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No me mientas más

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Los tiempos electorales, más que ningún otro momento, exigen una evaluación. Cuando los medios de comunicación están en manos de intereses personales, políticos, o económicos, ¿quién nos asegura que las imágenes que nos presentan son fiel reflejo de la realidad? Un mismo acontecimiento manejado por dos fuentes distintas presenta versiones completamente diferentes.  Así que, ¿quién dice la verdad?

Las imágenes y datos impuestos hacen necesaria una conciencia crítica, lo cual implica entrenar la mente a que asuma una actitud reflexiva ante la información: un escuchar y mirar con detenimiento.  Descubrir qué nos quieren decir exactamente, con qué intenciones y, sobre todo, quién lo dice.

Para poseer una conciencia crítica es necesario aprender a leer la realidad, observándola en su conjunto y en cada uno de sus detalles… y prever sus consecuencias. Exige educar la percepción: cuestionar el cómo vemos, escuchamos y sentimos. Comprender el sentido de los acontecimientos con el fin de hacer una apreciación sana, libre de prejuicios, no malos entendidos.

Las nuevas generaciones han sido entrenadas a recibir impactos sensoriales fuertes y rápidos. A ser imitadoras irreflexivas. La tarea educativa por excelencia ante la comunicación masiva de TV, radio, prensa y la red consiste en formar personas que una vez recibida la imagen, concepto o afirmación, sean capaces de entender su verdadero significado. Personas competentes para desenmarañar la madeja en la cual el bien, el mal, la verdad y la mentira suelen confundirse en caprichosos nudos.

¿Cuántas veces justificamos la mentira ‒que se viste de diáfanos motivos‒ y condenamos la verdad porque es molesta e incómoda? Justificamos la mentira diciéndonos que es lo conveniente porque utiliza palabras bonitas, que tocan las fibras más sensibles de nuestro corazón. Y condenamos la verdad porque nos exige responsabilidad personal a cada uno de nosotros.

bandera de México y ciudad

Los medios de comunicación evitan temas cerebrales: la reflexión toma mucho tiempo, y el tiempo, sobre todo, en los medios es oro. Reflexionar y percibir son actividades difíciles de practicar en nuestros días. Seducidas por la luz y el sonido de tecnología de punta las personas dialogan no con el mundo y su realidad, sino con símbolos e imágenes. Aceptan pasivamente como verdad una parte de la realidad: aquella que conviene al comunicador. Y dicen que media verdad es una mentira entera.

La ignorancia de lo que uno quiere, y de lo que uno puede hacer en lo estrictamente  personal, así como en lo político y lo económico es la causa principal de las dificultades de nuestra nación en desarrollo.

¿Quién es el comunicador? ¿Quién dice qué? Tenemos acceso a mucha información, pero no es fácil procesarla y menos verificarla. Dejamos de construir nuestro propio bien, nuestra propia verdad. Aceptamos la ‘verdad’ impuesta. Imitamos. Se nos olvida pensar. Pero si nos atrevemos a hacerlo descubriremos que muchas de las condiciones que producen los más grandes peligros, abren también la puerta a fascinantes potencialidades nuevas.

El Bien y la Verdad ciertamente se pueden tomar de la mano y acompañarnos a  iniciar un nuevo camino. México es nuestra Patria. En medio del conflicto es posible lograr que la sociedad que está surgiendo sea más sana, razonable y defendible, más decente, más democrática y mejor informada que ninguna que hayamos conocido jamás.

Si penetramos bajo la embravecida superficie descubriremos que la gigantesca ola de cambio ya está golpeando actualmente nuestras vidas. El cambio provoca conflicto y tensión a nuestro alrededor en todos los campos, desde la vida personal hasta la política. Pero el cambio también puede hacer posible distinguir aquellas innovaciones que son meramente cosméticas ‒sólo por encimita‒, o aquellas que son las verdaderas ideas de luz en que la pregunta precisa suele ser más importante que la respuesta correcta a la pregunta equivocada.

La meta es lograr un acuerdo democrático que suministre respuestas, y plantee también muchas preguntas nuevas. Conceder incluso a los adversarios la posibilidad de verdad parcial, y a uno mismo, la posibilidad de error.

En una época de explosivos cambios en que se formulan las más amplias preguntas acerca de nuestro futuro como nación, las preguntas no son una simple cuestión de curiosidad intelectual.  Son una cuestión de supervivencia.

¿Por qué tan pobres? Cultura de la pobreza

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Es difícil para la persona que nace en extrema pobreza escapar de las redes de la indigencia para crear un nuevo destino.  El libro de la economista Susana Mayer, Lo que el dinero no puede comprar, basado en numerosas investigaciones, arroja datos sombríos sobre la llamada “Cultura de la Pobreza”.

Mayer analiza dos tipos de pobreza: la pobreza circunstancial que resulta de falta de ingresos por una catástrofe, crisis familiar, enfermedad temporal o pérdida de empleo; la segunda, la pobreza existencial que se gesta en el vientre de la madre. El niño nace pobre porque el padre y la madre son pobres no sólo en la materia, sino en el espíritu.

El término pobreza de espíritu no se refiere a humildad en el sentido de ausencia de soberbia, sino a la pobreza que, además de la carencia de recursos materiales, es pobre en ilusiones, sueños y proyectos: la ausencia total de fe y de esperanza en el futuro. Todo el potencial de la persona, sus capacidades y habilidades únicas quedan encapsuladas dentro de su ser.

La pobreza no se vive sólo en los países en desarrollo, sino que es evidente en amplios sectores de los países industrializados. Dice un refrán hindú:

Tú eres lo que es tu deseo más profundo.

Lo que es tu deseo, es tu voluntad.

Lo que es tu voluntad, es tu acción.

Y tu acción marcará tu destino.

¿Qué importancia tiene para las instituciones caritativas y organismos de asistencia gubernamental determinar el tipo de pobreza de los diferentes sectores de una población? Las investigaciones de Mayer revelan que la pobreza circunstancial se remedia con un trabajo bien remunerado, o con un préstamo para realizar un proyecto viable, mientras que la pobreza existencial se lleva en la sangre, en la mirada, en la ausencia total de autoestima y seguridad personal, en un sentimiento permanente de desamparo.  No es cuestión de raza ni de sexo.  Se da en todo el mundo y en todos los continentes

Los niños engendrados en extrema pobreza y criados con desamor son marcados con cicatrices psicológicas profundas. En el parque ceden el columpio sin chistar, en el templo bajan la mirada y se retiran de la banca para dar lugar a los elegantes que llegan tarde: ellos no se creen dignos de tener fe, ni merecedores de un espacio. A la escuela no asisten por no tener zapatos, y si llegaran a tenerlos aprenderían poco, no por falta de capacidad sino por escaso interés vital.

Pobreza circunstancial

Las organizaciones asistenciales han comprobado que dentro de ambientes de escasos recursos, los padres que a pesar de circunstancias críticas conservan la buena salud, la alegría de vivir, y valores como honestidad, diligencia, responsabilidad, con cierta ayuda material -sólo un empujoncito- pueden romper el círculo de la pobreza: sus hijos podrán ser criados en condiciones dignas.

Sin embargo, la pobreza existencial teje pensamientos, palabras y acciones en redes de desesperanza en torno a ella. En este tipo de pobreza no existe conciencia del valor del trabajo, sacrificio, deseo de superación, servicio a la familia, los amigos o la comunidad. Se vive sólo el instante, sin sentido de futuro ni responsabilidad alguna, engendrando una nueva generación de pobreza: se repite así la historia de desventura.

Es difícil romper el círculo de la pobreza existencial. ¿Cómo ayudar a la gente que nace en situaciones adversas y lleva aún a cuestas las cadenas de injusticia social de generaciones pasadas?  ¿Cómo cambiar la actitud de quienes son meros observadores de la vida? ¿De aquellos que han puesto todas sus esperanzas en un mesías que vendrá a salvarlos?

Una canción ya olvidada dice: Vendí mi vida en un centavo/ sin advertir que si hubiera puesto todo mi empeño/ cualquier cosa que le hubiera yo pedido a la vida/ todo, con gusto, todo, me lo hubiera dado.

La “Cultura de la Pobreza” ha olvidado la música. Los padres desde hace ya varias generaciones no recuerdan las canciones de cuna. No iluminan el espíritu de sus hijos con amor, paz, alegría, entusiasmo y fe en el futuro. Los niños no saben que pueden tener todo si se lo proponen, porque la vida es espléndida y generosa con quienes se esfuerzan.

Los grupos asistenciales compran para los niños leche y pan, pero no pueden comprar sueños, optimismo, esfuerzo personal y, mucho menos, ternura.

Madera de Presidente

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La historia del México post revolucionario no registra un número tan nutrido de aspirantes a la presidencia de la República Mexicana como el año electoral 2018. México desea votar por un cambio. Y por el candidato ideal para ocupar la silla con el Águila de Oro.

Dice, entre líneas, la historia de los pueblos que un verdadero Presidente es aquél que da más de lo que recibe. Alguien que en soledad paga el precio del liderazgo. En el desvelo que precede la claridad de la aurora ha conocido lo que ha de hacerse para el desarrollo pleno del país, por qué, para qué, y cómo debe hacerse.

El futuro Presidente de México deberá tener suficiente visión para ver más allá de su piel. Sabrá voltear hacia atrás, a los lados, y marcar el rumbo hacia adelante. Se atreverá a soñar  despierto, y el fuego de su espíritu le permitirá tener la visión y osadía para confiar en que no sólo su sueño es posible, sino que debe hacerse realidad.

A pesar de los zancadillas, falsos, golpes bajos, presiones, mala prensa, amenazas, no se quebrará. Mantendrá la estatura del roble que, entre más azotado por el viento, más firme en su propósito. Prometer mejorar la calidad de vida de todos los habitantes de la nación que presidirá no es suficiente. Los ciudadanos saben que se requiere un Presidente recio, de convicciones, de ideales para romper el círculo vicioso miseria-ignorancia-dependencia-desesperación-violencia.  Para ello, el Presidente debe estar dispuesto a pagar un tributo: pensar más allá del brillo e interés propio, y estar dispuesto a luchar con el mismo entusiasmo por los intereses del ciudadano común, que por los asuntos internacionales.

Oficina presidente

Muchos dicen que eso es una utopía. Pero los pesimistas jamás han sido buenos presidentes. Un buen Presidente es aquél que está capacitado para advertir que su país tiene infinidad de recursos pero le falta coraje para utilizarlos. También conoce la manera de echar a andar los talentos y habilidades de los que se han caído y piensan que solos no pueden caminar. Está consciente que cultivar el jardín de la Justicia Social en su país requiere de mucha agua… la mayor parte en forma de sudor de los servidores públicos.

Algunos presidentes han tenido muy buen barniz. ¿Pero cuántos han tenido la madera adecuada para presidir nuestra nación?  La esperanza de millones de mexicanos está puesta en el cambio prometido de mejorar la calidad de vida y las condiciones de desarrollo de todos los habitantes del país.

Después de un análisis exhaustivo y sereno, con la realidad en la mano, el futuro Presidente de México deberá esbozar un plan de trabajo que le permita hacer vida el ideal de patria que lleva dentro. Sabrá escuchar a sus enemigos porque son los primeros en advertir sus errores. Será paciente porque está convencido que un pollo se obtiene empollando el huevo, no rompiendo el cascarón. Cuestionará sus propios juicios porque ha vivido lo suficiente para examinar por segunda vez y con cuidado lo que a primera vista no le dejaba duda.  La sabiduría no le vendrá por azar: la buscará con afán y la alimentará con diligencia. Optará siempre por la democracia porque sabe que la manera en que un Presidente toma las riendas del destino de su patria es más determinante que el destino mismo.

Un buen Presidente utiliza un lenguaje ordinario para decir cosas extraordinarias: “Sí se puede, caray”.  Nada es tan poderoso en este mundo como una idea expresada con claridad y sencillez en el momento oportuno. Se compromete a embestir como toro de Miura tanto la corrupción como el importamadrismo, dos de nuestros mayores lastres nacionales.

La valía de un buen Presidente se mide por la cantidad de poder y adulación que puede soportar sin envanecerse.  Sus afectos son puestos a prueba: aquellos por los que lucha son los que menos lo comprenden. Es un ser solitario entre la multitud: consecuencia del mismo liderazgo.  El elevarse sobre los demás ‒la responsabilidad eleva‒ es separarse de ellos de alguna manera.  Renuncia a sus deseos personales, aunque legítimos, por una causa superior: el servicio a su pueblo, que es una de las más excelsas formas de entrega.

México espera.

México, ponte de pie

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México, patria mía, te vistes de luto por esos jóvenes que soñaban con una vida mejor en un país extranjero y hoy regresan derrotados. Muchos diarios y noticieros televisivos del mundo te juzgan como una nación fallida, pero no eres una nación fallida; eres un país que pelea contra el enemigo: el narcotráfico y la corrupción.

No eres una nación fallida, no, eres un país que lucha contra las fuerzas del mal. México, ponte de pie, eres un país generoso, magnánimo, alegre, dicharachero que le gusta reír, cantar, bailar, sólo que hoy las reglas han cambiado. Pusiste tu esperanza y tu futuro en un país ajeno.

danza indígena

México, ponte de pie, no te arrodilles ante el mal que se ha infiltrado en tus filas. Esta lucha por erradicar los males que te aquejan no debe ser con balas, sino con determinación masiva, educación excelente, trabajo digno bien remunerado, recursos bien administrados.  El dinero fácil de los enervantes trae violencia, crueldad, odio, malestar perpetuo, sobresalto, miedo, inestabilidad. Acaba con la bondad, la confianza, el entusiasmo, la alegría de tu gente. Contamina tu suelo con pólvora, lo mancha de sangre inocente.

México, tienes múltiples recursos naturales, eres el cuerno de la abundancia, tus hijos son gente buena. Tu bandera tricolor ondea bajo el sol recordándole al mundo tu orgullo de raza. Ya basta a la impunidad, a la corrupción, a los arreglos por debajo de la mesa en lo oscurito de nuestros gobernantes. Un alto a violencia, a la falta de seguridad. El país está inmerso en una sensación de desamparo.

Mario Benedetti decía: No te rindas, por favor no cedas aunque el frío queme, aunque el miedo muerda, aunque el sol se ponga y se calle el viento. Aún hay fuego en tu alma, aún hay vida en tus sueños, porque cada día es un comienzo nuevo, porque ésta es la hora y el mejor momento.

México, ésta es la hora. Recuerda lo que dijo Jorge Wagensberg: Las mentiras se construyen, las verdades se descubren.  Hazme llorar con la verdad para que no me destruyas con la mentira.

El pesimismo ante los acontecimientos violentos que presenciamos desencadena sentimientos de descontento que conducen a una mayor insatisfacción de vida. Nuestros sentimientos determinan ‒en última instancia‒ la calidad del trabajo que realizamos. Si lo que hacemos lo desarrollamos en forma negativa, con apatía, con desánimo y con una total falta de creatividad, difícilmente lograremos un nivel de excelencia. Estamos derrotados antes de empezar; condenados a realizar trabajos repetitivos, de nula iniciativa y satisfacción personal, de total subordinación y dependencia; trabajos de mala calidad. Y los sentimientos inconscientes de dependencia tienen frecuentemente por resultado la hostilidad abierta o encubierta a la persona de la que se depende.

México, tenemos los recursos naturales y los cerebros que muchos países del planeta envidian. Nadie se explica  por qué  millones de mexicanos están sumidos en la pobreza, y menos el que hayan sido educados para vivir con la mano extendida, parados en fila, esperando la próxima dádiva del próximo político. El cambio requiere una revolución pacífica, una revolución silenciosa y profunda en el sistema de pensamiento que inicie en los hogares, en las aulas, organizaciones, instituciones. Necesitamos un cambio planificado en todas las estructuras, y eso requiere la transformación de los individuos, de sus conciencias y corazones.

México, el perseguir el “sueño americano” se convirtió en pesadilla. El poner la esperanza en otro país que no es el nuestro es evadir nuestro compromiso personal con nuestra patria. Olvidamos amarte y a menudo te denigramos. No hemos aprendido a decir con orgullo: “Hecho en México, por mexicanos”.  Mexicanos bien remunerados.

Angeles sin fronteras
Foto: Eduardo Jaramillo/EJC/HUM (fuente: Notimex).

La visión mental de un futuro luminoso hará que nos sobrepongamos a los obstáculos de nuestra condición presente. El proyecto de crear la sociedad justa y digna que todos merecemos es una idea exageradamente ambiciosa, pero por ser tan grande, exige una gran energía de cada uno de los mexicanos.  Y sí, México, tenemos prisa.

Dice un proverbio japonés: Hay una puerta por la que pueden entrar la buena o la mala fortuna, pero tú tienes la llave. Un proverbio mexicano dice: La vida es un laberinto. Sólo los iluminados conocen la salida. Siempre habrá alguien que arroje un vidrio roto sobre la playa, pero a la vez, siempre habrá alguien que se agache a recogerlo.