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¿Duermen los héroes?

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¿Recuerdas la Pantera Rosa, Tom y Jerry y Los Picapiedra? Jim Ryan, creador de las famosas series animadas, cambió completamente de canal. El tema central de su línea de caricaturas es el terrorismo.

Asediado por los reporteros, confesó: “Tuve que hacerlo; necesitaba el dinero”.  Después de 30 años de escribir historias y guiones de color de rosa para niños, hoy, el villano de su serie es un superterrorista, superloco, supermaniático que desde un platillo volador que él mismo construye hace explotar ciudades enteras en todo el mundo.  Secuestra al presidente y a los líderes mundiales, quirúrgicamente implanta en sus cerebros chips de computadora para controlar su mente, les ordena que se declaren la guerra nuclear.

El ‘bueno’ es un científico trastornado. En su laboratorio, a través de una alteración genética convierte a los perros en semihumanos: mitad perro, mitad hombre.  Estos seres son entrenados para manejar vehículos espaciales que atacarán con rayos láser y desintegrarán la gigantesca plataforma en una tormenta de partículas radiactivas ocasionando daños irreversibles a personas inocentes.

Jim Ryan confesó que desde que escribió esa historia se sintió cada día más culpable. Traicionó a los niños. Siempre había escrito para ellos historias que les enseñaran algo, personajes cuyas extraordinarias proezas fueran fuente de inspiración para que las nuevas generaciones desarrollaran un gusto por el bien.

la pantera rosa
Imagen: https://drgrobsanimationreview.com

Los héroes cumplen una función importante: al identificarse con ellos, el deseo de imitarlos les permite descubrir en sí mismos el potencial para realizar grandes faenas como el de ser capaz de mover montañas. De los héroes el niño adquiere algo vital.  En la jerarquía de sus necesidades, el sentido de identidad y de pertenencia es más valioso que el dinero. El identificarse con el bien lo acompañará toda la vida.

Los niños tienen acceso a todos los rincones del mundo con sólo oprimir el botón del televisor.  Sus frágiles identidades se oscurecen ante la enormidad de la problemática mundial.  La humanidad nunca había experimentado la ausencia de héroes que se da en nuestros días.

¿Qué ha pasado con los héroes? ¿Han muerto o se encuentran dormidos? Todo parece indicar que se han perdido en las páginas de la historia y, aunque es imperiosa la necesidad de encontrar un líder en quién creer, en quién confiar, los niños no acostumbran buscar respuestas en los libros. Los buscan infructuosamente en los estímulos fuertes, electrizantes y en tecnicolor en los aparatos de nuestra era tecnológica.

Los héroes modernos han cambiado su radio de acción: del campo moral y espiritual pasaron al campo de la mercadotecnia. ¿Qué puede vender un héroe que logre despertar la compasión en el niño?  ¿Cómo inspirar amor y respeto a los semejantes?  ¿Cómo provocar el  deseo de cuidar el medio ambiente?

Los valores morales no pueden ser comercializados, en cambio, el nuevo antihéroe de Jim Ryan ha vendido una línea de platillos voladores, equipo bélico nuclear, naves espaciales guiadas por perros ‘humanizados’ y laboratorios de mutaciones genéticas.  Los niños llevarán junto a su pecho camisetas con la imagen del diabólico secuestrador y terrorista.

La idea de las nuevas series animadas para niños no es divertirlos, ilustrarlos o inspirarlos, sino explotar a los padres de los niños creando una demanda en el mercado de estos nuevos ‘juguetes’ que se encuentran en todas las principales jugueterías del mundo.

televisión
Foto: Joanna Z./ThinkStock

¿Quién se beneficia de estas caricaturas y de sus subproductos?  El escritor, el productor, los canales televisivos, los fabricantes de juguetes, distribuidores, revendedores, recaudadores de impuestos.  ¿Quién se perjudica? Los niños y las sociedades del mundo. En las nuevas caricaturas aún ‘el bueno’ confunde a los niños porque actúa como supersociópata: es el superhéroe de la serie y, sin embargo, al hacerse ‘justicia’ por su propia mano incurre en crímenes aún más espeluznantes que el villano.

Nadie sabe exactamente cómo afectará la mente de los niños esta confusa línea entre héroes y villanos. Se ignora el daño que producirá en su comportamiento a corto y a largo plazo. Los sociólogos aseguran que existe una relación entre la violencia en la televisión, los videojuegos y los crímenes cometidos por psicópatas adolescentes.

Jim Ryan dice tener una excusa para haber escrito esa historia horripilante: “Mucha gente se beneficiará de ella”, económicamente hablando. Los temas de violencia y horror son taquilleros. La violencia vende juegos, armas, y guerras.

¿Será posible crear nuevos héroes en pleno siglo XXI?  ¿Héroes que inspiren a las nuevas generaciones a un comportamiento que corresponda a la verdadera naturaleza del ser humano?  Los padres de familia no tenemos excusa para aceptar los héroes que nos son impuestos por la mercadotecnia y estamos obligados a buscar una mejor fuente de inspiración para las nuevas generaciones.

Como diamantes

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Cuentan que una vez un grupo de personas en torno a un perro muerto que tenía atada al cuello la cuerda que había servido para arrastrarle por el lodo, comentaban:

Jamás había visto cosa más vil y más repugnante.” “Ese animal putrefacto emponzoña el aire.” “Estorbará la vía por mucho tiempo.” “Sus orejas son asquerosas… están llenas de sangre.” “Deben haberlo ahorcado por ladrón.”

Luego se acercó un hombre y dirigió una mirada de compasión al animal: “Sus dientes son más blancos y hermosos que las perlas.”

¿Quién puede encontrar de qué condolerse y hasta algo qué alabar en un perro muerto? Seguramente alguien que haya puesto en práctica por tanto tiempo la Teoría del Efecto de Pigmalión, que actúa en todo momento de acuerdo a esta filosofía.

Recordemos que el Efecto de Pigmalión es un término acuñado por los psicólogos cuyo principio se ha aplicado a técnicas de desarrollo humano con magníficos resultados tanto en las grandes corporaciones como en la industria. En el mundo de los negocios cada vez más ejecutivos adoptan esta filosofía para desarrollar al personal. Lo mismo podría hacerse en la capacitación de maestros.

¿En qué consiste el llamado Efecto de Pigmalión y cómo podemos aplicarlo a la educación y al desarrollo humano?

Los psicólogos tomaron el término de la filosofía griega: Pigmalión esculpió la estatua de una bellísima mujer. Era tan perfecta que sólo le faltaba hablar. Al escultor no le importó que fuera de marfil: sólo contemplaba su belleza. Y se enamoró de ella. Tenía tanta fe en que su estatua cobraría vida que la diosa Venus se compadeció de él y convirtió la magnífica estatua en mujer, a quien llamó Galatea, después desposada con Pigmalión.

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“Pigmalión y Galatea”, Jean-Léon Gérôme (Foto: http://ecdecoracion.com).

En toda relación humana puede funcionar este principio. El creer en otra persona es una especie de caricia psicológica. Si Pigmalión tenía fe en que la estatua un día hablaría, los ejecutivos deberán confiar en las habilidades y talentos que su personal puede desarrollar, tanto, que sea capaz de ver más allá de sus limitaciones presentes. Tiene tal fuerza esta actitud y son tan potentes sus ondas que disuelven la resistencia, inseguridad, falta de compromiso y, de paso el acostumbrado “me vale”.

Todo parece indicar que las personas tenemos talentos distintos y todo ser humano necesita a otro para que lo descubra y lo ayude a descubrirse a sí mismo. El espejo nos muestra la realidad de lo que somos, más nunca la poesía.

¿Sueños guajiros? No. Todas las personas son valiosas aunque estén cubiertas de polvo. El Efecto de Pigmalión consiste en diseñar técnicas que ”desempolven” los valores de las personas para que éstas brillen como diamantes. El pájaro no canta porque tenga una respuesta, sino porque tiene una canción.

Médicos, científicos en comportamiento y, más recientemente, maestros afirman que es necesario tener también una confianza desmedida en la propia habilidad para desarrollar el talento de otros.

Algo ocurre en la mente de la persona en que se da el efecto de Pigmalión: piensa que posee la facultad de comunicar y motivar a otras personas a utilizar sus potencialidades. Cuando lo logra, es increíble la respuesta y el vínculo que se establece entre el que descubre los talentos y el que recibe la confianza y el ambiente propicio para su desarrollo.

La poderosa fuerza de las expectativas -el depositar la fe y la confianza en otra persona y manifestarla a través de caricias psicológicas- da como resultado un fenómeno mediante el cual “la profecía causa su propio cumplimiento”. Cuando las expectativas son bajas -las limitaciones son las que cobran importancia y no las cualidades- se impide el desarrollo integral de la persona y la condiciona al fracaso: “no sirves para nada”. (Teoría de Frankestein).

Claro está que las personas pueden alcanzar el pleno desarrollo de sus facultades sin el estímulo de nadie. Pero son pocas… Y en nuestra patria somos muchos, y nuestro México requiere el desarrollo integral de millones de personas. La patria nos necesita.

Y tiene prisa.

Cultura pop: Hasta en la sopa

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¿Qué sucede cuando un país se vuelve rico?  Después de la Segunda Guerra Mundial el consenso universal indicó que cuando un país es afluente en exceso debe brindar a sus jóvenes varios años de ocio; algo que el resto del mundo no puede darse el lujo de proporcionar. En aquel entonces, para los adolescentes de la mayoría de los países, el sueño planetario se convirtió en sinónimo de libertad irresponsable, ociosa; y fue expresada fielmente a través de una cultura que con el tiempo fue llamada la cultura pop.

La cultura popular de los Estados Unidos —uno de los países más afluentes— cautivó la imaginación del mundo, y muchos preguntaban: ¿En ella se transmiten o se mutilan los valores estadounidenses? Lo mismo preguntamos en el presente. La mayoría de los temas actuales de filmes, videos, telenovelas y canciones no los relatan ni los padres, ni las escuelas, ni las iglesias, ni los gobiernos, sino un puñado de conglomerados transnacionales que tienen algo atractivo qué vender en los medios de comunicación: así multiplican las posibilidades de manipulación de masas. No se trata de una expresión directa de los valores del pueblo norteamericano, sino de una operación de mercadotecnia mundial. Eso influye profundamente en los valores de los niños y jóvenes norteamericanos… y los de todo el mundo.

La cultura pop hace girar la Tierra y los Estados Unidos crean la mejor cultura pop: gran parte del atractivo para los pueblos de este planeta es que cada uno de ellos se puede ver y oír a sí mismo en la cultura estadounidense a través de la variedad de intérpretes de distintos orígenes étnicos.  La cultura de Estados Unidos es el cuerpo y la sangre de las canciones, epopeyas, danzas y dramas de todas las razas del mundo.

Le preguntaron a William Bennet, exsecretario de Educación de Estados Unidos: ¿La cultura popular transmite o mutila los valores? Contestó: “Me preocupa ver que hoy muchos niños están siendo educados por la cultura popular.  No hay otra influencia en la sociedad que compita con ella. Muchas escuelas han empezado a imitarla, en lugar de contrarrestarla. En algunas escuelas norteamericanas se inician las clases con música estridente de rock. No se trata tan sólo de un problema de los Estados Unidos: es el problema de la ‘modernidad’.”

cultura pop
Imagen: http://psicologossalta.com.ar

Muchos nos preguntamos por qué no es hoy la sociedad como era antes; olvidamos que vivimos en un mundo que cambia en cada latido. Cuando la gente decía que no le gustaba la cultura pop, tenía en sus manos el arma más eficaz que el hombre ha conocido: no verla ni escucharla.  Esta opción ya no está al alcance de las familias del mundo, pues una persona término medio ve la televisión por lo menos veintiocho horas por semana.  Hubo una época en que la gente podía decidir si aceptaba o no los mensajes transmitidos por la cultura popular.  Hoy la cultura pop está en cine, televisión, radio, prensa, Internet, celular; hasta en la sopa.

Ciudadanos del mundo sienten que gobiernos e instituciones no están cumpliendo su cometido de contener el lado oscuro de la humanidad. Se requiere una gran energía moral, casi heroica, para conservar una sociedad donde el individuo sea libre de elegir, sin detrimento del otro. Cada generación tiene el deber de encontrar esa energía. Sin embargo, el simple hecho de dejar al individuo tomar sus propias decisiones, no da buen resultado automáticamente. ¿Dónde termina mi derecho e inicia el del otro? ¿Quién fija los límites?  El único árbitro de la cultura debería ser la población que la disfruta.  ¿Y cuando los individuos escogen algo inferior porque no conocen las alternativas? ¿Nos hemos de quedar impasibles aunque ellos tomaron una decisión sin conocer las consecuencias? ¿Debemos dejar hacer, dejar pasar, sin hacer reflexión alguna, sin ofrecer la posibilidad de una vida mejor?

Nuestra obligación es tratar de elevar el discurso, de llevar a la gente a un nivel más alto; el ambiente ya está saturado de bajos instintos. Nuestra generación tiene la obligación moral de crear una cultura superior. Pero, ¿cómo crearla?

Hemos comprobado el poder inconmensurable de la comunicación multimedia. En nuestro mundo las ideas más profundas pueden ser difundidas de la manera más persuasiva a través de la industria del entretenimiento y del espectáculo. Los valores tradicionales deben vestirse de lujo, y persuasivamente ser transmitidos a través de los medios masivos de comunicación. Nuestros jóvenes tienen el derecho de conocer lo sublime, lo excelso, lo heroico; tienen  el derecho de soñar otro mundo y a trabajar por él.

Nación impaciente

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Si preguntamos a alguien del primer mundo qué sentido tienen sus ambiciones, su vida ajetreada, nos dirá a menudo que se afana por dar a sus hijos una vida mejor: un acto de autotrascendencia. Un paso más allá es obligado para tomar conciencia de las consecuencias que tiene para las futuras generaciones, pueblos y culturas el dar una mejor vida a los hijos de hoy.

Los mexicanos estamos impacientes. Las razones son muchas y muy complejas. La ancestral paciencia de un pueblo que rehúye la responsabilidad de tomar las riendas de su propio destino de pronto se ha agotado.

Las redes televisivas han mostrado la cara oculta de México: los supervivientes de un mundo que durante siglos han sido condenados a la soledad y al olvido. Cabañas indígenas sumergidas en la oscuridad del paleolítico, suelos duros, hambre nunca saciada, pies descalzos. Enfermedades, hogueras que deben encenderse frotando dos maderos. ¿Cómo conciliar ese mundo lejano con el civilizado paraíso de muchas regiones de nuestro México?

Los economistas afirman que México es un país de contrastes: un puñado de multimillonarios y muchos millones de pobres. El desarrollo de una nación es incompatible con la desigualdad ofensiva, con la pobreza que cancela oportunidades y esperanzas.

Las cámaras han captado la tremenda pobreza en que aún viven un gran número de las personas afectadas por el reciente sismo. ¿Cómo terminar de limpiar escombros y levantar de nuevo las chozas destruidas por el sismo? ¿Cómo protegerse de la crueldad de vivir a la intemperie? ¿Y los niños?

La justicia social es el primer paso de una nación que ha optado por la democracia. El Pacto Contra la Pobreza exige un cambio de actitud de todo el pueblo de México: de los que tienen y de los que nada poseen. ¿Cruzan la frontera porque allá sí les pagan y allá sí trabajan? Se acabaron los tiempos en que unos hacen como que pagan y otros como que trabajan.

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Ciudad de México (Foto: AFP).

El Pacto Contra la Pobreza fue propuesto para asegurar que los sectores más necesitados tuvieran acceso a los servicios básicos de salud, alimentación, vivienda, educación, infraestructura y demás factores que se requieren para asegurar un crecimiento económico sostenido. Este pacto no consiste en el trabajo de un solo hombre: el presidente. Este pacto nos compromete a todos los mexicanos, sí, especialmente a aquellos al frente de puestos gubernamentales.

El Pacto Contra la Pobreza exige, además de lo citado anteriormente, otorgar créditos rurales, desarrollo regional, atención jurídica gratuita y generación de empleos para asegurar un crecimiento económico sostenido. Este pacto es completo y ambicioso, y es necesario recordar que no es trabajo para un solo hombre. Es trabajo de todos los que nos decimos mexicanos.

Cuando una nación padece las consecuencias de errores cometidos en administración y en política, sus habitantes buscan un culpable: el gobierno. Pero por ahí dicen que todo pueblo tiene el gobierno que merece. El dicho popular encierra una gran verdad.

El nacimiento de una nueva patria se da con la progresiva ampliación de la conciencia de sus gobernantes, funcionarios públicos, ciudadanos, y maestros comprometidos con el ideal de la justicia social. Si estamos sentados en una tierra de leche y miel, ¿por qué no administrarla de manera eficiente y justa?

La nueva cultura por nacer deberá ser capaz de proporcionar soluciones adecuadas a las necesidades actuales. La primera regla de una nueva cultura es: “La mejor clase de ayuda es la que capacita a los que la reciben para dejar de seguirla necesitando.”

Las razones de la impaciencia son muchas, ciertamente. Pero ha llegado la hora de despojarnos de nuestra desesperanza, de tomar conciencia del valor de nuestra patria, de las tremendas oportunidades de progreso que pueden estar a nuestro alcance si nos atrevemos a ponernos de pie.

Juntos poblarán la Tierra…

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El poema idealiza las diferencias entre el hombre y la mujer. Palabras bellas, cuidadosamente rimadas. Estoy segura que la intención del poeta pretende halagar al auditorio femenino a través de la polarización de cualidades de hombre y mujer: fuerza-delicadeza, inteligencia-sensibilidad, pasión-ternura, cielo-tierra, sol-luna.

No cabe duda que por muchos milenios y siglos esta doble y opuesta manera de estar en el mundo funcionó: el padre dedicado a cazar o cultivar el campo, la madre dentro del hogar al cuidado de los hijos y las tareas domésticas, recolección de granos y frutos. Dos mundos distantes. Dos roles diferenciados y separados: totalmente opuestos.

La era industrial y tecnológica rompió los esquemas y roles de antaño.  Hoy un hombre -muy hombre- puede llegar estresado de su trabajo, ponerse pantalones cortos, enfriar una botella de vino blanco o una cerveza, encender su módulo digital, atarse el delantal y ¿por qué no?, hacer uso de su creatividad preparando un complicado y sabroso platillo oriental. Una mujer -muy mujer- puede, ¿por qué no?, cambiar su bata de quirófano por unos overoles de mezclilla, sustituir el bisturí por unas tijeras de podar y recortar los arbustos del jardín haciendo de ellos bellas esculturas.  Y cosa curiosa: ni a uno se le caen los pantalones ni a la otra las faldas. Las pistolas y las muñecas que tradicionalmente diferenciaban los sexos desde la infancia en gran parte han sido sustituidas por juegos digitales.  Niños y niñas los disfrutan.

hombre en la cocina
Foto: www.planetajoy.com

El nuevo concepto de educación ha dado un salto cualitativo: para el sexo masculino hoy es legítimo tener sentimientos, entenderlos, y aprender una forma adecuada de manifestarlos.  Para el sexo femenino ha sido muy valiosa una educación que estimule los procesos mentales lógicos para que el sentimiento no distorsione ni desajuste la objetividad que la vida moderna exige.  Las posibilidades de desarrollo y de realización personal se han ampliado para ambos sexos hasta el infinito.  Han proliferado las escuelas para padres, quienes comparten y disfrutan la incomparable aventura de la paternidad.  En el tercer milenio han surgido grupos de parejas aquí y allá apoyados en la ciencia del comportamiento humano. Es enorme su interés en rediseñar una nueva forma de estar y de convivir con su consorte y sus hijos.

¿Qué cambios presenciaremos en el tercer milenio?  Tal vez la mayor participación del padre en la formación de los hijos traerá como resultado ciudadanos más seguros de sí mismos, más orientados al bienestar social.  Tal vez las cualidades femeninas utilizadas en hacer rendir la quincena y obtener el máximo beneficio con una mínima inversión  trasciendan el ámbito del hogar y se manifiesten en la administración pública.  Se requiere  cuidar y limpiar, no sólo los hogares, sino las calles, los ríos, los mares, los cielos.

Cuentan que un hombre llamado Abur tenía por todo capital un caballo viejo.  Cierto día, habiéndose perdido el caballo en el monte, los vecinos le dijeron: supimos que todo lo que tenías, que era tu caballo, se te perdió.  Qué mala suerte tienes.  El hombre contestó: será mala suerte, será buena suerte, quién sabe.  Pasaron unos días y el caballo volvió trayendo consigo varios caballos salvajes.  De nuevo los vecinos le comentaron: supimos que volvió tu caballo acompañado de otros seis, qué buena suerte.  Será buena suerte, será mala suerte, quién sabe, les respondió Abur.  Tiempo después el hijo de Abur, tratando de domar uno de los caballos fue derribado, y se quebró una pierna.  Los vecinos se acercaron y le dijeron: qué mala suerte tienes. El hombre respondió: será mala suerte, será buena suerte, quién sabe.  Luego llegó a la aldea un grupo de revolucionarios, quienes reclutaron a la fuerza a todos los jóvenes, menos al hijo de Abur, por tener la pierna rota.  ¡Qué buena suerte que no se llevaron a tu hijo!, le comentaron los vecinos. Abur les contestó: será buena suerte, será mala suerte, quién sabe.

Según la filosofía oriental, un acontecimiento no es bueno ni es malo: es sólo un acontecimiento.  Su influencia en la vida de las personas determina si el acontecimiento es bueno o es malo.

El resquebrajamiento de los roles milenarios de hombre y mujer, ¿será buena suerte o será mala suerte? Depende de lo que hagamos con las diferencias. Para muchos la era industrial es buena suerte, para otros, muy mala.  ¿Será buena o mala suerte?  Cada quién interpreta los acontecimientos a su manera.

Ha llegado el momento en la historia de la humanidad que exige la utilización de todas las cualidades: masculinas y femeninas. Y la sabia y equilibrada combinación de ambas. La supervivencia del planeta lo reclama.

Ser presidente

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En la historia de nuestra nación los presidentes más sobresalientes han sido aquellos que tuvieron la visión para ver más allá de su piel. Detuvieron su mirada en el pasado, la fijaron con determinación en el presente y marcaron el rumbo hacia el futuro. Supieron soñar despiertos y el fuego de su espíritu provocó la osadía de confiar en que no sólo su sueño era posible, sino que debía hacerse realidad.

El presidente de México está llamado a tener la precaución de voltear hacia atrás, a los lados y marcar el rumbo hacia adelante. Él soñará despierto y el fuego de su espíritu le permitirá tener la visión clara y determinante para confiar en que no sólo su sueño es posible, sino que debe hacerse realidad.

Dice, entre líneas, la historia de los pueblos que un verdadero presidente es aquél que da más de lo que recibe. Alguien que, en soledad, ha pagado el precio del liderazgo.  En el desvelo que precede la claridad de la aurora ha conocido lo que ha de hacerse, por qué, para qué, cuándo, quién y cómo. A pesar de las críticas, zancadillas, golpes bajos, presiones y amenazas, no se quiebran.  Mantienen la estatura del roble que, entre más azotado por el viento, más firme en su propósito.

La promesa de López Obrador es clara: ha prometido mejorar la calidad de vida de todos los habitantes de la nación que hoy preside. El pueblo sabe que para eso se requiere un presidente recio, de convicciones, de ideales para romper el círculo vicioso miseria-ignorancia-dependencia-desesperación-violencia.  Está convencido de que el presidente debe pagar un tributo: pensar más allá del brillo e intereses personales y estar dispuesto a luchar con el mismo entusiasmo por los intereses del ciudadano común que por los asuntos internacionales. Muchos dicen que eso es una utopía. Pero los pesimistas jamás han sido buenos presidentes.

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Oaxaca, México.

Después de un análisis exhaustivo y sereno, con la realidad en la mano, el presidente de México esbozará un plan de trabajo para hacer vida el ideal de patria que lleva dentro. Sabrá escuchar a sus enemigos porque son los primeros en advertir sus errores.  Será paciente porque está convencido que un pollo se obtiene empollando el huevo, no rompiendo el cascarón.  Cuestionará sus propios juicios porque ha vivido lo suficiente para examinar por segunda vez y con cuidado lo que a primera vista no le dejaba duda.  La sabiduría no le vendrá por azar: la buscará con afán y la alimentará con diligencia. Optará siempre por la democracia porque sabe que la manera en que un presidente toma las riendas del destino de su patria es más determinante que el destino proyectado.

Un buen presidente utiliza un lenguaje ordinario para decir cosas extraordinarias: nada es tan poderoso en este mundo como una idea expresada con claridad y sencillez en el momento oportuno. El carisma de López Obrador ha incendiado el espíritu de millones de mexicanos y ha logrado que se enamoren del mismo ideal de patria que él lleva en sus entrañas. Ha usado la razón y la imaginación para tender puentes entre lo que es y lo que puede ser.  Su lema es un “Sí se puede, ¿cómo no?”.

La valía de un buen presidente se mide por la cantidad de poder y adulación que puede soportar sin envanecerse. A pesar de estar siempre acompañado, es un ser solitario entre la multitud, consecuencia del mismo liderazgo. Sus afectos son puestos a prueba: aquellos por los que luchará serán los que menos lo comprendan. El elevarse sobre los demás -la responsabilidad eleva- es separarse de ellos de alguna manera. Renunciará a sus deseos personales, aunque legítimos, por una causa superior: el servicio de su pueblo, que es una de las más excelsas formas de entrega.

Un buen presidente posee la sabiduría necesaria para desarrollar a una nación que tiene infinidad de recursos, pero le faltan agallas para utilizarlos. Es capaz de echar andar los talentos y habilidades de los que se han caído y piensan que solos no pueden caminar. Un buen presidente está consciente de que cultivar el jardín de la justicia social en su país requiere de mucha agua… la mayor parte en forma de sudor de los servidores públicos. Cuando el amor a México sea más grande que el amor al poder, la patria conocerá la abundancia y la paz.

Algunos presidentes de México han tenido muy buen barniz.  ¿Tendrá López Obrador no sólo el barniz, sino la madera adecuada para ser presidente?

Transformando México

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¿Nuestro futuro? Preguntan los jóvenes. La inquietud o ansiedad ante la incertidumbre del momento crucial que vivimos puede convertirse en fanatismo: en frenesí exacerbado por demagogos deseosos de aprovechar la inestabilidad actual para sus propios fines.

Nuestro futuro nadie lo sabe. Desconocemos lo que funcione mejor en estos días convulsos. Lo que sí sabemos es que es urgente pensar no en un sólo cambio impuesto desde arriba, sino en millones de cambios en la base.

Urge canalizar nuestros sentimientos hacia el proceso de una nueva cultura de responsabilidad social y personal. Algunas generaciones han nacido para crear, otras para mantener el statu quo,  y otras para destruir.  Las generaciones que desencadenaron los cambios históricos se vieron obligadas por las circunstancias a ser creadoras: su destino era crear.  Otras han sentido la obligación de conservar lo creado por otros. Otras más, han dilapidado los bienes heredados.

Muchos jóvenes sólo en libros han leído que México es el cuerno de la abundancia.  Ellos nacieron endeudados, en un país desesperanzado, ahogado en el catastrofismo. En todas las esferas de la vida social, en la familia, escuelas, negocios, industrias, iglesias, sistemas educativos y de comunicaciones, nos enfrentamos a la necesidad de crear una sociedad nueva.  En ninguna parte es la obsolescencia más avanzada o más peligrosa que en nuestra vida política: en ningún terreno encontramos menos imaginación, más derroche y ninguna disposición a considerar un cambio fundamental. Aún las personas más audaces parecen petrificarse ante cualquier sugerencia de compromiso personal frente al cambio. ¿Cómo detener el derroche? ¿Cómo respetar lo ajeno? ¿Cómo cuidar nuestros recursos?

Dentro de cada partido político la idea de un cambio profundo hacia la democracia es aterradora. El riesgo de modificar una estructura, por obsoleta y opresiva que sea, parece más temible que el caos actual. La creación de nuevos esquemas políticos para asegurar una sociedad más sobria, más justa, más eficiente, no se produce de un día para otro, sino como consecuencia de mil innovaciones y colisiones a muchos niveles, en muchos lugares, y durante cierto tiempo.  ¿Cuánto tiempo?  Dependerá del compromiso de participación en el cambio que estemos dispuestos a asumir cada uno de los que nos decimos mexicanos.

asamblea de ciudadanos

Dice la historia que un cambio no excluye la posibilidad de violencia: habla de que una transición puede provocar un largo y sangriento drama de guerras, revoluciones, hambres, migraciones forzadas, calamidades.  El evitarlos dependerá de la disposición, compromiso e inteligencia de cada uno de los ciudadanos. Si demostramos ser miopes, poco imaginativos y asustadizos, ofreceremos demasiada resistencia al cambio que es necesario, y con ello aumentaremos los riesgos de violencia y destrucción.

Está en juego nuestro destino como nación, el tiempo cada vez más corto, la aceleración más rápida, los peligros enormes. Si reconocemos la necesidad de una democracia ensanchada, estaremos dispuestos a trabajar en la creación de una nación más digna.  Comenzando por nosotros mismos.

Sabemos y percibimos lo peligroso que es el mundo en que vivimos. La inestabilidad social y las incertidumbres políticas pueden desatar feroces energías.  Hemos presenciado lo que provoca el combate al narcotráfico y al terrorismo. Sufrimos los efectos del cataclismo económico.  Pero la mayoría de los mexicanos ignoramos lo que significa una guerra en carne propia, y no hemos visto correr sangre.

Jamás un número tan elevado de mexicanos había tenido la posibilidad de educarse, comunicarse, y aprender de la propia historia, así como de otras culturas. Nunca tantos habían tenido un nivel tan elevado, precario quizá, pero lo bastante amplio para participar en la vida cívica del país.  Nunca tantos tuvieron tanto qué ganar garantizando que los cambios necesarios, y profundos fuesen realizados pacíficamente. La juventud pregunta: ¿Qué nos reserva el futuro?

El gobierno, por tecnócrata, instruido, idolatrado o político que sea, no puede por sí solo crear una sociedad nueva.  Necesita la energía y el dinamismo del pueblo entero.  Esas energías están a nuestro alcance y sólo esperan ser liberadas: la imaginación colectiva está a punto de dar a luz.

En la mente de muchos mexicanos ha comenzado ya el proceso de reconstrucción de la patria.

Los jóvenes claman. Es su fuerza y su derecho.

¿La despertamos?

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Hemos cobrado consciencia de la trascendental importancia de los momentos que vivimos en nuestro país. Enfrentamos un reto monumental. México atraviesa un peligroso y decisivo período de transición: urge encontrar el equilibrio entre la razón, la intuición y la esperanza.

Al concluir el período de espera es imperativo que surja una nueva cultura para dar comienzo al México responsable, triunfador, comprometido al iniciar la nueva etapa: la inteligencia racional sobre la desesperanza y el conflicto. Esto exige encontrar nuevas fórmulas socioeconómicas y políticas con las cuales sea posible lograr justicia y bienestar para todos los mexicanos.

La nación que cuenta actualmente con mayores probabilidades de dar nacimiento a una nueva cultura es México. ¿Cómo saber que será capaz de superar el atolladero presente para crear una nueva forma de vida fundamentada en la inteligencia racional? Es importante determinar si en los próximos años México se estancará en pleitos políticos, o si, por el contrario, proseguirá su evolución dando nacimiento a esta nueva cultura.

Cuando una nación que ha vivido por largo tiempo dentro de los moldes de una determinada forma de ser y de estar, se sale de estos, trata de sustituirlos por otros más eficientes, más justos, con el fin de encontrar nuevas formas de estructurar su gobierno y su economía.

México está por iniciar una etapa de profundas modificaciones en sus estructuras sociales, políticas y económicas; obra que requerirá la integral dedicación de sus energías: no más pleito entre partidos, no más dimes y diretes, no más difamaciones, no más rencor.

Nuestra patria exige de cada uno de los mexicanos dar lo mejor de sí para liquidar todo resto de moldes ancestrales de fatalismo y pesadumbre y cambiarlos por páginas nuevas, asegurando así un brillante porvenir.

La renovación requiere un cambio de actitud y de conducta de todo el país, y una cuidadosa planeación para obtenerlo. El proyecto de crear la sociedad justa y digna que todos merecemos es un ideal exageradamente ambicioso, pero, por ser tan grande, exige una gran energía cerebral y un entusiasmo enorme y comprometido de cada uno de los mexicanos.

Hoy es el momento exacto para determinar de una vez por todas cuál es el ideal de patria por el que dieron la vida nuestros héroes. Y cuál es, en la actualidad, el mejor método para lograrlo sin derramamiento de sangre.

¿Deseamos construir un sistema de gobierno más eficiente? ¿Un sistema que logre producir en el país estabilidad política, seguridad social, educación y progreso para todos, y la mayor suma de felicidad posible? La cultura que está a punto de surgir tal vez no esté exenta de convulsiones que, generalmente, se producen en todo cambio. La trascendental modificación que tendrá lugar en el interior de cada ciudadano absorberá gran parte de su energía, pero no lo imposibilitará para participar en una misión tan elevada como es la de contribuir a dar origen a la nueva cultura: “Hecho por mexicanos… en México”.

Tras largos años de inútiles tanteos buscando la fórmula para lograr el camino hacia un cambio verdadero, y seguros como nación de nuestros conocimientos arduamente adquiridos, no es posible resignarnos a regresar a la oscuridad y a la ignorancia: éstas resultarían más insoportables que nunca, sobre todo después de haber comenzado a conocer la verdad.

El futuro está en nuestras manos: una clara visión de reconquista, de recuperar espacios que en el pasado han sido descuidados, hoy el presente nos da la oportunidad de que ésta región del planeta sea la que dé origen a una nueva forma de ser y de estar en el mundo.

Vivimos un momento crucial y definitivo. En el horizonte claro y despejado hoy lucen en toda su imponente belleza los dos volcanes que constituyen los tradicionales guardianes del Valle de México: el Popocatepetl y el Iztlacihuatl, La Mujer Dormida.

volcanes y montañas
Volcán Popocatépetl.

Una nueva cultura está por nacer. La mujer dormida debe dar a luz.