edad, lo que está claro es que tarde o temprano navegarán y se toparán con cuanto en la Red se puede encontrar. Tan asombroso como deleznable.

El asunto, pues, plantearse: “¿ser nativo digital es sinónimo de hacer un uso seguro y responsable de la tecnología? La respuesta es no”, como bien señala la extraordinaria iniciativa Is For Kids (https://www.is4k.es/) dedicada a pugnar por la seguridad de la infancia en Internet.

Nunca antes en la historia de lo humano existieron tantas herramientas al alcance, aun de los más pequeños, para conectarnos con otros, para acceder al conocimiento, para desarrollar habilidades y destrezas.

niños y acceso a internet
Fotografía: minegocioabarrotero.com.

De poco servirá, si cada nación no es capaz de desarrollar, ya, políticas públicas que sumen a la expansión de la conectividad la transversalidad social de la inclusión y la alfabetización digital.

En materia de relación de las niñas y los niños con los dispositivos, herramientas y acceso a Internet, la gran oportunidad no descansa en prohibir, sino de promover la formación y ampliar el alcance de la información.

Estamos frente a la posibilidad de prevenir y atender algunas de las principales problemáticas, que organizaciones con Is4Kids ha encontrado en el uso de las TICs entre menores.

El respeto y la tolerancia online, la conciencia y cuidado de la privacidad, la utilización de “candados” en dispositivos, la valoración social de un espíritu crítico en la Red y la capacidad para contrastar la información que se va encontrando, son algunos de los desafíos.

Pero, abril seguirá siendo el mes más cruel, siguiendo a Eliot, si los impuestos continúan sin traducirse en la atención de nuestras niñas y niños.

Por el contrario, cuando en cada nación verdaderamente detrás de las pantallas esté la sociedad protegiendo a sus niñas y niños, querrá decir que los adultos de ese país han encontrado, por si les faltaban, buenas razones para pagar sus contribuciones.

En abril o cualquier otro mes, de eso se trata a final de cuentas, ¿o no?

Libros y lectura, ¿qué cambió con lo digital?

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Tensión entre dos mundos. Uno representado en el texto y sus verdades; otro, puesto en los ojos de quien lee, imbuido de sus propias verdades.

Leer significa, en su alcance más determinante, un acto ético. La posibilidad de resolución, sin que ninguno de estos dos mundos sea aniquilado, de la tensión cultural que implica que el horizonte de quien lee no sea idéntico al que el texto despliega.

Entre lo propio y lo ajeno, lo particular y lo universal, el distanciamiento y la apropiación, la lectura, la que cala, revela y transforma, ocurre, pues, como una suerte de movimiento pendular, que acaba por crear un tercer espacio de lo común.

Un desplazamiento que tiene para lo humano su triunfo mayor en conseguir la inclusión de la otredad en lo propio, lo que no soy yo, como parte de lo que soy yo. Fundamento de lo ético.

La llegada de la era digital no ha modificado esta condición fundamental del acto de leer. Ha modificado, sin embargo, de manera radical, a mi modo de ver, la relación con el ejercicio del distanciamiento temporal, tal como éste se daba antes de que se leyera en pantallas.

Apunto brevemente tres particularidades que en el ámbito tanto de los objetos como de las prácticas (que suponen modos y lugares) ha traído consigo la lectura digital.

Libros y libros electrónicos
Fotografía: Pixabay.
  1. Sobre el objeto sobre el que se lee:
  • El objeto libro, en su forma más popular que es el Pocket Book, inventado apenas en la década de los treinta del siglo anterior, es un objeto terminado, al que se puede intervenir (subrayar, por ejemplo) de modo limitado. Un objeto hecho, lineal: principio, medio, fin, y con una clara taxonomía que jerarquiza partes reconocibles.
  • El objeto lector, no me refiero al sujeto lector, sino al dispositivo donde una de las cosas que se pueden hacer, entre otras, es leer; es un objeto no terminado (en tanto puede recibir nueva información o incluso “autoactualizarse”), se puede intervenir ampliamente (con más memoria o reconfigurándolo) y la base de su funcionamiento no es lineal sino rizomático o en red.
  1. Sobre el modo de leer:
  • La lectura, al modo que el final del mundo moderno la concibió, suponía un acto de concentración que la volvía una acción a la que había que abocarse como un acto concentrado; ello representaba una capacidad de abstracción que nos separa de los demás y nos colocaba en el silencio interior y las voces del interior del libro; en tercer lugar, el cuerpo entraba por un sitio a ese mundo que el libro albergaba y se salía, idealmente, por otro, la ruta estaba marcada.
  • La lectura, al modo que la incipiente era digital comienza a marcar, señala que se lee en una pantalla, mientras se ve otra y se abre otra. La actividad lectora ocurre en un universo de pantallas que a veces están en distintos dispositivos o a veces pertenecen al mismo, de tal suerte que se lee “acompañado” de otros (es el caso de los mensajes de WhatsApp o de otra información que en ese mismo instante va completando lo que se va leyendo; en tercer lugar, las entradas son múltiples y los centros del texto que se lee en digital se desplazan conforme el viajero virtual, llamado lector, avanza, sale, entra, establece conexiones, en fin, se pierde y encuentra en los pasadizos de los hipervínculos.
Smartphone con pantalla flexible
Fotografía: RedUSERS.
  1. Sobre el tiempo en que se escribe y en que se lee:
  • Es cierto que los libros de papel pueden leerse de pie, caminando, o hasta de cabeza, como Homero Adams. En todo caso, lo que es incontrovertible es que dentro de los usos del cuerpo que esta práctica de lectura implica, se hallan las esperas y nociones básicas de temporalidad: allá y entonces, en su doble variante del allá y entonces en que el texto fue escrito y el allá y entonces donde el texto sucede.
  • No soy el primero, ni seré el último en hablar de los dispositivos digitales como extensiones del cuerpo de los usuarios. Lo que ya de suyo nos coloca en un sitio de uso corporal completamente distinto que la práctica precedente, la del papel y el objeto por completo ajeno a la corporalidad del sujeto que lee. Pero la experiencia se radicaliza cuando se trata de lo temporal. Lo que antes era el “allá y entonces”, especialmente en la escritura en redes que va publicándose (casi) a la vez que se escribe, ese allá y entonces que abría esperas, o mejor dicho: que fundamentaba la noción de distancia y distanciamiento, se torna un “aquí y ahora” que se sobrepone al aquí y ahora del lector.
Another World
Obra titutalada “Otro mundo” de M. C. Escher, 1947 (Fuente: Digital Commonwealth, Boston Public Library).

En un instante, allá, una persona toca la pantalla de su dispositivo; en ese mismo instante, casi, en el aquí, que es el allá sincrónicamente para quien ha escrito, aparece, se publica, se visualiza lo escrito.

Esa performatividad es la del mundo y el tiempo. La lectura en lo digital cobra forma y sentido como una experiencia de un mundo distinto, como cartografía del instante que como en un dibujo de Escher contiene muchos instantes en su interior.

Línea y circularidad, sincronía de la realidad y su mirada.

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*Una versión mucha más larga de este texto fue presentada como Conferencia Magistral en el marco del Programa Académico del Festival Cultural Zacatecas 2019, en esa ciudad el pasado 16 de abril.

Música para NotreDame

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Compartido. Partido y acompañado. Completado. Por el otro. En el otro. En la parte partida de cada cual. Parte que parte, parte que parte. Parte a parte, compartir. Lo que parte, lo que se parte. Lo que queda, en compañía.

¿Qué tan vasto puede ser un instante? ¿Cuánto debe medir un parpadear para que entre sus extremos puedan caber cientos de millones de personas que en un mismo respiro fijan su mirada en una imagen?

Ninguna, sin embargo, de cada uno de esos gestos de terror, de angustia, de desconsuelo, será idéntico a todos los demás. Ninguno de esos gestos, tampoco, alcanzará a ser del todo único.

Frente a la imagen en vivo de la desgracia se vuelve a ser exacerbadamente único e irremediablemente común. Nada original podrá decirse. Nada que no haya dicho o pensado alguien más.

Tan necesario es empero hacerlo que al decirse algo, se vuelve ese algo que un ser único emite de una manera única. Entre aquel silencio y este decir, se construye la experiencia del compartir como un signo de época que la tecnología radicaliza.

Notre Dame de París
Foto: Fat Tire Tours.

Escribí estupefacto y movilizado frente a la pantalla en la que convergía un mundo horrorizado. Unas líneas en una de las plataformas que nos permiten dar testimonio, trazado a punta de lo inmediato, unas cuantas palabras en torno a lo que acontecía en París, sobre ese horizonte cuyo nombre sigue siendo uno de los arcanos mayores del vivir en esta era: “tiempo real”.

Símbolo de una fe milenaria, tanto como epicentro de una idea del mundo. NotreDame en llamas concita, en una sola imagen, la fragilidad de lo material, consumido por el fuego, la espesura de lo intangible, lo que reside en todas partes, en todos. Lo que queda; siempre.

Espacios de la congregación, arquitecturas de lo comunitario, de las comunidades, de lo compartido, por encima de la particularidad, del rito que no tiene tiempo, porque es el tiempo mismo. Las iglesias constatan la capacidad de lo humano para congregarse, para edificar, cual habitantes de lo edificado, la significación de lo simbólico.

Cual catedral magnificente medieval de naves que convergen, lo real, lo imaginario y lo simbólico, al modo de Lacan, se trenzan para dar cuenta de lo que ya no está pero permanece, de lo que siendo una ausencia es presencia permanente.

Sobre estos tres tiempos que toma forma el dibujo de lo que sucede. ¿Qué sería de nosotros si sólo tuviésemos lo real por asidero de vida? ¿Cuál sería nuestro destino si fuéramos seres sin capacidad de imaginar? ¿Cuán corta sería nuestra existencia, individual y compartida, sin el cobijo de lo simbólico cruzando, y uniendo, cada milenio andado?

Notre Dame, París

Vendrán las manos, el talento, los recursos, la unidad de un país cuya cultura, como cultura que no significa un poder sino un desear, un imaginar, un realizar. Vendrán y reconstruirán NotreDame, no nos quede duda.

Y cuando la reabran, replanteada arquitectónicamente o con una restauración idéntica a lo que había, estarán ahí, habrán permanecido los manglares de lo simbólico, esas raíces extensas que crecen y se alargan sumergidas en las aguas de lo temporal y contingente, de lo que transcurre.

Acordes para la memoria de la NotreDame real, de la imaginaria, de la simbólica, el aporte que la Iglesia católica ha legado al mundo del arte a través de la música sacra.

La música para la NotreDame de las piedras verdaderas, la de las resonancias del imaginario, las significaciones no tangibles de su existencia.

En esa semana mayor, la más importante para el culto católico algo se ha ido con el incendio de NotreDame, mucho ha quedado.

Música para la sacra semana en que quizá la catedral más conocida después de San Pedro en Roma ha resistido y permanecido.

Breve repasado al grueso legajo de música sacra especialmente compartida para estos días en que todo llama a guardarse de creer que las cosas, las valiosas, quiero decir, de verdad pertenecen al orden de lo que se va.

Jueves santo: La pasión según San Mateo, Johann Sebastian Bach; La Pasión según San Marcos, Lorenzo Perosi; Oratorio de Jesús en el Monte de los olivos; Ludwig van Beethoven.

Viernes santo: Las siete últimas palabras de Cristo, J. Haydn; Las siete últimas palabras de Cristo desde la cruz, H. Shütz; Stabat Mater, G. Pergolesi; Stabat Mater, G. Rossini, Stabat Mater, J. Hydn; Stabat Mater, Palestrina; Stabat Mater, Vivaldi.

Sábado de gloria: Réquiem, W. A. Mozart; Réquiem, J. Gilles; Réquiem para voces masculinas y órgano, L. Perosi; Sinfonía del Santo sepulcro, A. Vivaldi; Cuarteto para el final de los tiempos, O. Messiaen. La Misa Solemne, Beethoven (Benedectus); Missa Salburguensis, H. I. Biber.

De jueves a domingo el tiempo vuelve, cada uno, cada una, NotreDame en la memoria, el estupor compartido, el futuro imaginado, también.

Música eterna para la NotreDame eterna.

A pesar de (casi) todo, avanza el acceso a Internet en México

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“Y, sin embargo, se mueve” (Eppur si muove). La famosa frase atribuida a Galileo Galilei. Quien la habría pronunciado, según se cuenta, justo después de abjurar la teoría heliocéntrica frente al tribunal de la Santa Inquisición.

En la mitología popular se ha creado la idea que Galileo habría pronunciado tales palabras como una especie de última resistencia, en forma de murmullo, frente al poder que le obligaba a retractarse.

Pudiera ser. Aunque hay otra hipótesis. La que esboza T.S. Kuhn en su legendario libro La estructura de las revoluciones científicas. Según la cual, antes que desafiar a la Iglesia, Galileo aceptaba con esa frase la derrota de los hechos; incluso a pesar de sí mismo, y sus creencias.

Hace unos días se han dado a conocer los resultados de la Encuesta sobre Disponibilidad y Uso de Tecnologías de la Información y la Comunicación en los Hogares que corresponde a 2018.

La ENDUTIH es el ejercicio estadístico que de modo anual realiza el INEGI con la colaboración del Instituto Federal de Telecomunicaciones y la SCT, y constituye un instrumento insustituible.

ENDUTIH
Fotografía: Buenas Noticias.

Es una buena noticia que se continúe realizando, luego de los recortes presupuestales de finales del año pasado.  La encuesta hace converger las dos líneas sobre las que es deseable que transite la transformación digital de toda sociedad.

Por un lado, el acceso, ampliar la inclusión, por supuesto. Pero en igualdad de atención, una política de alfabetización digital que posibilite que los beneficios sociales de ése acceso tecnológico se potencien.

Así, de acuerdo con la ENDUTIH, en México existen 74.3 millones de internautas. Lo que representa el 65.8% de la población mayor de 6 años.

En relación con la proporción de usuarios entre hombres y mujeres, éstas superan a aquéllos. El 51.5% de quienes utilizan Internet son mujeres, mientras que el 48.5% son hombres.

En cuanto a los rangos de edad, el INEGI ratifica en términos generales lo que venía ya observándose. El grupo más grande de la población, que son usuarios de Internet, lo constituyen aquellos mexicanos que se encuentran entre los 25 y los 34 años. En el menor grupo se registran quienes tienen 55 o más años.

Las personas entre los 18 y 24 años, conforman el segundo grupo que mayor uso hace del Internet en México. Lo que quiere decir que si estos se suman a quienes tienen entre 25 y 34 años, tendríamos un gran grupo que alcanzaría a representar cerca del 38% del total.

Es interesante, asimismo, prestar atención al hecho de que el porcentaje de la población que corresponde al grupo de mayor edad está por debajo incluso del segmento de menor edad. Esto es, mientras se reporta que uno de cada diez internautas tiene entre 6 y 11 años, quienes tienen 55 años o más llegan apenas al 8%.

Internautas.
Fotografía: El País.

Entre 2001 y 2014, el INEGI llevó a cabo lo que durante ese tiempo se llamó la Encuesta sobre Disponibilidad y Uso de Tecnologías de la Información en Hogares (MODUTIH). A partir de 2015 la metodología y el nombre mismo de la herramienta cambió.

De tal forma que no todas las variables entre ambas encuestas pueden compararse. El hecho notable, empero, es contar con datos de prácticamente dos décadas.

En esta línea, se puede señalar que tan sólo de 2015 a 2018, el porcentaje de internautas en México se incrementó en prácticamente 8 y medio puntos porcentuales, hasta alcanzar el 65.8% que se reporta para 2018.

Y si bien el grado de incremento entre 2017 y 2018 fue de menos de 2 puntos, frente a los más de 4 que el acceso creció entre 2016 y 2017, es claro que la tendencia conduce hacia la ampliación de la conectividad.

En México, el Internet es caro, su calidad es irregular, por no decir que mala, la mayor parte de las conexiones se realizan por medio de servicios que paga el propio usuario, los sitios de conexión pública son escasos y deficientes, y las políticas del Estado han sido insuficientes y discontinuas.

Móvil internet
Fotografía: eldoce.tv.

Aun así, el número de mexicanos conectados a la gran Red de redes aumenta de manera consistente.

Cuánto se debe a la dinámica que el propio mercado ha generado, más de lo deseable; cuánto al desarrollo de políticas públicas efectivas y continuas durante estos años, menos de lo necesario.

El peso de lo público, y su interés, asoma como el más débil de los eslabones de la cadena que ha permitido crecer la conectividad en nuestro país.

Programas han ido y venido, cada sexenio con un nombre distinto e inversiones variables, sin que hasta el día de hoy se logre investir (e invertir) a la sociedad del conocimiento como una verdadera y consistente prioridad del Estado mexicano.

Puestos en tal horizonte, estaríamos más cerca, pues, del Galileo que reconoció que la Tierra se movía a pesar y en contra de todo, que de aquel que, se dice, abjuró de ello.

Así, queda por decir que en México, a pesar de (casi) todo, Internet eppur si muove.

Internet y la pureza de lo arcaico

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El voluntarismo a toda prueba es descendiente predilecto de la irracionalidad. Ir en pos, así todas las señales de cordura indiquen que no es viable. Aun así. O, precisamente por eso.

La contracorriente como prueba de que la voluntad, por la voluntad misma, lo puede todo. Justo porque supone el irresistible influjo de la sinrazón.

Dislocar, dinamitar, desacomodar, desconcertar, descarrilar nada menos que a esa máquina con la que se invistió, a su vez, la imagen de un mundo en progreso constante.

La voluntad de lo irracional, la irracionalidad como voluntad, por eso, tendrá en la razón y el progreso, como categorías, la representación tangible de su enemigo jurado.

Casi desapercibida, con poca o prácticamente nula atención mediática, ha pasado una exigencia peculiar, aunque en realidad no tanto, entre las muchas demandas de la Coordinadora Nacional de Trabajadores de la Educación (CNTE): garantizar que en las escuelas bajo su control no haya Internet.

La pretensión no es nueva. Y tiene un contexto que supera, con mucho, la coyuntura y aun a la propia organización gremial y al país mismo.

El príncipe y sus guerrilleros.
El príncipe y sus guerrilleros de José María Pérez Gay (Portada: Ediciones cal y arena).

En la idea de evitar que las escuelas estén conectadas a la red se cristaliza una aspiración vinculada con una idea central: todo aquello que represente la “invasión” del mundo moderno a la comunidad “originaria” y mítica rural, debe ser combatido hasta sus últimas consecuencias.

No es tanto el pasado como pasado mismo, sino el origen, lo que hipnotiza a las mentes que identifican (y combaten fieramente) como enemigo primero y último al progreso, especialmente al de tipo tecnológico.

Con el título de El príncipe y sus guerrilleros, en 2004, José María Pérez Gay, publicó una larga investigación de más de un cuarto siglo sobre las atrocidades ocurridas en Camboya entre 1975 y 1979.

Lúcido lector de los vericuetos de la Modernidad y sus formas, incluidas sus distorsiones más brutales, Pérez Gay empeña más de 20 años para tratar de comprender el contexto en el que Pol Pot fue capaz de llevar a la muerte a un cuarto de la población de su país en apenas cuatro años.

Pensar que aquellos criminales que gobernaron Camboya y llevaron adelante semejante genocidio eran unos locos, equivaldría a excusarles, bajo el epíteto psiquiátrico, de sus barbaridades.

El horror, el mayor horror, como enseñara en su momento Hannah Arendt, no fue que actuaran con locura, sino la racionalidad extrema de sus actos y pretensiones.

Jeremes rojos.
Propaganda del movimiento de los Jemeres rojos durante el régimen de Pol Pot, 1975 (Imagen: Pinterest).

Detrás del alma genocida de Pol Pot se halla la construcción de lo rural como fuente de pureza originaria. El afán de dinamitar todo elemento contaminante de esa comunidad intocada, en especial el progreso tecnológico.

La voluntad como triunfo del tiempo original, lo arcaico como territorio en el que lo moral pervive inmaculado. La finalidad es tan necesaria como inevitable, se pregona, aún más: es sublime.

“Se trata de comenzar desde el principio”, escribe Pérez Gay, a las huestes enfebrecidas de anti-progreso tecnológico al mando de Pol Pot, los Jemeres rojos, los impulsa el convencimiento de su “pureza moral” y de la “necesidad histórica” de su acción.

El recuento del intelectual mexicano continúa, “declaran abolidas las formas gramaticales de la cortesía… reescriben los libros de texto… Se prohíben las palabras que evoquen épocas reaccionarias, los nombres de los personajes históricos. Los militantes se obligan a cancelar todo rasgo de carácter personal…”.

Como ya había ocurrido antes con la Revolución cultural china, el pensamiento, los libros, los intelectuales “sabiondos”, toda manifestación del saber no es sino un signo ominoso que habrá que extirpar de la nueva era.

Históricamente, la idealización de lo arcaico ha tenido diversas formas y no pocos promotores. Revestir la violencia “justa” con los ropajes de la “buena causa”. Tornar lo primario, lo elemental en un estado de pureza, en un absoluto a alcanzar.

1984.
1984 de George Orwell (Imagen: Pinterest).

Una exigencia como la que la CNTE ha reiterado para mantener a las escuelas “libres” de Internet, no es en este marco inexplicable ni una ocurrencia más. No es ni siquiera una demanda entre tantas que a la organización, como estrategia, le gusta presentar.

La uniformidad del pensamiento, o sería más preciso: la uniformidad del no-pensamiento, subyace en un discurso que mira en el avance de derechos, responsabilidades, rendición de cuentas, transparencia y nociones como la de sociedad civil o ciudadanía, un “virus” al que deben enfrentar con fiereza.

La sociedad digital, interconectada, informada, con canales abiertos y acceso al mundo, les es amenazante; no se equivocan, lo es.

Lo digital como forma de organización se erige como universo de las evidencias. El macro espacio donde quedan testimonios, donde los datos se contrastan, donde no es tan sencillo que reine la palabra por la palabra misma.

El postulado no es nuevo. Tampoco pretenden que lo sea. De hecho, la noción de lo nuevo forma parte de ese mundo que se añora con dinamitar.

La pulsión por destruir, el gozo de recontar los escombros no consiste precisamente en edificar lo nuevo, sino en vivir entre las ruinas.

A ras de tierra, como lo hicieran, se supone, los primeros hombres; los puros.